He visto un milagro con mis propios ojos

En el reciente Congreso Mariano en Ocaña, en el que tuve ocasión de participar sucedieron muchas cosas, incluido un milagro que vi con mis propios ojos. Esta es la historia.

Celebrábamos la misa en el santuario de la Virgen de Torcoroma, que queda metido en la montaña. La misa era campal y yo estaba en el altar frente a una especie de plazoleta de unos 20 x 15 metros, no muy grande. Empezó a lloviznar y luego a llover, y por supuesto la gente que estaba en la plazoletica descubierta se fue buscando los aleros de las construcciones aledañas.

Sin embargo, unos pocos obstinados, digamos, unas cinco o seis personas se quedaron ahí, protegiéndose con paraguas que de todos modos los exponían a buena parte del agua lluvia. Supongo que quisieron quedarse porque el lugar desde el que se ve mejor el altar es esa plazoleta.

El suelo de baldosas pronto estaba empapado; incluso en algunos sitios se hacía charco y algo de barro, porque se ve que el piso no está perfectamente diseñado para evacuar tanta agua.

Cuando llegaba el momento de la consagración yo me preguntaba interiormente qué harían esas personas de la plazoleta, entre las cuales había, exactamente frente a mí, una pareja de edad madura: digamos que unos 60 años él, y algo menos, ella. Al pronunciar las palabras de la consagración no pude dejar de ver que esta pareja se había arrodillado directamente sobre el suelo de baldosas mojadas. De nuevo interiormente pensé que era un acto muy bonito de humildad y de fe. Allí permanecieron ellos hasta que terminó la consagración de la Sangre de Cristo, y yo seguí la misa.

Un par de minutos después noté algo inexplicable. La pareja seguía devotamente la misa, pero sus pantalones no se habían mojado. A riesgo de distraerme en las oraciones de la misa fijé mis ojos en ellos y en sus ropas: estaban secas. No puedo explicar cómo puede alguien ARRODILLARSE sobre baldosas mojadas, mientras todavía sigue lloviendo, y luego levantarse y tener la ropa seca. El hombre tenía un pantalón de dril, gris claro, y la mujer tenía un pantalón de sudadera también de tela clara, como de franela, de color rosado, si no me equivoco.

Al terminar la misa ellos desaparecieron de mi vista y ese día no los vi más, aunque hay que admitir que son tantas las personas que se acercan pidiendo bendiciones de niños y de objetos, que es perfectamente posible que hayan partido caminando por sus pies.

Este mismo testimonio lo di de viva voz, delante de Mons. Jorge Enrique Lozano Zafra, obispo de la diócesis, y sucedió, para alegría mía, que la pareja de la que he hablado se encontraba allí presente. Ellos refrendaron lo que acabo de decir.

Para mí este tipo de milagro es como una caricia del amor de Dios, que así nos recuerda cuán cerca está y cómo es grande su ternura.

Las predicaciones del Congreso están aquí: http://fraynelson.com/congresomariano2011

4 respuestas a «He visto un milagro con mis propios ojos»

  1. Paz y Bien, Que lindo leer este milagro y sobretodo cuando es en la consagracion del Cuerpo y Sangre de Dios. Que alegria, es que, me llena de emocion. Y como dice usted Padre Nelson “caricias del Amor de Dios”
    Saludos desde Canada
    Giovanna

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