El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (9)

Benedicto XVI: “A la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor”

Joseph Ratzinger conocía bastante bien el terreno mucho antes de ser elegido Sumo Pontífice. Por su despacho en la Congregación para la Doctrina de la Fe ha pasado toda la problemática que podamos aquí describir, y sin duda mucho más.

Con un ingrediente adicional: es privativo de esa misma Congregación tratar asuntos relativos a la vida de los sacerdotes, y ello implica una percepción no sólo de los conflictos que pueden suscitar las ideas sino también las heridas que pueden causar los antitestimonios; en suma, lo abstracto y lo concreto de la vida de la Iglesia.

Sobre esta base no es difícil cuánta importancia y tiempo ha dado y quiere dar este Papa a su encuentro y diálogo con sacerdotes y seminaristas. Al dirigirles la palabra, sin embargo, no se limita a lo que podríamos llamar la vida del clero. Sus confidencias parecen más la expresión del deseo de infundir en ellos un modo de entender y amar a la Iglesia.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (8)

¿Para quién la moral?

El método de Juan Pablo II rindió magníficos resultados pero tiene también su límite, como podemos apreciar al hacer esta pregunta: ¿para quiénes es la enseñanza moral de la Iglesia? Quedemos de acuerdo en que la Iglesia no puede ser correctamente entendida si no es en conexión próxima con el misterio de la redención, pero ¿qué decir de su propuesta moral? Lo que se responda a esta pregunta podría ayudar a esclarecer una de las paradojas del pontificado del Papa Wojtila, que vino a ser a la vez tan amado y tan desobedecido.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (7)

Juan Pablo II: “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo”

Karol Wojtila tenía muy claro desde el principio de su pontificado que la verdad sobre el hombre era de algún modo el nudo central de las cuestiones relativas tanto al ser como a la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo.

Su encíclica programática Redemptor Hominis (1979) tiene ya en su título el mensaje que sería central durante el largo y fecundo servicio del Papa polaco: desde el principio se habla de “el hombre,” pero un hombre que necesita, que aguarda y que puede abrirse al don que le trae su Redentor. Viene así a cerrase la puerta a un humanismo puramente intramundano, pues, como gustaba de repetir Juan Pablo II, citando una frase de Gaudium et Spes, n. 22, “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo.”

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (6)

Pablo VI: “La Iglesia Existe para Evangelizar”

Cuando Pablo VI se dirigió a la Asamblea de las Naciones Unidas, en su alocución del 4 de Octubre de 1965, no quiso explicar la Iglesia. Predicó la paz, anunció la humildad, y sobre todo mencionó claramente a Jesucristo; como inspiración, es cierto (y son muchos los que pueden inspirarnos), pero más que eso, como fundamento.

Su manera de concluir no deja lugar a dudas:

En una palabra: el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo. Y esos indispensables principios de sabiduría superior no pueden descansar–así lo creemos firmemente, como sabéis–más que en la fe de Dios. ¿El Dios desconocido de que hablaba San Pablo a los atenienses en el Areópago?(Hch 17,23). ¿Desconocido de aquellos que, sin embargo, sin sospecharlo, le buscaban y le tenían cerca, como ocurre a tantos hombres en nuestro siglo? Para nosotros, en todo caso, y para todos aquellos que aceptan la inefable revelación que el Cristo nos ha hecho de sí mismo, es el Dios vivo, el Padre de todos los hombres.

¿Qué le autoriza a afirmar frente a todas las naciones que la civilización moderna ha de levantarse sobre principios espirituales? En realidad él no da una demostración de ese aserto. Lo deja expuesto y sencillamente acota: “así lo creemos firmemente.”

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (5)

Experta en Humanidad

El punto central es si la Iglesia puede considerarse “experta en humanidad,” como afirmó Pablo VI ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 4 de Octubre de 1965. Mientras que esa afirmación suena coherente y alentadora para el creyente, suele parecer injustificada y sospechosa para el que no cree.

El Concilio quiso emplear un único lenguaje para dirigirse a ambos, según lo ya dicho sobre los documentos dirigidos a los fieles “y a los hombres de buena voluntad.” La experiencia parece mostrar que esa voluntad no resultó tan “buena.” El mundo de hoy, por lo menos en Occidente, tiene muy serias dudas sobre qué tanto sabe de lo “verdaderamente humano” la Iglesia. No son de otro género los reparos que una y otra vez surgen en cuanto a su Magisterio.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (4)

Un experimento fallido

El Concilio Vaticano II quiso entablar un diálogo con el mundo sin un propósito expreso de conversión. El experimento salió mal. Hablarle al mundo sin convertir al mundo trae enemigos de fuera y quita amigos por dentro. Los de fuera terminaron acusando a la Iglesia de pretenciosa y dogmática, y de entrometerse en todo lo público. La única Iglesia que les gusta a los de fuera es la que no existe, o por lo menos, no existe más allá de las devociones privadas.

En cuanto a los de dentro, muchos de la línea progresista consideraron que entender a la Iglesia en términos “puramente” humanos era no sólo posible sino necesario, y que era la mejor manera de ejercer presión para lograr cambios muy deseados.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (3)

¿El criterio hermenéutico del Concilio?

La frase que abre Gaudium et Spes merece una cierta exégesis, sobre todo porque, aunque el Concilio dijo tantas cosas, hay algunas que de facto se han venido a convertir en criterios de interpretación de las demás, y creo que ese es el caso con este número primero de esta Constitución.

Se dice allí que hay una solidaridad entre lo que viven los hombres y lo que viven los discípulos de Cristo: “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.” Es una frase feliz. La pregunta sin embargo es: ¿feliz para quién?

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (2)

El propósito del Concilio

Pero, ¿qué era lo que quería el Concilio como tal? Incluso la memoria de los Papas de aquella época, Juan XXIII y Pablo VI, se ve emborronada por la controversia. Ya he escrito antes algo sobre el Papa Bueno y sobre aquella palabra clave que él puso de moda: “aggiornamento“; guardadas las proporciones, bastante de esos escritos puede aplicarse a su inmediato sucesor.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (1)

Desde el descontento hasta la gratitud

El 8 de diciembre de 1965 tuvo lugar la clausura del Concilio Vaticano II, sin duda el acontecimiento eclesial de mayor impacto en el siglo XX. Cuarenta años después la discusión sobre sus intenciones, logros y deficiencias es amplia y algunas veces agria. No es difícil encontrar posturas divergentes, que van desde el descontento hasta la gratitud. Hay quienes piensan que apenas se avanzó un poco, aunque en la dirección correcta, y hay quienes piensan que sólo un milagro puede salvar a la Iglesia de los desmanes de aquella época. Algunos hablan como si la Iglesia hubiera empezado a existir hace 40 años y otros creen que la Iglesia, la verdadera, existió sólo hasta el comienzo del Concilio.

La discusión no es menos intensa si se piensa en las realidades actuales. Para algunos, el Papa Juan Pablo II es el adalid y verdadero intérprete del Concilio; otros dirán que él consumó la “traición” a la tradición, y otros que traicionó el “espíritu” del Concilio. Especialmente esta última expresión es bastante socorrida por esta época aquí en Europa: para muchos el Papa Benedicto viene a ser el sepulturero de ese “espíritu,” pues las consignas esenciales de colegialidad, subsidiaredad, comunión y participación están siendo relegadas bajo montañas de leyes, rúbricas, disciplina y manuales.

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Algo sobre el poder, 3

Pero, ¿quién hace la agenda?

Una de las características de la palabra profética es que se adelanta a su tiempo. Esto ha caracterizado tan hondamente a los profetas que la mayor parte de la gente asocia profetizar con “anunciar por anticipado.” Historias como la de Jonás muestran los límites de esta perspectiva. Jonás predijo la catástrofe de Nínive, y esto a la postré no sucedió, para disgusto dle mismo profeta. Dios le explicó que no habría tal catástrofe porque él es compasivo y porque los ninivitas cambiaron su vida; se convirtieron precisamente al escuchar la palabra de Jonás. Así queda a la vista que el profeta no es alguien que ha visto una película del futuro y nos da adelantos, sino alguien que va en la avanzada y que, recibiendo luz de Dios, entra en los caminos de la Historia por senderos mucho más hondos y certeros.

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Algo sobre el poder, 2

El Papa quiere obispos que asuman más su rol profético

El 5 de noviembre pasado, con motivo de la visita ad limina de los obispos de Austria, el Papa Benedicto XVI exhortó al episcopado de ese país con palabras que son una invitación en línea con el ministerio de los profetas, los apóstoles y los mártires:

Por lo que se refiere al testimonio de fe, recordad que es el primer deber del obispo. ‘No me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios’, dijo el apóstol San Pablo en Efeso. Es verdad que debemos actuar con delicadeza, pero esa actitud no debe impedirnos presentar con claridad el mensaje divino, incluso en aquellas materias que no gozan de la simpatía general, o que provocan reacciones de protesta o incluso de burla, sobre todo en el ámbito de la verdad de la fe o de las enseñanzas morales.

Señales en la misma dirección parecen dar algunos obispos españoles que se han unidos a manifestaciones públicas y marchas, o que en sus declaraciones han salido en defensa de valores como la familia tradicional. En otra línea, se recuerda bien todavía la huelga de hambre del obispo franciscano Luiz Flavio Cappio, para impedir que el trasvase del Río San Francisco, segundo más importante de Brasil, dejara sin agua o encareciera excesivamente el agua de miles de campesinos. Al final, el gobierno de ese país aceptó reabrir la discusión sobre el proyecto en su conjunto.

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¿El programa del Papa?

Mirando al Papa; amándolo; rezando por él y con él; deseando de corazón ser fiel al camino que él nos muestra en nombre de Cristo vivo: con esas disposiciones he querido buscar ese “programa de gobierno” que Benedicto XVI no nos dio en la Misa de Inauguración de su Pontificado pero que ya parece bastante claro a tres meses de su servicio a la Iglesia Universal.

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El hombre

Una mañana caliente (“calda,” dicen en italiano); un hombre mayor, de mirada penetrante, rostro sereno, visible timidez, como abrumado por las oleadas de aplausos que brotan sin cesar cuando él entra a la Basílica de San Pedro. Casi se diría que lo tolera, como tolera con paciencia el calor que le hace sacar el pañuelo varias veces durante la larga misa.

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Benedicto XVI, Papa

Papa Benedicto XVI

1. Muchos han dicho que es una persona intransigente. Se puede en cambio pensar que es alguien que goza de una extraña cualidad: fidelidad a sus principios. En un mundo donde todo parece seguir el dictado de la moda, la conveniencia, el gusto o la utilidad, quedan personas como Benedicto XVI, que nos recuerdan que hay valores profundos y permanentes.

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