Se puede aprender de los grandes testigos de la fe

Hay razones ciertamente para llamar a ABRAHAM nuestro padre en la fe. Ante todo, por su caminar, guiado por la unión con Dios, que le permite escucharlo. Pero además, por el sacrificio de Isaac. Aunque fuera imperfecta su percepción del querer divino, Dios tomó la generosidad de Abraham y afianzó con él una verdadera alianza. Lo cual nos obliga a preguntarnos qué estamos dispuestos a perder o a entregar por nuestra fe. Por su parte, MOISÉS nos recuerda que el don de la fe nos capacita para quitarle sus máscaras al pecado, y a ser fieles tanto frente a los atractivos del mal como frente a las dificultades para abrazar la verdad y el bien. El texto de Hebreos 11 termina haciendo elogio de la fuerza que da la fe, ya sea para la victoria externa y visible, o para la otra victoria, menos evidente: el martirio.

Contagiados del don inmenso de la fe

Reflexionamos sobre algunos de los personajes mencionados en el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos. De ABEL aprendemos que no puede uno ser justo, o sea, ajustarse al querer divino, si no es a través de la fe. De HENOC aprendemos que la fe no quiere solo mejorar el mundo sino también trascenderlo. De NOÉ aprendemos que la fe nos da una mirada y una escucha más profunda sobre lo que está sucediendo en el mundo y cuáles planes tiene el Señor al respecto. Por su parte, la historia de ABRAHAM nos enseña que las fuerzas humanas llegan hasta un cierto punto, así como Teraj, padre de Abraham según la carne, llegó hasta Jarán, pero el trayecto completo solo puede hacerlo quien va y ve más allá de la carne y la sangre. En definitiva, lo importante no es tener absoluta claridad sobre adónde vas o por donde te irás, sino de dónde te ha sacado el Señor (para apreciar su misericordia y para no devolverse allí), y tener muy claro con quién vas.

La fe es la puerta y el cimiento de toda vida espiritual

La fe no empieza en el hombre, sea como expresión de sus vacíos, deseos o fantasías. Es en cambio RESPUESTA a la propuesta de amor que Dios le ofrece por muchos medios, particularmente en el esplendor de la creación y en la predicación de la Iglesia. Pero dar esa respuesta es un DON, que viene del mismo Dios, y por eso no puede ser demostrada a base de puras razones. El don divino nos permite afirmar unas cosas y negar otras, y por ello decimos que la fe también es CONOCIMIENTO. No se queda sin embargo en afirmación intelectual sino que contiene un dinamismo de CONFIANZA y de obediencia al Señor que así nos ha amado.

ROSARIO de las Semanas 20171227

#RosarioFrayNelson para el Miércoles:
Contemplamos los Misterios de la Infancia de Jesús

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la infancia contemplamos la Anunciación a María Santísima y la Encarnación del Hijo de Dios.
  2. En el segundo misterio de la infancia contemplamos la visita de la Virgen Madre a su pariente Isabel.
  3. En el tercer misterio de la infancia contemplamos el sufrimiento que pasó San José, y la fe amorosa que tuvo.
  4. En el cuarto misterio de la infancia contemplamos el Nacimiento del Hijo de Dios en el humilde portal de Belén.
  5. En el quinto misterio de la infancia contemplamos la Epifanía: Jesús es luz para las naciones, y así es adorado por unos magos venidos de Oriente.
  6. En el sexto misterio de la infancia contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén.
  7. En el séptimo misterio de la infancia contemplamos a Jesús Niño en el templo, ocupado de las cosas de su Padre del Cielo.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]

Espiritualidad y generosidad de fray Junípero Serra

Un hombre de oración

En medio de tantos trabajos, dificultades y sufrimientos, fray Junípero mantuvo siempre su corazón tranquilo y confiado, centrado en Dios, en su Providencia amorosa. Nunca se desanimaba, por grandes que fueran las adversidades: «No será la voluntad de Dios todavía, comentaba, no estará de sazón la mies. Dios dispondrá lo que fuere de su agrado».

Este santo fraile mantuvo siempre su corazón firme y en paz porque permació en una oración continua y porque se entregó asiduamente a la oración. Lorenzo Galmés escribe: «Testigos fidedignos aseguran que muchas noches su descanso fue la vigilia y la oración. Era menester ganar ante Dios, impetrando su ayuda, lo que no alcanzaban a ganar las fuerzas humanas. Robaba a la noche las horas que a él le había robado el día, y que estaban consagradas a Dios en exclusiva. Muchos testimoniaron también de sus públicas penitencias, como golpearse el pecho con un duro pedrusco para suscitar la contrición; aplicarse duras y sangrientas disciplinas para hacer resaltar el castigo que se merece a causa de los pecados» (246).

La cruz que purifica y salva

El padre Serra, en efecto, llevó siempre una vida sumamente penitente. Vestido con el tosco sayal franciscano, calzado con sandalias de cuero crudo, como las de los indios, sometido, como sus hermanos religiosos, a una dieta sumamente austera -exigida, por otra parte, por las duras condiciones del lugar-, con la salud casi siempre mala, arrastrando su pierna enferma por caminos interminables, aplicándose cilicios y sangrientas disciplinas, se abrazó toda su vida al Crucificado, y en las horas nocturnas de oración encontró siempre su alegría y su fuerza inagotable.

Pero sus mayores sufrimientos procedieron del ardor de su celo apostólico, al tener que soportar en su trabajo misionero interminables dificultades, estúpidamente creadas por una autoridad civil pretendidamente liberal y progresista. En una ocasión le confesó al padre Palou: «Muchas veces he recelado me acabasen la vida las pesadumbres».

Enfermo confirma

El padre Junípero Serra, en realidad, estuvo enfermo toda su vida, pero nunca prestó a su salud sino una atención mínima, la suficiente para seguir sirviendo a Cristo en sus hermanos. En 1783, ya con setenta años, estaba tan agotado por el asma, el dolor intenso en el pecho, y la hinchazón de la pierna llagada, que apenas podía consigo mismo.

Sin embargo, como en julio de 1784 cesaba su licencia para confirmar, hizo un esfuerzo supremo para administrar el sacramento de la confirmación al mayor número posible de indios neófitos. Cuando visitó San Gabriel, pensaron que ya se moría, pero aún pudo seguir a San Buenaventura, su querida fundación recién nacida. En ésta, su alegría fue tan grande, que pareció cobrar nuevas fuerzas. Los indios acostumbraban poner las manos sobre los hombros de fray Junípero, al que llamaban «el Padre Viejo», y éste correspondía poniéndoles su mano con cariño sobre la cabeza.

Hizo visita pastoral a San Luis y San Antonio y, a comienzos de 1784, regresó a su centro habitual, San Carlos de Monterrey. Aquí pasó la cuaresma, sin ahorrarse los trabajos pastorales y ascéticos en él habituales, y a últimos de abril salió hacia el norte, a San Francisco, donde le recibió su gran amigo el padre Palou. Y llegó todavía a Santa Clara, donde, tras unos días de absoluto retiro, hizo con el padre Palou confesión general de todos los pecados de su vida. Cuando regresó a Monterrey, terminadas ya sus licencias para confirmar, había confirmado 5.307 neófitos en sus misiones californianas.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.