Lunes de Federico (1)

De acuerdo: hablemos de hábitos y sotanas

Creo que conozco ya las dos versiones: hábito usado todo el tiempo y hábito usado poco o casi nunca. Lo primero, en Chiquinquirá y Bogotá; lo segundo, en Villavicencio y Dublín. ¿Con qué me quedo a fecha de hoy?

La legislación oficial de la Iglesia es clara al respecto: sacerdotes y religiosos deben identificarse por su vestido; la práctica común en la Iglesia también es clara: muchos sacerdotes no se identifican por su traje y muchos más usan ropa clerical sólo cuando les conviene.

Dos refranes compiten en esta materia. Uno dice: “el hábito no hace al monje;” el otro dice: “no sólo hay que serlo sino parecerlo.” Hasta un cierto punto, dos mentalidades colisionan también aquí: los de “hábito o clergyman siempre” suelen ser más conservadores o de derecha; los de “ropa normal” suelen ser más progresistas o de izquierda. Muchos de los que se visten juiciosamente “como padrecitos” son cercanos a las curias, los obispos y los seminarios; los que no parecen tan “padrecitos” prefieren o dicen preferir el trabajo “de campo” y aparentemente les interesa menos trepar por lo que a veces llaman la escalera del poder. Digo todo esto no por simple estereotipo sino para que seamos conscientes desde el principio que en esto concluyen más factores y dimensiones de las que uno pensaría inicialmente.

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Dios es Amor

La revelación más alta

Una de las cumbres más altas de la revelación bíblica es aquella expresión, concisa y audaz, de la Primera Carta de Juan: “Dios es Amor”. En ella se condensa, de cierto modo, todo lo que sabemos de Dios y todo lo que Él espera de nosotros.

Sin embargo, para captar en su hondura esta síntesis de nuestro conocer sobre Dios, y para entenderla como Él quiere, hemos de tener presente que la palabra “amor” no es un saco vacío que cada uno puede llenar según su gusto o su criterio. El amor tiene un rostro definido en Jesucristo, el Revelador del Padre. Así como es grande saber que “Dios es amor”, así es pobre quedarnos con nuestras escalas y modelos de amor, sin atender a Jesucristo, en quien el amor adquiere todo su sentido y muestra todo su poder.
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Adoración!

La experiencia

Adorar es entregar a Dios nuestra propia inteligencia, que se rinde ante Él, y todo nuestro amor, que siente que arde en Él.

Es un acto que nos desprende de la cadena más profunda que nos ata: nuestro propio “yo”. Por eso, adoración significa liberación.

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El Celular

En estos tiempos modernos donde las comunicaciones nos asombran cada día aparece el celular.

Muchos deseamos tener un celular y de hecho muchos lo tienen; algunos tienen cobertura limitada, tarjetas prepago, hay grandes, chicos, finos, de diferentes precios, unos más caros otros baratos… Todos lo deseamos para comunicarnos…

Pero hay un celular que todos tenemos… Es normal y sencillo, no tiene precio, no usa tarjeta prepago, tiene cobertura sin limite, se usa en cualquier lugar, todos tus mensajes, llegan bien y a tiempo… ES LA ORACION

Y tiene un número que es el “203”

“DONDE ESTAN DOS O TRES REUNIDOS EN MI NOMBRE
ALLI ESTARE YO. AMEN”

La Cruz en el pecho

Tengo la costumbre de andar con una pequeña cruz de madera en el pecho. Amo esta cruz porque Jesucristo salvó al mundo por este signo. Además, como hermano-religioso y ministro de la Iglesia Católica, quiero mostrar así mi entrega total a Jesús, mi Maestro.

Pero pasa, a veces, que cuando me ven los hermanos evangélicos con esta cruz en el pecho, comienzan a criticarme y me echan en cara que así estoy crucificando a Cristo; otros me dicen que soy idólatra, y que soy un condenado con el patíbulo pegado en el pecho; y por último no faltan los que hasta me quieren prohibir hacer la señal de la cruz o persignarme.

No entiendo por qué algunos se ponen tan fanáticos, o por qué se escandalizan frente a una cruz colgada en el pecho…

Bueno, no importa lo que piensan ellos de mí, pero sigo llevando esta cruz en el pecho porque es para mí un símbolo de la fe que llevo en mi corazón, esta fe en Cristo crucificado y resucitado.

Ahora les voy a hablar sobre la grandeza de la cruz de Cristo, y cómo el Señor invitó a sus verdaderos discípulos a cargar su cruz y seguir sus pasos. Ojalá que tengan la paciencia de consultar todos los pasajes bíblicos que les voy a citar. Creo sinceramente que nuestros hermanos evangélicos, al no leer toda la Biblia, sólo por ignorancia llegan a prohibir estas cosas.

La cruz de Jesucristo

Jesús murió crucificado, y su cruz, juntamente con su sufrimiento, su sangre y su muerte, fueron el instrumento de salvación para todos nosotros. La cruz no es una vergüenza, sino un símbolo de gloria, primero para Cristo, y luego para los cristianos.

1. El escándalo de la Cruz

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Cor. 1, 23). Con estas palabras, el apóstol Pablo expresa el rechazo espontáneo de todo hombre frente a la cruz.

En verdad uno se pregunta: ¿Cómo podía venir la salvación al mundo por una crucifixión? ¿Cómo puede salvarnos aquel suplicio reservado a los esclavos? ¿Cómo podría venir la redención por un cadáver, por un condenado colgado en el patíbulo, por una muerte tan cruel como la de un malhechor?… (Deut. 21, 22; Gal. 3,1).

Cuando Jesús anunciaba su muerte trágica en la cruz a sus discípulos, ellos se horrorizaban y se escandalizaban. No podían tolerar el anuncio de su sufrimiento y de su muerte en la cruz (Mt. 16, 21; Mt. 17, 22).

Así, la víspera de su pasión, Jesús les dijo que todos se escandalizarían a causa de El. (Mt. 26, 31). Y en verdad, a raíz de una condena injusta, Jesús fue crucificado y murió en forma escandalosa.

2. El misterio de la Cruz

Jesús nunca dulcificó el escándalo de la cruz, pero sí nos mostró que su crucifixión ocultaba un profundo misterio de vida nueva. El camino de la salvación pasó por la obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre: “Jesús fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil. 2, 8). Pero esta muerte fue “una muerte al pecado”. A través de la debilidad de Jesús crucificado se manifestó la fuerza de Dios (1Cor. 1, 25). Si Jesús fue colgado del árbol como un maldito, era para rescatarnos de la maldición del pecado (Gál. 3, 13). Su cadáver expuesto sobre la cruz permitió a Dios «condenar la ley del pecado en la carne. (Rom. 8, 3).

Además, “por la sangre de la cruz” Dios ha reconciliado a todos los hombres (Col. 1, 20), y ha suprimido las antiguas divisiones ente los pueblos causadas por el pecado (Ef. 2, 14-18). En efecto Cristo murió “por todos” (1Tes. 5, 10) cuando nosotros aún éramos pecadores (Rom. 5, 6), dándonos así la prueba suprema de amor. (Jn. 15, 13 y 1Jn. 4, 10). Muriendo “por nuestros pecados” (1 Cor. 15,3 y 1 Ped. 3,18), nos reconcilió con Dios por su muerte (Rom. 5, 10), de modo que podemos ya recibir la herencia prometida (Heb. 9, 15).

3. La cruz, elevación a la gloria

La cruz se ha convertido en un verdadero triunfo por la Resurrección de Cristo. Solamente después de Pentecostés, los discípulos, iluminados por el Espíritu Santo, quedaron maravillados por la gloria de Cristo resucitado y luego ellos proclamaron por todo el mundo el triunfo y gloria de la cruz.

La cruz de Cristo, su muerte y resurrección han destruido para siempre el pecado y la muerte. El apóstol Pablo nos canta en un himno triunfal:

La muerte ha sido destruida en esta victoria.
Muerte ¿dónde está ahora tu victoria?
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
El aguijón de la muerte es el pecado.
Pero, gracias sean dadas a Dios,
que nos da la Victoria por Cristo Jesús Nuestro Señor
(1 Cor. 15, 55-57)

Escribe también el apóstol San Juan:

“Así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto (signo de salvación en el Antiguo Testamento), así también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo aquel que crea, tenga por El vida eterna” (Jn. 3, 14-32).

Y dijo Jesús: “Cuando Yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí” (Jn. 12, 32).

La suerte de Cristo crucificado y resucitado será, entonces, la suerte de los verdaderos discípulos del Maestro.

4. La cruz de Cristo y nosotros

En aquel tiempo Jesús dijo: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt. 16, 24). Eso quiere decir que el verdadero discípulo no sólo debe morir a sí mismo, sino que la cruz que lleva es signo de que muere al mundo y a todas sus vanidades (Mt. 10, 33-39). Además el discípulo debe aceptar la condición de perseguido, perdonando, incluso, al que quizá le quite la vida (Mt. 23, 34).

Así para el cristiano llevar su cruz y seguir a Jesús es signo de su gloria anticipada: “El que quiere servirme, que me siga, y donde Yo esté, allá estará el que me sirve. Si alguien me sirve, mi Padre le dará honor”(Jn. 12,26).

5. El cristiano lleva una vida de crucificado

La cruz de Cristo, según el apóstol Pablo, viene a ser el corazón del cristiano. Por su fe en el Crucificado, el cristiano ha sido crucificado con Cristo en el bautismo, y además ha muerto a la ley del Antiguo Testamento para vivir para Dios.

“Por mi parte, siguiendo la ley, llegué a ser muerto para la ley a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál. 2,19-20).

Así el cristiano pone su confianza en la sola fuerza de Cristo, pues de lo contrario se mostraría “enemigo de la cruz”. “Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo” (Fil. 3, 18).

6. La Cruz, título de gloria del cristiano

En la vida cotidiana del cristiano,”el hombre viejo es crucificado”(Rom. 6, 6) hasta tal punto, que quede plenamente liberado del pecado. El cristiano diariamente asumirá la sabiduría de la cruz, se convertirá, a ejemplo de Jesús, en humilde y “obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

No debemos temer llevar una cruz en el pecho ni menos colocar un crucifijo en la cabecera de nuestra pieza. Sí debemos temer “la apostasía” o la traición a la verdadera religión que sería lo mismo que crucificar de nuevo al Hijo de Dios (Heb. 6, 6).

El verdadero cristiano con la cruz en la mano debe exclamar: “En cuanto a mí, quiera Dios que me gloríe sólo en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”» (Gál. 6, 14).

Consideraciones finales

1. En la cruz de Cristo encontramos como un compendio de la verdadera fe cristiana y por eso el pueblo cristiano con profunda fe ha encontrado miles y miles de formas para expresar su amor a Cristo crucificado. Espontáneamente la religión del pueblo ha reproducido por doquier, en pinturas y esculturas, cruces de distintas formas. El creyente ha colocado cruces sobre los cerros, en el techo de sus casas, etc. el cristiano se persigna para proclamar su fe en la gloria de Cristo; el discípulo fiel se coloca la cruz en el pecho para anunciar la fe que lleva en el corazón…

2. Estas expresiones populares no son de ninguna manera idolatría como pretenden algunos hermanos evangélicos. Es realmente una auténtica expresión de fe y de amor a Cristo que murió por nosotros. ¡Qué hermoso cuando uno entra en una familia cristiana y ve cómo la cruz de Cristo tiene un lugar privilegiado en el hogar! ¡Qué profunda fe se expresa cuando un cristiano hace, con sentimientos de reverencia, la señal de la cruz! Es muy fácil y barato burlarse de estas expresiones populares de fe. Pero tales ironías son faltas graves al respeto y al amor al prójimo, tales burlas son simplemente signos de una atrevida ignorancia.

3. Y ¿qué decir de la cruz en el pecho? Si alguien sacerdote, religiosa o laico- lleva una cruz en el pecho con fe y amor, con sentimientos de reverencia, nadie tiene el derecho de reírse de esta persona. ¿Quién eres tú para juzgar y criticar los auténticos sentimientos religiosos del pueblo? Sólo Dios sabe escudriñar lo más íntimo de nuestros corazones.

4. Por último, una palabra acerca del crucifijo. Cuando sobre la cruz se coloca la imagen de Cristo, llamamos al conjunto “crucifijo”. No se adora el madero, sino que el cristiano ve a Cristo muerto en ella. Tener un crucifijo no es ninguna idolatría. Es un signo de amor a Cristo.

Nunca la Iglesia ha enseñado a adorar cruces, sino a adorar a Cristo que en ella murió. Sí, la Iglesia nos invita a venerar estos signos de fe. También nos enseña la Iglesia que nadie debe llevar una cruz en el pecho si no tiene al menos la intención sincera de seguir las huellas de Jesucristo. Menos debemos llevar una cruz como un simple amuleto o como un adorno para lucirse.

El amor al Señor que murió en la cruz hace que frecuentemente se hayan hecho crucifijos de materiales preciosos, pero en nuestros días la Iglesia vuelve a preferir un crucifijo simple y rústico, más realista y expresivo.

Queridos hermanos, éstas son las razones por las que nosotros los católicos veneramos y honramos la santa Cruz con sumo respeto. Y cuando nosotros llevamos una cruz en el pecho, siempre debemos acordarnos de las palabras del apóstol San Juan:

“En cuanto a mí, no quiere Dios que me gloríe sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”. (Gál. 6, 14). “Que nadie, pues, me venga a molestar. Yo, por mi parte, llevo en mi cuerpo las señales de Jesús” (Gál. 6, 17).

La Adoración y la Contemplación

Para comprender y vivir la vocación contemplativa y evangelizadora de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo, (y en todo grupo que desee evangelizar) es necesario comprender y vivir la vocación a la transformación en Cristo.

Sólo un corazón contemplativo puede ser un corazón transformado, y sólo un corazón contemplativo y transformado, puede ser un corazón que evangeliza y proclama, en la fuerza del Espíritu, la buena nueva de Cristo Vivo y Resucitado.

Transformación y evangelización sin contemplación son imposibles.

La contemplación es la fuente, el alimento, la garantía de la transformación que evangeliza.

“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, tocante al Verbo de Vida, es lo que anunciamos, a fin de que viváis en comunión con nosotros” (1 Juan 1, 1-4).

Por eso, si eres Siervo de Cristo Vivo, necesitas un corazón contemplativo, un corazón que escuche, un corazón que obedezca, un corazón que sea transformado. Necesitas ser un corazón que ora. y la oración está ya dentro de ti, porque el Espíritu Santo habita en ti. Descubre su presencia en tu interior. No apagues el Espíritu. No entristezcas el Espíritu. El viene en ayuda de tu debilidad e inspira la oración en ti.

Ante todo y sobre todo, la oración personal. Tú a solas con Jesús, cortando toda otra comunicación y dando generosamente el tiempo para el encuentro a solas con El. Sentarte a los pies de Jesús como María; caminar con Jesús, camino de Emaús, y dejar que El te explique las Escrituras, y quedarte con El, y reconocerle en la Fracción del Pan; dar tiempo para ir tras Jesús, como Juan y Andrés, ver donde vive Jesús, y quedarte con El desde aquel día, y anunciar luego, lleno de gozo, a todo el mundo: “¡hemos encontrado al Mesías, a Aquel de quien hablaron los profetas en los Salmos y en todas las Escrituras!”

Pero además de la oración personal, la oración comunitaria en sus diversas formas. La vocación a la fe y, por tanto,a la oración, es profundamente personal pero es también profundamente comunitaria. El Señor te llama a ti, por tu nombre, a existir y a existir como hijo de Dios, y sólo tú puedes darle esa respuesta, pero te llama en familia, en comunidad de fe. La fe la vivimos personalmente pero en la comunidad, que es la Iglesia.

Y en la oración comunitaria, tiene el primer lugar la oración litúrgica, que culmina con la celebración de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana y a la cual están ordenados todos los demás sacramentos. Imposible ser un Siervo de Cristo Vivo sin la participación asidua en la Santa Eucaristía. De Ella proviene todo el bien espiritual de la Iglesia, y no hay comunidad posible sin su celebración. Luego, la oración de las Horas, con el rezo diario al menos de los laudes por la mañana, o de vísperas al atardecer.

La Comunidad Siervos de Cristo Vivo no puede “permanecer fiel al misterio de su nacimiento” si no permanece fiel – viviendo por la oración su vocación contemplativa – a los sentimientos del Corazón de Cristo en los que tiene su origen, su fuerza y su vida. Solamente puede proclamar el Evangelio “en el Cenáculo y desde el Cenáculo”, es decir, en la fuerza del Espíritu, si permanece fiel a su vocación primera, la oración y la contemplación. Sólo un corazón contemplativo y transformado puede ser un corazón evangelizador.

5. No Puedes Negar La Realidad Del Infierno

5.1. El pensamiento es la mayor de tus fuerzas. Una palabra es suficiente para cambiar una vida. Todo cuanto existe fue primero y radicalmente es siempre pensamiento divino, porque en ese pensamiento de Dios está la verdad del universo.

5.2. Una vida, entonces, puede ser más o menos verdadera, según que se acerque o se aparte del pensamiento de Dios. Las creaturas racionales como vosotros o nosotros nos acercamos a Dios o nos apartamos de Él de acuerdo con los actos de libre voluntad. La obediencia es la libre aceptación del pensamiento divino, y por ello es la fuente de la verdad y del verdadero ser. Sin ella, la creatura entra en contradicción consigo misma, porque no puede quitarse el ser que no se ha dado pero tampoco alcanza el verdadero ser que quiso para ella Aquel que hizo que existiera.

5.3. Cuando esta contradicción es o se hace definitiva, es decir, en el caso en que la creatura no está sujeta al tiempo, puedes hablar de “infierno”. No puedes negar la realidad del infierno sin negar la realidad de la libre voluntad. Y no puedes negar la libre voluntad sin negar la posibilidad de un conocimiento real de sí mismo, porque las creaturas racionales estamos facultadas para conocer como exteriores y distintos de nosotros los que son nuestros bienes y nuestros males. No es posible conocerse y conocer lo que es realmente bueno para uno y no desearlo, porque la fuerza con que el Creador nos hizo ser hace que deseemos ser en plenitud. Esto vale para los Ángeles y los hombres.
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¿Para qué la utopía?

La utopía, como un horizonte, está lejos

Y yo camino dos pasos
Y ella se aleja dos pasos,
El horizonte se aleja,
Y yo camino diez pasos
Y ella se aleja diez pasos.
¿Para que sirve?
Sirve para eso:
para caminar!

E. Galeano.

Una predicción

El 29 de Enero pasado sentí una predicción dentro de mí. Como yo he sido más bien escéptico ante las predicciones, he pensado que lo mejor es decir esta en público, de modo que si estoy equivocado, como probablemente lo estoy, haya testigos del hecho. Si es acertada la predicción, juntos podremos buscar el significado que todo ello pueda tener.
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¡Jesucristo!

Yo no sé si encontraremos unas palabras sobre Jesucristo tan grandiosas, y tan sencillas a un tiempo, como las que trae el Catecismo de la Iglesia Católica tomándolas del Concilio, cuando nos dice:

El Hijo de Dios trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.

Todo esto lo sabemos desde siempre y lo confesamos continuamente en el Credo, cuando decimos que el Hijo de Dios se hizo hombre. Es la verdad fundamental de nuestra fe.

Pero, ¿nos hemos puesto a pensar en lo que significa que Dios se haya hecho hombre? Pues significa esto precisamente: que el Hijo de Dios, una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, al hacerse hombre, y quedando Dios verdadero, ahora va a ser uno igual que nosotros.

Nos va a conocer como conocemos nosotros. Nos va a querer como queremos nosotros. Nos va a amar como amamos nosotros. Va a trabajar con manos encallecidas como trabajamos nosotros.

Dios va a hacer todo lo nuestro con manos nuestras, va a entender con cerebro nuestro, va a amar con corazón nuestro…

Si este Dios no se gana nuestra voluntad, nuestro cariño, nuestro amor, nuestra adhesión, y si lo dejamos de lado no haciéndole caso ninguno, entonces Dios ha fracaso del todo con nosotros; pero también nosotros habremos fracasado del todo en la vida, y nos perderíamos sin excusa alguna. Porque Dios no ha podido hacer por nosotros más de lo que ha hecho.

Un científico alemán protestante, aunque lo llamaríamos mejor un descreído, profesor en la universidad, lanza en una reunión de gente sabia esta atrevida pregunta: -¿Que Dios existe? No lo creo, porque, de existir, se cuidaría un poco más de los hombres.

Un caballero católico acepta el desafío y le contesta: -Falso, señor profesor. Es usted quien no se ocupa de Dios, ya que Dios se ha preocupado bien de usted. Porque, para salvar a los hombres, el mismo Dios se ha hecho hombre. El profesor reconoce su atrevimiento y empieza a pensar. No mucho después abrazaba el catolicismo.

Tener con nosotros a Dios hecho hombre, es la condescendencia suma a que Dios ha podido llegar. El Hombre Jesús nos descubre a Dios tal como es Dios con nosotros, porque es Dios quien actúa en Jesús para decirnos cómo Dios nos ama, cómo quiere que seamos, cómo quiere que actuemos en la vida, cómo vamos a ser después para siempre.

Dios ha hecho todas las cosas y en ellas ha dejado la huella de su propio ser, sobre todo de su amor. Por eso la creación entera es una revelación manifiesta de Dios. Dentro de la creación, el hombre es la criatura más excelsa, pues ha sido hecho como varón y como mujer a imagen y semejanza de Dios. Pero en Jesús, Dios ha manifestado toda su gloria en la máxima expresión. El Dios hecho Hombre ha revelado al hombre todo lo que Dios es, lo que ama, lo que promete y lo que va a ser para el hombre glorificado. Si examinamos esas cuatro palabras clave del párrafo del Concilio y del Catecismo, descubrimos en ellas todo el abismo de la bondad de Dios.

¿Que Dios, en Jesús, trabaja con manos de hombre?… Entonces nosotros amamos nuestra fatiga, nuestro esfuerzo, nuestro deber diario. Si Dios ha hecho lo que hago yo, ¿por qué no voy a hacer yo lo que ha hecho Dios?…

¿Que Dios, en Jesús, piensa con inteligencia de hombre?… Entonces, ¿no veo cómo mis pensamientos pueden ser un cielo límpio, bello, que refleje toda la hermosura del alma preciosa de Jesús?

¿Que Dios, en Jesús, quiso y se determinó con voluntad de hombre?… Entonces, ¿cómo debo yo abrazarme con todo el querer de Dios, si Dios mismo me enseña a hacerlo como Él? ¿Que Dios, en Jesús, amó y ama con corazón de hombre?… Entonces, ¿no veo cómo el amor mío es un amor como el del mismo Dios?…

El hecho de la Encarnación del Hijo de Dios no ha podido ser invento nuestro. No hay hombre que pueda imaginarse algo semejante. Lo sabemos por revelación de Dios, y no es extraño que esta verdad cristiana tan fundamental haya sido objeto, desde la antigüedad hasta hoy, de discusiones acaloradas. Antiguamente se decían algunos herejes: – ¿Dios unido a la materia? ¡Imposible!… Hoy se han dicho algunos: – ¿El hombre necesita a Dios? ¡No nos hace falta!…

Pero la verdad cristiana se mantiene firme: Dios, en Jesús, se hace hombre; y el hombre, en Jesús, llega a ser Dios. Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.

Todo ha sido obra del amor de Dios para ganarse el amor del hombre y darle la salvación. ¿Cabe ahora en el hombre negar a Dios el amor y no aceptar la salvación que Dios le ofrece?… Algunos, harán lo que quieran. Otros, nos apegamos a ese Dios, que, en Jesús, lo es todo para nosotros…

Influencia del demonio sobre el hombre

a) El asedio es acción contra el hombre desde fuera, como cercándolo, provocando miedo en él.

b) La obsesión es ataque personal con injurias, daño del cuerpo, o actuando sobre los sentidos.

c) La posesión es la ocupación del hombre por el dominio de sus facultades físicas, llegando hasta privarle de la libertad sobre su cuerpo. Contra la posesión y la obsesión la Iglesia emplea los exorcismos.

d) Existen otros modos de seducción, tales como los milagros aparentes que el puede realizar, y la comunicación con el demonio que se supone en algunos fenómenos de la magia negra, el espiritismo, etc.

e) Pero la manera ordinaria como el demonio ejecuta sus planes es la tentación, que alcanza todos los seres humanos. Se define por tal, toda aquella manipulación por la que el demonio, positivamente y con mala voluntad, instiga a los humanos al pecado para perderlos. Es muy importante percatarse que a pesar del indiscutible poder de la tentación diabólica, no puede su malicia actuar más de donde Dios lo permite, su poder es poder de criatura, poder controlado. Dios es fiel, y no permitirá que seais tentados más allá de vuestras fuerzas.(I Cor.l0,l3).

En concreto, conviene, pues, situarse en el justo medio: No olvidar su acción y su eficacia maligna, ni perder la serenidad y confianza en Dios.

Gracias Señor

Una alma recién llegada al cielo se encontró con San Pedro. El santo llevó al alma a un recorrido por el cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes talleres llenos con ángeles.

San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo: “Esta es la sección de recibo. Aquí, todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración son recibidas.” El ángel miró a la sección y estaba terriblemente ocupada con muchos ángeles clasificando peticiones escritas en voluminosas hojas de papel de personas de todo el mundo.

Ellos siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección y San Pedro le dijo: “Esta es la sección de empaque y entrega. Aquí, las gracias y bendiciones que la gente pide, son empacadas y enviadas a las personas que las solicitaron.”

El ángel vio cuan ocupada estaba. Habían tantos ángeles trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo empacadas y enviadas a la tierra.

Finalmente, en la esquina más lejana del cuarto, el ángel se detuvo en la última sección. Para su sorpresa, sólo un ángel permanecía en ella ocioso haciendo muy poca cosa.

“Esta es la sección del agradecimiento” dijo San Pedro al alma. “¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?” – preguntó el alma. “Esto es lo peor”- contestó San Pedro. “Después que las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento.”

“¿Cómo uno agradece a las bendiciones de Dios ?”

“Simple” – contestó San Pedro, “Solo tienes que decir dos palabras: “¡gracias, Señor!”