Meditación de San León Magno, Sobre la Encarnación

La majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invul­nerable se une a la naturaleza pasible; de este modo, como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, pudo ser a la vez mortal e inmortal, por la conjunción en él de esta doble condición.

El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza huma­na, conservando la totalidad de la esencia que le es propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana. Y, al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que él asume para restaurarla.

Esta naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre ­se dejó engañar por el maligno, pero ningún vestigio de este vicio original hallamos en la naturaleza asumida por el Salvador. Él, en efecto, aunque hizo suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de nues­tros pecados.

Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo –por el cual, él, que era invisible, se hizo visible, y él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los mortales– fue una dignación de su misericor­dia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que, perman­eciendo en su condición divina, hizo al hombre es el mismo que se hace él mismo hombre, tomando la condición ­de esclavo.

Y, así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo, bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.

En un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra, el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible el que existía antes del tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo, el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto a las leyes de la muerte.

El mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, y en él, con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.

Ni Dios sufre cambio alguno con esta dignación de su piedad, ni el hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad. Cada una de las dos naturalezas realiza sus actos propios en comunión con la otra, a saber, la Palabra realiza lo que es propio de la Palabra, y la carne lo que es propio de la carne.

En cuanto que es la Palabra, brilla por sus milagros; en cuanto que es carne, sucumbe a las injurias. Y así cómo la Palabra retiene su gloria igual al Padre, así también su carne conserva la naturaleza propia de nuestra raza.

La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente Hijo de Dios y verdaderamente hijo del hombre. Es Dios, porque en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; es hombre, porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

El ejemplo de Cristo

Jesús Señor Nuestro amó tanto a los hombres, que se encarnó, tomó nuestra naturaleza y vivió en contacto diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con gentiles y judíos. Dialogó constantemente con todos: con los que le querían bien, y con los que sólo buscaban el modo de retorcer sus palabras, para condenarle. -Procura tú comportarte como el Señor.

El amor a las almas, por Dios, nos hace querer a todos, comprender, disculpar, perdonar… Debemos tener un amor que cubra la multitud de las deficiencias de las miserias humanas. Debemos tener una caridad maravillosa, »veritatem facientes in caritate», defendiendo la verdad, sin herir.

Más pensamientos de San Josemaría.

Cristo Rey – Poema de José Luis Martínez, SM

Por ser Hijo de Dios, Verbo encarnado,
porque en la cruz fue tuya la victoria,
y porque el Padre te vistió de gloria
con la luz del primer resucitado.

Por eso eres, Jesús, Rey coronado,
señor y Pantocrator de la Historia,
libertador de noble ejecutoria,
triunfador de la muerte y del pecado.

Ya sé que no es tu Reino de este mundo,
que es sólo dimensión de algo interior,
-lo más cordial del hombre y más profundo-
donde te haces presente y seductor;
allí donde tu encuentro es más fecundo,
allí donde tu Reino se hace Amor.

La esperanza es Cristo

“Hoy en día vivimos en una sociedad sin sentido, objetivos y sobre todo, sin esperanza. Vemos a Cristo como una herramienta que justifica nuestras ansiedades, temores y rencillas. Pero Cristo no es una herramienta y esto se evidencia en tantas personas que terminan desanimadas porque ven el mundo tambalearse y no lleva el final de los tiempos. ¿En quién ponemos nuestra esperanza?”

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Piensa en esto: «Él vino a morar entre nosotros»

“Debemos redescubrir el significado primordial y simple de la encarnación del Verbo, más allá de todas las explicaciones teológicas y los dogmas construidos sobre ella. ¡Dios vino a morar entre nosotros! Quiso hacer de este acontecimiento su propio nombre: Enmanuel, Dios con nosotros. Lo que Isaías había profetizado: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz a un hijo, que llamará Enmanuel» (Is 7,14) se ha convertido en un hecho realizado…”

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Sobre el “talante” de Cristo

¿Cuál era el “talante” de Cristo? ¿Qué podríamos decir de su talante, para que fuera referencia para todos nosotros que le seguimos como sus discípulos? — E.F.

* * *

Tu pregunta tiene una profundidad que puede resultar asombrosa: tu petición sobre el talante de Cristo. ¿Por qué?

Hay como tres razones principales:

Primera, porque uno suele mirar al talante de una persona para aplicarlo como modelo a una situación que uno está viviendo, pero resulta que muchas de las decisiones que afrontó Cristo no nos corresponden a nosotros directamente y mucho de lo nuestro no le corresponde a Él. Por poner un caso rápido y extremo; pensemos en la persona que tiene su matrimonio y entonces tiene que preguntarse hasta qué punto la suegra puede o no disponer cosas para evitar problemas con la esposa, es muy difícil aplicar ahí, qué haría Cristo o qué diría Cristo. Digamos que como frase bonita está bien pero es muy difícil de aplicar, entonces la primera dificultad que no encontramos es que es muy difícil trasladar a nuestra realidad lo que es la vida de Cristo y es muy difícil trasladarnos también a su realidad.

De hecho el pasaje que mencionas del capítulo segundo de San Pedro, habla de Cristo como modelo, pero lo plantea como modelo para una situación muy concreta que estaban viviendo los destinatarios de esa carta y era el trato justo, especialmente de aquellos que eran más humildes y que eran maltratados por sus amos, era un régimen de esclavitud, entonces les pone el ejemplo de como Cristo padeció, es un modo de argumentar un poco extraño para nosotros, pero bueno, eso es lo que tiene la carta de Pedro. Osea que plantear un modelo así como general de Cristo es difícil por las muy diversas situaciones que tenemos nosotros.

Otro ejemplo, una persona experimentando envidia en el trabajo es un poco difícil ver quien le tenía envidia en su trabajo específico a Cristo porque Cristo tenía un trabajo absolutamente único que era ser redentor de la humanidad. Tal vez alguien le podía tener envidia por su generosidad, su misericordia, su sabiduría, pero envidia laboral es muy difícil aplicarla a Cristo. Entonces este es un primer punto por el que esta petición tuya resulta compleja.

Lo segundo, por lo que resulta complejo es porque esa obra de imitar a Cristo, que por supuesto es algo que debemos hacer, no estoy diciendo que no lo debamos hacer. San Pablo dice: “Sigan mi camino, o imítenme como yo imito a Cristo”, osea que si es algo que debemos que hacer, claro que si. Pero en ese imitar a Cristo, la obra interior la hace fundamentalmente el Espíritu Santo, es decir es el maestro interior, el que nos va recordando aquellas palabras, aquellas actitudes de Cristo según la situación en la que nos encontramos, fíjate que esto conecta con lo anterior, de manera que nosotros podemos tomar unas enseñanzas generales sobre nuestra fe cristiana que es básicamente lo tenemos en los mandamientos y a partir de ahí la imitación de Cristo es algo absolutamente personalizado que se da según la obra del Espíritu en cada persona y por consiguiente eso va cambiando bastante de una persona a otra. Entonces el que tiene una situación con la suegra o el que tiene un problema de envidia laboral es guiado por ese Espíritu Santo.

Dicho de otra manera, el modo como la Iglesia trata este tema del seguimiento de Cristo es que hay mandamientos y hay consejos; los mandamientos son mucho más objetivos, son externos, se estudian por ejemplo en el catecismo de la Iglesia Católica. Pero a partir de ahí la imitación de quien es Cristo no es algo que esté por fuera de nosotros no es algo que este así como una lección que pueda aprenderse, sino que es la obra interior del Espíritu la que nos va mostrando a través de lo que se suele llamar los consejos, cual es la mejor manera de acercarnos a Cristo en situaciones que Cristo no vivió, en situaciones que los Apóstoles no vivieron, en situaciones que muchos Santos no vivieron, es decir, en la absoluta unicidad , en la absoluta particularidad de mi vida, qué es lo que Dios quiere eso se responde no con una especie de explicación exterior, sino con la acción interior que únicamente da el Espíritu Santo, ese es un segundo motivo.

Y el tercer motivo es que muchas de las enseñanzas de Cristo, tienen como aparentes contradicciones de modo que es muy difícil llegar a un solo modo de obrar. Por ejemplo, Cristo dice: “yo no he venido a abolir la ley” y luego San Pablo nos dice: “La ley quedó abolida.” Entonces en el mismo Nuevo Testamento me voy a encontrar con esa tensión. Cristo dice: “El que no junta conmigo desparrama”, pero también dice Cristo: “El que no nos está atacando, está con nosotros.” Cristo dice: “Pon la otra mejilla”, pero cuando a Él lo golpean entonces Él dice: “Por qué me pegas.” Entonces es muy difícil sacar como una norma de comportamiento, sacar como un código de comportamiento a partir de los Evangelios porque nos vamos a encontrar con estas contradicciones, nos vamos a encontrar con estas como paradojas y entonces ahí queda muy difícil.

En gran resumen, la manera de acercarnos al comportamiento de Cristo es; primero, conocer los Evangelios, recibir la gracia del Evangelio, suplicar el don del Espíritu. Aprender los mandamientos, esa es nuestra referencia exterior y luego interiormente empezar a mirar cual es la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros, por ahí va el camino.

Como te das cuenta tu pregunta es bien densa pero es muy bella y es una aclaración importante.

Un filólogo marxista confirma la autenticidad del más importante testimonio no cristiano sobre Jesús

“Recientemente, la autenticidad del testimonio de Flavio Josefo ha recibido una confirmación doblemente valiosa, porque viene de un experto pero no precisamente de un apologista del cristianismo. Se trata de Luciano Canfora, profesor de filología griega y latina en la Universidad de Bari. Es además miembro del comité científico de la Fundación Instituto Gramsci, que estudia la obra del filósofo comunista Antonio Gramsci (1891-1937), padre de las modernas estrategias leninistas de toma del poder a través de la cultura…”

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Un Himno al Buen Pastor

El Señor es mi pastor,
la vida ha dado por mí;
yo su voz he de escuchar
y suyo siempre seré
.

Yo soy el buen pastor,
doy la vida a mis ovejas,
por su nombre yo las llamo
y con gran amor me siguen.

Yo no soy el mercenario;
doy la vida a mis ovejas;
por su nombre yo las llamo
y con gran amor me siguen.

Yo conozco a mis ovejas
y ellas también me conocen,
como el Padre me conoce
y también conozco al Padre.

Tengo otras ovejas lejos
y es preciso que las traiga.
Mi llamado escucharán
y se hará un solo rebaño.

Mis ovejas mi voz oyen
y me siguen por doquiera.
Yo les doy la vida eterna
y ellas no verán la muerte.

Oda al Resucitado

ODA AL RESUCITADO

P. Antonio López Baesa

Mi corazón se agita con un hermoso canto;
las fibras de mi ser se templan de alegría
para decir la gloria de tu inmensa belleza.

Eres toda la luz que el mundo necesita;
eres todo el amor que el corazón reclama;
eres toda la paz que estalla en armonías.

Avanza victorioso sembrando la justicia
que sólo de ti esperan los pobres y abatidos:
¡destierra para siempre la opresión y el escarnio!

Un pueblo libre surge vitoreando tu paso,
reconociendo, oh Rey, que has vencido a la muerte
y a todos nos conduces a los eternos pastos.

El favor de tu Dios te ensalza y te corona
con la pura alegría de saberte el primero
entre muchos hermanos en tu victoria ungidos.

Eres el que fecunda todas nuestras tristezas;
eres el Nuevo Esposo, portador de ternuras,
que convierte en vergel los más adustos paramos.

En ti toda la verdad nos aguarda y trasciende;
en ti toda bondad nos acoge y eleva;
en ti toda belleza en Dios nos introduce.

Mi corazón se agita con un canto de fiesta:
has tocado mi lengua con tu inasible gracia
y mi carne rebosa de admiración y asombro.

Cinco meditaciones sobre la Muerte de Jesús

  1. Hacer verdaderamente el bien siempre afecta nuestros intereses, nuestra agenda, incluso nuestro cuerpo. Cristo Crucificado muestra en la extensión de su ser lo que significa “dejarse afectar” por hacer bien el bien.
  1. El mal es como una piedra muy pesada que va rebotando cuesta abajo por la montaña y con cada golpe cobra más fuerza. Es lo que sucede con el egoísmo, la violencia o la mentira. Y a medida que el mal va rebotando entre nosotros su recorrido siempre termina aplastando al final a los más débiles: el niño que no puede defenderse en el vientre materno; el adulto mayor, enfermo y solo, empujado a suicidarse; el discapacitado, que no tiene cómo argumentar que es útil a la sociedad; el desplazado por la fuerza del hambre o de la guerra. Cristo en la Cruz es aquel que escogió el último lugar, con la clara decisión de no pasar a otros el impacto que habría de recibir: Él es quien detiene el poder del mal, que parecía universal en su arrogancia.
  1. La Biblia nos enseña claramente quién está detrás de todo el odio contra Jesús. No hay duda de que hay factores políticos e incluso económicos pero detrás de todo ello está la acción siniestra del espíritu del mal, que detesta en Cristo particularmente la inocencia y la obediencia. Detrás de las espantosas torturas a que fue sometido el Señor está la formidable presión del demonio, que intenta romper el cristal de la inocencia inmaculada de Cristo, salpicándolo de odio, y sobre todo: romper el lazo de amor y obediencia que le une a Dios Padre. Como hemos dicho en otras ocasiones, lo que buscaba el diablo en Cristo es lo mismo que busca en nosotros: secuestrar y corromper su corazón. Tal es la batalla que fue librada en la Cruz, y por eso, la muerte de Cristo, en medio de oración y amor a Dios y a nosotros, es el gran exorcismo, es la gran victoria sobre el poder del demonio.
  1. En la Cruz de Cristo vemos el fracaso o por lo menos los límites de nuestras instituciones humanas: el Sanedrín, senado del pueblo escogido por Dios, condena a Dios a muerte; el Imperio Romano, que en otro tiempo dio al mundo una compilación maravillosa de leyes, ahora en cambio, a través de Pilato, el Procurador, comete la más flagrante injusticia; el valor de la amistad, que todos tenemos en tanta estima, muestra su límite en la cobardía de los discípulos; la opinión pública, y con ella toda forma de democracia, se revela impotente frente a las manipulaciones de los altos adversarios de Cristo… en síntesis, la Cruz nos enseña una sana desconfianza del hombre que solo se apoya en sí mismo, y por lo tanto: desconfianza de todo humanismo que le dé la espalda a Dios. El ser humano solo alcanza su plenitud volviendo a Quien es su Fuente, es decir, a su Creador y Redentor.
  1. Cristo, en el mismo Evangelio según San Juan, se llamó a sí mismo “la Puerta”. Y es bello ver al Crucificado precisamente como una Puerta: cercano a nuestros dolores, Cristo se ha hecho próximo y prójimo de todo aquel que sufre, incluyéndo, por supuesto, a quienes padecemos las consecuencias de nuestras propias culpas. Pero ya que Él se ha acercado a nosotros, acerquémonos nosotros a Él, y entremos por sus Llagas. Pasado el primer impacto de horror, encontraremos pronto su Corazón limpio, generoso, auténtico manantial de misericordia y bondad. Él nos ayudará a ver nuestros dolores o angustias de un modo diferente, en clave de ofrenda de amor. Y bautizados por ese amor, que tiene sabor de Cielo y de eternidad, podremos de un modo nuevo amar y servir a nuestros hermanos.

Las tres grutas místicas de Tierra Santa

“En la época de Constantino existían en la zona de Jerusalén y al sur de la ciudad tres grutas místicas muy importantes para los cristianos: la de la Natividad, la del Calvario y la del monte de los Olivos. Eran tan importantes para los cristianos, que el emperador Constantino creyó conveniente honorarlas oficialmente con la construcción de espléndidos edificios religiosos que son un gran tesoro hasta en la actualidad por lo importante que conmemora, tres eventos trascendentales en la vida de Jesús…”

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El sacrificio de Cristo y nuestra fe en su divinidad

No hace mucho me puse a ver un video sobre la filosofía de René Girard y su tesis del “chivo expiatorio” donde explica esta práctica tan común en las culturas antiguas de transferir los pecados del pueblo en una víctima inocente, a la cual inmolarían (como, de hecho, sucedía con los sacrificios de expiación del Pueblo de Israel). Ahora bien, Girard da un paso más adelante y asegura que de la inmolación de este chivo expiatorio, que restaura la comunión del pueblo afectado por el pecado, surge la “divinización” de la víctima inocente, al punto de instituir en torno a ella sacrificios, rituales, e incluso una casta sacerdotal que mantendría viva esta práctica, dando origen así a las diversas religiones de tiempos ancestrales. Ahora bien, como nunca faltan los enemigos de la fe al momento de presentar estos videos, hubo varias personas que identificaron esta figura del “chivo expiatorio” con Jesucristo, alegando que la fe cristiana no sería más que otra prolongación de esta práctica del “chivo expiatorio” donde se transfieren las culpas de todo el mundo en una víctima inocente que luego sería “divinizada” por sus seguidores, para luego crear todo un sistema religioso que comprendería actualmente nuestra Iglesia. Obviamente esta objeción me parece muy falaz, pero debo admitir que no supe responderla en su momento, y esto me llevó a querer consultarle lo siguiente: ¿Existe alguna relación entre el sacrificio único y expiatorio de Cristo con esta práctica ancestral presente en muchas otras culturas? — D.R.

* * *

El planteamiento de Girard o de sus seguidores pertenece a un grupo amplio de objeciones y ataques contra la fe según los cuales siempre se quiere presentar a Cristo como “un caso más” de alguna práctica pagana. Lo que tú mencionas se ha dicho con respecto a los milagros del Señor, a su Encarnación, a sus sabias enseñanzas y también con respecto a la resurrección. Al escuchar esta clase de reparos a nuestra fe es explicable que nos sintamos, por lo menos en un primer momento, desconcertados.

La manera de responder, en prácticamente todos estos casos, es básicamente el discernimiento entre lo que hay de común entre el modelo pagano y lo que Cristo hizo por nosotros.

Doy un ejemplo. Supongamos que alguien nos dice: “Los dioses del Olimpo tenían una comida “celestial”… es decir, lo mismo que ustedes los católicos dicen de la Eucaristía, que a veces es llamada “pan de ángeles”… ¡Se trata de la misma idea!” Examinemos ese planteamiento. En los mitos griegos y en los relatos de institución de la Eucaristía se habla de “comer” pero ¿hasta dónde sigue la similitud? No muy lejos: para empezar, lo esencial en la Eucaristía es el carácter de auto-donación de Cristo, algo que no está de ningún modo presente en las historias del Olimpo.

Algo semejante hay que decir con respecto a la postura de Girard o de sus seguidores: el hecho de que se realicen sacrificio en muchas culturas y luego se divinicen los animales sacrificados no va muy lejos. Los testimonios y razones para proclamar la divinidad del Señor no empiezan con su sacrificio sino con su vida misma, llena de pureza, bondad, coherencia: ¡su inmolación no empezó en la Cruz sino que su vida entera fue don, un don lleno de compasión, poder y verdad! Pensemos por ejemplo, en su autoridad para enseñar, sus milagros, su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, el hecho de que perdone pecados y se declare con serenidad “Señor del Sábado” (una de las instituciones claramente divinas en la Ley de Moisés).

En resumen: una simple comparación no indica ni causalidad ni dependencia.

Letra completa de TÚ REINARÁS

Tú reinarás, este es el grito
que ardiente exhalan nuestra fe
Tú reinarás, oh Rey Bendito
pues tú dijiste ¡Reinaré!

Coro:

Reine Jesús por siempre
Reine su corazón
en nuestra patria,
en nuestro suelo,
que es de María la nación.

Tu reinarás, dulce esperanza,
que el alma llena de placer;
habrá por fin paz y bonanza,
felicidad habrá doquier

Tu reinarás en este suelo,
te prometemos nuestro amor,
Oh buen Jesús, danos consuelo
en este valle de dolor

Tú reinarás, Reina ya ahora,
en esta casa y población
ten compasión del que implora
y acude a ti en la aflicción.

Tú reinarás toda la vida
trabajaremos con gran fe
en realizar y ver cumplida
la gran promesa: ¡Reinaré!

La Fiesta de la Transfiguración en el Oriente Cristiano

Fray Nelson: desde hace años he tenido una especie de fascinación por el mundo cristiano en Oriente, entre otras cosas porque fue de ellos de quienes recibimos el primer testimonio de la fe. He visto que la fiesta de la Transfiguración del señor, que para nosotros no tiene el mismo nivel de relevancia. ¿Por qué sucede eso? ¿Qué ven ellos que nosotros no vemos? Gracias. — K.L.

* * *

De una página de cristianos ortodoxos, “Rezar con los Iconos” tomamos la siguiente información, que confirma lo que has dicho:

Cristo es el centro de la Transfiguración. Hacia él convergen dos testigos de la primera Alianza: Moisés, mediador de la Ley, y Elías, profeta del Dios vivo. La divinidad de Cristo, proclamada por la voz del Padre, también se manifiesta mediante los símbolos que san Marcos traza con sus rasgos pintorescos. La luz y la blancura son símbolos que representan la eternidad y la trascendencia: “Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como no los puede blanquear lavandera sobre la tierra” (Mc 9, 3). Asimismo, la nube es signo de la presencia de Dios en el camino del Éxodo de Israel y en la tienda de la Alianza (cf. Ex 13, 21-22; 14, 19. 24; 40, 34. 38).

Dice la santa liturgia oriental, en el Matutino de la Transfiguración: “Luz inmutable de la luz del Padre, oh Verbo, con tu brillante luz hoy hemos visto en el Tabor la luz que es el Padre y la luz que es el Espíritu, luz que ilumina a toda criatura”.

Este texto litúrgico subraya la dimensión trinitaria de la transfiguración de Cristo en el monte, pues es explícita la presencia del Padre con su voz reveladora. La tradición cristiana vislumbra implícitamente también la presencia del Espíritu Santo, teniendo en cuenta el evento paralelo del bautismo en el Jordán, donde el Espíritu descendió sobre Cristo en forma de paloma (cf. Mc 1, 10). De hecho, el mandato del Padre: “Escuchadlo” (Mc 9, 7) presupone que Jesús está lleno de Espíritu Santo, de forma que sus palabras son “espíritu y vida” (Jn 6, 63; cf. 3, 34-35).

Por consiguiente, podemos subir al monte para detenernos a contemplar y sumergirnos en el misterio de luz de Dios. El Tabor representa a todos los montes que nos llevan a Dios, según una imagen muy frecuente en los místicos. Otro texto de la Iglesia de Oriente nos invita a esta ascensión hacia las alturas y hacia la luz: “Venid, pueblos, seguidme. Subamos a la montaña santa y celestial; detengámonos espiritualmente en la ciudad del Dios vivo y contemplemos en espíritu la divinidad del Padre y del Espíritu que resplandece en el Hijo unigénito” (tropario, conclusión del Canon de san Juan Damasceno).

En la Transfiguración no sólo contemplamos el misterio de Dios, pasando de luz a luz (“porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz”, cf. Sal 36, 10), sino que también se nos invita a escuchar la palabra divina que se nos dirige. Por encima de la palabra de la Ley en Moisés y de la profecía en Elías, resuena la palabra del Padre que remite a la del Hijo, como acabo de recordar. Al presentar al “Hijo predilecto”, el Padre añade la invitación a escucharlo (cf. Mc 9, 7).

La liturgia de la Transfiguración, como sugiere la espiritualidad de la Iglesia de Oriente, presenta en los apóstoles Pedro, Santiago y Juan una “tríada” humana que contempla la Trinidad divina. Como los tres jóvenes del horno de fuego ardiente del libro de Daniel (cf. Dn 3, 51-90), la liturgia “bendice a Dios Padre creador, canta al Verbo que bajó en su ayuda y cambia el fuego en rocío, y exalta al Espíritu que da a todos la vida por los siglos” (Matutino de la fiesta de la Transfiguración). También nosotros oremos ahora al Cristo transfigurado con las palabras del Canon de san Juan Damasceno: “Me has seducido con el deseo de ti, oh Cristo, y me has transformado con tu divino amor. Quema mis pecados con el fuego inmaterial y dígnate colmarme de tu dulzura, para que, lleno de alegría, exalte tus manifestaciones:

Oh Verbo Luz inmutable, Luz del Padre sin nacimiento:
con tu luz, que apareció hoy en el Monte Tabor,
hemos visto al Padre Luz y al Espíritu Luz que iluminan toda la creación.