Hablemos de neutralidad (7)

7. Neutralidad y laicidad

Una cosa es hablar de Estado laico y otra hablar de Estado religiosamente neutro. Y una cosa es el Estado laico y otra el Estado laicista. El llamado Estado religiosamente neutro y el Estado laicista terminan coincidiendo en el propósito de eliminar la presencia pública de la religión. El comunismo que imperó en casi todo el siglo XX en Rusia, por ejemplo, era laicista; la mayor parte de los gobiernos actuales en Europa provienen de una tradición religiosamente “neutra.” El efecto final es que lo expresamente cristiano debe diluirse, eliminarse, olvidarse o convertirse en simple objeto de burlas y juicios parciales.

Es notable que muchos cristianos creen que el laicismo o el ambiente religiosamente neutro es más justo para la sociedad, o incluso favorable para la propia fe. Hablan como si una sociedad multireligiosa fuera un sociedad más humana. Por supuesto esto implica la idea de que la fe cristiana es, o un accesorio inútil de un humanismo previamente constituido, o un agregado heterogéneo que sólo empobrece o que incluso contradice el bien pleno del ser humano.

La verdad, en cambio es que tanto con el laicismo como con la supuesta neutralidad el propósito que subyace es convertir a la fe en algo que sólo puede existir privadamente y que en cualquier caso es despreciable, irracional, oscurantista y opuesto al progreso de la raza humana.

Y aunque es cierto que Dios en su providencia puede usar los tiempos de invierno, desierto o persecución como tiempos de gracia, no nos corresponde desear esos tiempos como preferibles, sobre todo si pensamos en los que son más pequeños o frágiles en su fe. El más crudo de los inviernos puede aumentar las defensas del que está sano pero igualmente puede acabar con la vida frágil de los niños, los pobres o los ancianos. Lo mismo se aplica proporcionalmente a la vida del espíritu, porque nuestro Dios no es el de la supervivencia de los fuertes sino Aquel que dijo que no quería la muerte del pecador sino su conversión y vida.

La gente no se da cuenta de que al quitar a Dios se está quitando el sustento mismo de la civilización. En parte sucede así porque las estrategias para eliminar la fe del ámbito público tienen consecuencias que todavía no vemos, porque el proceso no ha conseguido avanzar a la velocidad que quisiera. Pero podemos imaginar lo que está entre manos: fundamentalmente la manipulación de la vida humana como pura herramienta para los intereses de los más fuertes.

Las ideas más descabelladas del comunismo ateo o del nazismo genocida tuvieron esencialmente el mismo fundamento, a saber, que no hay ningún límite al poder de la voluntad humana ni hay ninguna ley más allá de lo que puedan conseguir la astucia, la fuerza y las alianzas humanas.

Así llegó Hitler al poder. Y una vez en el poder, es cosa de tiempo para que los enemigos, reales o imaginarios, sean eliminados, y que en realidad todos los demás seres humanos se conviertan en mercancías cuyo único valor es la utilidad. ¿Habrá que recordar los infames experimentos de “ciencia” hechos por los nazis? ¿Habrá que mencionar otra vez que Stalin quiso cruzar semen humano con gorilas hembras para lograr un araza de guerreros sin entrañas? La gente no parece caer en cuenta de que esos extremos son la única consecuencia posible cuando no hay una referencia superior al ser humano mismo.