Octubre se acerca: El Rosario y la Paz

¡Dios ha hecho a los hombres y a las naciones para salvarse! Por ello esperamos que, desechados los áridos postulados de un pensamiento y de una acción improntados de laicismo y de materialismo, busquen el oportuno remedio en aquella sana doctrina, que cada día es más confirmada por la experiencia; en ella han de encontrarlo. Ahora bien: esta doctrina proclama que Dios es el autor de la vida y de sus leyes, que es vindicador de los derechos y de la dignidad de la persona humana; por consiguiente, que Dios es “nuestra salvación y redención”.

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Cristo: Celibe y Sacerdote

Cristo, Hijo único del Padre, en virtud de su misma encarnación, ha sido constituido mediador entre el cielo y la tierra, entre el Padre y el género humano. En plena armonía con esta misión, Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre.

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ASCETICA SACERDOTAL

Hablar de San Juan María Vianney es recordar la figura de un sacerdote extraordinariamente mortificado que, por amor de Dios y por la conversión de los pecadores, se privaba de alimento y de sueño, se imponía duras disciplinas y que, sobre todo, practicaba la renuncia de sí mismo en grado heroico. Si es verdad que en general no ¡se requiere a los fieles seguir esta vía excepcional, sin embargo, la Providencia divina ha dispuesto que en su Iglesia nunca falten pastores de almas que, movidos por el Espíritu Santo, no dudan en encaminarse por esta senda, pues que tales hombres especialmente son los que obran milagros de conversiones. El admirable ejemplo de renuncia del Cura de Ars, “severo consigo y dulce con los demás,” recuerda a todos, en forma elocuente e insistente, el puesto primordial de la ascesis en la vida sacerdotal.

Persuadidos de que “la grandeza del sacerdote consiste en la imitación de Jesucristo”, los sacerdotes, por lo tanto, escucharán más que nunca el llamamiento, del Divino Maestro: Sí alguno quiere seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. El Santo Cura de Ars, según se refiere, había meditado con frecuencia esta frase de nuestro Señor y procuraba ponerla en práctica. Dios le hizo la gracia de que permaneciera heroicamente fiel; y su ejemplo nos guía aún por los caminos de la ascesis, en la que brilla con gran esplendor por su pobreza, castidad y obediencia.

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En la clausura del Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II, reunido en el Espíritu Santo y bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, que hemos declarado Madre de la Iglesia, y de San José, su ínclito esposo, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, debe, sin duda, considerarse como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia. En efecto, fue el más grande por el número de padres del globo, incluso de aquellas donde la jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno, porque, teniendo presente las necesidades de la época actual, se enfrentó, sobre todo, con las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a os cristianos todavía separados de la comunidad de la sede apostólica, sino también a toda la familia humana.

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Valor incomparable de la persona humana

El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad (cf. 1 Jn 3, 1-2). Al mismo tiempo, esta llamada sobrenatural subraya precisamente el carácter relativo de la vida terrena del hombre y de la mujer. En verdad, esa no es realidad «última», sino «penúltima»; es realidad sagrada, que se nos confía para que la custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en el don de nosotros mismos a Dios y a los hermanos.

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El Amor, como Principio de un Nuevo Orden

Al finalizar la guerra [mundial] todos habían dicho: basta. ¿Basta a qué? Basta a todo lo que había generado la matanza humana y la tremenda ruina. Inmediatamente después de la guerra, al comienzo de esta generación, la humanidad tuvo una ráfaga de conciencía : es necesario no sólo preparar las tumbas, curar las heridas, reparar los desastres, restituir a la tierra una imagen nueva y mejor, sino también anular las causas de la conflagración sufrida. Buscar y eliminar las causas, ésta fue la idea acertada. El mundo respiró.

Ciertamente, parecía que estuviera por nacer una era nueva, la de la paz universal. Todos parecían dispuestos a cambios radicales, a fin de evitar nuevos conflictos. Partiendo de las estructuras políticas, sociales y económicas se llegó a proyectar un horizonte de innovaciones morales y sociales maravillosas; se habló de justicia, de derechos humanos, de promoción de los débiles, de convivencia ordenada, de colaboración organizada y de unión mundial.

Se realizaron gestos admirables; los vencedores, por ejemplo, se convirtieron en socorredores de los vencidos; se fundaron importantes instituciones; el mundo comenzó a organizarse sobre principios de solidaridad y bienestar común. Parecía definitivamente trazado el camino hacia la paz, como condición normal y constitucional de la vida del mundo.

Pero ¿qué vemos después de veinticinco años de este real e idílico progreso? Vemos, ante todo, que las guerras, arrecian todavía, acá y allá, y parecen plagas incurables que amenazan extenderse y agravarse. Vemos que continúan creciendo, acá y allá, las descriminaciones sociales, raciales y religiosas. Vemos resurgir la mentalidad de antaño; el hombre parece reafirmarse sobre posiciones, psicológicas primero y luego políticas, del tiempo pasado. Resurgen los demonios de ayer. Retorna la supremacía de los intereses económicos, con el fácil abuso de la explotación de los débiles; retorna el hábito del odio y de la lucha de clases y, renace así una guerra internacional y civil endémica; retorna la competencia por el prestigio nacional y el poder político; retorna el brazo de hierro de las ambiciones en pugna, de los individualismos cerrados e indomables de las razas y los sistemas ideológicos; se recurre a la tortura y al terrorismo; se recurre al delito y a la violencia, como a fuego ideal sin tener en cuenta el incendio que puede sobrevenir; se considera la paz como un puro equilibrio de fuerzas poderosas y de armas espantosas; se siente estremecimiento ante el temor de que una imprudencia fatal haga explotar conflagraciones inconcebibles e irrefrenables. ¿Qué sucede? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué es lo que no ha funcionado o ha faltado? ¿Debemos resignarnos, dudando que el hombre sea capaz de lograr una paz justa y segura, y renunciando a plasmar la esperanza y la mentalidad de la paz en la educación de las generaciones nuevas?

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Necesidad de amar y defender el matrimonio cristiano

Frutos del matrimonio cristiano

Si se considera a qué fin tiende la divina institución del matrimonio, se verá con toda claridad que Dios quiso poner en él las fuentes ubérrimas de la utilidad y de la salud públicas. Y no cabe la menor duda de que, aparte de lo relativo a la propagación del género humano, tiende también a hacer mejor y más feliz la vida de los cónyuges; y esto por muchas razones, a saber: por la ayuda mutua en el remedio de las necesidades, por el amor fiel y constante, por la comunidad de todos los bienes y por la gracia celestial que brota del sacramento. Es también un medio eficacísimo en orden al bienestar familiar, ya que los matrimonios, siempre que sean conformes a la naturaleza y estén de acuerdo con los consejos de Dios, podrán de seguro robustecer la concordia entre los padres, asegurar la buena educación de los hijos, moderar la patria potestad con el ejemplo del poder divino, hacer obedientes a los hijos para con sus padres, a los sirvientes respecto de sus señores. De unos matrimonios así, las naciones podrán fundadamente esperar ciudadanos animados del mejor espíritu y que, acostumbrados a reverenciar y amar a Dios, estimen como deber suyo obedecer a los que justa y legítimamente mandan amar a todos y no hacer daño a nadie.

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Deporte y dignidad del cuerpo humano

Queridos muchachos y jóvenes deportistas:

Me siento feliz al recibiros y saludaros cordialmente junto con los dirigentes del Comité Olímpico Nacional Italiano, los cuales, al término de la manifestación nacional de los Juegos de la Juventud, os han acompañado para daros la posibilidad de expresar aquí, también en nombre de vuestros colegas pertenecientes a todas las regiones de Italia, los sentimientos de vuestra fe cristiana y de vuestra alegría juvenil. Doy las más sinceras gracias al doctor Franco Carraro, vuestro solícito presidente, por las amables palabras con las que ha querido abrir este encuentro familiar.

Educación moral

Vuestra presencia alegra mi espíritu, no sólo por el espectáculo de estupenda juventud que ofrecéis a mi mirada, sino también por los valores físicos y morales que representáis. Efectivamente, el deporte, incluso bajo el aspecto de educación física, encuentra en la Iglesia apoyo por todo lo que comporta bueno y sano. Sin duda, la Iglesia no puede menos de estimular todo lo que sirve para desarrollo armónico del cuerpo humano, considerado justamente la obra maestra de toda creación, no sólo por su proporción, vigor y belleza, sino también, y sobre todo, porque Dios ha hecho de él morada e instrumento de un alma inmortal, infundiéndole ese «soplo de vida» (cf. Gén 2,7), por el cual el hombre es hecho a su imagen y semejanza. Si luego se considera el aspecto sobrenatural, resultan iluminadoras las palabras de San Pablo: «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? … ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? … Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor 6,15.19-20).

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La Vision de San Pio X sobre la Musica Sagrada

Instrucción acerca de la música sagrada

I. Principios generales

l. Como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles. La música contribuye a aumentar el decoro y esplendor de las solemnidades religiosas, y así como su oficio principal consiste en revestir de adecuadas melodías el texto litúrgico que se propone a la consideración de los fieles, de igual manera su propio fin consiste en añadir más eficacia al texto mismo, para que por tal medio se excite más la devoción de los fieles y se preparen mejor a recibir los frutos de la gracia, propios de la celebración de los sagrados misterios.

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El derecho de los padres de familia es anterior al Estado

Ley plenamente inviolable de la naturaleza es que todo padre de familia defienda, por la alimentación y todos los medios, a los hijos que engendrare; y asimismo la naturaleza misma le exige el que quiera adquirir y preparar para sus hijos, pues son imagen del padre y como continuación de su personalidad, los medios con que puedan defenderse honradamente de todas las miserias en el difícil curso de la vida. Pero esto no lo puede hacer de ningún otro modo que transmitiendo en herencia a los hijos la posesión de los bienes fructíferos.

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Los medios de comunicacion pueden hacer mucho bien o mucho mal

Reflexionando sobre los graves problemas que en el campo de la moralidad pública, de la propagación de las ideas y de la educación de la juventud, suscitan las técnicas audiovisuales de difusión, que tanto influjo ejercen en las almas, deseo hacer mías y confirmar las exhortaciones y disposiciones de mi predecesor en el ministerio papal, y contribuir a convertir en positivos instrumentos del bien los medios que la divina Bondad ha puesto a disposición de los hombres. Porque a nadie se le oculta las grandes posibilidades que ofrecen el cine, la radio y la televisión para la difusión de una cultura más elevada, de un arte digno de este nombre y sobre todo de la verdad.

Siendo Patriarca de Venecia me fue dado más de una vez recibir y exhortar paternalmente a exponentes del arte y de la industria cinematográfica. Cuando, por secreta disposición de la Divina Providencia, fui llamado al Sumo Pontificado, he podido expresar mi benevolencia a los directivos de la radio, de la televisión y del cine, y después no he omitido ninguna ocasión oportuna para animarles a ser fieles al ideal cristiano de su profesión.

Sin embargo debo deplorar con pena de mi corazón los peligros y daños morales que no pocas veces provocan ciertos espectáculos cinematográficos y transmisiones radiofónicas y televisivas que atentan a la moral cristiana y a la misma dignidad de la persona humana.

Por tanto exhorto paternalmente una y otra vez a los responsables de tales producciones y transmisiones a que sigan siempre los dictados de una recta y delicada conciencia, como conviene a quien se halla investido del gravísimo deber de educar.

Al mismo tiempo de nuevo encomiendo a la vigilancia y a la experta solicitud de mis Venerables Hermanos los Arzobispos y Obispos, las diversas formas de apostolado ya recomendadas en la citada Encíclica Miranda Prorsus y en particular las Oficinas Nacionales constituídas en cada país para dirigir y coordinar todas las actividades católicas en el campo del cine,de la radio y de la televisión (cfr. A. A. S., vol. XLIX, p. 783-4). Entre estas actividades recomendamos las iniciativas de carácter formativo y cultural, como la presentación y la discussión de las películas dotadas de especiales méritos artísticos y morales.

Juan XXIII Carta Boni Pastoris del 22 de Febrero de 1959.

Europa no puede perder su herencia cristiana

Como bien sabéis, siento un afecto especial por el continente europeo, en el que se encuentra esta ciudad de Roma, que fue sede del apóstol san Pedro y lugar de su martirio. Precisamente por ello he visitado los diversos países europeos y he reunido dos veces en asambleas sinodales a sus episcopados, para discutir juntos sus problemas religiosos. Además, he visitado en Estrasburgo las instituciones europeas, queriendo manifestar también de este modo mi apoyo a los esfuerzos que se llevan a cabo con vistas a la unificación del continente.

Integración de los pueblos eslavos

Europa nació del encuentro, no siempre pacífico, y de la fusión, lenta y a menudo problemática, entre la civilización grecorromana y el mundo germánico y eslavo, convertido poco a poco al cristianismo por grandes misioneros, procedentes tanto de Occidente como de Oriente. Siempre he considerado de gran importancia la aportación de los pueblos eslavos a la cultura del continente. Ciertamente, la dolorosa fractura religiosa entre Occidente en gran parte católico, y Oriente, en gran parte ortodoxo, ha sido uno de los factores que han impedido la plena integración de algunos pueblos eslavos en Europa, con consecuencias negativas ante todo para la Iglesia, que necesita respirar «con dos pulmones»: el occidental y el oriental. Por eso, he promovido el dialogo entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas con vistas a la unidad plena. Desde esta perspectiva, proclame patronos de Europa también a los santos eslavos, apóstoles eslavos Cirilo y Metodio, «slavorum apostoli».

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Catequesis de Pentecostes

1. En la última cena Jesús dijo a los Apóstoles: «Os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7). La tarde del día de Pascua, Jesús cumplió su promesa: se apareció a los Once, reunidos en el cenáculo, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22). Cincuenta días después, en Pentecostés, tuvo lugar «la manifestación definitiva de lo que se había realizado en el cenáculo el domingo de Pascua» (Dominum et vivificantem, 25). El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ha conservado la descripción del acontecimiento (cf. Hch 2,14).

Reflexionando sobre ese texto, podemos descubrir algunos rasgos de la misteriosa identidad del Espíritu Santo.

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La Santa Sede apoya la creacion de un estado Palestino

Señor presidente,queridos amigos: Os saludo a todos de corazón y agradezco calurosamente al señor presidente, Mahmoud Abbas, sus palabras de bienvenida. Mi peregrinación a la tierra de la Biblia no habría estado completa sin una visita a Belén, la Ciudad de David y del nacimiento de Jesucristo. No podría haber venido a Tierra Santa sin aceptar la gentil invitación del presidente Abbas a visitar estos Territorios para saludar a la población palestina. Conozco lo mucho que habéis sufrido y lo que seguís sufriendo a causa de la agitación que ha afligido a esta tierra durante decenas de años. Mi corazón está con las familias que se han quedado sin hogar. Esta tarde, visitaré el Campo de Refugiados Aida para expresar mi solidaridad con la gente que ha perdido tanto. A aquellos de vosotros que lloráis la pérdida de familiares y personas queridas en las hostilidades, particularmente en el reciente conflicto de Gaza, os aseguro mi más profunda compasión y el recuerdo frecuente en la oración. De hecho, os tengo a todos vosotros en mis oraciones diarias e imploro ardientemente al Todopoderoso por la paz, una paz justa y duradera, en los Territorios Palestinos y en toda la región.

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Maria, Ejemplo para toda la Iglesia

María es la “Virgen oyente”, que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: “la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo” (Sermo 215, 4: PL 38, 1074.); en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su duda (cf. Lc 1,34-37) “Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno”, dijo: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) (Ibid.); fe, que fue para ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor” (Lc 1, 45): fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (Cf. Lc 2, 19. 51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida (Dei Verbum, n. 21) y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia.

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Palabras de Animo para las Religiosas Educadoras

Si tenéis la penosa experiencia de que la hermana educadora y la joven de hoy no se entienden muy bien, tened presente que éste no es un fenómeno particular de vuestra crisis. A los demás maestros, y con frecuencia a los mismos padres, no les van mucho mejor las cosas. No es una frase huera, en efecto, decir que la juventud ha cambiado y se ha vuelto bien diferente. Tal vez sea el motivo central de esta diferencia de la juventud de hoy aquello que constituye objeto de frecuentes observaciones y lamentaciones; la juventud es irreverente hacia muchas cosas que antes, desde la infancia y normalmente, eran tenidas en el más alto respeto. No obstante, de esta actitud no tiene toda la culpa la juventud actual. En los años de la infancia ha vivido cosas horribles y ha visto quebrar y caer míseramente ante sus ojos muchos ideales antes altamente apreciados. Así se ha vuelto desconfiada y esquiva.

Conviene añadir, además, que esta acusación de incomprensión no es nueva; se verifica en todas las generaciones y es recíproca: entre la edad madura y la juventud, entre los padres y los hijos, entre los maestros y los discípulos. Hace medio siglo, y algo más también, a menudo constituía una cuestión de delicado sentimentalismo; gustaba creerse y decirse “incomprendido” e “incomprendida”. Hoy esta lamentación -que no está exenta de un cierto orgullo- consiste más bien en una postura intelectual. Aquella incomprensión tiene por consecuencia, de un lado, una reacción que tal vez sobrepase los límites de la justicia, una tendencia a repeler toda novedad o apariencia de novedad, una sospecha exagerada de rebelión contra todas las tradiciones; de otro, una falta de confianza que aleja de todas las autoridades y que impele a buscar, al margen de todo juicio competente, soluciones y consejos con una especie de fatuidad más ingenua que razonada.

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