Un Humanismo Cristiano

1. Me alegra encontrarme con vosotros en este año de gracia, en el que Cristo nos llama con fuerza a una adhesión de fe más convencida y a una profunda renovación de vida. Os agradezco sobre todo el compromiso que habéis manifestado en los encuentros espirituales y culturales que han caracterizado estas jornadas. […]

Sí, porque Cristo no es el signo de una vaga dimensión religiosa, sino el lugar concreto en el que Dios hace plenamente suya, en la persona del Hijo, nuestra humanidad. Con él “el Eterno entra en el tiempo, el Todo se esconde en la parte y Dios asume el rostro del hombre” (Fides et ratio, 12). Esta “kénosis” de Dios, hasta el “escándalo” de la cruz (cf. Flp 2, 7), puede parecer una locura para una razón orgullosa de sí. En realidad, es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1, 23-24) para cuantos se abren a la sorpresa de su amor. Vosotros estáis aquí para dar testimonio de él.

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Consagracion del Santuario de la Divina Misericordia en Polonia

“Oh inconcebible e insondable misericordia de Dios, ¿quién te puede adorar y exaltar de modo digno? Oh sumo atributo de Dios omnipotente, tú eres la dulce esperanza de los pecadores” (Diario, 951, ed. it. 2001, p. 341).

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Repito hoy estas sencillas y sinceras palabras de santa Faustina, para adorar juntamente con ella y con todos vosotros el misterio inconcebible e insondable de la misericordia de Dios. Como ella, queremos profesar que, fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre. Deseamos repetir con fe: Jesús, confío en ti.

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Feliz Pascua – Motivos de Esperanza

Hermanos en el episcopado, grandes son ciertamente, y superiores a las fuerzas del hombre, todas aquellas cosas que son objeto de nuestra esperanza y de nuestros votos; empero, habiendo hecho Dios capaces de mejoramiento a las naciones de la tierra, habiendo instituido la Iglesia para salvación de las gentes, y prometiéndole su benéfica asistencia hasta la consumación de los siglos, yo abrigo gran confianza de que, merced a los trabajos del celo apostólico de ustedes, hermanos, la gente llegará a conocer la verdad de tantos males y desventuras, y ha de venir finalmente a buscar la salud y la felicidad en la sumisión a la Iglesia y al infalible magisterio de la Cátedra apostólica.

Entre tanto, Venerables Hermanos, no puedo menos de manifestarles el júbilo que experimento por la admirable unión y concordia en que les veo vivir unos con otros, y todos con esta Sede Apostólica. Esta perfecta unión no sólo es el baluarte más fuerte contra los asaltos del enemigo, sino un fausto y feliz augurio de mejores tiempos para la Iglesia; y así como me consuela en gran manera esta risueña esperanza, así también me da ánimos para sostener, alegre y varonilmente, desde el arduo cargo que he asumido como Papa, cuantos trabajos y combates sean necesarios en defensa de la Iglesia.

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Sorprendidos por el Amor de Dios

Cuantas veces poséis vuestra mirada sobre la majestuosa Basílica [de San Pablo] pensaréis en el Apóstol de los gentiles, en su vocación a la que respondió tan ardientemente, en su deseo de sólo vivir y de morir para Cristo: Gratia autem Dei sum id quod sum, et gratia eius in me vacua non fuit, sed abundantius illis omnibus laboravi: non ego autem, sed gratia Dei mecum (Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí, pues he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo) (1 Cor. 15, 10). La proximidad del glorioso sepulcro del atleta de Cristo será para vosotros un constante estímulo para considerar a la luz de Dios el don de la vocación y corresponder a ella con una generosidad pronta y total.

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Denuncia de errores comunes sobre la relacion Iglesia – Mundo

En nuestro tiempo hay no pocos que, aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio llamado del naturalismo, se atreven a enseñar “que la perfección de los gobiernos y el progreso civil exigen imperiosamente que la sociedad humana se constituya y se gobierne sin preocuparse para nada de la religión…” Y con esta idea de la gobernación social, absolutamente falsa, no dudan en consagrar aquella opinión errónea que “la libertad de conciencias y de cultos es un derecho propio de cada hombre, que todo Estado bien constituido debe proclamar y garantizar como ley fundamental, y que los ciudadanos tienen derecho a la plena libertad de manifestar sus ideas con la máxima publicidad -ya de palabra, ya por escrito, ya en otro modo cualquiera-, sin que autoridad civil ni eclesiástica alguna puedan reprimirla en ninguna forma”. Al sostener afirmación tan temeraria no piensan ni consideran que con ello predican la libertad de perdición, y que, si se da plena libertad para la disputa de los hombres, nunca faltará quien se atreva a resistir a la Verdad, confiado en la locuacidad de la sabiduría humana. Pero Nuestro Señor Jesucristo mismo enseña cómo la fe y la prudencia cristiana han de evitar esta necedad que tanto daño hace.

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Todos llamados a su pleno desarrollo

Cada uno es miembro de la sociedad, pertenece a la humanidad entera. Y no es solamente este o aquel hombre sino que todos los hombres están llamados a [su] desarrollo pleno. Las civilizaciones nacen, crecen y mueren. Pero como las olas del mar en flujo de la marea van avanzando, cada una un poco más, en la arena de la playa, de la misma manera la humanidad avanza por el camino de la historia. Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber.

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Buscando la Gran Esperanza

La experiencia demuestra que las cualidades personales y los bienes materiales no son suficientes para asegurar esa esperanza que el ánimo humano busca constantemente. Como he escrito en la citada Encíclica Spe salvi, la política, la ciencia, la técnica, la economía o cualquier otro recurso material por sí solos no son suficientes para ofrecer la gran esperanza a la que todos aspiramos. Esta esperanza «sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar» (n. 31). Por eso, una de las consecuencias principales del olvido de Dios es la desorientación que caracteriza nuestras sociedades, que se manifiesta en la soledad y la violencia, en la insatisfacción y en la pérdida de confianza, llegando incluso a la desesperación. Fuerte y clara es la llamada que nos llega de la Palabra de Dios: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien» (Jr 17,5-6).

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El apostolado de los laicos en las misiones

Los fieles cristianos, en cuanto miembros de un organismo vivo, no pueden mantenerse cerrados en sí mismos, creyendo les baste con haber pensado y proveído en sus propias necesidades espirituales, para cumplir todo su deber. Cada uno, por lo contrario, contribuya de su propia parte al incremento y a la difusión del reino de Dios sobre la tierra. Nuestro predecesor Pío XII ha recordado a todos este su deber universal:

La catolicidad es una nota esencial de la verdadera Iglesia: hasta el punto que un cristiano no es verdaderamente devoto y afecto a la Iglesia si no se siente igualmente apegado y devoto de su universalidad, deseando que eche raíces y florezca en todos los lugares de la tierra.

Todos han de emularse saludablemente unos a otros, y dar asiduos testimonios de celo por el bien espiritual del prójimo, por la defensa de la propia fe, para darla a conocer a quien la ignora del todo o a quien no la conoce bien y, por ello, malamente la juzga. Ya desde la niñez y la adolescencia, en todas las comunidades cristianas, aun en las más jóvenes, se necesita que clero, familias y las varias organizaciones locales de apostolado inculquen este santo deber.

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Acercarse a los textos primeros, para mejor comprender la Biblia

Al intérprete católico que emprendiese la tarea de entender y exponer las Sagradas Escrituras ya le recomendaban encarecidamente los Padres de la Iglesia, y en primer término San Agustín, que estudiara las lenguas antiguas y volviera siempre a los textos primitivos; pero en aquellos tiempos pocos conocían la lengua hebrea, y eso sólo imperfectamente.

Luego en la Edad Media, cuando la teología escolástica florecía más que nunca, desde mucho tiempo antes se había disminuido el conocimiento de la lengua griega de tal manera entre los occidentales, que hasta los mismos supremos doctores de aquellos tiempos, al explicar los divinos libros, solamente se apoyaban en la versión latina llamada Vulgata.

Por el contrario, en estos nuestros tiempos no solamente la lengua griega, que desde el Renacimiento literario en cierto sentido ha sido resucitada a su nueva vida, es ya familiar a casi todos los cultivadores de la antigüedad, sino que aun el conocimiento de la lengua hebrea y de otras lenguas orientales ha aumentado grandemente entre los estudiosos.

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Penitencia interior y exterior

El carácter eminentemente interior y religioso de la penitencia, y los maravillosos aspectos que adquiere «en Cristo y en la Iglesia», no excluyen ni atenúan en modo alguno la práctica externa de esta virtud, más aún, exigen con particular urgencia su necesidad y estimulan a la Iglesia -atenta siempre a los signos de los tiempos- a buscar, además de la abstinencia y el ayuno, nuevas expresiones, más capaces de realizar, según la condición de las diversas épocas, el fin de la penitencia.

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El Dialogo con los Judios

1. El diálogo interreligioso … atañe ante todo a los judíos «nuestros hermanos mayores», como los llamé con ocasión del memorable encuentro con la comunidad judía de la ciudad de Roma el 13 de abril de 1986 (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 1986, p. 1). Reflexionando en el patrimonio espiritual que tenemos en común, el Concilio Vaticano II, especialmente en la declaración Nostra aetate, dio una nueva orientación a nuestras relaciones con la religión judía…

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Un Papa habla de otro Papa

La Providencia divina llamó a Pablo VI a guiar la Iglesia en un período histórico caracterizado por muchos desafíos y problemas. Al repasar con el pensamiento los años de su pontificado, impresiona el celo misionero que lo animó y lo impulsó a emprender arduos viajes apostólicos incluso a naciones lejanas y a realizar gestos de gran alcance eclesial, misionero y ecuménico.

El nombre de este Pontífice ha quedado unido sobre todo al concilio ecuménico Vaticano ii. El Señor quiso que un hijo de Brescia se convirtiera en timonel de la barca de Pedro precisamente durante la celebración de la asamblea conciliar y durante los años de su primera puesta en práctica.

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La Paz es Posible

A vosotros, Responsables de los intereses supremos de la humanidad, Gobernantes, Diplomáticos, Representantes de las Naciones, Políticos, Filósofos y Científicos, Publicistas, Industriales, Sindicalistas, Militares, Artistas, todos cuantos intervenís en los destinos de las relaciones entre los Pueblos, entre los Estados, entre las Tribus, entre las Clases, entre las Familias humanas,

A vosotros ciudadanos del mundo; a vosotros, jóvenes de la generación que avanza; Estudiantes, Maestros, Trabajadores, Hombres y Mujeres; a vosotros, que pensáis, que esperáis, que desesperáis, que sufrís; a vosotros, Pobres, Huérfanos, y víctimas del odio, del egoísmo y de la injusticia que sigue predominando aún,

A todos vosotros osamos dirigir una vez más la voz humilde y fuerte, en cuanto profeta de una palabra que está por encima de nosotros y nos inunda; en cuanto abogado vuestro y no de nuestros intereses, hermano de toda persona de buena voluntad, samaritano que se acerca a todo el que llora y espera socorro; siervo, como nos declaramos, de los siervos de Dios, de la verdad, de la libertad, de la justicia, del desarrollo y de la esperanza, para hablaros, también en este nuevo año 1973, de la Paz. ¡Sí, de la Paz! No rehuséis escucharnos, por más que de este tema lo conocéis todo, o creéis conocerlo.

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Relacion entre dos sacramentos: la Eucaristia y la Confesion

El amor a la Eucaristía lleva a apreciar cada vez más el sacramento de la Reconciliación. Debido a la relación entre estos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial (cf. 1 Corintios 11,27-29). Efectivamente, como se constata en la actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a borrar el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la Comunión sacramental.

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Necesidad de la alegria en todos los hombres

No se podría exaltar de manera conveniente la alegría cristiana permaneciendo insensible al testimonio exterior e interior que Dios Creador da de sí mismo en el seno de la creación: «Y Dios vio que era bueno» (Gén 1,10.12.18.21.25.31). Poniendo al hombre en medio del universo, que es obra de su poder, de su sabiduría, de su amor, Dios dispone la inteligencia y el corazón de su criatura —aun antes de manifestarse personalmente mediante la revelación— al encuentro de la alegría y a la vez de la verdad. Hay que estar, pues, atento a la llamada que brota del corazón humano, desde la infancia hasta la ancianidad, como un presentimiento del misterio divino.

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