27.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
27.2. Yo no vengo a reemplazar a tu conciencia, ni a hacer por ti lo que tú debes hacer. Pero sí puedo ayudarte grandemente para que avances en tu propio camino. Tu Señor es el mío; el Espíritu que te transforma es quien obra en mí; llamamos Padre al mismo Dios. Por eso puedo hablarte tomando las experiencias propias de tu vida mortal y de tu realidad corporal, como cuando digo que mis ojos contemplan la gloria divina o que mi corazón le ama más allá de toda medida que yo pueda expresar.