Hablemos de neutralidad (5)

5. Lo que no responde el pragmatismo

Como la misión del Estado religiosamente neutro era servir de mediación entre grupos cristianos sobre la base de su mínimo común denominador, es apenas natural preguntarse qué sucedió con esa misión cuando los conflictos de religión fueron quedando atrás, en parte por el éxito de la gestión del mismo Estado-Árbitro. En la práctica, lo que sucedió, o mejor, lo que está sucediendo, es que ahora ese Estado se presenta como mediador entre todos, y ahora la expresión significa: gente con religión o sin ella. El fenómeno pervade Europa y quisiera entrara a pie firme en EEUU, aunque no lo logra con los resultados que quisiera.

Es bien interesante–y no menos preocupante–esta nueva tarea que el Estado se impone (¿o que usurpa?). Para la mediación entre cristianos el terreno común eran los temas de la predicación apostólica trasvasados a enunciados generales gracias a siglos de teología y filosofía de cuño cristiano; pero para esta nueva mediación, ¿cuál es el terreno común?

Mi opinión es que no existe una respuesta obvia y completa desde lo téorico, sino sólo posturas prácticas. En contraste con las antiguas disputas de protestantes y católicos, que tenían grandes referentes, como decir: la Biblia, la conciencia o el destino eterno, esta nueva mediación es un asunto de tratados económicos, bienestar tangible y pragmatismo político. La circulación del dinero y la implantación del bienestar son las promesas con que la clase política se justifica a sí misma, mucho más que el poder de las ideas o la estatura de los valores.

Síntomas de ello son, ante todo, estos dos: el desdibujamiento del ideario de los partidos políticos y la ingenuidad al abordar las diferencias culturales, raciales o religiosas.

Sobre lo primero, no hay mucho más que comentar. Miremos a Tony Blair, por dar un ejemplo, y preguntemos en dónde se sitúa políticamente. La respuesta, lo mismo que con Rodríguez Zapatero o Chirac es un vago “socialismo” en el que la medida de lo privatizado y lo estatal nunca se termina de definir, pues depende simplemente de las preferencias coyunturales de sus eventuales electores. Estamos ante el fenómeno de gobernantes gobernados por las encuestas, y de encuestados gobernados por el poder del mercado y la publicidad. Al final nadie sabe quién gobierna, por lo menos en el sentido de que nadie sabe qué valores estarán en pie ni cómo se entenderán las palabras a la vuelta de una generación.

Sobre la “ingenuidad” (artificial, por supuesto) habría mucho que comentar, en cambio. Es impresionante cómo todo se quiere reducir a que la gente quiere más pan o más circo. Después de los recientes hechos de violencia callejera en varias ciudades de Francia algún comentarista político acotaba: “En esto no hay nada de raza o de religión; es la falta de movilidad social lo que produce el vandalismo.” Y “movilidad social” significa que las tajadas del poder, el tener y el placer resbalen hasta la base de la pirámide y no se queden atascadas sólo en su cúspide.

Por supuesto, no todos son igualmente ingenuos. Una voz que no se presenta como católica, ni mucho menos, la de Alvaro Vargas Llosa, ha apuntado que “El multiculturalismo de Francia es mayormente retórico. En la práctica, el republicanismo que encarna ese país ha impuesto la renuncia de la cultura inmigrante, a veces de manera implacable.” Con todo, Vargas Llosa teje su razonamiento final todavía en términos de las tajadas:

Dado que los individuos reaccionan ante los incentivos existentes, los franceses aspiran a los puestos gubernamentales. Si un francés ingresa al servicio civil y se convierte en un “fonctionnaire,” se puede jubilar después de treinta y siete años con su último salario. Si se jubila anticipadamente, pierde el 20 por ciento de su salario, mientras que un empleado privado pierde el 50 por ciento. Si usted es hijo de un inmigrante norafricano, no puede conseguir un trabajo en el sector privado en virtud de que las empresas no contratan muchos empleados nuevos y no puede obtener un empleo estatal–la joya de la corona–porque aquellos están reservados para los blancos.

Una consecuencia de ese pragmatismo es que termina volviéndose contra sí mismo. Al principio parece una buena idea dejar que el ritmo de las encuestas sea el ritmo del gobierno. Por un tiempo parece bueno andar diciendo como Chirac: “Tomo nota,” cada vez que se incendian otros mil automóviles. A la larga, sin embargo, esas posturas no resuelven las tremendas presiones internas y externas. Del lado de adentro, la creación de empleo y la integración de los grupos humanos diversos en un todo que sea capaz de convivencia; dle lado externo, la inversión extranjera y, por supuesto, la inmigración. El efecto final es la parálisis económica y el aumento del paro laboral.

En fin, bien parece que la economía necesita algo de filosofía, que provea la estabilidad para invertir euros a años vista. Vivir es creer y esperar, también.