Sanando las Primeras Experiencias Afectivas

Santa Catalina de Siena escuchó decir a Dios: “el alma humana está hecha de amor, porque por amor la creé, y por ello no puede vivir sin amor”. San Agustín enseñó: “el amor de mi alma es el peso que hace inclinar a mi alma”. San Juan nos enseña: “el que no ama, permanece en la muerte”(1 Juan 3,14).

De todo esto aprendemos que el amor no es un accidente ni un adorno en nuestra vida, sino el motor mismo que nos mueve. La gran pregunta al final de la vida es: “¿amaste?”. Mas sabemos también que no todo amor es digno de ese nombre. Nada nos lastima tanto como un amor falso, un amor traicionado o un amor utilizado.

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10. El Santo Nombre De Dios

10.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. La Iglesia peregrina comienza toda oración invocando el Nombre de Dios. Hoy quiero que conozcas un poco de las riquezas de esta invocación, y que descubras qué inmenso tesoro se halla en pronunciar este Nombre.

10.2. Si el segundo de los mandamientos de la Ley de Dios quiere preservar la santidad de este Nombre, es porque sin Él no sabrías a quién llamar. El Nombre de Dios es la victoria sobre la soledad radical del hombre en el cosmos inmenso. Sin ese Nombre no podrías llamar “infinito” sino al universo mismo, y sería éste universo la referencia última de toda realidad humana. Tal fue el terrible drama que vivió el mundo pagano, que aunque decía tener dioses, éstos en el fondo eran parte constitutiva del mismo universo en que estaban los hombres. Tales “dioses” eran una prolongación de las necesidades y anhelos de la raza humana, y en este sentido, sólo eran expresiones de la indigencia de quienes les daban culto.
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Tres Rosas para Maria

1. Detalles de hijos

Este rato de conversación delante del Señor, en el que hemos meditado sobre la devoción y el cariño a la Madre suya y nuestra, puede pues, terminar reavivando nuestra fe. Está comenzando el mes de mayo. El Señor quiere de nosotros que no desaprovechemos esta ocasión de crecer en su Amor a través del trato con su Madre. Que cada día sepamos tener con Ella esos detalles de hijos —cosas pequeñas, atenciones delicadas—, que se van haciendo grandes realidades de santidad personal y de apostolado, es decir, de empeño constante por contribuir a la salvación que Cristo ha venido a traer al mundo. (Es Cristo que pasa, 149, 5).

2. Nos enseña a ser hijos

Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de esas palabras. No voy a hacer aquí muchos razonamientos con el fin de glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús. (Es Cristo que pasa, 143).

3.Rosario de amores

En nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella. Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han adquirido el hábito de saludar —no hace falta la palabra, el pensamiento basta— las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el santo rosario, en el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana —precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado—, ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su maternidad. (Es Cristo que pasa, 142, 6).

Por: San José María Escrivá de Balaguer

Tres Rosas para Maria

1. Detalles de hijos

Este rato de conversación delante del Señor, en el que hemos meditado sobre la devoción y el cariño a la Madre suya y nuestra, puede pues, terminar reavivando nuestra fe. Está comenzando el mes de mayo. El Señor quiere de nosotros que no desaprovechemos esta ocasión de crecer en su Amor a través del trato con su Madre. Que cada día sepamos tener con Ella esos detalles de hijos —cosas pequeñas, atenciones delicadas—, que se van haciendo grandes realidades de santidad personal y de apostolado, es decir, de empeño constante por contribuir a la salvación que Cristo ha venido a traer al mundo. (Es Cristo que pasa, 149, 5).

2. Nos enseña a ser hijos

Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de esas palabras. No voy a hacer aquí muchos razonamientos con el fin de glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús. (Es Cristo que pasa, 143).

3.Rosario de amores

En nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella. Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han adquirido el hábito de saludar —no hace falta la palabra, el pensamiento basta— las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el santo rosario, en el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana —precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado—, ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su maternidad. (Es Cristo que pasa, 142, 6).

Por: San José María Escrivá de Balaguer

Tiempo de Adviento

Tiempo de preparación, de esperanza, de alegría, de conversión, para recibir a Jesús con una actitud abierta al cambio.

Es la oportunidad de un nuevo encuentro con Él. Un tiempo para volver a empezar, para renovarse, para hacer un plan de vida, para tratar de ser mejores.

El tiempo en que los cristianos nos preparamos espiritualmente para celebrar la Navidad, que conmemora la primera venida de Jesús, pero que también hace que nuestra atención y nuestra esperanza se dirijan hacia la segunda venida de Él, que sucederá como lo prometió, al final de los tiempos…

Para esperar la llegada de Jesús, es necesario limpiar nuestro castillo interior, tirar lo que no le sirve a nadie, lo que nos impide ser mejores, lo que está de más.

Decora tu interior con un ambiente cálido, donde reine el amor, la comprensión, el perdón, la armonía. No malgastes tu tiempo y tu energía en tonterías, recuerda que la vida es “tiempo”.

Busca un momento para meditar, para estar en unión con Dios, para pedirle su luz como guía, para pedir por los enfermos o por la paz del mundo.

Y da lo mejor de ti para colaborar con la obra que Dios quiere realizar a través tuyo.

Presencia Espiritual

Sublime presencia me rodea. Fragante aroma fluye en la estancia. Es el Señor que llega a mi encuentro. Es su Espíritu que derrama su esencia. Pequeño y diminuto soy ante su infinita grandeza. Mi voz es un susurro comparado con el trueno de su respiración. Cuando habla, me asombra la ternura del tono de su voz. Suave a la vez que firme. Simple a la vez que profundo.

A veces me pregunto si mi alma sabe entender su lenguaje, pero sé que su Espíritu me ayuda. Quizás mi rubor no me deja disfrutar bien de su mirada, la cual sé que me atraviesa, me abrasa con llamas de amor que purifican mi ser por completo.

De pronto, Él pone la mano en Su boca, me pide que cante alabanzas. La voz de mi alma le alaba. Mi espíritu entero le adora. Mi boca no pronuncia palabra, porque el silencio expresa el lenguaje del alma.

¡Ay, mente mía! ¡Quién pudiera acallarte! Interrumpes la preciosa comunión con mi Amado. Me impides gozar por completo de la Sabiduría de mi Padre. ¿No sabes que en ti no cabe todo lo que Él quiere enseñarme? ¿Querrás tú comprender todo el misterio de la Luz Divina? No puedes, pequeña, alcanzar a discernir la bendición que derrama la sombra de Su manto, y ¿quieres ya contemplar la belleza de Su rostro?

Espera hasta el día de tu resurrección, mi pequeña, cuando del polvo te levante la gloriosa venida de mi Cristo, para invitarte a contemplar su Boda con la Novia. Olvidarás por completo toda vanidad que hayas aprendido en la tierra. Descubrirás la verdad eterna del amor de Dios.

Mientras tanto, pequeña, duerme. Duerme mientras mi alma y espíritu contemplan Su gloria, no sea que te envanezcas y me pierdas. Y al despertar, mi pequeña, un sueño de amor quedará en tu memoria, para que te impregnes de aquella fragancia y de su sublime presencia, de modo que Él sea tu anhelo, y así dispongas de la bendición y el poder de su gracia para vencer las cadenas de tu ego.

Y ahora… silencio… alguien toca a mi puerta… es Él.

Sinopsis del Padrenuestro

Las 7 Metas… ¡a la inversa!

Carta de Jesús para ti:

Querido hermano y hermana: La oración del Padrenuestro que Yo, Jesús, os enseñé, es un resumen de vida divina, de las 7 metas que tiene que conseguir el cristiano, ¡presentadas a la inversa!: Son 7 peticiones. La primera petición se tiene consiguiendo la segunda; la segunda, teniendo la tercera; la tercera, teniendo la cuarta, y así sucesivamente (Mat.6:9-13).

1- La primera petición y meta final del cristiano es “que el nombre de nuestro Padre celestial sea santificado”. Alabar a Dios con sumo gozo por cada segundo del día y de la noche, es la vida eterna del Cielo (1). Alabar a Dios, santificarlo, glorificarlo, adorarlo, darle gracias con gozo en cada segundo del día y de la noche es la meta del cristiano en la tierra, la forma de orar continuamente, y el secreto de vivir siempre con gozo en la tierra (1b).

2-Para obtener la primera petición hay que tener la segunda: “venga a nosotros tu reino”. El Reino de Dios es Jesús, Yo, en tu corazón. Es la esencia del cristiano, ser portador de Cristo. Y si Yo, Jesús, vivo en tu corazón, en verdad vas a santificar el nombre de Dios, con tu palabra y sobre todo con tu vida divina (2).

3- Para vivir en el Reino, hay que “hacer la voluntad de Dios en tu vida tal como se hace en el Cielo”, que es la tercera petición, la meta clave en la vida. “Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (3).

4- No es fácil hacer la voluntad de Dios en cada segundo del día. Para poderlo hacer en la peregrinación de la tierra, tenéis que comer a diario “el pan nuestro de cada día”, ¡la Eucaristía!, que Dios te la da a diario, pero tu tienes que ir a recibirla cada día (4). Este es la cuarta petición, la central, la vida y sostenimiento de todos los días.

5- Para poder recibir la Eucaristía, hay que cumplir la quinta petición: “perdonar las ofensas de los hermanos”, porque si antes de recibir la Eucaristía recuerdas que has ofendido a alguien, o que no lo has perdonado, deja tu ofrenda en el altar, y vete antes a reconciliarte con el. Y es tremenda esta quinta petición, porque “le pides a Dios que te perdone tal como tu perdonas al vecino”… si tu no perdonas, le pides a Dios que no te perdone (5).

6- La sexta petición y meta es “no nos dejes caer en la tentación”. Es básica, porque la vida en la tierra es un período de prueba para ganarte la vida eterna, y vas a tener tentaciones, pruebas, y precisamente cuanto más ores y más penitencia hagas más tentaciones vas a tener, como las tuve Yo, Jesús, cuando oré y ayuné por 40 días en el desierto (6).

7- La séptima y última petición es la raíz de todo, “líbranos del mal”. El Pecado es el único mal del cristiano… y del pagano. Quien vive en pecado, no está en nada, mi hermano. Quien vive en gracia de Dios, vive en el amor. Para eso vine Yo, Jesús, al mundo, para quitar el pecado, y para que viváis en Dios. Quien vive en pecado, pertenece a Satanás, quien vive en gracias de Dios, me tiene a mi, a Jesús, en su corazón, vive en la tierra, ya, en el amor, glorificando y dando gracias continuas con sumo gozo al Señor, ¡aunque se hunda el mundo a su alrededor!.

1- Apoc.4:8,9,11… 1b- 1Tes.5:16-18… 2- Gal2:20… 3- Mar.3:35… 4- Jn.6:48-58, 1Cor.11:29-30… 5- Mat.5:23-24, 6:12,14… 6- Mat.4, Luc.4… 7- Jn.1:29,36, 1Jn.3:4-10.

La Señal de la Cruz

Como este gesto vuelve con frecuencia en mi jornada, tengo el peligro de hacerlo sin prestarle la atención que se merece. Sin embargo es precioso por su historia, por su significado y por su poder.

Es la señal de mi fe; muestra quién soy y lo que creo. Es el resumen del Credo. Es la señal de mi agradecimiento. Tengo que hacer con amor y emoción este gesto que me recuerda que Jesús ha muerto por mí. Es la señal de mi intención de obrar, no para la tierra, sino para el Cielo. Al hacerla, y pronunciando estas misteriosas palabras.

-“EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO” me comprometo a obrar:
• en el nombre del Padre que me ha creado,
• en el nombre del Hijo que me ha redimido,
• en el nombre del Espíritu Santo que me santifica.
En una palabra: a actuar como hijo o hija de Dios.

Este signo es la señal de la consagración de toda mi persona.
Al tocar mi frente: rezo a Dios todos mis pensamientos.
Al tocar mi pecho: consagro a Dios todos los sentimientos de mi corazón.
Al tocar mi hombro izquierdo: le ofrezco todas mis penas y preocupaciones.
Al tocar mi hombro derecho: le consagro mis acciones.

La señal de la Cruz es en sí misma fuente de grandes gracias. Debo considerarla como la mejor preparación a la oración, pero ya es en sí misma una oración, y de las más impresionantes. Es una bendición.

Si me emociona ser bendecido por el Papa, por un obispo, ¡cuánto más ser bendecido por el mismo Dios!.
Señor, concédeme la gracia de hacer de mi señal de la cruz un “Heme aquí” motivador para la oración, para la acción, para mi día entero; así como una poderosa llamada de las bendiciones del cielo sobre mí.

Los Santos del Futuro

Imagino así a nuestros católicos santos del futuro:

Abiertos al asombro, no al capricho;
fieles en la Roca, aunque no inmóviles;
felices, no superficiales;
firmes, no intransigentes.

Abiertos, y a la vez, muy lúcidos;
lúcidos, y a la vez, muy obedientes;
humildes, pero no acomplejados;
capaces de amar, de esperar y de creer.

Prontos al silencio que deja hablar a Dios,
nunca en silencio cuando se ofende su gloria;
dóciles a la Palabra, cercanos a quien la proclama,
con voz que Cristo quiso autorizada.

Capaces de perdonar y de pedir perdón,
capaces de ternura, poesía y clamor;
capaces de alabanza y de dulce canción;
capaces, por gracia, del Cielo y de Dios.

Con un centro: Jesús que da vida;
y un punto de encuentro: la Santa Eucaristía;
y una referencia: la Virgen María,
que impregna de Pascua la noche y el día.

Un Sacerdote debe Ser

Muy grande y a la vez muy pequeño,
de espíritu noble como si llevara sangre real
y sencillo como el labriego.

Héroe por haber triunfado de sí mismo
y el hombre que llegó a luchar contra Dios.
Fuente inagotable de santidad
y pecador a quien Dios perdonó.

Señor de sus propios deseos
Y servidor de los débiles y vacilantes.
Uno que jamás se doblegó ante los poderosos
Y se inclina, no obstante, ante los más pequeños.

Y es dócil discípulo de su Maestro
y caudillo de valerosos combatientes,
pordiosero de manos suplicantes
y mensajero que distribuye oro a manos llenas.

Animoso soldado en el campo de batalla
y mano tierna a la cabecera del enfermo.
Anciano por la prudencia de sus consejos
y niño por su confianza en los demás.

Alguien que aspira siempre a lo más alto
y amante de lo más humilde…
Hecho para la alegría y acostumbrado al sufrimiento.
Ajeno a toda envidia.

Transparente en sus pensamientos.
Sincero en sus palabras.
Amigo de la paz.
Enemigo de la pereza,
Seguro de sí mismo.

Respuesta Positiva

A veces no tenemos victoria en nuestra vida Cristiana
porque creemos en un Dios a nuestra medida y no buscamos la medida de lo que Dios es…

Usted dice: “Es imposible”
Dios dice: Todo es posible. (Lucas 18, 27)

Usted dice: “Estoy muy cansado.”
Dios dice: Yo te haré descansar. (Mateo 11, 28-30)

Usted dice: “Nadie me ama en verdad.”
Dios dice: Yo te amo. (Juan 3, 16 y Juan 13, 34)

Usted dice: “No puedo seguir.”
Dios dice: Mi gracia es suficiente. (II Corintios 12, 9 y Salmos 91, 15)

Usted dice: “No puedo resolver las cosas.”
Dios dice: Yo dirijo tus pasos. (Proverbios 3, 5-6)

Usted dice: “Yo no lo puedo hacer.”
Dios dice: Todo lo puedes hacer. (Filipenses 4, 13)

Usted dice: “Yo no soy capaz.”
Dios dice: Yo soy capaz. (II Corintios 9, 8)

Usted dice: “No vale la pena.”
Dios dice: Si valdrá la pena. (Romanos 8, 28)

Usted dice: “No me puedo perdonar.”
Dios dice: YO TE PERDONO. (I Juan 1, 9 y Romanos 8, 1)

Usted dice: “No lo puedo administrar.”
Dios dice: Yo supliré todo lo que necesitas. (Filipenses 4, 19)

Usted dice: “Tengo miedo.”
Dios dice: No te he dado un espíritu de temor. (I Timoteo 1, 7)

Usted dice: “Siempre estoy preocupado y frustrado.”
Dios dice: Echa tus cargas sobre mi. (I Pedro 5, 7)

Usted dice: “No tengo suficiente fe.”
Dios dice: Yo le he dado a todos una medida de fe. (Romanos 12, 3)

Usted dice: “No soy suficientemente inteligente.”
Dios dice: Yo te doy sabiduría. (I Corintios 1, 30)

Usted dice: “Me siento muy solo.”
Dios dice: Nunca te dejaré, ni te desampararé. (Hebreos 13, 5)

Reflexiones sobre los Sacerdotes

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote; cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno que aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote;

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores, y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo; y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote;

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados, y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios, obligado por su propia palabra, lo ata en el Cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios;

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar;

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino;

Cuando se piensa que eso puede ocurrir porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes aullarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas y no habrá quién las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos;

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él;

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales; Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal; Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se reflejaba en las leyes;

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación;

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo;

Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado; Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor;

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo.

Lunes de Federico (5)

[Capítulo anterior]

De camino al aeropuerto

Federico y Fidelio han terminado de modo casi abrupto su conversación, pero las ideas siguen bullendo, como el café recién hecho, en la cabeza de Federico.

–¡A ti quería verte, Renata!

–Federico, ¡mucho gusto verte! ¿Tomando un café para vencer el frío?

–Sí, aunque ni mucho café tomé. Vieras tú: estaba con el Reverendo Padre Fidelio, y acabamos de tener una conversación de lo más interesante. Es buen tipo, el Fidelio.

–Sí lo vi salir de esta misma cafetería con cierta prisa. Él iba por la otra acera y no me saludó, me imagino que porque se le hacía tarde para el rezo. Pero como tú dices: es un buen hombre. ¿Y por qué querías verme?

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Práctica del Sacramento de la Reconciliación

Muy queridos amigos:

Algunos de ustedes me han dicho que sería bueno escribirles una carta sobre el sacramento de la reconciliación. El “sería” se ha convertido en un “es”. Aquí está la carta. Espero que la inspiración recibida al meditar el tema ilumine también la lectura.

En mi anterior, al hablarles de los medios ascéticos fundamentales, señalaba entre ellos los sacramentos. Y ahora nos interesa uno de ellos: la reconciliación, confesión o penitencia, que todo es uno. Van algunas palabras sobre el mismo en el contexto del aspecto penitencial de la ascesis cristiana. Queda al ingenio de cada uno ubicarlo en el contexto de la liturgia.

Todos nos damos cuenta de que si la ascesis es esfuerzo y ejercicio, sudor espontáneo y programado, de la mano del Espíritu, para avanzar en el camino de la santidad; y si el pecado se opone frontalmente a la santidad desviándonos del camino o haciéndonos retroceder, no hay más que un remedio para volver a avanzar: declararle un combate a muerte al pecado y pedirle perdón al Señor con corazón arrepentido cuando hemos caído vencidos.

El pecado es negación, a sabiendas y queriendo, del amor de Jesús. Por lo tanto, no nos engañemos: no hay contemplación posible, fe enamorada, fuera del amor y amistad con Cristo. Cuanto más contemplativos seamos, cuanto más vivamos en María Inmaculada, tanto más captaremos la maldad del pecado.

Decía santa Teresa que el alma en pecado es como una fuente de “negrísima agua y de muy mal olor y todo lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad” (Moradas primeras, II:2). ¿A quién de nosotros le gustaría veranear en la cloaca en vez de hacerlo en una playa del trópico? La imagen es fuerte, pero se queda corta. El que peca contamina el ambiente con su pestilencia. El que peca es un asesino: crucifica a Cristo y mata al hermano… Y por cierto que yo, Bernardo, soy esa fuente, esa cloaca, esa pestilencia, ese asesino. ¡Pero Jesús me ha salvado y salva de la muerte!

La penitencia, a secas, separada del sacramento, es ya una virtud con identidad propia. Es arrepentimiento, contrición, dolor por el pecado u ofensa a Dios; ella nos lleva a aborrecer el pecado cometido. Pero no como rocío mañanero, sino con propósito firme de no volver a pecar y de reparar los daños, pues se desea ser siempre amigo de Dios. El que se arrepiente, se convierte, vuelve al Padre riquísimo en misericordia, como nos lo recordaba nuestro querido Juan Pablo II en su carta encíclica sobre el amor de Dios por el hombre (Dives in misericordia).

La virtud de la penitencia no puede ser algo ocasional, una vez al año, para cuaresma… Ha de ser una actitud permanente: ¡siempre hemos de estar peleados con el pecado! Quien confiesa a Jesús como Salvador se confiesa a sí mismo pecador y necesitado de salvación. No conozco otra forma de amor que el amor arrepentido y en espera de perdón. ¿O es que alguien puede afirmar que ama bastante? Sin penitencia no se puede entrar en el reino de Dios, no se puede vivir en amor filial y fraterno. Y si alguien entra, con dificultad podrá permanecer en él sin ella.

Bueno, ahora sí, me parece que estamos en el contexto o clima apropiado para encarar el sacramento de la reconciliación o penitencia. Gracias a Dios, ustedes saben de él tanto como yo. No hará falta aclararles qué es un sacramento, ni cómo se relaciona éste con los otros, ni cuando lo instituyó Jesús, ni cuáles son su materia y su forma, ni cuán necesario es, ni…, ni… Bastará pasar revista a las partes del mismo y llamarles la atención respecto a la frecuencia de su recepción y los frutos que aporta. Sea como sea, nunca olvidemos que en este sacramento Cristo y su Iglesia asumen con un beso divino nuestra vida de conversión y penitencia.

Si observamos lo que sucede en una confesión bien hecha, podremos distinguir varios actos diferentes: contrición; confesión de los pecados; satisfacción de las culpas; propósito de enmienda; reparación del daño y absolución del sacerdote. Venga y vaya una palabra sumaria sobre cada uno de estos aspectos.

Contrición: aprendimos en el catecismo que la contrición es “dolor del alma y un detestar el pecado con propósito de no pecar”. Se trata de llorar por el pecado y no porque al cometerlo quedamos mal parados ante otros. Y no sólo llorar por el pecado, sino también proponernos no hacer aquello que nos hará llorar. Pero no necesariamente con lágrimas de los ojos, aunque sí con las del alma. Un corazón contrito y arrepentido Dios nunca lo desprecia; él sólo rechaza al orgullo que se autoproclama digno de aprecio. El sentido de pecado es fuente de arrepentimiento y apertura confiada al perdón. Es algo muy distinto del sentimiento de culpa, que sólo es remordimiento sin esperanza, cerrazón en el propio yo, búsqueda de alivio en ritualismos privados, compulsivos y alienantes.

Confesión: del pecado propio, no del ajeno; todos y no solamente los menudos; culpándose y no excusándose. El eco de la acusación es el perdón, el de la excusa es la excusa. Y todo lo dicho cae en el olvido del perdón divino, de acá el eterno silencio que guardará el sacerdote de todo lo oído. La confesión procede de la contrición, y también del propio conocimiento ante Dios en cuanto fruto y efecto de un examen de conciencia. Examen siempre hecho bajo la mirada del Padre, con humildad, sin escrúpulos, con sencillez. En mis primeros meses de vida monástica iba a confesarme con una lista de pecados en la mano. Antes de que pasase mucho tiempo, un buen día, el confesor me dijo: “¿Y eso?” “Es la lista de mis pecados”, respondí con aplomo y remaché con un “si no lo anoto, me olvido”. Y así seguí varias semanas más. Otro domingo, durante la confesión semanal, se volvió a repetir el diálogo, pero con una variante, la última palabra la tuvo el confesor: “¡Si se olvida es que no hubo pecado!” Y cuánta razón tenía. En efecto, cuando nos esforzamos por vivir en amistad con el Señor y nos confesamos con frecuencia, un pecado cometido nos es tan visible como un sapo en la sopa.

Satisfacción: según la medida del daño y según nuestras posibilidades reales. Satisfacción que restaure el orden lesionado, cancele la deuda y cure con una medicina contraria la enfermedad contraída. Puede estar en nosotros el sugerirla, pero en el sacerdote el imponerla. Mediante ella hacemos propia la satisfacción infinita obrada por Jesús en cruz.

Propósito de enmienda: si no hay conversión, corrección o enmienda, se podría dudar de la sinceridad de la contrición. “Vete y en adelante no peques más”, dijo Jesús a la adúltera que algunos querían sentenciar. El propósito de cambio ha de ser algo firme y eficaz, con la confianza puesta en Dios y no en nuestros medios y las propias fuerzas. Según nuestros propósitos será nuestro aprovechamiento. Además, algunas veces habrá que reparar el daño ocasionado: “…Devolveré el cuádruplo”, agregó al convertirse el petiso Zaqueo.

Absolución: es la manifestación del perdón del Padre. Mediante este signo sensible tenemos plena seguridad de la reconciliación con Dios. La alianza rota por nuestra infidelidad queda así renovada: volvemos a ser hijos y hermanos.

Antes de seguir adelante, releo lo escrito. Me parece harto suficiente. Decido omitir lo que falta. Si bien yo lo omito, espero que todos lo meditemos y saquemos conclusiones prácticas, sobre todo en lo referente a la frecuencia de la confesión.

Les vengo ahora con una doble propuesta. La primera es ésta: poner todo lo que esté de nuestra parte para hacer vida la petición del padrenuestro: “Perdonamos a nuestros deudores”. Si Jesús no nos hubiera perdonado, nosotros no existiríamos; el pecado es negación de la vida. Sus manos sangraron, sus labios perdonaron y así nosotros tenemos vida. ¡Su perdón sólo podemos recibirlo a condición de darlo! Cuántas víctimas y cuántos verdugos resucitan con un perdón.

La segunda hará más fácil y gozosa la primera. Nuestra Madre reconciliadora es asimismo Madre de misericordia. ¿Por qué no nos unimos todas las noches en esta oración?

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Todo y siempre en María de san José, con un abrazo.

Bernardo