Juan en Aldún (20 de 20)

20. Epílogo

El que había sido monasterio de las monjas fue recuperado por el hermano de Magdalena, aunque los muebles y la biblioteca fueron llevados a la que había sido la casa de Landulfo y Caterina, pues fue allí donde nació el nuevo monasterio, del que Caterina fue ejemplar abadesa. El cuerpo de Ivana quedó bajo el altar mayor de la iglesia y en una de las naves laterales quedó luego sepultada Elena. No tengo que explicar cuál sagrario tiene ese lugar.

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Juan en Aldún (18 de 20)

18. Los Ritos de la Tierra

Landulfo quería ir ese mismo día al monasterio pero dos cosas lograron detenerlo. De ellas hablaremos más adelante.

Por ahora debemos atender al camino de estos jóvenes guiados por Elena. Cosa admirable la agilidad y resistencia de esta anciana que a primera vista parecía tan enclenque. Muy al contrario, vino a resultar que mantenía el paso a fuerte ritmo tanto subiendo como bajando y aun así era capaz de salpicar la larga caminata con anécdotas y relatos, de modo que los muchachos jadeantes y sudorosos apenas tenían resuello para seguirla y escucharla.

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Juan en Aldún (17 de 20)

17. Memorias de Ivana

Por aquella época ya Juan se había habituado a hacer la oración de la mañana en la capilla. Al terminar sus rezos, iba y le daba un beso a la losa que escondía al cofre dorado. Tomaba luego alguna refección ligera y se iba a trabajar un rato al campo o se dedicaba a la lectura. Esta vez su elección fue volver a la lectura.

“He visto muy enferma a nuestra cocinera, la señora Elena. Es un pesar muy grande, porque, como es sorda, parece que ninguna palabra de consuelo le llega. La hemos encomendado mucho al Señor; primero, porque queremos la salud de su alma, y segundo, ¡porque nadie cocina como ella!”

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Juan en Aldún (16 de 20)

16. El Empleado del Monasterio

Caterina se sentó al lado de Mateo. Lo miró primero a él y luego dijo en voz clara:

–Primero debo pedirte perdón a ti, Mateo. Sólo Dios sabe el dolor que llevó por la muerte de tus amigos. Aquello fue un crimen horrendo y lamentablemente no es el primero que comete Landulfo. Y si ustedes no me ayudan, si ustedes no nos ayudan a mi madre y a mí, ese hombre seguirá asolando esta zona.

Un pájaro cantó con voz suave y hermosa, pero se calló sin que nadie le hiciera ninguna seña. Caterina continuó, dirigiéndose al hermano de Juan, que ya había dejado de amenazar con el cuchillo a Elena:

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Juan en Aldún (15 de 20)

15. Los Pájaros

No solamente los jóvenes oyeron ese concierto. Landulfo, que no podía dormir después de que su pregunta quedara sin respuesta, escuchaba algo de la melodía, sólo que a él no le sonaba agradable y placentera sino dura y amenazante. Tanto le molestó ese sonido que finalmente salió de casa armado de su hacha gigante pero no pudo sacar nada en claro porque había algo de neblina de manera que el lejano resplandor de la hoguera quedó oculto a sus ojos. Volvió a casa y algo le quería decir a Ariadna pero esta dormía profundamente y a él le daba pesar interrumpir ese sueño. Entonces sacó uno de sus cuadernos y empezó a escribir un breve poema sobre “La Hermosa Dormida.” Satisfecho con su obra maestra se quedó dormido después.

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Juan en Aldún (14 de 20)

14. Elena Cuenta su Historia

El fuego crepitaba dando una sensación de reunión de amigos y de paz al comienzo de la primavera. Elena entendió rápidamente que no podía defenderse con otra cosa que no fuera la verdad, así que se dispuso a confesarlo todo, con la presunción de que hablar le salvaría la vida.

Y no se equivocaba. Ninguno de ellos era hombre o mujer de armas. No querían lastimarla sino tomarla como guía, así fuera una guía un poco forzada.

Mateo empezó, con tono solemne:

–No vamos a hablar de mis compañeros, que fueron brutalmente asesinados sin causa justa. Hoy nos ocupa otro asunto. El monje, el señor Kunev.

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Juan en Aldún (13 de 20)

13. Los Jóvenes al Rescate

La primera condición que Ariadna le puso a Landulfo, cuando al fin hablaron el asunto, es que la recuperación del cofre no debía traer más derramamiento de sangre. Eso él lo aceptó sin protestar. Luego le pidió que la llevara hasta el monasterio. Eso a duras apenas lo aceptó. Y luego quería pedirle que Elena los acompañara, pero ya la escasa de paciencia de Landulfo había alcanzado su límite, de modo que el tema quedó cerrado.

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Juan en Aldún (12 de 20)

12. Un Desencuentro

Al principio Juan creyó que estaba soñando o que la pesadilla infernal seguía. Abrió los ojos que le pesaban como si tuviera losas en vez de párpados. No había rastro de los monstruos y la voz desde afuera seguía gritando, primero sólo en latín y luego en aldunense: “Miserere Mei, Domine!”

Hacía tantos años que Juan no oía aldunense que se quedó perplejo. Incorporándose notó que tenía la túnica sucia por haber trasbocado y que todo él apestaba a licor barato. Sin embargo, abrió la puerta y se encontró con un pastor muy alto y fornido, cuyas cejas se unían sobre la nariz. El pastor hizo una mueca de enfado por el hedor que salía de Juan pero no se movió un centímetro de su sitio. Por un momento los dos hombres se miraron como identificando cada cual el tipo de persona que el otro era.

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Juan en Aldún (11 de 20)

11. Una Visita para Juan

El encuentro con Magdalena no sólo cambió la vida de las dos chicas sino también la de Igor. La madre de Magdalena era viuda como él y era una mujer bella de alma y cuerpo. Un día, después de una leve cena, por la misma época de las oraciones públicas que se hicieron con motivo de la muerte de Josafat, las tres amigas se reunieron aparte para hablar cosas de su monasterio. Oyéndolas uno pensaría que estaban hablando de una casa de muñecas, pero las cosas iban muy en serio, como lo demostraron los hechos subsiguientes.

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Juan en Aldún (10 de 20)

10. Josafat

Ignorante de su popularidad y de las visitas que habría de recibir un día, Juan progresaba a buen paso en su lectura. No se limitaba ya a la Biblia sino que tomaba algunos otros libros con escritos de los antiguos Padres. El que más le gustaba pero más trabajo le costaba era San Agustín.

Pero las Crónicas seguían siendo su lectura diaria pues en ellas aprendía no sólo de vida espiritual sino de muchas cosas prácticas: cómo hacer telas y túnicas, cómo cocinar, qué hierbas podían considerarse medicinales y qué setas eran venenosas. Toda esta parte le fue extremadamente útil, sobre todo porque iba acompañada de dibujos.

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Juan en Aldún (9 de 20)

9. Mateo en Aldún

Lo último que esperaba Joaquín ese cierto día era encontrarse a Mateo; mucho menos encontrárselo en el estado desastroso en que lo vio llegar: pálido, literalmente muriendo de hambre, con solo pedazos de ropa y los ojos muy hundidos en las cuencas.

Apenas Mateo pudo hablar Joaquín entendió que ahora más que nunca tenían que ser los amigos que un día habían querido ser. Mientras le ayudaba a llegar a la casa, Mateo decía fragmentos de frases, como retratando en palabras desarticuladas el dolor físico y emocional que había tenido que vivir en esas dos semanas trágicas. Joaquín lo oía con respeto y afecto, pero le exhortaba suavemente a callar y reservar sus fuerzas. Dando tumbos Mateo logró llegar a la casa materna. Lágrimas asomaron a sus ojos, sobre todo cuando pudo abrazar a la mamá: “¡Pensé que ya no te volvería a ver!” dijeron los dos a coro sin ponerse de acuerdo.

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Juan en Aldún (8 de 20)

8. Conversación de Pareja

No se puede decir que Landulfo quisiera a Ariadna: la veneraba. Veamos y escuchemos, si no, a esta pareja en la intimidad de su casa. Una lámpara arde en la habitación y un lecho inmenso lo ocupa casi todo. Sin embargo, a un lado queda espacio suficiente para la colección de unturas, cremas, lociones y fórmulas con que Ariadna cuida su preciosa piel. Dónde y cómo ha conseguido todas esas cosas es pregunta que nadie podría responder: hay centenares de recipientes de vidrio, cajas pequeñas, receptáculos de madera, olletas ridículamente pequeñas, cajas metálicas más grandes, vasos de cerámica y como de porcelana, aromas traídos de lejanas tierras… Nada de extraño que ella necesite media mañana para decidir cómo vestirse, qué untarse, cómo adornarse, qué perfume ponerse. Todo en ella es hermoso; su sueño es ser perfecta, ser simple y perfectamente bella en todo su cuerpo, como esas esculturas que conoció en Grecia siendo más joven, por la época en que decidió darse el nombre de Ariadna, porque esa fue decisión de ella y de nadie más.

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Juan en Aldún (7 de 20)

7. Mateo, Capturado

Mateo despertó con un dolor de cabeza salvaje. Sentía la boca como una teja y todo le daba vueltas. Pero el mundo estaba bien atado a él o él al mundo, porque unas cuerdas gruesas lo mantenían sujeto a una tabla larga. Los hombros eran un solo dolor porque las manos estaban atadas por detrás de la tabla, que estaba sostenida sobre una especie de caballetes. No sentía los pies tampoco, pues también ellos estaban amarrados en incomodísima posición por debajo de la misma tabla. Lo único amable de ese despertar fue el rostro de Ariadna, la mujer que de algún modo le había salvado la vida.

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Juan en Aldún (6 de 20)

6. Las Crónicas

Hay coincidencias que nadie podría explicar. Exactamente el mismo día en que aquella delicada mujer detenía con su “Desine!” a su esposo iracundo, Juan aprendía en su nueva y cada vez más cómoda casa qué significaba “desinere.”

Mientras aquellos desdichados jóvenes llegaban a tan violento y sangriento final, Juan estudiaba el texto del salmo 36: “desine ab ira et derelinque furorem.” Después de tantos meses de leer textos y textos en latín ya nuestro hombre estaba claro sobre el significado de un buen número de palabras. Se le ocurrió que sería buena idea hacer un libro en el que aparecieran todas las palabras del latín con su significado en aldunense y todas las del aldunense con su significado en latín. Sin embargo, no emprendió la obra.

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