Nueve meditaciones sobre la Virgen Inmaculada, 1 de 9: Perspectiva cristológica

* La Virgen Inmaculada, en el contexto del Adviento: todo mira hacia Cristo. El misterio y belleza de la Inmaculada han de situarse en un contexto plenamente cristológico.

* ¿A que viene Cristo? El credo niceno-constantinopolitano nos responde: “Por nosotros y por nuestra salvación, se encarnó y se hizo hombre.” Todo en Cristo apunta a un misterio de amor (“por nosotros”) que es misterio de salvación (“por nuestra salvación”)

* ¿De qué teníamos que ser salvados? De lo mismo que Ella fue salvada. Ella dice: “Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador…” Hay que anotar que hay dos modos de salvación: preservar y levantar.

* Se trata de ser salvados del pecado y de sus consecuencias. Es preciso, pues, descubrir la gravedad del pecado y ver en él la gran tragedia por encima de cualquier otra tragedia. Nuestro tiempo no gusta usar ese lenguaje, que suena muy religioso pero la verdad es que seguimos detestando lo mismo que ya denuncia el Decálogo: mentira, envidia, crueldad, traición, infidelidad.

* Es preciso sobre todo descubrir que el pecado tiene consecuencias que van más allá de lo inmediato en el tiempo y en el espacio. Solo así descubrimos qué entiende la fe de la Iglesia por “pecado original.”

* Si la naturaleza humana está tan notoriamente averiada por as consecuencias de tantos pecados, y a la cabeza de ellos, el pecado de nuestros primeros padres, ¿hay esperanza de salvación para el ser humano? Esa pregunta la enuncia la Biblia, sobre todo por boca de San Pablo, con la palabra “justificación”: ¿Cómo “ajustar” al hombre al plan bello y sabio querido por Dios? Y la respuesta no es una idea sino una persona: Jesucristo, con su ser, con su obrar, con su padecer, con su orar y amar y ofrecerse.

* De Cristo brota toda salvación, y para que Cristo pudiera llegar a nuestra historia, no como un modelo exterior y extrínseco sino como uno que es plenamente nuestro, el Hijo de Dios quiso ser llamado “Hijo del hombre.”

* El lugar donde Dios se hace para siempre “nuestro” se llama María. Y el hecho de que Él sea a la vez verdaderamente Dios Santísimo y en todo hermano nuestro nos da las coordenadas básicas del ser y la misión de la Virgen María. Basta, para asomarse a este misterio, preguntarse: ¿Cómo había de ser aquella en que Dios se sintiera a gusto, y que pudiera darnos al que es la Salvación?