En el principio creo Dios los cielos y la tierra

En el principio creó Dios los cielos y la tierra

Estas palabras con las que empieza la Biblia son la respuesta a una de las cuestiones fundamentales que el hombre se ha planteado siempre: ¿de dónde procede todo lo que existe?, ¿cómo ha surgido el hombre? El relato de la creación es la impresionante obertura de la maravillosa sinfonía que es el libro de la Sagrada Escritura; si toda la Biblia narra las acciones de Dios en favor de los hombres, el hecho de la creación es sin duda la base y fundamento de otras acciones, la intervención radical que ha dado el ser a las cosas y a los hombres.

1.- Para entender bien los primeros capítulos del Génesis

Muchos encuentran serias dificultades en encarar la lectura de los relatos contenidos en Gen. 1-11; les resultan desconcertantes y hasta escandalosos. El progreso de los conocimientos científicos y la mentalidad racionalista del hombre moderno llevan a muchos a rechazar estos relatos como míticos, arcaicos y totalmente superados.

Para entender bien estos capítulos es necesario tener en cuenta que no pretenden darnos una explicación científica del origen del mundo y del hombre, sino una explicación religiosa: ante el hecho -que constata con sus propios ojos- de todo lo que existe, el autor sagrado simplemente afirma que todo eso ha tenido un comienzo absoluto y que ese comienzo se debe a la intervención libre y gratuita de Dios que ha hecho surgir con su sola palabra absolutamente todo lo que existe. Por tanto, el autor sagrado no entra a explicar el cómo han surgido las cosas -eso será precisamente la competencia de la ciencia-, sino que, iluminado por Dios, afirma desde la fe la verdad religiosa fundamental de que todo ha sido creado por Dios.

Para hacer esto, el autor sagrado no recurre a afirmaciones religiosas abstractas, que sus destinatarios no habrían entendido en absoluto; por el contrario, como buen catequista transmite esas verdades en un lenguaje sencillo y popular, cargado de imágenes, que resulta enormemente gráfico y expresivo. De ahí que tengamos que distinguir cuidadosamente lo que el autor sagrado dice de la forma en que lo dice; es decir, que hay que distinguir el contenido que se transmite del recipiente en que se transmite.

2.- Los relatos de la creación

Es sabido que el libro del Génesis comienza con dos relatos de la creación. El segundo de ellos (2, 4b-25), de un estilo vivo y colorista, es el que parece más antiguo. El primero (1, 1-24a) es de un estilo más austero y monótono; si está colocado en primer lugar es porque así se respeta el orden cronológico, ya que describe la creación del universo que culminará en la creación del hombre, mientras que el segundo relato se centra en la creación del hombre y continúa con la narración del pecado.

a) El primer relato (Gen. 1, 1-24a). Este texto, perteneciente a la tradición sacerdotal, fue redactado probablemente en el siglo VI antes de Cristo y con gran sobriedad presenta el hecho de la Creación dentro del esquema litúrgico de la semana. Subrayamos algunos detalles recogiendo el mensaje religioso contenido en ellos:

-En primer lugar se afirma que Dios ha creado todo lo que existe. El relato lo dice con un estilo y un lenguaje típicamente semitas: por un lado ya la expresión «los cielos y la tierra» es indicadora de totalidad; pero además el autor sagrado siente la necesidad

-como haríamos con un niño- de enumerar todas las criaturas, todos los seres que pueblan el universo creado: peces, aves, fieras salvajes…; Dios ha creado todas y cada una de las especies; nada queda fuera de su influjo creador.

-Queda fuertemente subrayada la omnipotencia de Dios que crea con su sola palabra; es lo que indica el estribillo que se va repitiendo: «Dijo Dios … y así fue» Es una palabra eficaz, omnipotente, creadora. Dios no crea con esfuerzo; basta su sola palabra para que todo venga a la existencia. Como comentará el Salmo 33: «El lo dijo y existió, él lo mandó y surgió» (v. 49).

-También se subraya la bondad y hermosura de todo lo creado, como apunta otro estribillo que se va repitiendo: «vio Dios que era bueno». El Creador se complace en la obra de sus manos. A los ojos del Creador -y por tanto realmente- todo lo creado es bueno. Ello también se refleja en el orden y armonía del universo: separación de luz y tinieblas, ornamentación de la bóveda celeste, etc. Dios ha hecho todo con sabiduría: las plantas están dotadas de semilla, los animales de fecundidad…

-Dentro del conjunto de la creación el hombre ocupa un lugar destacado: la creación del hombre y de la mujer viene en último lugar, como culminando toda la obra creadora; al ser humano se le encomienda someter y dominar la creación porque toda ella está a su servicio; si todo lo creado es bueno, Dios se complace en el ser humano como «muy bueno»; creado como fruto de una «deliberación» de Dios, de un designio suyo, el hombre y la mujer son ante todo «imagen y semejanza» de Dios: a diferencia de las demás criaturas, inanimadas, el hombre, como ser personal puede entrar en relación y en diálogo con su Creador. Contemplando la inmensa dignidad concedida al hombre el Salmo 8 exclamará: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?… lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies…»

-Finalmente, queda resaltada la grandeza y soberanía de Dios. Es único, anterior y superior a todo lo creado, trascendente. A diferencia de los dioses babilónicos, que se desprendían del caos, Dios es preexistente; a diferencia de los asirios, que divinizaban al sol, la luna y las estrellas, el relato bíblico los presenta como criaturas de Dios.

Todo el relato de la creación es como un poema litúrgico. Todo el universo creado es como un inmenso templo para la gloria del Creador, el Dios tres veces santo. A imitación de Dios el hombre deberá trabajar seis días y descansar el séptimo: todo su trabajo está orientado al sábado, es decir, a la glorificación de Dios.

b) El segundo relato (2, 4b-25). Este texto pertenece a la tradición yahvista y fue redactado probablemente el siglo X ó IX a. de C.

Si en el relato anterior se subrayaba la trascendencia de Dios, que creaba con su sola palabra, aquí se subraya su cercanía y su intervención directa: el Creador aparece bajo la imagen del alfarero; lo mismo que este va modelando sus vasijas, con delicadeza, sin prisas, una por una, Dios forma a cada uno de los hombres con una intervención única y especial (cf. Jer 18,2-6; Is 6,4-7). En esta narración destaca el hecho de que el ser humano es colocado en el paraíso; un auténtico oasis en medio del desierto, con abundantes ríos y árboles hermosos; ahí el hombre es colocado como jardinero, para que lo cultive y lo guarde. Esta situación paradisíaca subraya la armonía profunda en que vive el hombre; armonía con Dios, que le cuida y con el que está en relación amistosa; armonía consigo mismo, lleno de inocencia, de felicidad y de paz; armonía con su mujer, sin vergüenza de ningún tipo; armonía con la creación que le sirve y le proporciona alimento…

El hombre es hecho de barro, de polvo del suelo, lo que subraya su condición corporal, material, su condición caduca y mortal; pero a la vez Dios «insufló en sus narices aliento de vida»: con ello nos da a entender que, si Dios le infunde su propio aliento, en el hombre hay algo «divino»; eso explica que el hombre esté hecho para Dios, que tienda a Dios, y que viva en relación de total dependencia respecto de Él.

Finalmente, este relato se centra en la creación del hombre y de la mujer. Ya en el primer relato aparecía cómo Dios les constituye varón y hembra, los bendice con el don de la fecundidad y les da el mandato de transmitir la vida. He aquí algunas enseñanzas de estos versículos al respecto:

-Los dos sexos provienen de Dios, que modela el barro para formar al hombre y «trabaja» la costilla para formar la mujer; también esta es fruto de una intervención directa y personal del Creador.

-Igualdad entre hombre y mujer (varón-varona; hombre-hembra): los dos están hechos de la misma «materia». («hueso de mis huesos y carne de mi carne»).

-Llamados a ser una sola carne: el grito de júbilo de Adán indica que por fin ha encontrado una ayuda adecuada, esponsal; la palabra «carne» indica en la Biblia la persona entera bajo el aspecto corporal; y «ser una sola carne» significa ser una sola persona, un solo ser, e incluye la unión de mente y corazón, de voluntades y sentimientos en un proyecto de vida común; la unión de los cuerpos tiene sentido y valor como signo y expresión de esta unión más profunda e interior. Marido y mujer están ordenados el uno al otro y la expresión «una sola carne» incluye implícitamente la unidad e indisolubilidad del matrimonio: una unión tan íntima y estrecha es impensable que se pueda romper -sería como desgarrar la propia carne- o que pueda ser compartida por un tercero.

-Bondad del cuerpo y de la sexualidad: la expresión «estaban desnudos … pero no se avergonzaban» (v.25) apunta a un estado de inocencia en que sin malicia y con mirada limpia nada entorpece la relación entre las personas tal como Dios las ha creado; será el desorden del pecado el que introduzca la malicia en toda esta realidad (cf. Gen 3).

Julio Alonso Ampuero es el autor de esta Historia de la Salvación. Texto disponible por concesión de Gratis Date.