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Hija de campesinos, Juana de Arco nació en 1412 en Donremy, Francia.
Jamás aprendió a leer y a escribir. Pero, su madre que era muy piadosa, le infundió una gran confianza en el Padre Celestial y una tierna devoción hacia la Virgen María.
A causa de los estragos de la invasión de los ingleses, Francia atravesaba una difícil situación. Por revelación divina, la Santa supo que su misión era salvar a la patria y al rey de las manos de Inglaterra.
Sin embargo, los familiares, amigos y oficiales de la corte francesa, desoyeron su petición de sostener un encuentro con el rey. Al fin, luego de muchos intentos, Juana de Arco conversó con el monarca, quien se quedó impresionado de la sabiduría y revelaciones de la Santa.
Los ingleses habían invadido y dominado casi toda Francia; sólo faltaba una ciudad importante: Orleans. Por petición de Santa Juana, el rey Carlos y sus militares le concedieron el mando sobre las tropas, nombrándola capitana.
Juana manda confeccionar una bandera blanca con los nombres de Jesús y de María. Al frente de diez mil hombres se dirige hacia Orleans, donde logra un triunfo glorioso. Luego, se dirige a otras ciudades, donde consigue la victoria y la libertad del dominio inglés.
No obstante, debido a envidias y ambiciones entre los miembros de la corte del Rey Carlos VII, éste retira a Juana de sus tropas, cayendo herida y hecha prisionera por los borgoñones en la batalla de París.
Santa Juana fua abandonada por los franceses. Mas, los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel, pagando más de mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la entregaran, siendo sentenciada a cadena perpetua.
En la prisión sufrió las más terribles humillaciones e insultos. Pero, se mantenía adherida a la Cruz del Señor, a la protección de la Madre del Cielo y de San Miguel Arcángel.
Los enemigos de Juana la acusaron de utilizar brujería y conjuros para obtener las conocidas victorias en Francia. Juana de Arco siempre negó todas las acusaciones, y pidió que el Pontífice fuese el que la juzgase.
Todos desoyeron su petición, y la condenaron a padecer en la hoguera. Murió rezando. El mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba, y encomendarse a Nuestro Señor. Era el 30 de mayo de 1431. Tenía apenas 19 años.
Fue beatificada por Pío X el 11 de abril 1909, y canonizada por el Papa Benedicto XV el 16 de mayo de 1920.
Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó: "¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?" Contestaron: "Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo." Pablo les volvió a preguntar: "Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?" Respondieron: "El bautismo de Juan." Pablo les dijo: "El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús."
Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses habló en público del reino de Dios, tratando de persuadirlos.
¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? (Hechos 19,1-8)
Salmo
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, / huyen de su presencia los que lo odian; / como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios. R.
En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor, / su nombre es el Señor. R.
Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece. R
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios." Les contestó Jesús: "¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo."
Como aquellos judíos de Éfeso, hoy parece haber buen número de cristianos que no han tenido experiencia de la obra del Espíritu Santo renovando y transformando sus vidas. 4 min. 27 seg.
La fe no nace ya perfecta sino que debe crecer por lo menos en dos direcciones: (1) Centrarse cada vez más en lo que Dios puede y no en lo que nosotros no hemos podido; (2) Pasar del simple pensar correcto al obrar coherente. 8 min. 7 seg.
Los Hechos de los Apóstoles nos van contando la proyección del Evangelio a impulsos del Espíritu Santo, verdadero protagonista de esta obra. 4 min. 41 seg.
Sólo la unión a Cristo y la confianza en Él hace que la fe sea perfecta en el momento en que llegue la tribulación, la persecución, la soledad, la burla e incluso el martirio. 5 min. 55 seg.
El Espíritu, que da la certeza y el gozo de ser hijos de Dios, y sobre esa base, la certeza de ser coherederos con Cristo, hermanos de quienes han renacido como nosotros, y abiertos al misterio inagotable del amor divino. 8 min. 55 seg.
El camino básico de la formación cristiana es: la predicación de los apóstoles, aceptación de la fe, celebración de los sacramentos, efusión del Espíritu Santo y expresión de la vida en el Espíritu. 4 min. 45 seg.
Una vez que una persona tiene tanto amor a Dios, a la verdad, al Reino, a la justicia es capaz de quedarse solo y decir como Cristo ?Yo he vencido al mundo?. 4 min. 4 seg.
Ni la mediocridad ni el conformismo han de hacernos "fraternos"; ni la arrogancia o el egoísmo hacernos "independientes": sólo el Espíritu nos da la medida de correcta soledad y genuina fraternidad. 5 min. 6 seg.
La verdad llega a mi corazón y lo conquista por eso el arrepentimiento, pero necesitamos la conquista del amor nuevo que nos fascine por Dios y su obra y ese amor nos lo da el Espíritu Santo. 5 min. 39 seg.
Para llevar una vida verdaderamente cristiana debemos ver que existe diferencia entre dejar de ser malo y ser realmente bueno en Jesús, ser como Él, ser bueno para darle gloria a Nuestro Señor. 5 min. 5 seg.
El mundo no pudo con Jesús, Él sabe que esa batalla es muy asfixiante; pero junto al Señor no seremos vencedores de esa lógica del mundo. 3 min. 40 seg.
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1.1 Parece fuera de duda hoy que en los primeros tiempos del cristianismo no estaba tan clara para todos la diferencia entre el bautismo de Juan y el bautismo en el nombre del Señor Jesús.
1.2 La figura señera del Bautista, con su vigor de profeta sin tacha, tuvo que fascinar a las multitudes, pues no pueden explicarse de otra manera las descripciones que nos dan los evangelios sobre su ministerio a orillas del Jordán. No es extraño que algunos pudieran ver en Jesucristo un continuador de la grande y valiente obra del predicador asceta y mártir, el gran Juan. Esta idea podía quedar reforzada por la continuidad cronológica que de hecho se dio entre el ministerio de Juan y el de Cristo, como lo dice expresamente Marcos: Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios (Mc 1,14).
1.3 Por ello la Carta a los Hebreos incluye entre los temas de la catequesis elemental la enseñanza sobre los bautismos (Heb 6,2), porque seguramente se había vuelto cosa sabida que había que aclarar ese punto de doctrina.
1.4 Pablo, en el texto de la primera lectura, da el argumento fundamental cuando sitúa el bautismo de Juan en su contexto propio: una señal de arrepentimiento nuestro, por una parte, y una señal de esperanza en el Mesías futuro, por otra parte. Lo que prima allí es que NOSOTROS nos arrepentimos y NOSOTROS aguardamos salvación. Por el contrario, en el bautismo cristiano lo que prima es que DIOS nos perdona nuestras culpas y DIOS nos concede salvación. La obra de Juan es grande porque lleva al ser humano a su mejor disposición para que Dios obre, pero ciertamente no reemplaza a la obra de Dios en Cristo, ni puede compararse con ella.
2. Vencer al mundo
2.1 La frase de Jesús en el evangelio de hoy, puesta en boca de algún otro, sonaría a simple locura: Yo he vencido al mundo. ¿Cuál es ese mundo y qué significa haberlo vencido?
2.2 Pueden orientarnos tantas expresiones que hemos venido oyendo en estos capítulos de Juan. Por ejemplo: Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia (Jn 15,18-19). Y en otro lugar dice: Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17,14). Pertenecer al mundo es estar bajo su imperio; estar en el mundo sin pertenecer al mundo es vencer al mundo.
2.3 El concepto clave es que el mundo ama lo que le pertenece y odia lo que se le escapa. Como por otra parte no podemos habitar en otra parte que no sea mundo la única alternativa es aquello que pide para nosotros el Señor cuando ora a su Padre: No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno (Jn 17,15).
2.4 Amar sólo lo que a uno le pertenece es precisamente desfigurar el sentido del amor. Un amor que se obliga a volver sobre sí mismo es la definición de la conveniencia y del egoísmo, es el terreno propio del placer estéril y de la vanidad entronizada. Tales son efectivamente los vicios propios del mundo : amar solamente hasta el borde de las propias conveniencias, o con otras palabras: comprar y vender; comprarlo todo y mantener todo en oferta, ya se trate de la paz, la conciencia, el cuerpo, la mujer, la patria.
2.5 Cristo ha vencido al mundo amando al mundo, es decir, dándole lo que él no puede dar. Y aquí vendrá la gran paradoja: el mundo no puede responder al amor gratuito sino con odio gratuito. No puede recibir algo que no pueda comprar porque no quiere tener algo que no pueda vender. Y por eso odia con injusticia y sin remedio a la vez. Cristo, por su parte, sabiendo esto, ama irremediablemente al que le odia irremisiblemente, y así manifiesta de quién procede y hacia quién nos dirige. ¡Gloria a Dios!