Hablemos de neutralidad (8)

8. Los fundamentos de una ilusión

No creo en un Estado neutro porque deja en condición privilegiada a los que expresamente no creen y a los que niegan la posibilidad de encontrar una respuesta a las cuestiones fundamentales de que trata la religión. El Estado llamado religiosamente “neutro” en realidad es una apuesta por el agnosticismo y el ateísmo, dicho en dos palabras. A la larga ello implica la desaparición de la religión de todo lo público, con lo cual la sociedad humana se convierte sencillamente en arena de lucha para los voraces, los violentos y los embaucadores.

Hay más que decir. El Estado supuestamente neutro idealiza la figura del funcionario, piedra fundamental de la administración pública en el Estado moderno, secular y religiosamente neutro. Para esta concepción de la sociedad se supone que existe una persona que es dos personas. Tiene su corazón, sus convicciones y sus sueños; tiene también unos reglamentos, horarios y evaluaciones periódicas. Lo primero es su vida privada; lo segundo, lo único que importa ante la sociedad, es su gestión.

El mayor problema de ese funcionario no es la esquizofrenia de las dos vidas, sino la ingenuidad con que una nación entera llega a creer, por ejemplo, que un hombre puede romper los compromisos que hace con su esposa, de amarla con fidelidad toda la vida, y sin embargo sí será fiel a sus promesas como político. La teoría de las dos vidas conduce a la teoría de los dos corazones, y la gente se lo cree, porque también cree que con el poder de la razón se podrá esclarecer toda interpretación de la ley, y con las cámaras legislativas elegidas por el mismo pueblo estará siempre a salvo.

El problema es que la razón va detrás de las convicciones. Son estas las que le muestran qué debe demostrar. Y las convicciones sólo raramente nacen de la razón. Su suelo nutricio son las creencias, los prejuicios, los presentimientos, los gustos y mil cosas más que son anteriores a la razón o que constituyen el contexto de su ejercicio. La razón es simplemente incapaz de esclarecer por completo el contexto en el que opera, pues el contexto que descubre como tema no explica el contexto que le lleva a descubrir ese tema.

Es una ilusión entonces la razón aséptica, que se supone iba a asegurar la justeza de las leyes y juzgar del fuero externo de los funcionarios. Una ilusión que sin embargo tuvo fuerza suficiente para engendrar la ilusión de un Estado religiosamente neutro.