Lunes de Federico (6)

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La Hermana Libertad

–Muy interesante lo que planteas, y merecería más comentario, pero yo creo que ahora nos toca concentrarnos en lo de la Hermana, que, como no trae hábito, es solo ciudadana del universo y, de lo mismo normal, no es tan fácil de ubicar…

–¿No podía faltar el toque de ironía, ah? No cambias, padrecito, ¡no cambias! Mírala nada más llegar: es aquella de la chaqueta roja.

–¡Hola, Renata! ¡Hola, Federico! ¿Y a qué debo esta recepción tan solemne, con representación del clero y todo?

–A ver, hablo yo, que soy el clérigo aquí. Pero, espera te ayudamos con todas esas maletas. ¿Te tocó pagar sobrecupo?

–¡Yo pensé! Pero al final me puse a contarle al empleado allá que la mayor parte de ese peso eran libros, y que sin el peso de libros jamás se alivia la carga de un pueblo. Esa frase le gustó, creo yo, por la cara que hizo, y ¡aquí estoy!

–Bueno, vamos saliendo del aeropuerto, propongo yo, Libertad, porque a Federico ya ves que le están llegando los años, y a veces como que no oye bien, menos aún con este ruido.

–¡Renata siempre hablando por mí! Pero, si voy a ser sincero, una cosa es real: los años no pasan sino que se le quedan a uno dentro. Y creo que eso influye en que uno se ponga más trascendental. Creo que el tipo de preguntas que resulto haciéndome ahora son como las de un adolescente: ¿Adónde voy? ¿Qué quiero de mi vida? Cosas así.

–¿Y esas preguntas te trajeron a recibirme al aeropuerto? ¡Bienvenidas sean!

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Haciendo de una difamación una ocasión para evangelizar

Ante el inminente estreno de la versión cinematográfica del libro de Dan Brown, «El Código Da Vinci», la Conferencia del Episcopado Mexicano ha emitido un documento en el cual analiza, objetivamente, la actitud de los fieles ante este acontecimiento.

Dado que se trata de un best-seller mundial y que podría ser visto en la pantalla grande por hasta 800 millones de seres humanos, la Iglesia católica mexicana quiere dirigir una palabra a los católicos del país y del mundo, sobre todo, para que aprovechen esta coyuntura y se preparen para hablar de Cristo desde la verdad.

Por el interés que presenta el documento, lo reproducimos en su totalidad (gentileza de ZENIT.ORG).

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Lunes de Federico (5)

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De camino al aeropuerto

Federico y Fidelio han terminado de modo casi abrupto su conversación, pero las ideas siguen bullendo, como el café recién hecho, en la cabeza de Federico.

–¡A ti quería verte, Renata!

–Federico, ¡mucho gusto verte! ¿Tomando un café para vencer el frío?

–Sí, aunque ni mucho café tomé. Vieras tú: estaba con el Reverendo Padre Fidelio, y acabamos de tener una conversación de lo más interesante. Es buen tipo, el Fidelio.

–Sí lo vi salir de esta misma cafetería con cierta prisa. Él iba por la otra acera y no me saludó, me imagino que porque se le hacía tarde para el rezo. Pero como tú dices: es un buen hombre. ¿Y por qué querías verme?

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Lunes de Federico (4)

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La cuestión de la autocrítica

La Iglesia es a la vez majestuosa y servidora, y nuestros dos interlocutores han ido descubriendo la racionalidad de estos dos enfoques. Pero ¿qué decir de la capacidad de examinarse a sí misma la Iglesia?

–El problema, para mí, es que esa visión permite poca autocrítica. Si la Iglesia tuviera siempre santos y celosos pastores, humildes y llenos de celo apostólico, no habría problema en que se vistieran como quisieran. Pero la Iglesia es humana también, Fidelio, y no podemos meterla en una burbuja intocable de espiritualidad solamente para sustraerla de la crítica. Es algo así como: “A la Iglesia sólo la puede examinar la Iglesia.” Yo veo un riesgo de totalitarismo ahí, y creo que la Historia me da la razón.

–Depende de qué historiador consultes. Mi propia opinión es que no ha sido la crítica “exterior” la que ha traído los verdaderos bienes a la Iglesia. Nadie puede mirarla de modo completamente desinteresado. Si crees en Cristo, si crees en Cristo hasta el fondo, sólo la puedes considerar tu Casa, tu Fuente Nutricia, tu Madre y Maestra. Si no crees en Cristo sólo la puedes mirar como una amenaza, porque de Cristo viene la enseñanza que nos impide idolatrar cualquier forma de poder, de riqueza o de conocimiento. Así que es un sofisma eso de que uno puede tener una mirada “externa” sobre la Iglesia. O la amas, hasta dar tu vida por Ella, o la detestas y tratas de recluirla en la sacristía o el campo de concentración. Yo por mi parte, tengo muy clara mi opción: quiero a mi Iglesia y no me avergüenzo de mostrar que la quiero.

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Lunes de Federico (3)

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Ecclesia semper reformanda

Federico ha mostrado su desconfianza hacia las ventajas que traen el ambiente, el lenguaje y el vestido clericales. Fidelio intenta hacer avanzar la discusión hacia temas que considera más esenciales.

–No has dicho nada nuevo. Ya se sabe desde el seminario: “Ecclesia semper reformanda: la Iglesia siempre está necesitada de reforma,” o como gustan decir hoy: de conversión. Lo que yo no veo es que el camino de la conversión sea el camino de la mediocridad o de la chabacanería.

–¿A qué te refieres?

–No es nada personal, Federico, pero mira esto: así como tú dices que debajo de una capa de sacralidad se esconde apetito de privilegios y otras bajezas por el estilo, así yo me atrevo a denunciar: debajo de esa capa de informalidad de muchos sacerdotes lo único que hay es mediocridad, ganas de vivir sin mayores compromisos, incluso temor de ser señalados. Es que no se nos olvide lo que ya dijo el Santo de Hipona, el gran Agustín, con palabras que puso en labios de la Iglesia misma: “¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud!” Te acordarás de mí: ya viene la persecución de nuevo contra la Iglesia, y como sucedió en la nefanda guerra civil española, no nos extrañe que muchos sean ejecutados por el sólo hecho de llevar con dignidad una sotana o un hábito religioso. ¡No podemos ser menores que ellos, mi respetado curita! ¡También nosotros estamos llamados a dar la buena pelea y a mostrar con valor a qué Cristo servimos con empeño y decoro!

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Lunes de Federico (2)

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Los buenos ejemplos

Federico ve en su modo sencillo de vestir un modo de servir más directamente al pueblo de Dios. Fidelio quiere opinar al respecto.

–Nobles deseos, hermano mío, nobles deseos que no debes dejar perder, aunque la herrumbre de los años y el viento solano de las tentaciones quieran resecar tu corazón inquieto. Todos pasamos por dificultades y desiertos, pero el que usa los medios que la Iglesia le ofrece sale victorioso más pronto y mejor. Por eso yo amo mi sacerdocio y quiero mi sotana. Para mí no es una obligación ni un castigo. No es un pretexto para privilegios sino un modo de servir a la grey del Señor. ¿Y qué puede ser más necesario hoy, Federico, que vemos a la juventud tan descarriada y a la familia sitiada por todas partes? Para mí la sotana no es un fin sino un medio. ¿Cuántas veces me ha sucedido que voy por un parque, por ejemplo, rezando mi rosario o simplemente contemplando el paisaje delicioso, y algún muchacho se me acerca y me consulta algo? ¡Si yo te contara las conversiones que se han dado gracias a estos trapitos que tú desprecias tan fácilmente! Cada vez que eso sucede yo solamente me digo: “Loado sea mi Señor: si yo no hubiera llevado mi sotana, esa alma jamás hubiera encontrado el camino.”

–Tú sabes, Fidelio, que yo te respeto, y si alguna vez hago un chiste es por distensionar el ambiente y para que no te me pongas más clérigo de la cuenta. Pero ya hablando en serio: yo tengo un pequeño reparo que hacer a tu historia, que es muy linda, la de las confesiones en el parque…

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Lunes de Federico (1)

De acuerdo: hablemos de hábitos y sotanas

Creo que conozco ya las dos versiones: hábito usado todo el tiempo y hábito usado poco o casi nunca. Lo primero, en Chiquinquirá y Bogotá; lo segundo, en Villavicencio y Dublín. ¿Con qué me quedo a fecha de hoy?

La legislación oficial de la Iglesia es clara al respecto: sacerdotes y religiosos deben identificarse por su vestido; la práctica común en la Iglesia también es clara: muchos sacerdotes no se identifican por su traje y muchos más usan ropa clerical sólo cuando les conviene.

Dos refranes compiten en esta materia. Uno dice: “el hábito no hace al monje;” el otro dice: “no sólo hay que serlo sino parecerlo.” Hasta un cierto punto, dos mentalidades colisionan también aquí: los de “hábito o clergyman siempre” suelen ser más conservadores o de derecha; los de “ropa normal” suelen ser más progresistas o de izquierda. Muchos de los que se visten juiciosamente “como padrecitos” son cercanos a las curias, los obispos y los seminarios; los que no parecen tan “padrecitos” prefieren o dicen preferir el trabajo “de campo” y aparentemente les interesa menos trepar por lo que a veces llaman la escalera del poder. Digo todo esto no por simple estereotipo sino para que seamos conscientes desde el principio que en esto concluyen más factores y dimensiones de las que uno pensaría inicialmente.

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Hablemos de neutralidad (10)

10. El Estado laico y algunas conclusiones

Mientras que el laicismo se propone eliminar la religión, por lo menos del ámbito público, un Estado laico es aquel que reconoce que no es de su competencia imponer ni suprimir lo religioso. Cuando el Estado usa su poder para oficializar una religión y la privilegia de modo que de hecho causa discriminación contra quienes tienen otra creencia en realidad no está sirviendo a la religión. Esta es una tentación casi invencible para el Estado confesional, como se sabe.

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Hablemos de neutralidad (9)

9. ¿Hay alternativa?

La neutralidad religiosa es un no a Dios, envuelto en cierta cortesía. Si en un país el 90% de la gente cree en Dios pero no puede hacerle homenaje público a él por respeto al 10% que no cree, quiere decir que en ese país se está irrespetando, con toda cortesía pero con toda claridad, al 90% creyente. La neutralidad es tiranía de la minoría agnóstica, que una vez en el poder político (ejecutivo) desde allí teje la red de los otros poderes: mediático, económico, legislativo o incluso judicial. Pretender que la religión cristiana existirá en tales circunstancias es una ilusión, si uno es cristiano, y una farsa, si uno no lo es y detenta el poder.

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Hablemos de neutralidad (7)

7. Neutralidad y laicidad

Una cosa es hablar de Estado laico y otra hablar de Estado religiosamente neutro. Y una cosa es el Estado laico y otra el Estado laicista. El llamado Estado religiosamente neutro y el Estado laicista terminan coincidiendo en el propósito de eliminar la presencia pública de la religión. El comunismo que imperó en casi todo el siglo XX en Rusia, por ejemplo, era laicista; la mayor parte de los gobiernos actuales en Europa provienen de una tradición religiosamente “neutra.” El efecto final es que lo expresamente cristiano debe diluirse, eliminarse, olvidarse o convertirse en simple objeto de burlas y juicios parciales.

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Hablemos de neutralidad (6)

6. ¿Hay mediación entre religión y no religión?

El concepto del Estado como “religiosamente neutro” nació de la necesidad de arbitrar entre religiones, y por tanto, partió de la base de que las religiones existen. Sin embargo, la mediación entre los creyentes implica a la larga dos cosas: (1) Públicamente se admiten unos valores, los del “común denominador” (básicamente cristiano) de que hemos hablado; (2) Explícitamente se rechaza que otros valores, los peculiares de las confesiones religiosas en conflicto, se consideren públicos, en el sentido de normativos, pues ello iría en desmedro de las demás confesiones.

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Hablemos de neutralidad (5)

5. Lo que no responde el pragmatismo

Como la misión del Estado religiosamente neutro era servir de mediación entre grupos cristianos sobre la base de su mínimo común denominador, es apenas natural preguntarse qué sucedió con esa misión cuando los conflictos de religión fueron quedando atrás, en parte por el éxito de la gestión del mismo Estado-Árbitro. En la práctica, lo que sucedió, o mejor, lo que está sucediendo, es que ahora ese Estado se presenta como mediador entre todos, y ahora la expresión significa: gente con religión o sin ella. El fenómeno pervade Europa y quisiera entrara a pie firme en EEUU, aunque no lo logra con los resultados que quisiera.

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Hablemos de neutralidad (4)

4. ¿Qué tan seculares?

El Estado neutro nació ya “secular.” La palabra hay que ponerla entre comillas porque en realidad no es lo que significa. En efecto, como ya mencionamos, los valores que promueve ese Estado secular no son otra cosa que el mínimo común denominador de los grupos cristianos que estaban en conflicto cuando él nació. Esto es particularmente visible en dos tópicos relacionados: los derechos humanos y los lemas de la Revolución Francesa.

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Hablemos de neutralidad (3)

3. El Derecho de Arbitramento del Estado sobre la religión

La necesidad de arbitraje entre las religiones no surgió de la nada sino de la Reforma Protestante. Luchas religiosas ha habido probablemente en todas las épocas; lo que no se había dado es que surgiera un árbitro aceptado por las partes en contienda. Usualmente, la persona de fe considera que su punto de vista no puede ser adecuadamente juzgado si no es comprendido “desde dentro.” Una actitud así hoy sería calificada de “fundamentalismo.” Para nosotros es natural hoy pensar que hay derechos y deberes que no dependen de las ideas filosóficas o religiosas de la gente. Pero, ¿cómo llegó a parecer natural que las cosas debían ser de ese modo?

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (10)

Nuevas perspectivas

Sin embargo de lo dicho, sigue como especie de deuda pendiente el reto de la enseñanza moral de la Iglesia. Las grandezas y riquezas del Concilio seguirán de algún modo sepultadas mientras no se aclare la cuestión hermenéutica, es decir, cómo hemos de entender “lo humano”: con qué racionalidad y en qué términos de lenguaje. Esa cuestión es alimentada y alimenta a su vez al problema moral por excelencia, según Kant: ¿qué debo hacer?

La pregunta moral es completamente humana, por una parte; y es de absoluto interés para los cristianos, por la otra. Como vimos en el caso de Juan Pablo II, una teoría demasiado completa y razonada de la propuesta moral cristiana puede introducirnos en el mismo callejón sin salida de la frase aquella: “vamos a explicar a todos qué es la Iglesia…”

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