125. Un Ángel Pequeño

125.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

125.2. Hay en el corazón humano una inmensa necesidad de sentirse “especial.” El otro día pensabas en voz alta a cuál de los Ángeles de la Biblia podía corresponder yo. Sé que quisieras sentirte relacionado con los grandes momentos del pasado y poder decir algo como “Dios ha enviado para mi custodia al Ángel que habló a los pastores en la noche de Navidad,” o algo parecido.

125.3. Hablando a la manera humana —la propia para este género de inspiraciones, desde luego— déjame decirte que me inspiras ternura. ¿Serías capaz de enorgullecerte y envanecerte hasta de eso: de cuál Ángel vienen las palabras que te iluminan? ¿Llegará a tanto tu insensatez que vas a medir la sabiduría y la providencia de Dios en términos de qué personajes selecciona para que te traten y te cuiden?

125.4. En estos casos veo esa necesidad de sentirse y saberse “especial,” uno de los modos sutiles pero ponzoñosos de la soberbia humana. ¿Qué pasaría, dime, qué cambiaría en tu vida si yo fuera el más pequeño y menos instruido de los Ángeles? Yo no empecé a existir cuando tú fuiste concebido, y he adorado a Cristo mucho antes de que tú nacieras, pero debo decirte, para decepción de tu alma, que no hay en la Sagrada Escritura un solo texto que se refiera individualmente a mí. Así lo ha querido Dios porque te conoció y te amó desde antes de que existieras, y dispuso que fuese yo, un Ángel humilde, el que te enseñara y te hablara. En vano recorrerás páginas de la Biblia buscándome, y en vano puedes pasearte por las hojas de la historia. No hay en el mundo visible otro rastro de mi existencia individual que mi presencia en tu vida. Y a mí me parece muy bien que sea así. Espero que tú, cuando crezcas un poco, estés de acuerdo conmigo.

125.5. Sí hay en la Biblia y en muchas escenas de la historia de la Iglesia momentos en los que he estado presente. Como ya te dije, estuve incluso visiblemente en la noche de Navidad, pero no fueron mis palabras las que convocaron a los pastorcillos. Dios ha querido que algunos santos me vean a mí junto a tantos otros Ángeles, pero, por su designio, no he sido hasta ahora nada más que eso: un destello de una visión mística, y una voz dentro de un inmenso coro.

125.6. La parte buena de esto que te estoy contando —y que sé que anula todas tus expectativas de saberte “especial”— es que es como una invitación a que fundemos en la caridad nuestras vidas. Si aceptas el trato que te propongo, tú serás algo así como mi rostro entre los hombres, y yo seré algo así como tu oración entre los Ángeles. Ya que la Historia no habla de mí, no quiero yo que tú me enaltezcas, sino que la santidad de tu alma, patente en la gloria de tu rostro, sea como la expresión visible de mi rostro. Yo por mi parte seré ministro de tus alabanzas en la corte de los cielos, de modo que tus cánticos se oigan en honor del Dios Altísimo, y de la Santa Virgen, y de todos los Ángeles y Bienaventurados.

125.7. Esto no significa que toda la obra de los Santos Ángeles se agote en lo que yo puedo decirte o hacer por ti. Gabriel no era el Ángel Custodio de María, y sin embargo fue el encargado del anuncio más grande y solemne que han oído los siglos. Guardadas las proporciones, algo así sucede y sucederá en tu caso: otros Ángeles Santos, a su debido tiempo y según el designio de Dios han podido y podrán hacerse sentir en tu vida, lo mismo que en muchas otras vidas, para consuelo, sanación, fortaleza e instrucción.

125.8. Hay una última cosa que quiero decirte por hoy. Ni mi nombre ni mi obra particular habían aparecido en la Historia de los hombres. Dios te ha enviado un Ángel pequeño. Pero tú eres grande para el amor de este pequeño Ángel. De Dios viene que te ame. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.