Las Preguntas de la Existencia

¿Quién soy?

Nosotros somos hijos de Dios, creados en Su imagen y santificados por Su propia Sangre. En el paraíso perdimos nuestra herencia y fuimos condenados al polvo. Hemos desecrado la imagen de Dios en nosotros a través de nuestros pecados, es entonces por eso imperativo que vengamos al Hijo de Dios para ser restaurados a su semejanza [Filipenses 3:21].

A través de Jesús nos hemos vuelto hijos adoptivos de Dios y nuestra herencia ha sido restablecida [Efesios 1:5].

Como hijos del Altísimo estamos unidos a Cristo en el Bautismo y dependiendo de nuestra conducta nosotros podemos meritar la salvación por la cual El ya ha pagado.

Los hijos de Dios no pecan [1 Juan 3:9], por lo menos no deben hacerlo, pero si alguno peca entonces tenemos a Jesucristo para que nos perdone a través de su Preciosa Sangre [1 Juan 2:1].

“Tal como el Padre es el Hijo”, o “de tal palo tal astilla”‘ decimos aquí en la tierra. No es acaso importante que nos volvamos como Dios? Tenemos por eso que vivir nuestras vidas de acuerdo con el diseño de Cristo para que podamos también reflejar la imagen del Padre en nosotros [1 Corintios 15:49].

¿De dónde vengo?

Hemos sido creados de la nada a la existencia por la bondad de Dios. Siendo moldeados por sus propias manos, habemos recibido Su aliento para animar nuestras vidas. El alma es el aliento de Dios, esa parte de la inmortalidad que nos separa del mundo material [Génesis 2:7].

Así que nosotros venimos de Dios quien nos ha creado, en El vivimos, nos movemos y existimos [Hechos 17:28].

¿Para dónde voy?

Sabiendo que somos Hijos de Dios, deberíamos de regresar a Él “nuestro origen”. Nuestras vidas tienen que volverse una búsqueda contínua para poseer la inmortalidad que hemos perdido. Jesús nos ha señalado el Camino. Yo soy el Camino [Juan 14:6].

Su camino es un camino de santidad y de renunciación a las cosas del mundo, con San Pablo nosotros tenemos que mirarlo todo como basura, juzgarlo como pérdida ante la sublimidad de conocer lo mas precioso que existe “Cristo” [Filipenses 3:8].

Con Cristo nosotros podremos darnos cuenta de su trabajo de purificación en nuestras almas, y podremos aprender a alejarnos de la maldad para poder así caminar siempre con El [Mateo 16:24].

El alma entonces dejará de buscar las cosas del mundo y de la carne y le ocurrirán muchos cambios que la llevaran a vivir para Dios únicamente [1 Juan 2:16].

Es dentro del alma que se imprime todo lo bueno y lo malo, y también dentro del alma que nosotros podemos sentir el Espíritu de Dios moviéndonos a hacer el bien, también podemos allí sentir el espíritu del mal tratando de convencernos de que vivamos de acuerdo los llamados de la carne.

El hombre carnal vive de acuerdo con las inclinaciones de las pasiones, se vuelve un esclavo del ellas y vive sin ningún deseo de Dios en él. Este hombre peca hiriendo de ésta manera su alma con pecado mortal a menos de que arrepienta y se vuelva como Cristo [Romanos 8:5].

Aquellos que son llamados a vivir para Cristo se tienen que arrepentir de sus pecados, enmendar sus vidas y vivir en conformidad con Su Espíritu [2 Crónicas 7:14].

El Espíritu Santo nos mueve a aceptar que Jesús es Señor, y si nosotros aceptamos su dirección entonces aprenderemos a escucharle y a obedecer Su Palabra para poder ser salvados [Romanos 10:9].

El hombre espiritual recibe la luz de la verdad y la verdad le libera [Romanos 8:2]. Sobre las alas del Espíritu podemos viajar con toda seguridad siguiendo nuestro llamado a la vida eterna [Isaías 40:31].

Las Cruces y la Cruz

Hay cruces casi “inevitables”: Ciertas edades, ciertos climas, ciertos trabajos, ciertos caracteres, ciertas convivencias, ciertas palabras, ciertos silencios, ciertos momentos….y uno debe asumirlas.

Hay cruces que te “endosan”: En forma de calumnia, en forma de contagio, en forma de palmada, en forma de convivencia, en forma de timo, en forma de contrato, en forma de chapuza, en forma de aislamiento…. Evito y soporto este tipo de cruces.

Hay cruces que “te atrapan”: Te atrapa la droga, te atrapa el placer, te atrapa la pasión, te atrapa el dinero, te atrapa el juego, te atrapa el falso amor, te atrapa la envidia, te atrapa el poder, te atrapa la fama….. Huyo de este tipo de cruces.

Hay cruces como “de temporada”: Cruces de adviento, cruces de cuaresma, cruces de Semana Santa, cruces de entierro y funeral, cruces de ayuno y abstinencia, cruces de casa de Ejercicios, cruces de Campaña a favor de…… No me fío de estas cruces.

Hay cruces de “competición”: Trabajo mas que nadie, disimulo más que nadie, aguanto más que nadie, callo más que nadie, sufro más que nadie, doy más que nadie, me mortifico más que nadie, rezo más que nadie…. Me río de estas cruces.

Hay, sin embargo, una cruz que admiro y me causa asombro; y con la que Puedo y debo cargar:

– La de quien procura que el otro no tenga cruz.
– La de quien ayuda al otro a llevar su cruz.
– La de quien se mortifica para no mortificar.
– La del que sufre sencillamente porque… ama.

¡Esta es la Cruz de Jesús!

La Vocación

¿Qué seré en esta vida?

Hay una experiencia que compartimos todos los seres humanos, todos nos hacemos preguntas. A todos nos inquieta el futuro, nuestro futuro, mi futuro. Me gustaría tenerlo todo claro, todo decidido, todo conseguido, pero la verdad es que no es así. En nuestra vida hay innumerables dudas. Pero entre todas ellas, hay una que posiblemente sea la que más nos aprieta:

¿Qué seré?
¿A qué me dedicaré en la vida para conseguir mi mayor objetivo, que es ser feliz?
¿Qué tengo que hacer para llevar a cabo los deseos y anhelos más íntimos de mi corazón, incluso aquellos que seguramente no me he atrevido a contar a nadie?

Todos necesitamos encontrar el sentido de nuestra vida, es decir, aquellos ideales por los que yo me decido libremente, y los convierto en mi razón fundamental para vivir y para actuar. La consecución de esos ideales se convierte para mí en apasionante motivo para luchar, esforzarme y superar las dificultades. Conseguirlo me hace feliz, da sentido a mi vida.

Pero esta búsqueda no siempre es fácil. Hay momentos en los que lo tenemos todo muy claro, pero en otros la confusión nos invade. Muchas personas se rinden en el camino y se conforman con encontrar pequeñas satisfacciones al momento actual y renuncian a construir un proyecto de felicidad, pero también es cierto que otros muchos, con tenacidad y constancia intentan caminar entre las dudas, y encuentran la luz.

Y en esta búsqueda los cristianos sabemos que no estamos solos. Dios, que no es una idea, ni un concepto, ni un mito; sino que, como dice el Catecismo, es nuestro Padre, vivo real y presente en la historia de los hombres, es quien nos ha llamado a la vida, y quien en el fondo ha puesto en nuestro corazón esas semillas de inquietud por conseguir unos ideales. Por eso, caminar con ese empeño nos hace felices, porque en el fondo es hacer fructificar las semillas depositadas por nuestro Padre en nosotros. Es responder a vocación a la que Dios nos llama.

Porque la vocación es eso, la llamada que Dios, que es Padre, nos hace a cada uno de nosotros a vivir nuestra vida según el proyecto que nos ofrece a cada uno de sus hijos.

Lo que yo haga en esta vida ¿no es sólo asunto mío?

Cada uno de nosotros no estamos en el mundo por casualidad. Dios nos llama personalmente a cada uno a vivir en este mundo, con un proyecto más grande, llegar a vivir la plenitud junto a Él.

Por el Sacramento del Bautismo somos hijos amados de Dios. Por tanto podemos llamar a Dios, Padre; y a todos los demás hombres y mujeres, les reconocemos como hermanos. El bautismo es una llamada a formar parte de un Pueblo, el Pueblo de Dios; a vivir como Comunidad, no vamos por libre y en solitario; a formar parte de la Iglesia, cuya cabeza es el mismo Cristo, el primer llamado y el que ha vivido la vocación de una forma más perfecta.

Si somos capaces de valorar nuestra vida como regalo de Dios, regalo único e irrepetible, seremos capaces de reconocer que la fe es un nuevo regalo que nos ofrece nuestro Padre. Entonces seremos capaces de salir al encuentro de Cristo, que se ha hecho hombre para encontrarse con nosotros y manifestarnos el amor de Dios a sus criaturas. Este encuentro nos hará descubrir que a cada uno de nosotros Cristo nos llama a una misión, llevar a mis hermanos la Buena Nueva de la salvación. Como en otro tiempo hizo con los Apóstoles, hoy nos dice a nosotros, “Id por todo el mundo…Anunciad el Evangelio de la salvación a vuestros hermanos….Sed mis testigos”.

La vocación cristiana es la llamada de Cristo a seguir su misión, esto es, a ser Sal de la tierra y Luz del mundo. El Papa Juan Pablo II ha dicho que “toda vocación cristiana encuentra su fundamento en la elección gratuita y precedente de parte del Padre. Él, como podemos leer en la Carta a los Efesios, nos eligió en Cristo para que fuéramos su pueblo… Él nos destinó a ser adoptados como hijos suyos, por medio de Jesucristo. La historia de toda vocación cristiana es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor”.

¿Cómo puedo saber qué quiere Dios de mí?

Para ser “sensibles” a la vocación es necesario “estar en la onda de quien nos llama”, esto es:
Descubrir que Dios es nuestro Padre. Dios no es un concepto, una idea, una fuerza anónima o un elemento de la mitología mas o menos fantástico. Dios, así nos lo vemos en el Antiguo Testamento y así nos lo presenta Jesús, es un ser personal, vivo, que ama y dialoga con sus criaturas. Y a quien en presente le presentamos nuestras súplicas, le damos gracias y le sentimos cerca.

Profundizar en el conocimiento de Jesucristo; tomar la determinación de seguir sus huellas, abriendo nuestra vida a la salvación y vivir la fe cristiana, es decir, vivir comprometidos con Cristo Jesús y fiándonos plena y gozosamente en él.

Es necesario ser sensibles a los problemas de nuestros semejantes, problemas materiales como la pobreza, la marginación o la injusticia, pero también problemas espirituales como pueden ser el hambre de Dios o la falta de valores, con la seguridad de que en nombre de Jesús también nosotros podemos tener una palabra o un gesto eficaz de salvación para nuestro mundo. Con todo lo que hemos dicho resulta fácil afirmar que todo proyecto de vocación cristiana pasa por pertenecer a la iglesia, es decir, formar parte de una comunidad de hombres bautizados, hombres y mujeres que han aceptado el proyecto de Jesús en sus vidas y se esfuerzan por vivirlo cada día de forma más plena.

En nuestra Iglesia, además, cada uno tenemos un puesto único. Dios acostumbra a llamar por nuestros propios nombres. Cada uno tenemos una responsabilidad. Cada uno debemos preguntarnos:

Señor, ¿qué quieres que haga?

La Iglesia tiene una misión de salvación en el mundo. Pero cada cristiano vive esa misión de una forma concreta según la llamada de Dios. Así lo dijo san Pablo en su carta a los Efesios (Ef. 4,11-13).

De acuerdo, yo quiero seguirte; pero ¿por dónde? En la Iglesia existen tres caminos de realización de la gracia del Bautismo. Tres vocaciones necesarias para la vida de la misma. Tres caminos de realización cristiana:

LA VOCACIÓN SEGLAR
El Sacramento del bautismo es una llamada de Dios a participar del ser y de la misión de Jesucristo. Es una llamada a la configuración progresiva con Cristo.
Esto le da al seglar una capacidad de ser otro Cristo en el mundo. Allí donde un cristiano realiza su misión conscientemente está presente la Iglesia de Jesucristo. El campo de acción del seglar es el mundo: la vida profesional, el centro de estudios, el barrio, la política, la familia etc…

LA VOCACIÓN A LA VIDA CONSAGRADA
Dios llama a hombres y mujeres a seguirle radicalmente con un estilo propio de vida.
Son cristianos que quieren seguir a Cristo en pobreza, no tener nada propio, sino al servicio de los demás; obediencia, vivir en disponibilidad total a la voluntad de Dios mediatizada en los superiores y la castidad, no formando una familia, pero dándose en un amor universal. Y todo ello viviendo en comunidad, es decir, en familia, entre hermanos.
Esta vocación se desarrolla con matices propios según el carisma del Fundador de una u otra congregación o instituto de vida consagrada. Los Fundadores han sido profetas que han sabido seguir a Jesucristo radicalmente en una época histórica concreta. Podemos recordar a muchos, por ejemplo Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Vicente de Paúl, Teresa de Calcuta, etc…

LA VOCACIÓN SACERDOTAL
El sacerdote es un hombre llamado por Jesús a ser todo para todos. Es un ministerio que se realiza como colaboradores del Obispo, sucesor de los Apóstoles. El sacerdote recibe el sacramento del Orden Sacerdotal mediante la imposición de las manos. Este gesto, realizado desde el principio por los Apóstoles, le une a una cadena sucesiva de hombres que han guardado la fidelidad a la tradición de la Iglesia; es decir, han querido ser fieles a los orígenes del cristianismo.

El sacerdote tiene en la comunidad tres funciones:

Predica la Palabra: Habla en nombre de Jesucristo para que quienes le escuchan le conozcan y se puedan convertir a él.

Preside los Sacramentos: Actúa en nombre de Jesucristo ante la comunidad. Preside la Eucaristía en la que proclama la Palabra de Jesús y parte y reparte a la comunidad el Cuerpo de Cristo, perdona los pecados, en nombre de Dios, y así en los demás Sacramentos.

Es Pastor y Guía del Pueblo: Aconseja, reprende, ilumina la fe, etc. Es decir, es el buen pastor que conoce a las ovejas y estas le conocen a él.

Tengo dudas, no sé qué hacer…

Si te inquieta vivir tu vocación cristiana, se sincero, paciente, humilde y valiente contigo mismo y pregúntale a Jesús:

Señor, ¿qué quieres que haga con mi vida?
¿Cuál es mi vocación?
¿Dónde y cómo podré servirte a ti y a los demás más y mejor?

La vocación es llamada de Dios. Pero hemos de tener la valentía de ponernos ante Él y preguntarle cuál es su voluntad.

La mayor alegría de un cristiano es poder decir un día: “Gracias, Señor, por encontrar mi vocación”, pues en definitiva ha encontrado su forma concreta de realización.

¿Qué vocación? Eso es cosa tuya y de Dios, pero no olvides que ya hay muchos jóvenes (y algunos no tan jóvenes) que te están diciendo: ¡SOY FELIZ!

¿Y tú?, ¿has empezado a buscar?, ¿has encontrado tu vocación?, ¿TE HAS DECIDIDO? Pero, sobre todo, no lo olvides, ÁNIMO, pues el resultado de tu búsqueda es tu camino para alcanzar la felicidad, y seguramente la de muchos más!

Lunes de Federico (3)

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Ecclesia semper reformanda

Federico ha mostrado su desconfianza hacia las ventajas que traen el ambiente, el lenguaje y el vestido clericales. Fidelio intenta hacer avanzar la discusión hacia temas que considera más esenciales.

–No has dicho nada nuevo. Ya se sabe desde el seminario: “Ecclesia semper reformanda: la Iglesia siempre está necesitada de reforma,” o como gustan decir hoy: de conversión. Lo que yo no veo es que el camino de la conversión sea el camino de la mediocridad o de la chabacanería.

–¿A qué te refieres?

–No es nada personal, Federico, pero mira esto: así como tú dices que debajo de una capa de sacralidad se esconde apetito de privilegios y otras bajezas por el estilo, así yo me atrevo a denunciar: debajo de esa capa de informalidad de muchos sacerdotes lo único que hay es mediocridad, ganas de vivir sin mayores compromisos, incluso temor de ser señalados. Es que no se nos olvide lo que ya dijo el Santo de Hipona, el gran Agustín, con palabras que puso en labios de la Iglesia misma: “¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud!” Te acordarás de mí: ya viene la persecución de nuevo contra la Iglesia, y como sucedió en la nefanda guerra civil española, no nos extrañe que muchos sean ejecutados por el sólo hecho de llevar con dignidad una sotana o un hábito religioso. ¡No podemos ser menores que ellos, mi respetado curita! ¡También nosotros estamos llamados a dar la buena pelea y a mostrar con valor a qué Cristo servimos con empeño y decoro!

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