El “acontecimiento” de la Pascua de Jesucristo es fundante para la comunidad cristiana.
Pero el misterio de la Cruz reaparece una y otra vez en nuestra vida. Algunos textos del Nuevo Testamento muestran que para los cristianos de todos los tiempos tampoco era fácil explicar por qué la cruz; por ejemplo Juan 20,8-9; Lucas 24,26 y 1 Corintios 1,18.
La Cruz siempre nos visita de maneras nuevas, y ello debe movernos a humildad y compasión, frente a nosotros mismos y frente a nuestro prójimo.
Tres preguntas útiles:
¿Qué nos ha mostrado la Cruz? La medida de la confianza y de la desconfianza: no podemos apoyarnos demasiado en el ser humano y nunca nos apoyaremos demasiado en Dios. La Cruz nos ha mostrado la gravedad espantosa del pecado y a la vez la abundancia incontenible de la misericordia divina.
¿De qué nos ha liberado? Del demonio, del pecado, de la muerte, de las tinieblas y de la ignorancia.
¿Que nos ha traído? La comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo; nos ha concedido la unión entre nosotros y ha hecho nuestra la herencia del Hijo de Dios.
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Pidamos al Señor verdadero espíritu de conversión porque el pecado al adueñarse de nosotros nos acerca a la muerte, destruimos a los otros y a nosotros mismos.
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En el primer misterio del silencio contemplamos que del costado de Cristo en la Cruz brotaron sangre y agua.
En el segundo misterio del silencio contemplamos el valor de aquellos que no eran apóstoles y sí permanecieron junto a la Cruz y cuidaron del cuerpo de Cristo muerto.
En el tercer misterio del silencio contemplamos a Jesucristo, puesto en un sepulcro nuevo.
En el cuarto misterio del silencio contemplamos a Jesús, que baja hasta el fondo del reino de la muerte, para que los justos que de antiguo esperaron en él encuentren a su Redentor.
En el quinto misterio del silencio contemplamos el anonadamiento de Cristo, que siendo Hijo aprendió sufriendo a obedecer.
En el sexto misterio del silencio contemplamos la soledad llena de fe de la Santísima Virgen María.
En el séptimo misterio del silencio contemplamos la inmensa compasión de Dios Padre, que tanto amó al mundo que le dio a su único Hijo para que todo el que cree en él no perezca.
[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]
Primera parte: ¿En qué se conoce que una persona toma su fe cristiana en serio?
En cuatro cosas:
1. La calidad y cantidad de tiempo que da a vivir y celebrar su fe y su oración.
2. Involucra a Dios en sus decisiones; lo nombra con frecuencia.
3. Sabe que en el tiempo en que vivimos habrá combates espiritual, y lo asume.
4. Forma parte de alguna comunidad donde puede servir.
Segunda parte: ¿Y cómo llega una persona a tomar su fe en serio?
Es un camino con varios pasos:
1. Descubre que el bien y el mal existen, y no se engaña ni llama una cosa por otra.
2. Sabe que no puede controlarlo todo pero que en cambio sí tiene un timón y puede orientar su vida hacia más o hacia menos.
3. En algún momento se pregunta cuál es el sentido o propósito de su vida, sobre todo frente al hecho innegable de la muerte.
4. Desea orientar su vida en torno a algo que valga la pena, que marque una diferencia en sentido positivo.
5. En algún momento llega un desgarramiento: conciencia de un desnivel entre el ideal y la realidad; algo que no se repara simplemente esforzándose más, o distrayéndose más, o divirtiéndose más. En este punto puede pasar una de tres cosas:
5.1 Algunos se van por la desesperación, sea como autodestrucción o como cinismo ante la vida.
5.2 Otros siguen el camino de Sísifo y de los estoicos: no voy a arruinar la vida y simplemente seguiré haciendo lo que debo hacer.
5.3 Pero algunos, quizá en minoría, sienten que “han tocado fondo” pero también sienten que les ha tocado “el Dedo de Dios,” el Espíritu Santo: a esta realidad la llamamos UNCIÓN, y es transformante, y es el comienzo de una vida cristiana en serio.
Hace poco estaba ofreciendo un retiro espiritual en Lima y para un momento de adoración eucarística sonaron las notas de una canción que yo tenía años sin escuchar ni cantar: “Ha venido el Señor / a traernos la paz; / ha venido el Señor: / ¡y en nosotros está!”
Me impactó cuántas imágenes de mi niñez y adolescencia llegaron a mi mente a medida que las notas y la letra de ese hermoso canto llegaban a mis oídos.
Y pienso cuánto bien puede hacer la música, bien utilizada. Aunque tampoco puedo dejar de pensar cuánto daño hacen la mala música y las malas letras en tantas personas.
Dios nos conceda utilizar para su gloria los talentos que Él mismo nos ha concedido!