93. Soledad Apostólica

Torre en el desierto93.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

93.2. Haces bien en reservar tiempos de soledad para ti. Aunque pase alguna vez que esos tiempos estén marcados por la tentación y la prueba, es preferible que te sepas probado a que no te sepas caído.

93.3. La soledad, en efecto, hace como visible a tus enemigos, y ello es bueno para ti y malo para ellos; pues cuanto más claro quede quién sirve y quién no sirve a Dios, tanta mayor libertad tiene tu conciencia para resolverse por Dios y afianzarse solamente en Él.

93.4. Aprovecha tu soledad, entonces, para madurar en el amor a Dios, como ya te lo he sugerido en otras oportunidades, pero también para crecer en el amor al prójimo. Como hay quienes piensan que la soledad debe llevar al egoísmo, no está mal que te muestre que no es así, porque tu perfección en Dios es gozo de mi corazón.

93.5. La soledad, si es vivida en Cristo, te aproxima eficazmente a tu propia indigencia, con lo cual es más fácil que comprendas “interiormente” la indigencia de tus prójimos. Hasta cierto punto tú puedes escoger entre estar solo y no estarlo; hay muchas personas que no tienen esa elección. Una enfermedad, un accidente, un trabajo determinado les obliga a estar solos o casi solos. Las horas de los ancianos y de los orates; los días de muchos paralíticos o convalecientes transcurren pesadas y monótonas, marcadas por una soledad sin grietas. Los meses de los reclusos, y también de muchos militares, marinos y obreros, tienen profundas carencias afectivas, que, como sabes, suelen ser motivo de pecados que sólo Dios podrá juzgar.

93.6. Tú, movido por el Espíritu Santo, y por Él fortalecido, has escogido un camino que excluye la realización de un hogar. Pero viéndote en tu soledad elegida en amor, ¿cómo no recordar la soledad del que esperaba un amor que no llegó? ¿Cómo no pensar en el abandono del divorciado, la desolación del viudo y de la viuda, el drama de tantos homosexuales, el amargo sabor, en fin, que viven muchos que tienen pareja sólo para detestarla y ser detestados por ella? ¡El mundo se muere de soledad, hermano mío! Y no es la soledad del que busca a Dios sino la suma, o a veces la multiplicación, de esas soledades no buscadas, rechazadas, humanamente imposibles de aceptar.

93.7. Por eso tu soledad ungida en amor es como un brazo que tiendes al extranjero, la viuda y el huérfano (cf. Dt 10,17-18; 14,29; 16,11.14; 24,19-21; 26,12-13). Tu silencio de oraciones atraviesa los espacios, y puede saludar con discreta sonrisa a todos los que padecen una soledad que no les dice nada. La soledad te hace misionero de las vidas solas.

93.8. Sí: así como hubo y hay países ajenos al Evangelio, y a ellos han ido y van misioneros intrépidos y generosos, así también tú estás llamado a misionar en el inmenso continente de la soledad humana. Una parte la harán tus palabras, otra tus plegarias; en otra parte te puedo ayudar yo.

93.9. Deja que te invite a la alegría, ermitaño mío: Dios te ama; su amor es eterno.