Adoración!

La experiencia

Adorar es entregar a Dios nuestra propia inteligencia, que se rinde ante Él, y todo nuestro amor, que siente que arde en Él.

Es un acto que nos desprende de la cadena más profunda que nos ata: nuestro propio “yo”. Por eso, adoración significa liberación.


¿La adoración es sólo para los buenos?

La adoración es el acto propio del cielo, y por lo tanto es lo propio de los buenos, como leemos en el libro de los Salmos: “¡Alegraos en Yahveh, oh justos, exultad, gritad de gozo, todos los de recto corazón!” (Salmo 32,11).

Ahora bien, esta adoración celestial es perfecta, continua e irreversible. Por contraste, las experiencias de adoración que tenemos en la tierra son imperfectas, temporales y no definitivas.

Esto quiere decir que las experiencias, más o menos intensas, de adoración que Dios nos regala en esta vida mortal no son todavía el “premio”, sino una manera de invitarnos a crecer en fervor, obediencia y confianza hacia Él, que es la fuente de todo bien. Esta invitación Dios la concede no sólo a los que ya son “buenos”, sino muchas veces también a los “malos”, precisamente para atraerlos hacia su dulzura.

Un ejemplo ilustrativo es lo que le sucedió a Isaías, que, según él mismo nos cuenta, tuvo una intensa experiencia de la majestad divina. Y exclamó: “¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!” (Isaías 6,5).

Esto significa que esperar cosas maravillosas no por nuestros méritos sino por la generosidad inagotable de nuestro Dios, que de mil modos quiere atraernos hacia su amor.

¿Cómo entrar en adoración?

Propiamente la adoración es una gracia, un regalo del que nosotros no podemos adueñarnos ni podemos planificar completamente. Pero sí hay mucho que podemos hacer.

Actitud fundamental

Lo más importante es el deseo de amar a Dios por ser quien es, porque es bueno y porque todas sus obras, incluso las que no entendemos o no nos gustan, están selladas por su sabiduría y su compasión. Si este deseo está en nosotros, y lo acrecentamos tanto como podemos, ¡ya hay una buena base para la adoración!

Actos de adoración

El deseo crece si nuestra atención se concentra en las bondades de Dios, en los bienes que nos ha dado y los males de los que nos ha librado. En este punto nos ayudan extraordinariamente muchos salmos y también los buenos libros de devoción.

Incluso frases sencillas pueden hacernos mucho bien: “Dios mío, te amo”; “Señor, te adoro con todo mi corazón”; “Que todos te conozcan y todos te amen, Señor”; y muchas más.

Ser iglesia

Uno de los peligros de la adoración, mal entendida, es convertirla en un acto individualista que nos aisla de la comunidad de creyentes.

La realidad es otra: adorar es un acto esencialmente comunitario, como lo describe portentosamente el libro del Apocalipsis:

Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: “La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Apocalipsis 7,9-10).

Hay que tener prudencia, sin embargo, porque ser “multitud” no significa ser “masa”. Algunos eventos de adoración caen en ese peligro, llegando a convertirse en una especie de “escape” semejante a la histeria de los conciertos de rock.

El espíritu de adoración, al contrario, es ordenado, emotivo pero sosegado, con una intensa dimensión sacramental y de unión con nuestros legítimos pastores.

Uso de la música

No hay duda del papel positivo que la música puede cumplir en la unificación de nuestro ánimo y de nuestros afectos, y en la experiencia de la armonía que Dios viene a crear en el alma.

Ya se trate del canto gregoriano, de las sencillas melodías carismáticas o de algunos devotos cantos populares, la música es un instrumento que no debe ser despreciado.

Sin embargo, no hay que sobrevalorar lo musical, ni convertirlo en un requisito para tener una buena experiencia religiosa. Y sobre todo hay que cuidarse de idolatrar a quienes tienen dones especiales para este ministerio.

Adoración eucarística

Un espacio aparte merece la adoración eucarística, porque en la Santísima Eucaristía tenemos la presencia más perfecta de Cristo en esta tierra.

Además, el silencio, el recogimiento y la postura corporal que solemos encontrar en las capillas donde está el sagrario son una verdadera invitación a dejarnos llevar por el amor y entregar todo nuestro ser en adoración a Dios.

La piedad eucarística, sin embargo, no debe desligarse del resto de la vida cristiana. Es muy doloroso descubrir la insensibilidad que muchos de los piadosos tienen cuando se trata de temas sociales, políticos, culturales o teológicos. A veces parece que no les interesara sino su perfección “espiritual” y mantener una “paz” que en el fondo es aislamiento de los dolores y dramas que otros padecen.

Esta insensibilidad hace que quienes arden de celo por la justicia, o que se apasionan por la naturaleza, la historia o la cultura, miren con desconfianza este espiritualismo que se les antoja caprichoso y egoísta.

Por el contario, la verdadera devoción eucarística tiene en cuenta el repoche de Pablo: Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. (1 Corintios 11,20-21)

Nada puede y debe hacernos más sensibles al dolor del hermano que aquel Cuerpo Santísimo en el que todos somos uno.

En realidad, vivir la adoración eucarística es comulgar con el Corazón de Cristo. Es participar de los torrentes de misericordia que Dios destina al mundo y participar de la caridad infinita del Señor, que dijo: “Siento compasión de la gente…” (Mateo 15,32).