Práctica del Sacramento de la Reconciliación

Muy queridos amigos:

Algunos de ustedes me han dicho que sería bueno escribirles una carta sobre el sacramento de la reconciliación. El “sería” se ha convertido en un “es”. Aquí está la carta. Espero que la inspiración recibida al meditar el tema ilumine también la lectura.

En mi anterior, al hablarles de los medios ascéticos fundamentales, señalaba entre ellos los sacramentos. Y ahora nos interesa uno de ellos: la reconciliación, confesión o penitencia, que todo es uno. Van algunas palabras sobre el mismo en el contexto del aspecto penitencial de la ascesis cristiana. Queda al ingenio de cada uno ubicarlo en el contexto de la liturgia.

Todos nos damos cuenta de que si la ascesis es esfuerzo y ejercicio, sudor espontáneo y programado, de la mano del Espíritu, para avanzar en el camino de la santidad; y si el pecado se opone frontalmente a la santidad desviándonos del camino o haciéndonos retroceder, no hay más que un remedio para volver a avanzar: declararle un combate a muerte al pecado y pedirle perdón al Señor con corazón arrepentido cuando hemos caído vencidos.

El pecado es negación, a sabiendas y queriendo, del amor de Jesús. Por lo tanto, no nos engañemos: no hay contemplación posible, fe enamorada, fuera del amor y amistad con Cristo. Cuanto más contemplativos seamos, cuanto más vivamos en María Inmaculada, tanto más captaremos la maldad del pecado.

Decía santa Teresa que el alma en pecado es como una fuente de “negrísima agua y de muy mal olor y todo lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad” (Moradas primeras, II:2). ¿A quién de nosotros le gustaría veranear en la cloaca en vez de hacerlo en una playa del trópico? La imagen es fuerte, pero se queda corta. El que peca contamina el ambiente con su pestilencia. El que peca es un asesino: crucifica a Cristo y mata al hermano… Y por cierto que yo, Bernardo, soy esa fuente, esa cloaca, esa pestilencia, ese asesino. ¡Pero Jesús me ha salvado y salva de la muerte!

La penitencia, a secas, separada del sacramento, es ya una virtud con identidad propia. Es arrepentimiento, contrición, dolor por el pecado u ofensa a Dios; ella nos lleva a aborrecer el pecado cometido. Pero no como rocío mañanero, sino con propósito firme de no volver a pecar y de reparar los daños, pues se desea ser siempre amigo de Dios. El que se arrepiente, se convierte, vuelve al Padre riquísimo en misericordia, como nos lo recordaba nuestro querido Juan Pablo II en su carta encíclica sobre el amor de Dios por el hombre (Dives in misericordia).

La virtud de la penitencia no puede ser algo ocasional, una vez al año, para cuaresma… Ha de ser una actitud permanente: ¡siempre hemos de estar peleados con el pecado! Quien confiesa a Jesús como Salvador se confiesa a sí mismo pecador y necesitado de salvación. No conozco otra forma de amor que el amor arrepentido y en espera de perdón. ¿O es que alguien puede afirmar que ama bastante? Sin penitencia no se puede entrar en el reino de Dios, no se puede vivir en amor filial y fraterno. Y si alguien entra, con dificultad podrá permanecer en él sin ella.

Bueno, ahora sí, me parece que estamos en el contexto o clima apropiado para encarar el sacramento de la reconciliación o penitencia. Gracias a Dios, ustedes saben de él tanto como yo. No hará falta aclararles qué es un sacramento, ni cómo se relaciona éste con los otros, ni cuando lo instituyó Jesús, ni cuáles son su materia y su forma, ni cuán necesario es, ni…, ni… Bastará pasar revista a las partes del mismo y llamarles la atención respecto a la frecuencia de su recepción y los frutos que aporta. Sea como sea, nunca olvidemos que en este sacramento Cristo y su Iglesia asumen con un beso divino nuestra vida de conversión y penitencia.

Si observamos lo que sucede en una confesión bien hecha, podremos distinguir varios actos diferentes: contrición; confesión de los pecados; satisfacción de las culpas; propósito de enmienda; reparación del daño y absolución del sacerdote. Venga y vaya una palabra sumaria sobre cada uno de estos aspectos.

Contrición: aprendimos en el catecismo que la contrición es “dolor del alma y un detestar el pecado con propósito de no pecar”. Se trata de llorar por el pecado y no porque al cometerlo quedamos mal parados ante otros. Y no sólo llorar por el pecado, sino también proponernos no hacer aquello que nos hará llorar. Pero no necesariamente con lágrimas de los ojos, aunque sí con las del alma. Un corazón contrito y arrepentido Dios nunca lo desprecia; él sólo rechaza al orgullo que se autoproclama digno de aprecio. El sentido de pecado es fuente de arrepentimiento y apertura confiada al perdón. Es algo muy distinto del sentimiento de culpa, que sólo es remordimiento sin esperanza, cerrazón en el propio yo, búsqueda de alivio en ritualismos privados, compulsivos y alienantes.

Confesión: del pecado propio, no del ajeno; todos y no solamente los menudos; culpándose y no excusándose. El eco de la acusación es el perdón, el de la excusa es la excusa. Y todo lo dicho cae en el olvido del perdón divino, de acá el eterno silencio que guardará el sacerdote de todo lo oído. La confesión procede de la contrición, y también del propio conocimiento ante Dios en cuanto fruto y efecto de un examen de conciencia. Examen siempre hecho bajo la mirada del Padre, con humildad, sin escrúpulos, con sencillez. En mis primeros meses de vida monástica iba a confesarme con una lista de pecados en la mano. Antes de que pasase mucho tiempo, un buen día, el confesor me dijo: “¿Y eso?” “Es la lista de mis pecados”, respondí con aplomo y remaché con un “si no lo anoto, me olvido”. Y así seguí varias semanas más. Otro domingo, durante la confesión semanal, se volvió a repetir el diálogo, pero con una variante, la última palabra la tuvo el confesor: “¡Si se olvida es que no hubo pecado!” Y cuánta razón tenía. En efecto, cuando nos esforzamos por vivir en amistad con el Señor y nos confesamos con frecuencia, un pecado cometido nos es tan visible como un sapo en la sopa.

Satisfacción: según la medida del daño y según nuestras posibilidades reales. Satisfacción que restaure el orden lesionado, cancele la deuda y cure con una medicina contraria la enfermedad contraída. Puede estar en nosotros el sugerirla, pero en el sacerdote el imponerla. Mediante ella hacemos propia la satisfacción infinita obrada por Jesús en cruz.

Propósito de enmienda: si no hay conversión, corrección o enmienda, se podría dudar de la sinceridad de la contrición. “Vete y en adelante no peques más”, dijo Jesús a la adúltera que algunos querían sentenciar. El propósito de cambio ha de ser algo firme y eficaz, con la confianza puesta en Dios y no en nuestros medios y las propias fuerzas. Según nuestros propósitos será nuestro aprovechamiento. Además, algunas veces habrá que reparar el daño ocasionado: “…Devolveré el cuádruplo”, agregó al convertirse el petiso Zaqueo.

Absolución: es la manifestación del perdón del Padre. Mediante este signo sensible tenemos plena seguridad de la reconciliación con Dios. La alianza rota por nuestra infidelidad queda así renovada: volvemos a ser hijos y hermanos.

Antes de seguir adelante, releo lo escrito. Me parece harto suficiente. Decido omitir lo que falta. Si bien yo lo omito, espero que todos lo meditemos y saquemos conclusiones prácticas, sobre todo en lo referente a la frecuencia de la confesión.

Les vengo ahora con una doble propuesta. La primera es ésta: poner todo lo que esté de nuestra parte para hacer vida la petición del padrenuestro: “Perdonamos a nuestros deudores”. Si Jesús no nos hubiera perdonado, nosotros no existiríamos; el pecado es negación de la vida. Sus manos sangraron, sus labios perdonaron y así nosotros tenemos vida. ¡Su perdón sólo podemos recibirlo a condición de darlo! Cuántas víctimas y cuántos verdugos resucitan con un perdón.

La segunda hará más fácil y gozosa la primera. Nuestra Madre reconciliadora es asimismo Madre de misericordia. ¿Por qué no nos unimos todas las noches en esta oración?

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Todo y siempre en María de san José, con un abrazo.

Bernardo

Pon a prueba tu fe

Nunca sabrás si algo funciona si no lo pruebas. No sabrás si hay electricidad si no pones la mano en el interruptor y lo enciendes. Tienes que efectuar alguna acción para probar que funciona. Eso pasa con la fe.

Es inútil sentarse a hablar acerca de la fe si no la vives y nadie puede ver qué significa para ti. Es inútil hablar de vivir con fe cuando tu seguridad está en tu cuenta bancaria, y sabes que puedes contar con ella cuando eliges hacerlo.

Es cuando no tienes nada, y te arriesgas y haces lo aparentemente imposible, porque tu fe y tu seguridad están bien afirmadas en Mí, que puedes hablar de vivir con fe y ser una demostración viva de ello.

Sigue adelante, pon tu fe a prueba y ve qué pasa “Abriendo las puertas de tu Interior”.

Poemario en piedra

En las manifestaciones plásticas de la relación con lo divino, el simbolismo ejerce un papel importantísimo. En el contexto cristiano,cuyo centro es la encarnación de Dios mismo, el simbolismo toma cuerpo en forma de arte, aviva nuestros sentidos, se transforma en pedagogía. Y esto no es sólo cosa del pasado. Se dice que “al mundo lo salvará la belleza”, y es necesaria una nueva oleada de artistas capaces de acercarnos a lo inefable, al Misterio con mayúsculas, según las diversas sensibilidades humanas.

El Templo de la Sagrada Familia, obra cumbre del arquitecto Antonio Gaudí, está resultando un poemario en piedra, una verdadera lección de simbología en la cual tanto las formas arquitectónicas como las escultóricas, en sus diferentes estilos, pensados por el mismo Gaudí, tienen su razón de ser. Autodidacta, buen conocedor de las artes y de la naturaleza, Gaudí, como todos los artistas, utilizó su propio lenguaje, dejó el sello de su estilo. El simbolismo que él desarrolló en el Templo de la Sagrada Familia no lo limitó a la estatuaria ni a la pintura, sino que lo incorporó también a la arquitectura, a la cual dio un especial carácter expresivo.

Así, pues, ante una ciudad y unos admirados espectadores se levantan majestuosos y esbeltos los cuatro cimborrios que rodean al central dedicado a Jesús (con 170 metros de altura, casi acariciando el cielo), y que representan los evangelistas, con sus correspondientes pináculos coronados por los símbolos del ángel, el buey, el león y el águila. En el ábside el cimborrio, dedicado a la Madre de Dios, y los doce campanarios, que son portadores de las imágenes de los apóstoles, coronados por los pináculos, símbolos episcopales; finalmente, los obeliscos representan las témporas de las cuatro estaciones y las ordenaciones sacerdotales.

Estos datos no pretenden ser más que un ejemplo de una inacabable lista de símbolos que podemos encontrar en esta obra. Cada una de las piedras que se colocará en el templo tiene una razón de ser, como cada una de las personas que existen, ya que como dice R. Huyghe: “no hay arte sin el hombre; pero, posiblemente, tampoco hay hombre sin arte”. Como reconocen los estudiosos, la intención de Gaudí fue convertir el Templo de la Sagrada Familia en un himno de alabanza a Dios, entonado por la humanidad, y cada piedra es una estrofa cantada con voz clara, potente y armoniosa.

Una vez terminado, el Templo, en su exterior, significará la Iglesia; en su interior figurará la Jerusalén celestial. La dulzura, la alegría y las formas cuidadosamente redondeadas de la fachada del Nacimiento contrastan expresamente con la fuerza, la vigorosidad y la tristeza de la recientemente terminada fachada de la Pasión. Así lo quería Gaudí, y así se está realizando. Todo un trabajo estético, de fina ingeniería y excepcional precisión artística. Una obra para ser interiorizada y contemplada.

Algunas páginas de interés:

La página oficial de la Sagrada Familia, mencionada anteriormente, incluye toda la información sobre esta obra de Antonio Gaudí, en inglés, catalán y castellano. Se puede consultar, por ejemplo, una breve historia de la construcción, descripción y función; una galería de imágenes; información para los visitantes y otras obras de Gaudí.

Otro sitio ofrece información en inglés sobre la Sagrada Familia. Cuenta cuándo se inicio la construcción y en qué se inspiró Gaudí para hacer este proyecto. Contiene fotos y es interesante, aunque su última actualización es de marzo de 1998.

Dentro de una página dedicada al modernismo, se incluye una breve descripción de la Sagrada Familia, en catalán. Otra página ofrece una galería de fotografías de lugares famosos de todo el mundo, entre ellos la Sagrada Familia, con fotos tomadas en 1991.

En la página “Gaudí and Art Nouveau in Catalonia” se califica a la Sagrada Familia como un lugar de máximo interés y ofrece información sobre cada una de las partes del templo: fachada de la Natividad, fachada de la Pasión y la iglesia, como tal. También incluye fotografías.

Finalmente, la página Gaudí Fantasía en piedra, es una Web con información sobre las distintas construcciones de este artista, y la página de la comisión para la beatificación de Antonio Gaudí, propone un interesante recorrido, en forma de un juego, que nos acerca a la vida del arquitecto y a su obra, centrándose en los aspectos cristianos y en su relación con Dios como creador de toda belleza.

Por Anna-Bel Carbonell y Thelma Gilsamaniego(SOI)

Saludo de Pascua

Todo empezó en la soledad y el frío, en la oscuridad amenazante de un sepulcro. Todo empezó allí precisamente, allí donde la muerte reinaba como señora y donde el vacío se burlaba con altanería de nuestros mejores sueños. Todo empezó allí donde el cuerpo destrozado de Cristo debía convertirse en el recordatorio perpetuo del mandato del demonio, que quería repetir desde esa piel destrozada su consigna perversa: “No quieras ser bueno, porque mira cómo acaban los buenos”.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, todo ese lenguaje del frío y de la noche, del poder de la muerte y del imperio del pecado, todo ello fue quebrantado, y la presa más preciosa de la señora muerte escapó de la red, abrió su propia tumba, puso en retirada a las tinieblas y humilló el imperio de Satanás con fuerza magnífica y poder incontenible.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, algo inaudito y maravilloso, único sobre toda ponderación, vino a cambiar para siempre la historia de los hombres. Los lienzos están, el sudario está; las vendas están y los ungüentos están; Cristo no está. Su lugar no es ese. No busquéis entre los muertos al que vive.

La piedra de la entrada se ha movido dejando paso al Rey de los Siglos. La mañana de la pascua exhala su perfume. El sol asoma y contempla con asombro al Sol verdadero, Aquel que no tiene ocaso. Las mujeres se acercan porque quieren ofrecer el testimonio de su amor que se disuelve en llanto. No saben la noticia que les espera. No saben que llanto y canto riman bien en la métrica de los Cielos.

La Palabra que era desde el principio, engendrada en el silencio del Padre, sale del silencio de aquella tumba y es ahora el principio del universo renovado. Un estallido fantástico de luz, de aroma y canto avasalla con gozo a las multitudes de los cielos y los ángeles no saben cómo más cantar una alegría que sólo cabe en Dios. La melodía del amor victorioso se adueña de las almas piadosas, en primer lugar las de aquellas mujeres, que no saben si cantar o reír, si llorar o temer. Cantan de alegría, ríen con estupor, lloran inundadas de gozo y el santo temor de tocar la carne de Dios les invade en efluvios de un amor que nadie conocía. La evangelización ha empezado.

En la hora que sólo Dios conoce, y del modo que sólo Dios entiende, una voz de gracia ha brotado de la tierra sombría y de la tumba triste. Gracia que cure nuestras desgracias; compasión que sosiegue nuestras heridas; fuerza que se adueñe del que yacía en agonía; vida capaz de reclamar a la muerte sus muertos.

¡Es pascua! ¡Es pascua, aleluya! ¡Vive el que colgó del madero! ¡Vive el que traspasaron nuestras culpas! ¡Vive el que soportó nuestro castigo! ¡Vive Jesucristo y suyo es el imperio por los siglos! ¡Amén, Aleluya!

Fr. Nelson Medina, O.P.

Pronto cumplo años

Como sabrás, nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños. Todos los años se hace una fiesta en mi honor y creo que este año sucederá lo mismo. En estos días la gente hace muchas compras, hay anuncios en la radio, en la televisión y por todas partes no se habla de otra cosa sino de lo que falta para que llegue el día.

La verdad, es agradable saber que al menos un día al año algunas personas piensan un poco en mí. Como tú sabes hace muchos años comenzaron a festejar mi cumpleaños, al principio parecían comprender y agradecer lo que hice por ellos, pero HOY en día nadie sabe para que lo celebran. La gente se reúne y se divierte mucho pero no sabe de que se trata.

Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños hicieron una gran fiesta en mi honor. Habían cosas deliciosas en la mesa, todo estaba decorado y había muchos regalos, pero ¿sabes una cosa?… ni siquiera me invitaron, yo era el invitado de honor y no se acordaron de invitarme, la fiesta era para mi y cuando llegó el gran día… me dejaron afuera, me cerraron la puerta… yo quería compartir la mesa con ellos.

La verdad no me sorprendió porque en los últimos años todos me cierran la puerta. Como no me invitaron, se me ocurrió estar sin hacer ruido, entré y me quedé en un rincón. Estaban todos brindando, había algunos ebrios contando cosas, riéndose, la estaban pasando en grande, para colmo llegó un viejo gordo vestido de rojo, de barba blanca y gritando ¡¡¡¡JO,JO,JO!!!!, parecía que había bebido de más… se dejó caer pesadamente en un sillón y todos corrieron hacia él diciendo ¡¡¡Santa, Santa!!!, como si la fiesta fuera en su honor.

Dieron las doce de la noche y todos comenzaron a abrazarse, yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara… y ¿sabes? Nadie me abrazó. De repente todos empezaron a repartirse los regalos, uno a uno los fueron abriendo hasta terminarse, me acerqué a ver si de casualidad había alguno para mí, pero no había nada. ¿Que sentirías si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Comprendí entonces que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.

Cada año que pasa es peor, la gente solo se acuerda de la cena, de los regalos y de las fiestas y de mí nadie se acuerda. Quisiera que esta navidad me permitas entrar a tu vida, que reconocieras que hace dos mil años vine a este mundo para dar mi vida por ti en la cruz y de esta forma poder salvarte. Hoy sólo quiero que tu creas esto con todo tu corazón.

Voy a contarte algo, he pensado que como muchos no me invitan a la fiesta que han hecho, yo voy a hacer mi propia fiesta grandiosa como jamás nadie se ha imaginado, una fiesta espectacular. Todavía estoy haciendo los últimos arreglos por lo que quizás no sea en este año, estoy enviando muchas invitaciones y hoy hay una invitación para ti. Sólo quiero que me digas si quieres asistir, reservaré un lugar y escribiré tu nombre, en mi gran lista de invitados con previa reservación y se tendrán que quedar afuera aquellos que no contesten a mi invitación.

Prepárate porque cuando todo esté listo el día menos esperado daré la gran fiesta, hasta pronto.

Tu amigo,

Jesucristo

Para mí la Vida es Cristo

Los santos son el ejemplo que tenemos de lo que debe ser vivir esta unidad de vida. Ellos han sabido integrar todas las facetas de su vida teniendo como único deseo agradar a Dios. San Pablo una vez más, nos lo expresa claramente: “no soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20); “para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21). Dejar que la vida de Cristo sea nuestra vida de tal modo que vayamos teniendo “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Fil 2, 5). Esa es la lucha que se nos plantea a los que queremos seguir con decisión los pasos de Jesús.

Quizás el ejemplo más claro lo tenemos en santa María. “Mujer del silencio y de la escucha, dócil en las manos del Padre, la Virgen María es invocada por todas las generaciones cono “dichosa”, porque supo reconocer las maravillas que el Espíritu Santo realizó en ella” (IM 14). En este mes de mayo, su fidelidad puede ayudarnos a ser conscientes de la necesidad de nuestro compromiso.

Sabemos cuál fue su respuesta al querer de Dios, nada más enterarse de su Plan de Salvación, “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). y la contemplamos a través de todas las páginas del Evangelio correspondiendo a esa llamada, con absoluta disponibilidad y prontitud. La vida del Espíritu, la conciencia de obrar siempre como criatura de Dios, como hija del Padre, hacen que todas las cosas en su vida hagan referencia a Dios, a su designio amoroso.

Nada hay en ella que desdiga de la confianza que Dios ha depositado en ella. Su vida es un avanzar continuo en el seguimiento de su Hijo, siempre atenta a la voluntad del Padre. Vivir así es encontrar el sentido de la propia existencia, es conocer la grandeza de nuestra vocación, es asumir nuestra vida como camino de salvación y de liberación no ya para nosotros solos, sino también para aquellos que nos rodean, que nos observan, que nos quieren.

Contando con los fracasos personales, frutos del pecado y de nuestra falta de correspondencia a la gracia, permitimos al Espíritu que trabaje en nuestro interior. La unidad de vida no es fruto, por lo tanto de nuestro empeño, de nuestros esfuerzos. Sólo Dios puede hacerlo en nosotros. Hay que dejar hacer al Espíritu Santo, conscientes de nuestra fragilidad y de nuestra incapacidad personales para alcanzar metas que nos superan. Sin embargo tenemos que querer colaborar con esta obra del Espíritu Santo. Sin refugiarnos en una falsa humildad, ir poniendo los medios que están a nuestro alcance por conseguirlo.

LA UNIDAD SIGNO DE VIDA

Humanamente hablando la unidad significa la fuerza, la vitalidad. Lo que está unido se manifiesta como fuerte, capaz de grandes cosas, manifiesta vida. El cuerpo humano, la familia, la sociedad mientras permanecen unidos, tienen vida en sí. Teológicamente ocurre lo mismo. Dios es la perfecta unidad, es la vida en sí misma. La Iglesia, cuerpo de Cristo, tiene como nota propia la unidad, que se entiende también pero no sólo como única.

La unidad de vida es fuente y signo de la vida interior del cristiano. Vida de la gracia en el corazón del hombre que le hace ser, no ya otro Cristo, sino el mismo Cristo. Vida de la gracia que hace del que cree “homo Dei”, hombre de Dios, portador de Dios, capaz de regenerar vida sobrenatural a su alrededor.

Esa unidad interior, que es don del Espíritu, nace de la unión con Jesús, y le hace obrar como Jesús. El obrar del hombre de Dios es un obrar sobrenatural. “Cosas mayores haréis” (cf Mt 21, 21) dijo el Señor a los apóstoles cuando se asombraban de los milagros que hacía. Es lógico que sea así. Jesús prometió el Espíritu Santo como un manantial de agua que brota desde el interior del hombre y que da vida a todo lo que le rodea. El trabajo profesional, la vida de familia, el cuidado de los enfermos, los detalles de cariño con quienes sufren, el rato que pasamos con nuestros amigos en los momentos de ocio, el deporte, un pequeño servicio que hacemos con alegría… todo eso, todo lo que es nuestra vida corriente, vulgar, es camino de salvación. Es nuestro camino de santificación, que adquieren valor redentor porque hechos por amor a Dios, con espíritu de servicio a nuestros hermanos los hombres santifican también a los demás, porque estamos haciendo que el reino de Dios, reino de justicia, de solidaridad, de respeto, de alegría y de gracia, se haga presente en el mundo, en la sociedad en la que vivimos.

Unidad de vida, pues, que nos hace vivir lo mismo que el resto de los mortales, pero en un plano muy distinto, el plano de Dios, el plano de la visión sobrenatural, el plano desde el que Cristo, clavado en la Cruz, veía todas las realidades.

Examen

– ¿Entiendo lo que significa “unidad de vida”? ¿Comprendo el alcance de esta gran tarea de Dios en nosotros? ¿Busco los medios para conseguirlo?

– ¿Creo que me tomo en serio ir alcanzando esa unidad de vida? ¿Tengo determinados campos de mi jornada en los que no dejo que entre Dios? ¿Es la filiación de vida el motor de mi vida en todos sus aspectos? ¿Hago distingos dentro de las cosas que ocupan mi día?

– ¿Le dejo al Espíritu entrar en mi alma? ¿Le pongo obstáculos para que no me “complique” la existencia? ¿Hay alguna parte de mi corazón que reservo para mí?

– ¿Colaboro con la obra de Dios en mí? ¿Procuro mantener la presencia de Dios durante toda la jornada? ¿Hago la oración personal diaria que me ayude a conseguir este fin?

– ¿Contemplo la vida de los santos como ejemplo a seguir o me conformo con admirarla como si de una obra de arte se tratara pero sin dejar que influya en mí?

– ¿Cumplo con mis obligaciones en el trabajo? ¿Soy puntual, trato bien a los que dependen de mí en el trabajo, encomiendo a las personas que trabajan conmigo?

– ¿Vivo las virtudes cristianas con las personas de mi familia? ¿Me desahogo con ellos? ¿Tengo detalles de cariño con ellos? ¿les pido perdón cuando me porto mal? ¿Les perdono yo?

– ¿Cómo aprovecho el tiempo libre? ¿Me dejo llevar por los amigos? ¿Sé poner espíritu cristiano en lo que planeo? ¿Se avergonzaría Jesús de lo que hago en el tiempo de descanso?

– ¿Tengo visión sobrenatural de las cosas? ¿Soy optimista, sé dar valor a las cosas de cada momento?

– ¿Me encomiendo a la Virgen? ¿Procuro no sólo admirarla, sino también imitarla? ¿Le agradezco el don de su fidelidad?

Padre, Perdónales, no saben lo que hacen

Luc.c. 23 v. 34
La palabra Padre tiene todos los significados del mundo en labios de Jesús. Padre, en esta ocasión es una súplica de Amor.

Tenemos a un hombre azotado, herido, maltratado, reducido física y psíquicamente, cargado de sudor, sangre y polvo, heridas abiertas y heridas medio cerradas, con costras que se le abren con violencia provocando un escozor y un sufrimiento contínuo en todo el cuerpo, sobre todo en los ojos.

Clavado en una Cruz, y rodeado de una gran multitud que no le bastó con condenarlo a muerte injustamente, ya que cuando le vió clavado aún le escarnecía le insultaba, le hacían mofa y se reian de El.

De todos los allí reunidos, excepto cuatro discípulos que le acompañaron, tan solo uno reconoció su Filiación Divina y fue el centurión que mandaba los soldados que le clavaron cuando dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Después uno de los ladrones que fue ajusticiado con El, le reconoció y le dijo: Señor, acuérdate de mi cuando estes en Tu Reino.

Por este motivo Jesús dijo PADRE, en sentido exclamativo. Pedía un poco de Amor a cambio del Amor inconmensurable que El nos dió, sin esperar nada a cambio. Nos dió su amor sabiendo que nosotros le seríamos infieles y que la mayor parte de las veces simulamos no conocerle, cuando en nuestra miseria podríamos demostrar que somos Cristianos y nos acordamos un poco de El.

Pidió un poco de comprensión, ya que cuando todo el mundo te acusa, acabas convencido de que tienes culpa, PERÒ EL NO LA TENIA.

Acabas convencido de que te mereces todo lo que te está pasando, y cuando El se encontró en el momento de extrema ansiedad y gran desfallecimiento, exclamó con todo el corazón ¡¡Padre!!.

Pedía un poco de Amor, de aquel Amor que todos sentimos alguna vez cuando estamos a solas con El e intuimos su Presencia, ya que cuando estamos bien seguros de que estamos solos hablando con el Crucificado, de vez en cuando giramos la cabeza y miramos hacia atrás, porque nos sentimos acompañados por ALGUNA PRESENCIA.

Cuando tenemos la certeza de que estamos solos hablando con El, nunca estamos incómodos, ya que encontramos la comodidad con la postura mas extraña, ya que nos sentimos tan a gusto que quisieramos que aquel momento fuera eterno, porque nos sentimos amados por El.

Parece que el corazón quiera salirse del pecho para acercarse a la Cruz, y tenemos una sensación de bienestar que de tan agradable que es parece que sea irreal y extraña.

Necesitamos tanto sentirnos amados, que nuestro corazón late a un ritmo inusual, y esta necesidad de Amor hace que tengamos la sensación maravillosa de querer que el tiempo se parara.

A El, le pasó lo mismo, necesitaba tanto el Amor, que mas que un grito fue una súplica. Fue un acto de Amor, una invocación al Amor Eterno del Padre Creador, que nos da la vida y nos acoge y nos ama como una madre.

Vivió tan intensamente su Amor por la humanidad que todo y estando clavado en la Cruz, sufría por los que le habían crucificado. Les amaba a todos y le dolía que “alguien” les pudiera pedir cuentas por aquel acto.

PERDONALES. Es la palabra clave de la Buena Nueva, del Evangelio. El perdón hace que todo se olvide al instante. El perdón hace que desaparezca la negatividad.

Pedro una vez le preguntó refiriéndose al perdón: Maestro, cuanta veces tengo que perdonar, siete? (le parecía que siete eran muchas veces), y el Maestro le respondió : Aunque sean setenta veces siete, PERDONA. Como Pedro seguramente no sabía contar hasta setenta veces siete, le pareció que aquella era una cantidad infinita, y esto es lo que quería decir Jesús, perdona tantas veces como haga falta. Cuanto mas se perdona, mas se enaltece el que otorga el perdón y el que lo solicita. De humanos es castigar y de reyes es perdonar.

Clavado en una Cruz, escarnecido y atormentado, pedía el perdón para sus verdugos, pedía el perdón para su pueblo que le había llevado a la cruz, pedía perdón por los que nacerían hasta el fin de los tiempos y le producirían escarnio con sus injurias, con sus infidelidades, però sobre todo por su indiferencia y olvido.

Predicó el Amor y el perdón durante su vida. Vivió humildemente cuando podía hacerlo como un gran señor. Murió ajusticiado cuando podía morir honorablemente, mejor dicho, no hacía falta que muriera, ya que debido a su Filiacion Divina, la muerte era un acto inútil para El, però era util para la humanidad, ya que su misión era vencer a la muerte con su Resurrección.

Vivó ayudando a la humanidad, murió amándola, y Resucitó para enseñarnos la trayectoria de nuestro paso por la tierra. Nos enseñó a amar al prójimo para llegar al Amor del Padre.

Nosotros reaccionamos con violéncia, odiamos, maltratamos y matamos, però nunca pensamos en el perdón. Creemos que nuestra cruz es dura y pesada, que es insufrible, que no la podemos aguantar, y nunca pensamos en la Cruz que llevó El.

Es el vivo ejemplo del Amor, pero casi nunca nos damos cuenta de ello, aunque le “vemos” a cada instante.
Podríamos perdonar y no lo hacemos. Decimos que perdonamos, pero no olvidamos. Decimos que somos cristianos y no sabemos vivir como tales, leemos la Palabra y no la entendemos, ya que todo el mundo quiere interpretarla según sus necesidades.

Dónde estan el Amor y el Perdón que predicó nuestro Maestro?. Amor y Perdón son dos palabras muy fáciles de pronunciar, pero son dos conceptos muy difíciles de vivir. Nos parece que si damos parte de lo que tenemos y no nos hace ninguna falta, ya cumplimos con el Amor. Si simulamos que olvidamos ya cumplimos con el perdón y somos tan osados que pretendemos que nos premien por dar lo que nos sobra.

No sabían lo que hacían y nosotros ante la experiencia de mas de 2.000 años de Cristiandad, con las experiencias de las equivocaciones de la humanidad, delante de las injusticias y las guerras que se han hecho y se hacen en nombre de Dios, todavía no sabemos lo que hacemos.

Es deplorable que los humanos prescindamos y no escuchemos al corazón a la hora de actuar. Prescindimos del calor del Amor y nos dejamos guiar por el frío de la negatividad.. No sabemos aún lo que hacemos.

Con toda razón podemos decir que la Biblia es Palabra leida y no entendida.

JESÚS MURIO POR LA HUMANIDAD EN GENERAL Y EN PARTICULAR POR CADA UNO DE NOSOTROS.

La Oración en Grupo

¿De qué se trata?
“Gran mal es un alma sola”. La fe no se puede vivir a solas, ni tampoco la oración. El grupo ofrece la cercanía y el apoyo de los demás para descubrir la dimensión comunitaria de la vida cristiana, donde cada hermano y hermana es un don. Es lo que Santa Teresa llama: “hacernos espaldas”.

Un signo de los tiempos. La oración en grupo es una gozosa realidad en nuestros días. Es posible orar así. Abundan los grupos comprometidos, con buena representación de laicos. Es un regalo del Espíritu a la Iglesia. “Los grupos de oración son hoy uno de los signos y uno de los acicates de la renovación en la Iglesia, a condición de beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana” (CEC 2689; NMI 33).

El espejo de la Iglesia primitiva. El retrato de las primeras comunidades cristianas permanece siempre como referencia para todo grupo de oración. Presenta a los primeros cristianos como una comunidad que ora (Hch 2,42). Se reúnen en un lugar, y el Espíritu les une el alma. Juntos escuchan la Palabra de Dios. Dejan que la vida de Dios pase de unos a otros en un clima de alegría. Comparten los dones, a lo de cada uno lo llaman “nuestro”. Perseveran en estos encuentros y el Señor los bendice.

¿Qué es un grupo de oración?

Un grupo de personas:
– Donde se reconoce el rostro de los que están al lado.
– Cada uno es un don para el otro.
– Todos tienen espacio, palabra, tarea.

Que se reúnen para hacer un camino de encuentro con Dios.
– Llamados por el Espíritu
– En el nombre de Jesús, que garantiza su presencia en medio de ellos (Mt 18,19-10).
– Aprenden a decir: Padre nuestro.
– En comunión con la Iglesia (CEC 2689).

Y que sienten la necesidad de dar gratis lo que gratuitamente han recibido. El don se convierte en tarea eclesial.”Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (NMI 33.34).

Características

El “nosotros” orante. El orante no puede renunciar al encuentro en soledad con Dios, pero su vida participa de la vida de los otros. El grupo se coloca en el plano de la gracia y se sabe habitado por el misterio de Dios. El Espíritu realiza la unidad en el encuentro. Desaparecen los protagonismos personales. Preside el grupo Jesús.

Trato de amistad. Los componentes del grupo se hacen compañeros, solidarios de los otros. Se abren de forma libre, en un gesto de transparencia. Todos se sienten hermanos. Al amarse están amando a Dios. La oración de grupo es un ejercicio de amistad. Conforme a las palabras de Jesús: “Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15-16).

Compartir. El grupo entabla un diálogo de creyentes, la vida pasa de unos a otros en plano de confianza y apertura. Dios mismo habla por la voz de los demás. Cada orante, con gran respeto, pero sin miedo, expresa en la plegaria su palabra, ofrece a los demás su voz hecha canto, su experiencia de fe. “Al darnos nos vamos creando”.

Compromiso. La respuesta a tanto don es una vida que se entrega. La oración de grupo hace posible que surjan estructuras de comunión, donde se cultive la gratuidad. La oración abre un espacio de gracia en nuestra tierra. Puestos ante Dios y ante los demás, vamos poniendo lo mejor de nosotros para construir un mundo uevo. “Siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras” (VC 94).

A tener en cuenta

Importancia del animador. Todo grupo necesita un animador que acompañe, aliente, recree su trayectoria. “El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría y discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración” (CEC 2690). Es muy importante que tenga experiencia. “Nuestro mundo hace más caso a los testigos que a los maestros” (Pablo VI). Señalará los momentos, moderará la oración, pero no dominará la plegaria.

Discernimiento. Los criterios de discernimiento se toman de las características del grupo. Así, no gozará de muy buena salud el grupo de oración que no crezca en una relación de confianza y amistad entre sus miembros. No será grupo de oración si se reduce a un grupo de amigos, olvidando el fin para el que han sido convocados, que no es otro que la relación amistosa con Dios. No habrá oración auténticamente cristiana sin empalme directo con la vida cotidiana y con la vida de los otros.

Crecimiento. El grupo está siempre en movimiento necesita crecer, desarrollarse. No se trata de que el grupo haga oración, sino que la oración haga grupo, haga comunidad.

Modelos. “Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad reflejan la pura y única luz del Espíritu Santo” (CEC 2683). “Reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad, en la alegría sin tacha, ya que no existe nada mejor que El. Corred todos a una, como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre” (San Ignacio de Antioquía).

Orar con el Santísimo

¡Qué bien se está contigo SEÑOR junto al SAGRARIO!
Qué bien se está contigo, ¿por qué no vendré mas?
Hace ya muchos años que vengo a diario y aquí te encuentro siempre -AMOR SOLITARIO- solo, pobre, escondido, pensando en mi quizás!….. TU no me dices nada ni yo te digo nada; si TU lo sabes todo ¿que voy a decirte? Sabes todas mis penas, todas mis alegrías, sabes que vengo a verte con las manos vacías.
y que no tengo nada que te pueda servir.

Siempre que vengo a verte, siempre te encuentro solo
¿Será SEÑOR que nadie sabe que estás aquí? no sé; pero se, en cambio, que aunque nadie viniera, aunque nadie te amara ni te lo agradeciera, aquí estarías siempre esperándome a mi….. ¿Por qué no vendré mas? ¡Que ciego estoy, que ciego! Si se por experiencia que cuando a TI me llego siempre vuelvo cambiado, siempre salgo mejor.

¿A donde voy Dios mío, cuando a mi Dios no vengo?
¡Si TU me esperas siempre! Si a TI siempre te tengo
si jamás me has cerrado las puertas de tu AMOR.
Por otros se recorren a pie largos caminos,
acuden de muy lejos cansados peregrinos o pagan grandes sumas que no han de recobrar.

Por Ti, nadie me pregunta, de TI nadie hace caso,
si alguna vez te visitan es solo así de paso; aquí eres TU quien jamás paga si alguno quiere entrar.

¿Por qué no vendrás si se que aquí, a TU lado, puedo encontrar, Dios mío, lo que tanto he buscado mi luz, mi fortaleza, mi paz mi único bien?
¡Si jamás he sufrido, si jamás he llorado SEÑOR sin que conmigo llorases TU también! ¿Por qué no vendré mas JESUCRISTO BENDITO?

¡Si TU lo estás deseando! si yo lo necesito! Si se que no soy nada cuando vengo aquí….. Si aquí me enseñarais la ciencia de los santos como aquí la buscaron y la aprendieron tantos, que fueron tus amigos y gozan de TI….

¿Por qué no vendré más, si sé yo que TU eres el modelo único y necesario que nada se hace duro mirándote a TI aquí….?

El SAGRARIO es la celda donde estás encerrado…..
¡Que pobre, que obediente, que manso, que callado,
que solo, que escondido……nadie se fija en TI!
¿Por qué no vendré más? ¡ Oh Bondad infinita!
riqueza inestimable que nada necesita, y que te has humillado a mendigar mi amor Abreme ya esa puerta, sea esa ya mi vida olvidado de todos, de todos escondida,
¡Que bien se está contigo, que bien se está SEÑOR !

Amén

Juan Pablo II: Una oración para comenzar con serenidad la jornada

CIUDAD DEL VATICANO, 30 mayo 2001 (ZENIT.org).- En la oración de la mañana, el cristiano pone su día en las manos de Dios, experimentando una tranquilidad y serenidad únicas. Una experiencia para que la que el pontífice ha recomendado en su intervención durante la audiencia de este miércoles el rezo del Salmo 5, tal y como propone la Liturgia de las Horas en las Laudes.

De esta oración, explicó el Papa, “el fiel recibe la carga interior para afrontar un mundo con frecuencia hostil. El Señor mismo le tomará de su mano y le guiará por las calles de la ciudad, es más, le “allanará el camino””.

Ofrecemos a continuación el texto de la catequesis que Juan Pablo II pronunció en la audiencia general.

1. “Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, y me quedo aguardando”. Con estas palabras, el Salmo 5 se presenta como una oración de la mañana y, por tanto, se sitúa perfectamente en el contexto de las Laudes, el canto del fiel al inicio del día. El tono de fondo de esta súplica está más bien marcado por la tensión y el ansia, por los peligros y las amarguras que están por suceder. Pero no desfallece la confianza en Dios, siempre dispuesto a sostener a su fiel para que no tropiece en el camino de la vida.

“Sólo la Iglesia tiene una confianza así” (Jerónimo, Tractatus LIX in psalmos, 5,27: PL 26,829). Y san Agustín, llamado la atención sobre el título que se le da al Salmo y que en su versión latina dice: “Para aquella que recibe la herencia”, explica: Se trata, por tanto, de la Iglesia que recibe en herencia la vida eterna por medio de nuestro Señor Jesucristo, de modo que posee al mismo Dios, adhiere a Él, y encuentra en Él su felicidad, según lo que está scrito: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra” (Mateo 5, 4) (Enarr. in Ps.,5: CCL 38,1,2-3).

“Tu”, Dios
2. Como sucede con frecuencia en los Salmos de “súplica” dirigidos al Señor para ser liberados del mal, en este Salmo entran en escena tres personas. Ante todo aparece Dios (versículos 2-7), el “Tú”, por excelencia del Salmo, al que el orante se dirige con confianza. Ante las pesadillas de la jornada agotadora y quizá peligrosa, emerge una certeza: el Señor es un Dios coherente, riguroso con la injusticia, ajeno a todo compromiso con el mal: “Tú no eres un Dios que ame la maldad” (versículo 5).

Una larga lista de personas malvadas, el malhechor, el mentiroso, el sanguinario y traicionero, desfila ante la mirada del Señor. Él es el Dios santo y justo que se pone de parte de quien recorre los caminos de la verdad y del amor, oponiéndose a quien escoge “las sendas que llevan al reino de las sombras” (cf. Proverbios 2,18). El fiel, entonces, no se siente solo y abandonado cuando afronta la ciudad, penetrando en la sociedad y en la madeja de las vicisitudes cotidianas.

“Yo”, el orante
3. En los versículos 8 y 9 de nuestra oración matutina el segundo personaje, el orante, se presenta a como un “Yo”, revelando que toda su persona está dedicada a Dios y a su “gran misericordia”. Está seguro de que las puertas del templo, es decir el lugar de la comunión y de la intimidad divina, cerradas a los impíos, se abren de par en par ante él. Entra para experimentar la seguridad de la protección divina, mientras afuera el mal se enfurece y celebra sus triunfos aparentes y efímeros.

De la oración matutina en el templo el fiel recibe la carga interior para afrontar un mundo con frecuencia hostil. El Señor mismo le tomará de su mano y le guiará por las calles de la ciudad, es más, le “allanará el camino”, como dice el Salmista, con una imagen sencilla pero sugerente.

En el original hebreo esta confianza serena se funda en dos términos (hésed y sedaqáh): “misericordia o fidelidad”, por una parte, y “justicia o salvación”, por otra. Son las palabras típicas para celebrar la alianza que une al Señor con su pueblo y con cada uno de sus fieles.

“Ellos”, los enemigos
4. Así se perfila, por último, en el horizonte la figura oscura del tercer actor de este drama cotidiano: son los “enemigos”, los “malvados”, que ya estaban en el fondo de los versículos precedentes. Después del “Tú” de Dios y del “Yo” del orante, ahora viene un “Ellos” que indica una masa hostil, símbolo del mal en el mundo (versículos 10-11). Su fisonomía está caracterizada un elemento fundamental de la comunicación social, la palabra. Cuatro elementos boca, corazón, garganta, lengua, expresan la radicalidad de la maldad de sus decisiones. Su boca está llena de falsedad si corazón maquina constantemente perfidias, su garganta es como un sepulcro abierto, dispuesta a querer solo la muerte, su lengua es seductora, pero “llena de veneno mortífero”(Santiago 3, 8).

5. Después de este retrato áspero y realista del perverso que atenta contra el justo, el salmista invoca la condena divina en un versículo (versículo 11), que la liturgia cristiana omite, queriendo de este modo conformarse a la revelación del Nuevo Testamento del amor misericordioso, que ofrece también al malvado la posibilidad de la conversión. La oración del salmista experimenta al llegar a ese momento un final lleno de luz y de paz (versículos 12-13), después del oscuro perfil del pecador que acaba de diseñar. Una oleada de serenidad y de alegría envuelve a quien es fiel al Señor. La jornada que ahora se abre ante el creyente, aunque esté marcada por cansancio y ansia, tendrá ante sí el sol de la bendición divina. El salmista, que conoce en profundidad el corazón y el estilo de Dios, no tiene dudas: “Tú, Señor, bendices al justo, y como un escudo lo rodea tu favor”(v. 13).

Juan Pablo II: Cómo salpicar el día con la oración

CIUDAD DEL VATICANO, 4 abr 2001 (ZENIT.org).- La recitación de los salmos en diferentes momentos del día constituye una práctica privilegiada para que el cristiano bucee “en el océano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el Bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Se trata de una costumbre, como explicó Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles, que descubrieron ya los primeros cristianos, ayudados por las oraciones propuestas por la ley de Moisés.

“Al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintonía entre el Espíritu, presente en las Escrituras, y el Espíritu que habita en él por la gracia bautismal. Más que rezar con sus propias palabras, se hace eco de esos “gemidos inefables” de que habla San Pablo, con los que el Espíritu del Señor lleva a los creyentes a unirse a la invocación característica de Jesús: “¡Abbá, Padre””, explicó.

Ofrecemos a continuación, el texto íntegro del discurso que pronunció hoy el Papa en la plaza de San Pedro del Vaticano durante el encuentro con los peregrinos.

1. Antes de emprender el comentario de los diferentes salmos y cánticos de alabanza, hoy vamos a terminar la reflexión introductiva comenzada con la catequesis pasada. Y lo hacemos tomando pie de un aspecto muy apreciado por la tradición espiritual: al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintonía entre el Espíritu, presente en las Escrituras, y el Espíritu que habita en él por la gracia bautismal. Más que rezar con sus propias palabras, se hace eco de esos “gemidos inefables” de que habla san Pablo (cf. Romanos 8, 26), con los que el Espíritu del Señor lleva a los creyentes a unirse a la invocación característica de Jesús: “¡Abbá, Padre!” (Romanos 8, 15; Gálatas 4, 6).

Los antiguos monjes estaban tan seguros de esta verdad, que no se preocupaban por cantar los salmos en su propio idioma materno, pues les era suficiente la conciencia de ser, en cierto sentido, “órganos” del Espíritu Santo. Estaban convencidos de que su fe permitía liberar de los versos de los salmos una particular “energía” del Espíritu Santo. La misma convicción se manifiesta en la característica utilización de los salmos, llamada “oración jaculatoria” que procede de la palabra latina “iaculum”, es decir “dardo” para indicar brevísimas expresiones de los salmos que podían ser “lanzadas” como puntas encendidas, por ejemplo, contra las tentaciones. Juan Casiano, un escritor que vivió entre los siglos IV y V, recuerda que algunos monjes descubrieron la extraordinaria eficacia del brevísimo “incipit” del salmo 69: “Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme”, que desde entonces se convirtió en el portal de entrada de la “Liturgia de las Horas” (cf. Conlationes, 10,10: CPL 512,298 s.s.).

2. Junto a la presencia del Espíritu Santo, otra dimensión importante es la de la acción sacerdotal que Cristo desempeña en esta oración, asociando consigo a la Iglesia, su esposa. En este sentido, refiriéndose precisamente a la “Liturgia de las Horas”, el Concilio Vaticano II enseña: “El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, […] une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que, sin cesar, alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino”(Sacrosanctum Concilium,83).

De modo que la “Liturgia de las Horas” tiene también el carácter de oración pública, en la que la Iglesia está particularmente involucrada. Es iluminador entonces redescubrir cómo la Iglesia ha definido progresivamente este compromiso específico de oración salpicada a través de las diferentes fases del día. Es necesario para ello remontarse a los primeros tiempos de la comunidad apostólica, cuando todavía estaba en vigor una relación cercana entre la oración cristiana y las así llamadas “oraciones legales” es decir, prescritas por la Ley de Moisés, que tenían lugar a determinadas horas del día en el Templo de Jerusalén. Por el libro de los Hechos de los Apóstoles sabemos que los apóstoles “acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu”(2, 46), y que “subían al Templo para la oración de la hora nona” (3,1). Por otra parte, sabemos también que las “oraciones legales” por excelencia eran precisamente las de la mañana y la noche.

3. Con el pasar del tiempo, los discípulos de Jesús encontraron algunos salmos particularmente apropiados para determinados momentos de la jornada, de la semana o del año, percibiendo en ellos un sentido profundo relacionado con el misterio cristiano. Un autorizado testigo de este proceso es san Cipriano, quien a la mitad del siglo III escribe: “Es necesario rezar al inicio del día para celebrar en la oración de la mañana la resurrección del Señor. Esto corresponde con lo que indicaba el Espíritu Santo en los salmos con las palabras: “Atiende a la voz de mi clamor, oh mi Rey y mi Dios. Porque a ti te suplico. Señor, ya de mañana oyes mi voz; de mañana te presento mi súplica, y me quedo a la espera” (Salmo 5, 3-4). […] Después, cuando el sol se pone al acabar del día, es necesario ponerse de nuevo a rezar. De hecho, dado que Cristo es el verdadero sol y el verdadero día, al pedir con la oración que volvamos a ser iluminados en el momento en el que terminan el sol y el día del mundo, invocamos a Cristo para que regrese a traernos la gracia de la luz eterna” (De oratione dominica, 35: PL 39,655).

4. La tradición cristiana no se limitó a perpetuar la judía, sino que trajo algunas innovaciones que caracterizaron la experiencia de oración vivida por los discípulos de Jesús. Además de recitar en la mañana y en la tarde el Padrenuestro, los cristianos escogieron con libertad los salmos para celebrar su oración cotidiana. A través de la historia, este proceso sugirió utilizar determinados salmos para algunos momentos de fe particularmente significativos. Entre ellos, en primer lugar se encontraba la “oración de la vigilia”, que preparaba para el Día del Señor, el domingo, en el que se celebraba la Pascua de Resurrección.

Algo típicamente cristiano fue después el añadir al final de todo salmo e himno la doxología trinitaria,”Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. De este modo, todo salmo e himno fue iluminado por la plenitud de Dios.

5. La oración cristiana nace, se nutre y desarrolla en torno al acontecimiento por excelencia de la fe, el Misterio pascual de Cristo. Así, por la mañana y en la noche, al amanecer y al atardecer, se recordaba la Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida. El símbolo de Cristo “luz del mundo” es representado por la lámpara durante la oración de las Vísperas, llamada también por este motivo “lucernario”. Las “horas del día” recuerdan, a su vez, la narración de la pasión del Señor, y la “hora tercia” la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. La “oración de la noche”, por último, tiene un carácter escatológico, pues evoca la recomendación hecha por Jesús en espera de su regreso (cf. Marcos 13, 35-37).

Al ritmar de este modo su oración, los cristianos respondieron al mandato del Señor de “rezar sin cesar” (cf. Lucas 18,1; 21,36; 1 Tesalonicenses 5, 17; Efesios 6, 18), sin olvidar que toda la vida tiene que convertirse en cierto sentido en oración. En este sentido, Orígenes escribe: “Reza sin pausa quien une la oración con las obras y las obras con la oración” (Sobre la oración, XII,2: PG 11,452C).

Este horizonte, en su conjunto, constituye el hábitat natural de la recitación de los Salmos. Si son sentidos y vividos de este modo, la “doxología trinitaria” que corona todo salmo se convierte, para cada creyente en Cristo, en un volver a bucear, siguiendo la ola del espíritu y en comunión con todo el pueblo de Dios, en el océano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el Bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración de la Noche

Señor, ya es tarde; ya viene la noche.
Quiero agradecerte por este día.

Fue duro, con sufrimientos e inseguridades,
pero lleno de amor, y vivido en la alegría de la esperanza.

Gracias, Señor por este día que acabo de vivir.
Intenté vivirlo en Tu amor y nada me faltó.

En tu compañía soporté mis sufrimientos y no fue un día perdido. Confié en Ti y acepté tu voluntad. No fui perfecto, pero intenté ser bueno. Perdona mis faltas, Señor, y recíbeme.

Dame una noche tranquila y, por Tu gracia, restaura mis fuerzas, disminuya mis dolores y consérvame en salud.

Haz que mañana yo esté listo para cumplir tu voluntad
y para aceptar a todos mis hermanos.

Amén.

La dimensión cósmica de la oración, según Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 2 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha releído con los peregrinos una de las páginas más bellas de la Biblia, el cántico de tres jóvenes israelitas salvados de la muerte por Dios, para mostrar cómo los cristianos pueden inspirar su oración en los cánticos judíos.

“Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos”, concluye el himno recogido por Daniel (3, 57). En este cántico, dice el Papa, “en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador”.

El cristiano, como Francisco de Asís, aclaró el Papa, al elevar esta alabanza “se siente agradecido no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo”.

Ofrecemos a continuación la intervención íntegra del pontífice en la audiencia general de este miércoles.

1. “Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos” (Daniel 3, 57). Una dimensión cósmica impregna este Cántico tomado del libro de Daniel, que la Liturgia de las Horas propone para las Laudes del domingo en la primera y tercera semana. De hecho, esta estupenda oración se aplica muy bien al “Dies Domini”, el Día del Señor, que en Cristo resucitado nos permite contemplar el culmen del designio de Dios sobre el cosmos y la historia. En él, alfa y omega, principio y fin de la historia (cf. Apocalipsis 22, 13), alcanza su sentido pleno la misma creación, pues, como recuerda Juan en el prólogo del Evangelio, “todo ha sido hecho por él” (Juan 1, 3). En la resurrección de Cristo culmina la historia de la salvación, abriendo la vicisitud humana al don del Espíritu y al de la adopción filial, en espera del regreso del Esposo divino, que entregará el mundo a Dios Padre (cf. 1Corintios 15, 24).

2. En este pasaje de letanías, se repasan todas las cosas. La mirada apunta hacia el sol, la luna, las estrellas; alcanza la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las más diferentes situaciones atmosféricas, pasa del frío al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales. El llamamiento se hace después universal: interpela a los ángeles de Dios, alcanza a todos los “hijos del hombre”, y en particular al pueblo de Dios, Israel, sus sacerdotes y justos. Es un inmenso coro, una sinfonía en la que las diferentes voces elevan su canto a Dios, Creador del universo y Señor de la historia. Recitado a la luz de la revelación cristiana, el Cántico se dirige al Dios trinitario, como nos invita a hacerlo la liturgia, añadiendo una fórmula trinitaria: “Bendigamos al Padre, y al Hijo con el Espíritu Santo”.

3. En el cántico, en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como agradecimiento pronunciado por tres jóvenes israelitas –Ananías, Azarías y Misael–, condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el telón de fondo de este acontecimiento se encuentra la historia especial de salvación en la que Dios escoge a Israel como a su pueblo y establece con él una alianza. Los tres jóvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que envía a un ángel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49).

De este modo, el Cántico se pone en la línea de los cantos de alabanza por haber evitado un peligro, presentes en el Antiguo Testamento. Entre ellos es famoso el canto de victoria referido en el capítulo 15 del Éxodo, donde los antiguos judíos expresan su reconocimiento al Señor por aquella noche en la que hubieran quedado inevitablemente arrollados por el ejército del faraón si el Señor no les hubiera abierto un camino entre las aguas, echando “al mar al caballo y al jinete”(Éxodo 15, 1).

4. No es casualidad el que en la solemne vigilia pascual, la liturgia nos haga repetir todos los años el himno cantado por los israelitas en el Éxodo. Aquel camino abierto para ellos anunciaba proféticamente el nuevo camino que Cristo resucitado inauguró para la humanidad en la noche santa de su resurrección de los muertos. Nuestro paso simbólico a través de las aguas bautismales nos permite volver a vivir una experiencia análoga de paso de la muerte a la vida, gracias a la victoria sobre la muerte de Jesús para beneficio de todos nosotros.

Al repetir en la liturgia dominical de las Laudes el Cántico de los tres jóvenes israelitas, nosotros, discípulos de Cristo, queremos ponernos en la misma onda de gratitud por las grandes obras realizadas por Dios, ya sea en su creación ya sea sobre todo en el misterio pascual.

De hecho, el cristiano percibe una relación entre la liberación de los tres jóvenes, de los que se habla en el Cántico, y la resurrección de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles ven en ésta última la respuesta a la oración del creyente que, como el salmista, canta con confianza: “No abandonarás mi alma en el Infierno ni permitirás que tu santo experimente la corrupción” (Hechos 2, 27; Salmo 15, 10).

El hecho de relacionar este Cántico con la Resurrección es algo muy tradicional. Hay antiquísimos testimonios de la presencia de este himno en la oración del Día del Señor, la Pascua semanal de los cristianos. Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se pueden ver a tres jóvenes que rezan incólumes entre las llamadas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza en la intervención del Señor.

5.”Bendito eres en la bóveda del cielo: a ti honor y alabanza por los siglos” (Daniel 3, 56). Al cantar este himno en la mañana del domingo, el cristiano se siente agradecido no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.

Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación y permite gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza. Espontáneamente la imaginación considera que experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San Damián, después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento e el cuerpo y en el espíritu, compuso el “Cántico al hermano sol” (cf. “Fuentes franciscanas”, 263).

Nuestra Más Grande Necesidad

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de dinero,
Dios hubiera mandado a un economista.

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de conocimiento,
Dios hubiera mandado a un educador.

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de diversión o entretenimiento,
Dios hubiera mandado a un artista.

Pero como nuestra mayor necesidad
era de amor y salvación.
Dios mando a su Hijo, un Salvador.

Nada te Turbe

Nada te turbe,nada te espante
todo se pasa Dios no se muda
La paciencia todo lo alcanza
quien a Dios tiene nada le falta
Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento, al cielo sube,
por nada te acongojes, nada te turbe.

A Jesucristo sigue con pecho grande,
y, venga lo que venga nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo? es gloria vana;
Nada tiene de estable, todo se pasa.

Aspira a lo celeste, que siempre dura;
fiel y rico en promesas, Dios no se muda.

Ámala cual se merece, Bondad inmensa;
pero no hay amor fino sin la paciencia.

Confianza y fe viva mantenga el alma,
que quien cree y espera todo lo alcanza.

Del infierno acosado aunque se viere,
burlará sus furores quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos, cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro, nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo, Id, dichas vanas;
aunque todo lo pierda Sólo Dios basta.