Ejercicios sobre el perdón, 13

Listo para matar.El Odio
(1 Juan 3,15)

Continuemos nuestra reflexión sobre algunos sentimientos nocivos, pues cuando alguno de ellos está vivo en nosotros, somos incapaces de perdonar. Les propongo que reflexionemos sobre unos de esos sentimientos. Necesitamos descubrirlos en nosotros y aprender a eliminarlos de nuestra vida. Pero, necesitamos ser honestos con ellos, es decir, reconocerlos, declarar sobre ellos la verdad, sin disculparnos, sin defendernos, sin fingir. Esto nos exige manifestarlos, lanzarlos fuera de nosotros. El gran problema es que esos sentimientos y emociones, muchas veces, los mantenemos ocultos, no dejamos que se curan, perjudicando así nuestro equilibrio y nuestra capacidad de ser felices, de tener relaciones satisfactorias. Iniciaremos nuestra reflexión sobre el sentimiento más nocivo, el rey de los malos sentimientos, el odio, que si se enquista en nosotros, destruye y nos destruye, pues “quien odia a su hermanos es un asesino” (1 Jn 3,15). Anestesiar el odio, por ejemplo, el dolor o la rabia que él produce con drogas, alcohol, trabajo, etc, en vez de descargarnos y aligerarnos de él nos va destruyendo poco a poco.

Era tarde. Dos novios platicaban dentro del coche, Fernando inquieto y preocupado tomó la palabra: “Sabes, mi amor, le dijo a Mónica, conviene que antes de formar nuestro matrimonio platiquemos sobre nuestro pasado para que no sea motivo de pleitos y reclamos en un futuro. Te pido que seas sincera, tú sabes que te amo y nada me va hacer cambiar de opinión. Yo por mi cuenta seré franco”. Ella no dudó y con mucha confianza accedió a la petición de su prometido. Hizo una profunda pausa y comenzó a hablar; “Primero quiero decirte que no soy virgen. Antes de conocerte tuve algunas experiencias sexuales con algunas personas”. Ella guardó silencio. Él, en su decepción y dolor, escondió la cabeza entre sus manos. “Créeme que lo hacía porque necesitaba sentirme amada; sentir que a alguien le importaba! ¡No tengo mas pasado que esto y me da vergüenza! ¡Pero ahora que te tengo a ti me siento amada, segura, protegida, apreciada! Tú me has devuelto el valor y el sentido de las cosas. ¡Te amo tanto que no estoy dispuesta a renunciar a tu amor, a tus detalles, a tu paciencia!

Conforme continuaba hablando, el pensamiento de Fernando se perdía imaginando a su amada en brazos de otros. Su corazón comenzó a hacerse más humano: a transformar sus sentimientos en algo que no lo iba a dejar descansar jamás. ¡Cállate!, interrumpió Fernando: “no quiero escuchar más”. La despedida fue fría. Su amor hacia ella comenzaba a transformarse. De regreso a casa la cabeza del joven era toda una confusión. Las palabras le martillaban el corazón, le atormentaban, le causaban un dolor que con el tiempo se llegaría a convertir en un odio profundo contra Mónica. Meses después, la vida de Fernando se hundió; la paz de su corazón se disipó: ya nada tenía sentido; la decepción había matado toda esperanza. El amor se había convertido en enemigo del corazón. Para no volver a sufrir, su corazón amargado y endurecido se prometió no volver a amar. Por más que Fernando luchaba, por perdonar, su corazón permanecía frío, mudo, inaccesible, odiando, protegiendo su orgullo herido. Al final su corazón, enceguecido por el odio, ha sido incapaz de perdonar. Estudios recientes han demostrado que las personas que guardan odios, los somatizan llegando a sufrir enfermedades tan graves como el cáncer.

Naturaleza del odio: el odio es una aversión hacia personas o cosas, una cólera disfrazada que supura, una herida mal curada, un resentimiento, un manantial de sentimientos de venganza, de rencor y de todo mal. Odiar es sinónimo de destruir, de desear el mal, de buscar para el otro la desgracia; es una pasión que consume a quien lo profesa. Para odiar no se necesita aprendizaje, no se necesita maestro; y se convierte en una ocupación de tiempo completo. Esta aversión es generada comúnmente por el dolor, la impotencia, el rencor resultante de la violencia, la injusticia, la ofensa, la agresión, la mentira, etc. El odio es producto de resentimientos y generalmente se define como el sentimiento contrario del amor. Si en el amor se desea el bienestar para la persona amada, en el odio se le desea toda clase de mal. La persona que odia manifiesta una conducta hostil, agresiva y repulsiva.

El odio más grave es el odio a Dios: el deseo de causarle daño, la disposición para frustrar su Voluntad, el gozo diabólico en cometer el pecado por ser un insulto a Dios. Los demonios y los condenados odian a Dios, pero, afortunadamente, no es éste un sentimiento corriente entre los hombres, ya que es el peor de todos los sentimientos y pecados. Del odio a Dios proceden la blasfemia, las maldiciones, los sacrilegios, las persecuciones a la Iglesia. El odio al prójimo reviste muchas formas. Una de ellas es la antipatía. Para nuestra tranquilidad, ha que aclarar que el sentimiento de antipatía natural que podamos sentir hacia una persona no es pecado sino cuando es voluntaria. Lo que va en detrimento de la caridad no es sentir antipatía, sino aceptarla y manifestarlas externamente, haciendo acepción de personas o mostrando rechazo e indiferencia.

Cómo se libera del odio: El odio es una de las perturbaciones mentales más comunes y destructivas que puede acompañar nuestra vida casi todos los días. Para solucionar el problema del odio, necesitamos: primero identificarlo, luego, aplicar los métodos para apagar nuestro enfado en la vida diaria y evitar que vuelva a surgir. Ordinariamente, es necesario iniciar apagando el fuego con oración de perdón. No pensar en la causa del enfado. Posteriormente liberarnos de la mente destructiva, que en vez de benficiarnos nos va destruyendo lentamente. Y para ello, no exagerar los defectos, creando la imagen de una persona que no tiene sino faltas, pues esta imagen lleva a perjudicarla, despreciándola. Necesitamos observar nuestra mente y nuestro corazón permanentemente y con mucha atención para reconocer el odio en cuanto empiece a surgir y detenerlo.

El círculo del Odio y el del Amor: Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento. El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa. Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato. La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar. El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada. El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado. Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: – “Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor”. Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos. En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que ingresaron en un círculo de odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir. Perdemos el amor cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. Es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, este es el secreto del amor.

Quiero terminar entregándoles la siguiente fábula: Cuentan que en la historia del mundo hubo un día terrible en que el Odio, rey de los malos sentimientos, defectos y vicios, convocó a una reunión urgente con todos los sentimientos más oscuros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano. Cuando estuvieron todos habló el rey Odio y dijo: “Les he reunido porque deseo matar a alguien”. Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio el que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien, sin embargo, todos se preguntaban quién sería tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos. “Quiero que matéis al Amor”, dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno quería destruirlo.

El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: “Les aseguro que en un año el Amor habrá muerto; provocaré tal discordia y rabia que no lo soportarán”. Pero no pudo: “lo intento todo pero cada vez que sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante”. Se ofreció la Ambición haciendo alarde de su poder y dijo: “Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y el poder”. Y empezó su ataque: su víctima cayó herida y la adoró en sus ídolos. Pero, después de luchar por salir adelante, el Amor renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo. Se presentaron los Celos, que inventaron toda clase de situaciones para despistar al amor y lastimarlo con dudas y sospechas. Pero el Amor con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos, y los venció. Se presentaron la Frialdad, el Egoísmo, la Indiferencia, la Enfermedad y muchos otros que fracasaron siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba. Convencido el Odio de que el Amor era invencible, les dijo a los demás: “No podemos hacer nada más… El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no hemos logrado nada”. De pronto, de un rincón del salón se levantó alguien poco reconocido, que dijo: “Yo mataré el Amor”. El Odio le dijo: “Vete y hazlo”. No había pasado mucho tiempo cuando el Odio llamó a todos los malos sentimientos para comunicarles que, por fin, el Amor había muerto. Todos estaban sorprendidos. El sentimiento poco reconocido habló: “Ahí os entrego al Amor muerto y destrozado”, y sin decir más ya se iba. “Espera”, dijo el Odio, “en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?” El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: “soy la rutina”, una raposa que todo lo extermina. En efecto, rutina es monotonía, debilidad, falta de vigor, ausencia de amor. Es por eso, que hay que cuidar los detalles, pues si estos faltan, la rutina se va haciendo más fuerte dejando el paso a las pequeñas raposas que destrozan el campo del amor. La dejadez, el abandono de los detalles, produce el desmoronarse del amor. En los pequeños detalles se libra la batalla del odio contra el amor.