Ocho Preguntas sobre el SIDA

1- ¿Cuál es el auténtico origen del SIDA?

El síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA en castellano y AIDS en inglés) es una enfermedad de transmisión mayormente sexual que se debe a una mutación o cambio en un virus propio de una especie de mono africano, que pasó a la sangre humana y allí se ha adaptado y reproducido. Se conocen casos, estudiados posteriormente, de personas africanas que se infectaron hace 40 o 50 años, cuando ni la enfermedad ni el virus estaban descritos con perfección.

2- ¿Cómo sería una breve historia del SIDA?

La corta historia de la enfermedad está salpicada por varios acontecimientos importantes. Después de descritos los primeros casos en 1981 entre los homosexuales, en 1983 Luc Montagnier descubre el agente causante: el VIH (virus de inmunodeficiencia humana). En 1985 ya estuvieron disponibles las pruebas para analizar qué sangre contenía o no el VIH. En 1983, se manifestó la epidemia del SIDA también en personas heterosexuales, y en 1985 se habían contabilizado casos en todos los continentes.

Seis años después de su detección, en 1987, se crearon diversos organismos para tratar de contener la rápida propagación. También en esta fecha, la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense, la FDA, autorizó el primer fármaco para tratar el SIDA. La terapia triple antirretroviral no estuvo disponible hasta 1996. En la actualidad, se investiga en la obtención de una vacuna que frene al virus.

3- ¿ Desde cuándo existe el SIDA, y a cuántas personas ha afectado ya?

El SIDA cumplió 20 años en el 2001 con 22 millones de muertes y se le considera como la epidemia del siglo XX. Algunas organizaciones como la ONU anuncian que lo peor está por llegar. Con datos de mediados del 2001, 36 millones de personas están infectadas por el virus, la mayoría de ellas en el África subsahariana. En muchas partes de mundo la epidemia está en fases iniciales.

4- ¿ Es lo mismo ser seropositivo que tener el SIDA?

El virus VIH es el agente que provoca el SIDA. Se dice que alguien es seropositivo, cuando ha dado positivo a la prueba con la que se localiza el VIH en una muestra de sangre. Sin embargo, se reserva hablar de que una persona tiene SIDA para cuando sus niveles de defensas (CD4) están por debajo de 200. El VIH realiza un trabajo destructivo, y cuando nuestro sistema defensivo de la sangre, el sistema inmunológico, está bajo mínimos, es cuando le sobreviene a uno el SIDA, con las enfermedades asociadas que ello conlleva. Por lo tanto, rigurosamente se puede decir que toda persona con SIDA es seropositiva, pero no todos los seropositivos tienen aun el SIDA.

5- ¿ Están bien definidas las formas de contagio del SIDA?

Si, se puede resumir en tres modos de contagio:

1º por relaciones sexuales,
2º por la relación materno-filial durante el embarazo, y
3º por medio de contacto con sangre contaminada (transfusiones, jeringuillas).

Cualquier relación sexual con una persona seropositiva aporta el riego de que se haya producido contagio a la persona sana. Una madre puede transmitir la enfermedad a su bebe al dar a luz o al amamantarlo. Por último, las personas que utilizan y comparten jeringuillas en el uso de la droga tiene gran riesgo de contaminarse con el VIH y otros virus.

6- He oído que los condones no son totalmente eficaces para prevenir el SIDA por transmisión sexual. ¿Que hay de cierto en ello?

Cierto, hay muchos estudios científicos que demuestran el riesgo del uso del condón. Son diversas las razones: mal uso, frecuentes roturas, porosidad del látex, minúsculo tamaño del VIH, junto con las frecuentes circunstancias del abuso del alcohol o drogas. Los estudios aseguran que se mantiene un riesgo de entre un 12 y 30% de que exista contagio. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha asegurado que “el preservativo no elimina el riego de contagio”, añadiendo que en materia sexual “la contínua fidelidad con una persona no contagiada asegura al 100% el no contagio”. Muchas campañas contra el SIDA recaen en una publicidad engañosa cuando aseguran que el uso del preservativo evita la transmisión del SIDA.

7- ¿Son acertadas las campañas que se hacen contra el SIDA?

Si nos remitimos al progreso del SIDA a nivel mundial, parece que las cifras nos dicen que en términos generales, no están siendo eficaces las campañas contra el SIDA. Sería imprescindible informar sobre qué es el SIDA y cómo se transmite hasta en el último rincón del planeta. Se ha hecho mucho en esta dirección, pero lamentablemente las autoridades olvidan que con informar no basta, sino que es necesario formar. Mientras haya personas que estén dispuestas a jugar con el riesgo de contagio, el SIDA seguirá progresando.

La educación se ha dicho siempre que es el arma que los pueblos deben usar para cuidar su salud y conseguir el progreso social. Si los que gobiernan los pueblos no promueven la educación y los valores humanos y familiares que ello conlleva, tenemos SIDA para muchas décadas más y en continua expansión. La fidelidad familiar, la auténtica educación sexual, el rechazo de las drogas, etc. son valores que se deben transmitir a los ciudadanos cualquier gobierno que se precie.

8- ¿ El SIDA tiene cura, o no?

En términos generales, la respuesta es no. Una vez que la persona se ha infectado de VIH, no hay quien se lo quite. Lo que es cierto, es que afortunadamente, sobre todo en los países desarrollados, se dispone de medicamentos que frenan la reproducción del VIH, logrando con ello que en muchas personas no les sobrevenga el SIDA. En esas personas, la infección por VIH se convierte en una enfermedad crónica. Si una persona infectada no recibe ningún tipo de tratamiento, lo normal es que en 6 ó 10 años se le desarrolle el SIDA y fallezca. Si recibe tratamiento, no está exenta de la posibilidad de efectos secundarios negativos.

El desarrollo de la enfermedad se produce de forma distinta en los países ricos que en los pobres; en los primeros, los enfermos pueden acceder desde 1996 al tratamiento antirretroviral, mientras que los segundos no pueden costearse los fármacos. Es por ello, por lo que se demanda un esfuerzo de solidaridad por parte de compañías y gobiernos, hacia los países pobres, para que puedan disponer de fármacos a precios asequibles.

Las personas con SIDA precisan de todo el apoyo de familiares, amigos y organismos asistenciales, para sobrellevar esta enfermedad sin cura, pero ante la que una actitud animosa de lucha puede ser decisiva.

Tomado de: http://alojados.lesein.es/cias/

La verdad sobre el preservativo

En una tertulia de radio se llegó a calificar como “criminal” la posición de la Iglesia Católica. Así mismo, Gurutz Jáuregui escribió en distintos periódicos un artículo de opinión, bajo el título “Estar en el limbo” en el que ridiculizaba la doctrina católica sobre la materia.

Contrastan estas acusaciones con los datos que aporta la experiencia. Por ejemplo, en aquellos estados de Norteamérica en los que se impulsó entre los jóvenes una campaña de castidad y abstinencia (caso de Maryland), se constató que en el espacio de dos años (1988-1990) disminuyó en un 13% el número de embarazos de menores de edad. La campaña tuvo un sencillo lema: “En la medida en que digas no, tendrá mucho más valor tu sí cuando lo pronuncies”.

Por el contrario, en los estados en los que se optó por la campaña del preservativo, no dejó de crecer el índice de embarazos entre menores. Si proyectamos estos datos sobre embarazos a la prevención del SIDA, la deducción es evidente. Una educación sexual responsable es el camino más eficaz en la prevención de la epidemia.

Por el contrario, las campañas de difusión del preservativo han producido el efecto del “bombero pirómano”. Queriendo apagar el fuego, lo han encendido más. Previniendo contagios, han suscitado más promiscuidad.

Frente a esto, si pudiésemos cuantificar la influencia que ha tenido la predicación moral católica en el comportamiento sexual de millones de personas, nos daríamos cuenta de que la Iglesia Católica ha hecho muchísimo más en favor de la prevención del SIDA que todas las campañas de profilácticos.

El que Africa sea el lugar de mayor difusión de la epidemia del SIDA, tiene mucho que ver con el hecho de que en muchas de aquellas culturas se desconozcan valores como la monogamia y la fidelidad conyugal. Pues bien, entre otras muchas cosas, la Iglesia Católica está empeñada en la enseñanza de esos valores.

(Tomado de http://www.loiola.org)

Preservativo no equivale a sexo seguro

(ZENIT.org).- Por su interés, publicamos a continuación la entrevista que el cardenal Alfonso López Trujillo concedió el pasado 11 de octubre a Radio Vaticana. En ella el purpurado colombiano denuncia la ineficacia del preservativo en la prevención de las enfermedades de transmisión sexual o como anticonceptivo.

El cardenal López Trujillo es presidente del Consejo Pontificio para la Familia.

-Por favor, ¿puede definir su posición exacta, tal como lo explicó a la BBC, en lo concerniente a la ineficacia del uso de preservativos para prevenir la expansión del SIDA?

-Cardenal López Trujillo: Acerca de mis declaraciones en una reciente entrevista en el programa de Televisión de la BBC “Panorama” respecto al uso de condones para prevenir la expansión del SIDA, quiero declarar lo siguiente:

Pensaba que el tema era mejor conocido. En cambio, estoy sorprendido con algunas de las reacciones. Esto es más curioso aún si se tiene en cuenta que el programa todavía no ha sido transmitido. El tema del “sexo seguro” ha sido tratado en varios estudios científicos. Entre mis preocupaciones estaba mi intención de no desorientar a las personas, especialmente a la juventud, al hacerles creer que hay “seguridad”, cuando de hecho la seguridad aún no ha sido probada. ¡Cuántos jóvenes han tomado el camino de la promiscuidad, empujados por hipótesis falsas, y han caído víctimas de esta pandemia! Esto implica una responsabilidad muy seria.

En la entrevista de una hora que concedí a la BBC acerca de diferentes temas con respecto a la familia y a la vida, una pregunta se dedicó al “sexo seguro”. Afirmé lo siguiente: Uno no puede hablar realmente de “sexo seguro”, llevando a la gente a creer que el uso de preservativos es la fórmula para evitar el riesgo de VIH, y de esta forma vencer la pandemia del SIDA. Tampoco se puede llevar a la gente a creer que los preservativos proporcionan una seguridad absoluta. No se dice que hay un porcentaje grave de riesgo de contraer no solamente SIDA, sino también diferentes enfermedades transmitidas sexualmente, y que el porcentaje de fracaso es bastante alto.

-¿De qué investigación científica se ha valido usted para hacer esta afirmación?

-Cardenal López Trujillo: Hay publicados muchos estudios que hacen surgir dudas fundadas respecto a la “seguridad” del uso del preservativo. Jacques Suaudeau, doctor en Medicina, quien ha seguido de cerca el debate y el problema del SIDA en África, tiene un importante artículo en nuestro “Lexicon” lleno de anotaciones bibliográficas acerca del tema. Nosotros recibimos también noticias de un estudio-informe de grupos que representan a 10.000 doctores que acusan al “Centre for Disease Control” (CDC) en los Estados Unidos de ocultar la investigación del propio gobierno, la cual mostraba la “ineficacia de los preservativos para prevenir la transmisión de enfermedades sexualmente transmisibles”. Este informe del “Catholic Family and Human Rights Institute” (un grupo en Nueva York que controla los temas de la ONU en relación con la familia y la vida) manifiesta además que el rechazo del CDC a reconocer este hecho “ha contribuido a la epidemia masiva de enfermedades de transmisión sexual”.

-¿Cuál es su comentario acerca de la respuesta de la Organización Mundial de la Salud (OMS)?

-Cardenal López Trujillo: Yo no he visto repuesta alguna de la OMS, y esto no parece extraño, dado que el programa aún no ha sido transmitido. De cualquier manera, la OMS tiene un trabajo meritorio en el tratamiento de muchas enfermedades. Pero respecto al preservativo, ellos deberían emprender estudios científicos serios y tomar un camino más eficaz, antes que asumir riesgos. Por ejemplo, la distribución de preservativos a niños y adolescentes en sus conocidas campañas, constituye una grave responsabilidad.
Yo simplemente quise recordar al público, secundando la opinión de un buen número de expertos, que cuando el preservativo es empleado como anticonceptivo, no es totalmente seguro, y que los casos de embarazo no son raros. En el caso del virus del SIDA, el cual es cerca de 450 veces más pequeño que un espermatozoide, el material de látex del preservativo obviamente ofrece una seguridad mucho menor. Algunos estudios revelan que la permeabilidad de los preservativos puede llegar al 15% o aún al 20% de los casos. Siendo así, hablar del preservativo como “sexo seguro” representa un tipo de “ruleta rusa”. Y ello sin considerar otras posibles razones para el fallo del preservativo, tales como la degradación del látex debido a la exposición solar y al calor, así como la rotura o el resquebrajamiento.

-¿Qué recomienda entonces la Iglesia Católica en la lucha contra el SIDA?

-Cardenal López Trujillo: La Iglesia comprende las dificultades y angustias de la gente, pero no puede quedarse callada. Precisamente los valores morales de la fidelidad mutua de los esposos, así como la castidad, ya de por sí proporcionan una verdadera protección y son conformes al ser humano y al sexo responsable, en contraposición al sexo frívolo.

La Iglesia vive de cerca el drama que sufren muchas familias y personas. Hoy tenemos muchos centros para los enfermos. Hay también numerosos institutos de investigación. Hay muchas casas donde generosamente se cuida a los enfermos en fase terminal. Yo creo que no hay país en el que la Iglesia no tenga este servicio.

Muy importante: nosotros ayudamos a muchos huérfanos cuyos padres han muerto debido al SIDA. Donde hay fidelidad conyugal, la promiscuidad, que es la principal causa de la propagación de la enfermedad, está superada. Donde hay una adecuada orientación respecto a la sexualidad, una comprensión de la castidad, ciertamente se pueden superar los riesgos. Siendo así, la Iglesia invita a todos a la formación en los valores, especialmente a la juventud, y respecto de los deberes de la familia, lo cual constituye la única solución verdadera al problema. Algunos dicen que esto no es realista. Pero yo creo que el reto más serio es educar en y para el amor.

Todo esto requiere una visión elevada del hombre y de la mujer, de la fidelidad en el matrimonio y de la educación sexual, en virtud de la cual sea tenido en cuenta el aspecto moral del problema. Las instituciones que distribuyen preservativos a los niños y en las escuelas públicas son gravemente irresponsables. Los padres deberían reaccionar, ejercer su derecho a defender a sus hijos de manera que éstos no sean atacados por este violento tipo de interferencia en su mundo de inocencia.

Aun contemplando el problema sólo desde el punto de vista de la higiene, sin considerar la totalidad del problema moral, propongo que los Ministerios de Salud exijan en los paquetes de preservativos y en la publicidad, así como en los aparatos o estanterías donde son exhibidos esos productos, la inclusión de la advertencia de que el preservativo no es seguro. Esto se ha hecho desde hace tiempo con los cigarrillos, advirtiendo de que el filtro no garantiza la protección.

Las Mal Llamadas Uniones de Hecho

La polémica sobre las parejas de hecho y sobre el intento absurdo de asimilarlas a los matrimonios cada vez arrecia más. Y cuanto más dejan al descubierto quienes favorecen las parejas de hecho sus reales deseos y motivaciones, más claro queda el intento de subvertir todo un sistema jurídico de protección a la familia, la única que, por proyección social, exige un ordenamiento jurídico. Es el gusto, el capricho, el egoísmo lo que decide. Nietzsche escribía: Que sea lícito actuar al propio gusto, o como quiere el corazón; en todo caso, más allá del bien y del mal. La autora de este profundo y cualificado análisis, doctora en Derecho y en Derecho Canónico, es profesora titular de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad de Santiago de Compostela.

La realidad multisecular de la familia se encuentra hoy afectada por una de las crisis más profundas de su historia, consecuencia de la radical transformación que ha sufrido en las últimas décadas, cuyo curso -dirá Martínez de Aguirre- ha agrietado gravemente la estructura interna de un edificio imponente -el de la que podríamos llamar “familia tradicional”-, hasta producir su, al menos, aparente ruina en el mundo contemporáneo.

Es indiscutible que sobre pocas cosas existe hoy tan rotundo desacuerdo como sobre lo que sea la familia, una realidad por todos reconocida como la estructura primaria del entramado social. La familia de fundación matrimonial, es decir, aquella que surgía del vínculo conyugal estable entre un varón y una mujer, va perdiendo sus antiguos y sólidos fundamentos, y hoy se viene hablando de la familia incierta, que se legitima, no sólo sobre la base del matrimonio tradicional, sino también en una serie de uniones que Navarro Valls llama a la carta, en las que coexisten cohabitación de hecho y matrimonio, uniones homosexuales y heterosexuales, provisionales y permanentes, sentimiento y compromiso. Una de las características más acusadas de lo que se viene conociendo como la post-modernidad, es lo que Malaurie llama la desafección hacia el matrimonio: cada vez hay menos matrimonios y cada vez el matrimonio parece tener menos sentido; y una de las consecuencias más típicas de esa desafección es el aumento progresivo de las uniones no matrimoniales.

En todo caso, se puede percibir ya una corriente de desafección también hacia este tipo de uniones, sustituidas por una vida en solitario, con encuentros sexuales esporádicos u ocasionales. En este contexto de lo que podríamos llamar con Piepoli la familia afectiva, regulada por la lógica de la espontaneidad y arbitrariedad de los sentimientos, es donde cabe situar el fenómeno de las mal llamadas uniones de hecho.

La convivencia more uxorio (matrimonial) no es una realidad novedosa; pero sí lo es, sin embargo, la pretensión de presentarlas, social y jurídicamente, como situaciones equivalentes, análogas al matrimonio, consecuencia de la progresiva privatización de la familia, que pasa a ser entendida como un asunto privado, regulado de manera determinante por la gestión personal de la intimidad. La legislación europea Tanto en el Derecho europeo como angloamericano, la regulación específica de nuevos modos de convivencia se halla poco extendida, y allí donde existe es relativamente reciente. Son todavía numerosos los países que no poseen una regulación orgánica de las uniones de hecho, si bien los respectivos ordenamientos jurídicos les reconocen efectos fragmentarios, dispersos en la legislación, y sus tribunales adoptan soluciones a los problemas que de facto se plantean, mediante el recurso a figuras generales del Derecho común de contratos y del Derecho patrimonial, rehusando aplicar, por vía analógica, las normas que regulan el matrimonio a las uniones de hecho.

En esta situación se encuentran, entre otros países -además de España, con las peculiaridades que veremos-, Italia, Alemania, Bélgica y Portugal. Sin embargo, existen varios países europeos en los que se han aprobado leyes por las cuales se concede un estatuto jurídico orgánico, más o menos amplio, a las uniones no matrimoniales. Así, por ejemplo, sucede en Dinamarca, desde 1989; en Noruega, desde 1993; en Groenlandia, desde 1994; en Suecia, desde 1995; en Islandia y Hungría, desde 1996; en Holanda, desde 1998; y, por último, en Francia, que aprobó, tras un largo e intenso debate social y político, el llamado Pacto Civil de Solidaridad, en octubre de 1999. Como es sabido, los países nórdicos fueron los primeros en el mundo que aprobaron una amplia regulación de las parejas homosexuales, equiparando la unión homosexual registrada al matrimonio heterosexual.

En unos u otros términos, todas las legislaciones nórdicas disponen que la convivencia inscrita de homosexuales produce los mismos efectos jurídicos que el matrimonio en cuanto a los conviventes. Sin embargo, no existe equiparación en lo que respecta a los hijos, de tal manera que, a excepción de Islandia, no pueden ejercer conjuntamente la patria potestad sobre el hijo de uno de ellos; no pueden adoptar conjuntamente ni ejercer un derecho de guarda conjunto; y se excluye a las parejas homosexuales de las prácticas sobre reproducción asistida.

La legislación holandesa merece una mención especial. La ley de Convivencia inscrita, que entró en vigor el 1 de enero del 98, se remite en bloque a la regulación matrimonial. En cuanto a los hijos, hoy está admitida la posibilidad de adopción conjunta por parte de parejas no casadas, también homosexuales, restringida, eso sí, a niños de nacionalidad holandesa, por haber suscrito este país el Convenio de la Haya sobre Adopción. A pesar de la amplitud de la normativa holandesa sobre uniones de hecho, en Europa sólo Holanda se ha planteado seriamente abrir la unión matrimonial a homosexuales, cuestión que, como es sabido, está siendo sometida estos días a debate en el Parlamento neerlandés. De esta breve referencia a la legislación comparada, puede concluirse que las leyes vigentes en el Derecho continental europeo han optado por la regulación institucional de las uniones de hecho, tanto heterosexuales como homosexuales, otorgándoles un estatuto jurídico, más o menos amplio, muy similar al del matrimonio.

El Derecho español estatal y autonómico

El ordenamiento jurídico español viene reconociendo, desde hace ya algunos años, determinados efectos jurídicos a las uniones hetero-sexuales u homosexuales que conviven more uxorio, sin que se haya logrado hasta el momento la aprobación de una ley estatal que las regule de modo orgánico y unitario, pese a las distintas proposiciones de ley presentadas, tanto en la pasada legislatura como en ésta, ante el Parlamento español. Sin embargo, se da la peculiar circunstancia de que varias Comunidades autónomas -como la catalana, la aragonesa y, muy recientemente, la Navarra- han promulgado sus propias leyes autonómicas, regulando de modo institucional la convivencia de hecho.

La preocupación del legislador español por las uniones de hecho comienza en la década de los 80, limitándose en ese momento sólo a las uniones heterosexuales. A partir del año 81 comienzan a reconocerse ciertos derechos, hasta la fecha reservados a los cónyuges, en algunas leyes particulares. Así, y por destacar algunos más significativos, la ley 21/87 sobre la adopción, y la ley sobre técnicas de reproducción asistida, de 1988, conceden prácticamente los mismos derechos en esta materia, tanto a las personas casadas como a los unidos afectivamente sin vínculo matrimonial. Siguiendo con el Derecho vigente, ya no estatal sino autonómico, son en la actualidad tres las Comunidades Autónomas que han promulgado sus propias leyes sobre convivencia extramatrimonial; por orden cronológico: la Comunidad catalana, por ley 10/98, de 15 de julio, sobre uniones estables de pareja; la aragonesa, por ley 6/99, de 26 de marzo, de parejas estables no casadas; la Comunidad Foral Navarra, por ley 6/2000, de 3 de julio, para la igualdad jurídica de las parejas estables.

La Comunidad Autónoma Catalana promulgó, pocos meses más tarde, otra ley sobre Situaciones convivenciales de ayuda mutua (Ley 19/98 de 28 de diciembre), a la que pueden acogerse personas sin vínculo matrimonial ni pareja estable, que sean parientes en línea colateral, o que tengan relaciones de simple amistad o compañerismo. El número de conviventes queda limitado a cuatro.

Dejando al margen esta ley, las leyes autonómicas sobre parejas estables tienen en común -con ligeras variantes- ofrecer un amplio estatuto personal y patrimonial a los conviventes, similar al del matrimonio, y estar abiertas tanto a uniones heterosexuales como homosexuales; es Navarra la única que admite la adopción conjunta por parte de homosexuales, con iguales derechos y deberes que las parejas unidas por matrimonio, según se dispone, textualmente, en su art. 8.

De esta sucinta referencia a la legislación española, tanto estatal como autonómica, pueden apuntarse algunas reflexiones. En primer lugar, parece claro que la unión libre es hoy un concepto muy difuso, social y jurídicamente. No sólo es de definición incierta por la gran variedad de situaciones que puede abarcar, sino que, además, es una realidad de muy plurales efectos jurídicos, que se producen individualmente según las más diversas circunstancias, y son específicos de cada unión. En todo caso, pienso que la unión libre que podríamos llamar típica puede definirse a partir de las siguientes notas: convivencia; cierta estabilidad, que en la unión libre no es más que una constatación de duración que se proyecta al pasado; autonomía de las partes en cuanto a los derechos y deberes que la caracterizan; y disolución informal y libre: tanto la unión matrimonial civil como la unión de hecho, son disolubles, pero ésta, a diferencia del matrimonio, se extingue por la mera voluntad de uno de los conviventes, y, como diría d’Ors, sin necesidad de estrépitos judiciales. Por otra parte, resulta de la mayor importancia destacar algunas premisas muy claras de las uniones more uxorio, en relación con la institución matrimonial:

Deberes no, ¿derechos, sí?

En lo que se refiere al estatuto personal de los conviventes, no cabe configurar la convivencia de hecho, desde el punto de vista jurídico, con ninguno de los deberes del matrimonio, y, por lo tanto, con ninguno de sus derechos. En efecto, entre los conviventes se entrecruzan unos consentimientos difusos en cuanto a su contenido, que no vinculan jurídicamente a las partes en lo que respecta a su estatuto personal: como precisa Lacruz la unión libre no excluye, desde luego, el respeto entre los conviventes, o la fidelidad que voluntariamente se guarden (…), o la mutua ayuda; antes bien, lo usual es que se practiquen, al menos tendencialmente, pero fuera de toda obligación, y, en general, del campo de lo jurídico.

Puede que los conviventes, antes de iniciar su relación estable, celebren un convenio o acuerdo que se refiera también a los derechos y deberes entre ellos de naturaleza personal, pero lo que pacten o determinen carecerá de eficacia jurídica: su validez y cumplimiento queda al arbitrio de los propios contratantes, ya que esos derechos y deberes no podrán exigirse jurídicamente ante ninguna instancia. En segundo lugar, los pactos relativos a los hijos sólo son posibles en los mismos términos que en el matrimonio, con absoluto respeto de lo dispuesto en los art. 154 y ss. del Código Civil, por ser esas normas de ius cogens (derecho vigente) en su mayor parte. Sin embargo, no opera la presunción de paternidad, prevista exclusivamente respecto de la unión matrimonial. En lo que se refiere a los pactos que tienen por objeto regular los efectos económicos de la convivencia more uxorio, tienen mucho mayor campo de actuación y efectos, y hoy se hallan plenamente admitidos tanto por parte de la doctrina como por la propia jurisprudencia, que da en ocasiones eficacia a los sólo tácitos. En ausencia de pacto, nuestros tribunales suelen aplicar las normas del contrato de sociedad al régimen de los bienes comunes de la pareja. En otras ocasiones, el Tribunal Supremo ha recurrido a las normas sobre la comunidad de bienes, o sobre enriquecimiento sin causa, cuando una de las partes haya obtenido ventajas económicas o patrimoniales de su convivencia con la otra.

En definitiva, el ordenamiento español estatal ha seguido, por ahora, la vía de reconocer efectos colaterales a las uniones de hecho, en leyes dispersas, en lugar de regular de modo orgánico en una ley unitaria dichos efectos; pero parece claro que se trata de una opción provisional, en tanto no se resuelva el cúmulo de problemas jurídicos que plantea su regulación orgánica, más o menos amplia.

En todo caso, que la intención del legislador español se orienta hacia la regulación institucional de las uniones de hecho, parece hoy tan indiscutible como inminente. El tránsito del sistema de concesión de efectos al reconocimiento institucional de las relaciones convivenciales more uxorio, no carece, precisamente, de importancia. Porque una cosa es el reconocimiento de efectos parciales de carácter económico, o dirigidos a evitar situaciones convivenciales objetivamente injustas, y otra muy distinta la configuración por ley de una especie de matrimonio de segunda clase, mediante la institucionalización de dichas formas de convivencia. En efecto, la institucionalización de la convivencia more uxorio, en la cual la disolución ad nutum (al libre albedrío), es un elemento definitorio, distorsionaría todo el sistema familiar, produciendo una clara debilitación de la institución matrimonial, que, llevada a su extremo, haría prácticamente inútil la propia noción de matrimonio.

La panorámica que hemos tratado de ofrecer sobre la regulación legal de las situaciones convivenciales de hecho -en Derecho español y comparado-, permite, cuando menos, sospechar que nos hallamos ante dificultades e incongruencias lo suficientemente graves como para merecer una atenta y desapasionada reflexión. El planteamiento sería el siguiente: si el fenómeno de las situaciones convivenciales de hecho se reduce a un problema de simple concesión de efectos, o, más bien, nos encontramos con el progresivo diseño de una figura institucionalizada ad instar matrimonii (como a modo del matrimonio). La masiva concesión de efectos, o mejor, como decimos, la progresiva institucionalización de la simple cohabitación, es el resultado de una espiral que tiene principio pero parece no tener fin.

En efecto, esta equiparación comienza a girar en torno a la progresiva desinstitucionalización del matrimonio civil. Y cito a Martínez de Aguirre: Si el acceso al matrimonio está abierto a quien quiera contraerlo, sólo por el hecho de querer contraerlo (pérdida de importancia de los impedimentos); si el deber de fidelidad no goza prácticamente de protección legal alguna (despenalización del adulterio, divorcio y separación puramente objetivos); si cabe cualesquiera combinaciones entre sexualidad, procreación, matrimonio y familia (medios contraceptivos, técnicas de reproducción asistida, desaparición del impedimento de impotencia); si, en fin, el matrimonio se disuelve por el consentimiento de ambos cónyuges o la voluntad de uno de ellos; entonces hay que concluir que, en efecto, el ordenamiento positivo carece de un concepto propio de matrimonio, y que, dentro del mismo, caben opciones muy diferentes (…) En esta perspectiva, ¿qué queda del matrimonio? Cada vez más, sólo un nombre y una forma. Una cáscara vacía.

¿Qué queda del matrimonio?

En particular, la admisión del divorcio distorsiona todo el sistema matrimonial civil. En efecto, la posibilidad de disolver el vínculo no es un fenómeno periférico o superficial, sino que altera sustancialmente el concepto mismo de matrimonio, de tal manera que se puede afirmar que matrimonio indisoluble y matrimonio disoluble no son, en sustancia, la misma institución con una diferencia relativamente importante pero, al fin, accidental, que atañe tan sólo al modo de extinción: son dos figuras jurídicamente diferentes. En definitiva, y sin ánimo de radicalidad, sino de pura coherencia, puede concluirse que, en el ámbito civil, ya no existen dos instituciones perfectamente diferenciadas -el matrimonio y la unión libre-, sino dos formas de uniones paraconyugales, más o menos libres: el matrimonio disoluble y las uniones de hecho, más disolubles todavía. La ausencia de vínculo, y, en consecuencia, de una relación jurídica propiamente dicha entre los conviventes, pone de relieve las dificultades para considerar como familia, también desde el punto de vista jurídico, la resultante de una unión no matrimonial. En efecto, los conviventes no están ligados entre sí por relación jurídica alguna, porque la mera convivencia no es, insisto, una relación jurídica; de lo cual sólo puede deducirse que los meros conviventes no constituyen una familia.

Hay, en caso de descendencia común, relación jurídica padre-hijos, madre-hijos, y de los hermanos entre sí como parientes, pero no entre el padre y la madre, como tampoco entre los conviventes sin descendencia: el tejido de relaciones jurídico familiares queda gravemente distorsionado, y es, cuando menos, incompleto. En consecuencia, el Derecho de familia no puede pretender la protección de simples relaciones asistenciales, amistosas o sexuales; lo que pretende es tutelar un estilo de vida que asegure la estabilidad social y el recambio y educación de las generaciones. La ley puede regular determinadas cuestiones económicas para evitar la desigualdad o el enriquecimiento injusto, pero no puede ir mucho más allá en materia de equiparación con el matrimonio.

Homosexuales

En cuanto a las parejas homosexuales, parece innecesario añadir que los posibles efectos civiles que puedan derivarse de este tipo de relación nunca pueden pertenecer al Derecho matrimonial o de familia: es claro que éstas son situaciones convivenciales que se mueven en otra órbita. Las parejas homosexuales pueden pretender cierta protección por parte del Derecho -para evitar, por ejemplo, como hemos dicho, la desigualdad o el enriquecimiento sin causa-, pero nunca pueden pretender ser amparadas por el Derecho matrimonial o de familia porque esa relación no puede considerarse de carácter conyugal, al no ser heterosexual ni estar abierta a la procreación. Pero, además, argumentos como la libertad para decidir sobre su orientación sexual -en terminología cada vez más empleada por la jurisprudencia, por la doctrina y por la propia ley-, el derecho a la intimidad y al libre desarrollo de la personalidad, etc., no justifican suficientemente las razones de interés social en cuya virtud una relación homosexual deba ser objeto de un tratamiento jurídico especial de carácter tuitivo por parte del ordenamiento.

Volviendo a las uniones de hecho, en todo caso, éstas se caracterizan por la precariedad y por la ausencia de compromisos irreversibles que generen derechos y deberes, por lo que no pueden pretender beneficiarse de todas las ventajas del matrimonio sin asumir ninguna de sus obligaciones. La ley no puede dar a los conviventes las garantías que se dan a las parejas casadas, sin que la sociedad reciba a cambio un compromiso de estabilidad. La falta de estabilidad, la ausencia de compromisos de futuro, el sometimiento a la pura voluntad de uno cualquiera de los conviventes, la inseguridad acerca del régimen jurídico aplicable, no constituyen soporte suficientemente sólido sobre el que la sociedad pueda apoyar confiadamente su propia continuidad. De ahí que se esté empezando a hablar del retorno del matrimonio, potenciándose esta institución por no pocos Gobiernos, también en la Europa dominada por la izquierda. Y ello porque, desde las instancias sociales más dispares, viene alertándose -como ha señalado Navarro Valls- que el creciente malestar del Estado del bienestar trae su causa, en buena parte, en problemas cuyo foco radica en la desatención de la familia. Por todo ello, considero de la mayor importancia buscar respuestas no sólo emotivas sino reflexivas a propósito también del tema que nos ocupa, con la convicción de que el considerar ciertas cosas como indiscutibles, proporciona una fuerza extraordinaria.

Dolores García Hervás

Sexualidad Ecológica

¡Viva lo ecológico! Si hay algo que hoy valoramos todos es el grado de naturalidad de las cosas. Los ingredientes de los alimentos, su cultivo biológico, el tejido con que se fabrican las prendas de vestir, la materia prima de los artículos de papelería y oficina… todo se considera mejor si proviene directamente de las manos de la madre naturaleza, hasta propiciar un rechazo a priori de todo lo “artificial” y lo “sucedáneo”.

Resulta curioso que una mentalidad que se las ingenia para hacernos llegar los yogures con el menor número de conservantes posible, haya maquinado todo tipo de medios artificiales para controlar la fertilidad de las mujeres.

El preservativo, la píldora anticonceptiva, la polémica RU-486, el Norplant, el DIU, los espermicidas, etc., gozan de una extraordinaria popularidad. Y la esterilización artificial ostenta nada menos que el primer lugar entre los métodos anticonceptivos utilizados en Estados Unidos.

La publicidad y las campañas de control de la natalidad los presentan como los únicos capaces de garantizar un control seguro de la fertilidad. Eslóganes tan pegadizos como “Póntelo-pónselo”, “Ama sin riesgos”, “Controla tu amor” y otros, a menudo subvencionados con dinero de los propios Estados o de organizaciones internacionales, hacen creer al común de los mortales que los medios artificiales son el único camino para asegurar el sexo sin embarazo. Vista así, la fertilidad se convierte en una enfermedad peligrosa que ha de ser tratada con poderosos fármacos. Y así llega la paradoja; la misma sociedad que sacraliza la naturaleza reniega de su principal fuente y continuadora, que es la vida.

La mención de los efectos secundarios de estos productos es prácticamente nula. Sin embargo, cada vez son más las investigaciones que demuestran la relación entre el uso de la píldora, el cáncer de mama y la trombosis cerebral. Semejantes efectos se han registrado también cuando se aplica la inyección anticonceptiva. Es notable el silenciamiento de los efectos abortivos de muchos de los medios utilizados comúnmente para prevenir el embarazo: el Norplant, las inyecciones, el DIU, o la así conocida “píldora del día después”, así como el riesgo de la pérdida definitiva de la fertilidad. Por último, se presentan como cómodos y fáciles de usar y no se habla de las molestias producidas por ellos como son las náuseas, migrañas, tensión, dolores, aumento o pérdida de peso y fuertes disfunciones menstruales, o su porcentaje de fallo. De hecho, el “sexo seguro” es el menos seguro de los sexos…

Entonces, ¿cómo controlar la natalidad? El medio escogido ha de ser “seguro, barato, fácilmente reversible, fácil de usar, sin efectos secundarios, que prevenga el embarazo y que sea adecuado para todas las parejas en todos los momentos de su vida”. Quienes se benefician económicamente de la formidable industria de la anticoncepción jamás hablarán de un medio que cumple todos estos requisitos y que, además, es totalmente natural y gratuito. Se trata del método Billings o “Método de la ovulación”, y se basa en el conocimiento, por la pareja, de su cuerpo y su fertilidad.

La mujer sólo es fértil en unos cuantos días (entre 1 y 3, dependiendo de la mujer) previos y posteriores a la ovulación: un total de 4 ó 5 días a lo largo de su ciclo menstrual. Basta con que aprenda a observarse para reconocer los síntomas de la ovulación, y estar cierta de si se encuentra en un día fecundo. Para lograr este conocimiento, existen cursos y libros que enseñan a la mujer a interpretar sus propias señales corporales. Si quiere evitar el embarazo, la pareja se abstiene de las relaciones sexuales durante estos días del mes. De esta forma, ejercen un control natural de su fertilidad. El método es tan efectivo como los medios anticonceptivos artificiales, y mucho más sano.

Como todo lo genuino, utilizar el método natural cuando hay razones para hacerlo ayuda a la vida de pareja. El hombre aprende a conocer y respetar el cuerpo de la mujer, acompañándola a lo largo de su ciclo. Se expresan su amor mutuo cuando tienen relaciones y cuando no las tienen, porque también en ese momento se aceptan totalmente con todas sus potencias y capacidades.

Decía el psiquiatra Victor Frankl que “El amor no se entiende como un efecto colateral del sexo, sino que el sexo es una manera de expresar la experiencia de esa unión definitiva que se llama amor”. Otro psiquiatra, Enrique Rojas, afirma que “El acto sexual es auténtico si es simultáneamente físico, psicológico y espiritual”. El método natural de control de la natalidad se presenta como el medio más capaz de integrar estas tres dimensiones, porque supone un control y una opción responsable por parte de los dos.

Si sólo compras tejidos naturales, consumes frutas y verduras biológicas, prefieres las infusiones a las aspirinas, evitas los conservantes y colorantes, reciclas tu basura, utilizas desodorante sin clorofluorocarbonos, odias el tabaco, haces deporte…, pero introduces en tu cuerpo artefactos, geles y espumas, sazonados con poderosos complejos hormonales, puede que tengas un concepto un poco pobre de lo que significa respetar la naturaleza.

Autor: Marta Rodríguez Fuente: Mujer Nueva

“Orgullo Gay”: ¿Orgullo de Pecar?

En una sociedad materialista y atea como la actual, no es de extrañar que actos como el del “día del orgullo gay”, lleven a término su más grosera expresión pública. La perversión del lenguaje es manifiesta. ¿Cómo puede nadie sentirse orgulloso de ofender a Dios con una práctica contraria a su Santa Ley? Quizá sea por que las personas que participan de tales prácticas e ideas, no son católicos, y les importa un ardite ofender a Dios.

El hecho de tener ciertas inclinaciones hacia su mismo sexo, no es pecado en si, sino la práctica o el deseo de llevarlo a cabo. Se puede ser católico y homosexual o lesbiana sin ofender a Dios, llevando una vida de castidad como cualquier persona que no esté casada, pues sólo las relaciones entre un hombre y una mujer unidos en santo matrimonio, son las queridas y deseadas por Dios.

Ningún otro tipo de ejercicio de la sexualidad puede agradarle fuera del matrimonio, según sabemos por la Biblia, la Tradición Apostólica y la enseñanza de la Iglesia. Que el ejercicio de la homosexualidad está reprobado por Dios, lo tenemos muy claro, por ejemplo, en la Sagrada Escritura: “No cometerás pecado de sodomía, porque es una abominación”.(Lev. 18,22.)

“No queráis cegaros: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avarientos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de la rapiña, han de poseer el reino de Dios”. (1 Cor.6,9-10.)

De hecho, la sodomía está conceptuada en la Sagrada Biblia como uno de los cinco “pecados que claman al cielo”(homicidio, esclavitud, opresión de huérfanos y viudas, y defraudar el salario al trabajador): “El clamor de Sodoma y Gomorra aumenta más y más, y la gravedad de su pecado ha subido hasta lo sumo”.(Gn.18-20)

Que estamos en un estado de derecho y cada cual hace lo que le parece bien, es cierto; que en materia de sexualidad excepto la pedofilia (de momento) todo vale, también lo es; que en los últimos años no sólo hay permisividad, sino una exaltación de la homosexualidad, avalada por las leyes, políticos, grupos de poder mediáticos, etc. es un hecho.

Pero que ello quiera decir, o nos quieran hacer creer, que el ejercicio de la homosexualidad es una cosa “normal” y “civilizada”, media un abismo. Los hombres somos libres, incluso para abusar de la propia libertad; pero también responsables, lo queramos o no, ante Dios: “No os engañéis; de Dios nadie se ríe. Lo que uno siembre, eso cosechará”.(Gal 6,7)

Tremenda responsabilidad la de todos, en el negocio supremo de la existencia: la salvación eterna.

José Andrés Segura Espada. 28 de junio de 2002.

¿Puede Existir una Moral Cristiana de Estructura Racional?

Fr. Nelson Medina F., O.P.

1. ¿En qué se fundamenta el discurso racional de la moral católica?

La teología moral de algún modo puede resumirse al modo gramatical imperativo, en la medida en que sus conclusiones finalmente se traducen en fórmulas de talante: “haz esto” o “no hagas esto”.

Este modo imperativo suscita de inmediato una pregunta: ¿quién y por qué tiene autoridad para decirle a otra persona lo que tiene que hacer? Esta doble cuestión nos conduce, en lo que atañe a la teología moral católica, a la relación entre el modo “indicativo” propio de lo propuesto en la dogmática y el modo “imperativo” de que ahora hablamos.

La pregunta es: ¿de qué modo las afirmaciones sobre la revelación de Dios en Jesucristo se transforman en consignas, mandatos o consejos para los cristianos?

Junto a ésta, otra gran cuestión: ¿es posible afirmar leyes verdaderamente tales en el régimen del Nuevo Testamento, sin devolvernos al régimen legal del Antiguo Testamento?; ¿la efusión del Espíritu no es ya norma suficiente para los cristianos?

Y queda aún una tercera cuestión, que puede plantearse en términos de dilema: o las prescripciones morales son racionales, y entonces no pertenecen a la teología sino a la filosofía, o son irracionales y entonces no pueden reclamar obligatoriedad ni aún para los cristianos.

Con respecto a la primera pregunta hay que decir que la revelación de Dios en Jesucristo no es un elenco de ideas sino un cauce de vida que al entrar en el cristiano lo va transformando todo: desde luego, su inteligencia, pero también sus afectos, proyectos, esperanzas, su mundo “privado” y “público”.

Con respecto a la segunda cuestión podemos decir que la obra de Cristo no supone la anulación sino la plenificación de la ley, según él mismo lo dijo. De hecho, Jesús recordó mandamientos explícitos de la ley de Moisés a aquel joven que quería tener vida eterna. Así pues, está mal planteada la cuestión si partimos del supuesto de que la ley nueva, la ley del Espíritu Santo, es por principio incompatible con leyes explícitas. Ciertamente San Pablo opone muchas veces el régimen de la ley a la fe que nos abre a la acción del Espíritu, porque, si se trata de la salvación, está claro en quién podemos y debemos poner nuestra confianza. Pero si se trata de la vida de aquellos que creen en Jesús y están bajo el régimen del Espíritu Santo no hay porque suponer una incompatibilidad esencial: confiar en Cristo es, entre otras cosas, reconocer lo que su amor eficaz va haciendo en nosotros, incluyendo en nuestra capacidad de conocer expresamente su voluntad.

Un punto distinto es que las leyes “positivas” son compatibles con la libertad del Espíritu, y cuáles de éstas son esenciales al ser de la Iglesia. Responder a esta inquietud conlleva una amplia reflexión sobre los conceptos de la ley natural y de la Iglesia. Es un paso posterior, que no daremos aquí.

Respecto a la tercera cuestión, cabe distinguir: ética, ética cristiana y moral (entendida como teología moral).

En éstas tres la razón tiene lugar, aunque de modo diverso: la ética se ocupa del bien y el mal de los hombres sin tener en cuenta el dato de la revelación; la ética cristiana es igualmente una reflexión de orden filosófico, que sin embargo toma como referencia principal la vida de Jesús, subrayando entonces la importancia de los así llamados “valores cristianos”, por ejemplo la misericordia, el perdón, la justicia, la solidaridad.

No carece, pues, de argumentación la moral, pero esta toma en cuenta elementos que son decisivos para la existencia humana y que no brotan del solo ejercicio racional. La teología moral, en efecto, considera la vida desde la perspectiva del destino último del hombre que se abre a la luz de la pascua de Cristo, y desde la certeza de la gracia ofrecida con la efusión del Espíritu Santo. De este modo reconoce como perfección última del acto humano, la forma que le da la claridad y su orientación al fin último de la contemplación beatífica en el cielo.

2. ¿Cabe la vida en razones y argumentos?

Podemos decir que la teología moral tiene una estructura paradójica, porque trata de manera general (si no, no sería un tratado ni podría reclamar normatividad alguna) lo particular (si no, no sería una referencia para las personas y su vida, que se da mediante actos específicos y situados). La teología moral es una eeflexión “abstracta” sobre actos concretos[1].

Aquí viene lo paradójico de la moral: resulta que la vida humana no está hecha de esencias sino de una abigarrada multitud de circunstancias variables de todo género. Todo acto humano es un acto “en situación”, hasta el punto que puede darse que un mismo acto sea bueno en algunas circunstancias y malo en otras.

Por eso nos preguntamos: ¿acaso es posible sacar las esencias de todos los actos y circunstancias verosímiles en la vida humana?; ¿quién puede presentar un discurso tan completamente argumentado que pueda hablar de todo lo bueno y lo malo que los hombres mortales encontramos por esta tierra?

Y sin embargo, nada más grave que renunciar a la búsqueda de ese bien y ese mal. Sin alguna claridad y algunos acuerdos sobre qué es lo bueno y qué es lo malo (sea que se le llame así o no), el ser humano queda perdido y la sociedad se degrada e involuciona hacia la jungla del más fuerte. Es verdad que, siguiendo a Nietzsche, alguien podría intentar ir “más allá del bien y del mal”, dejar brotar la vida, mantenerse fiel a la tierra y ser el “super-hombre”, pero éste pobre super-hombre ¿cómo sabría que su opción vital es lo mejor para él mismo?

Esta argumentación en contra del pensamiento Nietzscheano nos ayuda a descubrir de un modo nuevo el antiguo principio tomista: el bien, así no se le llame de este modo, es algo que la voluntad humana no puede no querer (non potest non velle); incluso el mal buscado se busca por algún aspecto de bien.

3. ¿Cómo argumentar en moral?

Ha habido en el siglo XX quienes enfatizaron tanto el papel de las circunstancias en la valoración de los datos humanos que prácticamente disolvieron la posibilidad de una verdadera teológica moral. Según ellos la “situación” es la que finalmente determina el juicio sobre el acto humano; y como las situaciones, según hemos dicho, son innumerables, variadísimas y cambiantes, la moral, según ellos, debe terminar reduciéndose a un elenco de sugerencias generales, o a la inoperante y romántica presentación del amor como única norma.

La posición de Santo Tomás es distinta. Para él, un acto humano debe ser valorado de acuerdo con tres elementos inseparables: la intención, el objeto y las circunstancias.

Lo que hoy solemos llamar “situación” es lo que él llama circunstancias; mas, al contrario delo que quieren algunos contemporáneos nuestros, no hizo depender de ellas el juicio último sobre los actos humanos. Cada acto humano recibe su valor principalmente de la intención y luego del objeto. La intención responde a la pregunta sobre qué pretendía la persona, y el “objeto” a la pregunta sobre qué hizo la persona.

La teología moral es ciencia básicamente de las intenciones y de los objetos en ese orden. Esto no quiere decir que cualquier acto pueda ser justificado por alguna intención o en alguna circunstancia. Específicamente la teología moral conoce ejemplos de actos (“objetos”) que son siempre malos: blasfemar, causar daño evitable a un inocente, desperdiciar del todo el tiempo que está en nuestras manos, y aún otros.

Esto significa que la teología moral no es un conjunto de normas externas sino un camino de iluminación de la conciencia moral, que puede y debe dar criterios seguros y próximos para el obrar concreto del ser humano.

De acuerdo con esto, no puede recibirse como argumento moral lo que es simplemente anécdota o excepción. Tampoco es modo de argumentar el tomar un momento de la revelación bíblica para desmembrarlo de su contexto y del proceso íntegro que tiene su culminación en la pascua de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo. Ni recibimos como argumento el que unos males hagan “buenos” a otros; ni admitimos que actos perversos que están en la voluntad del ser humano se presenten como inevitables, y en este sentido como circunstancias determinadas. Finalmente, y como es natural, tampoco admitimos los argumentos ad hominem, es decir aquellos que pretenden negar o contradecir un argumento atacando a la persona o institución que lo sostiene.

En síntesis, pues, ¿cómo ha de ser un “argumento moral”? Ha de ser la presentación del despliegue del sabio y amoroso querer de Dios, manifiesto progresivamente en la creación y en la redención, madurado en la reflexión racional y la tradición de la Iglesia, ordinariamente expuesto por el Magisterio de la misma Iglesia, vivido con generosidad por los santos y propuesto para que alcancemos ya en esta tierra y luego en la eternidad la bienaventuranza para la que fuimos creados.

Fr. Nelson Medina F., O.P.

Diez Mitos sobre la Pedofilia

Mito 1:

Es más probable que sacerdotes católicos, en comparación con otros grupos de hombres, sean pedófilos.

Esto es simplemente falso. No existe evidencia alguna de que los sacerdotes estén más inclinados a abusar de los niños que otros grupos de hombres.

El uso y abuso de los niños como objeto de gratificación sexual por parte de los adultos es epidémico en todas las clases sociales, profesiones, religiones y grupos étnicos alrededor del mundo, según lo demuestran claramente las estadísticas acerca de la pornografía, el incesto y la prostitución infantil. La pedofilia (el abuso sexual de niños preadolescentes) entre los sacerdotes es extremamente rara, pues afecta solamente al 0.3% del clero. Esta cifra, citada en el libro Pedophiilia and Priests (Pedofilia y Sacerdocio), escrito por el estudioso no-católico Philip Jenkins, está tomada del estudio más amplio que existe hoy día sobre este tema. Concluye que solamente uno de entre 2.252 sacerdotes que formaron parte del estudio a lo largo de un período de más de 30 años, se ha visto afectado por la pedofilia. En los escándalos recientes de Boston, solamente 4 de entre más de los 80 sacerdotes etiquetados por los medios de comunicación como “pedófilos” son en realidad culpables de abusar de niños pequeños.

La pedofilia es un tipo particular de desorden sexual compulsivo en el cual un adulto (hombre o mujer) abusa de niños preadolescentes. La gran mayoría de los escándalos sexuales del clero que están saliendo a la luz ahora no entran propiamente en la categoría de pedofilia. Más bien, se deben calificar como efebofilia o atracción homosexual hacia adolescentes. Aunque el número total de sacerdotes que cometen abuso sexual es más alto que el de los que son culpables de pedofilia, la cifra total queda aún por debajo del 2% que es semejante al porcentaje que se da entre hombres casados (Jenkins, Pedophilia and Priests).

Con ocasión de la crisis actual en la Iglesia, otros grupos religiosos e instituciones no religiosas han admitido tener problemas semejantes tanto de pedofilia como de efebofilia entre las filas de su clero o personal. No hay evidencia de que la pedofilia sea más común entre el clero católico, que entre los Ministros protestantes, los líderes Judíos, los médicos, o miembros de cualquier otra institución en la que los adultos ocupen posiciones de autoridad sobre los niños.

Mito 2.

El estado célibe de los sacerdotes conduce hacia la pedofilia.

El celibato no es causa de ninguna adicción sexual desviada, entre las que se cataloga la pedofilia. De hecho, en comparación con los sacerdotes, es tan probable que los hombres casados abusen sexualmente de los niños (Jenkins, Pedophilia and Priests). Entre la población general, la mayoría de los transgresores son hombres heterosexuales reincidentes que abusan sexualmente de las niñas. También hay mujeres que cometen este tipo de abusos sexuales. Aunque es difícil obtener estadísticas exactas sobre el abuso sexual de los niños, los rasgos característicos de los que repetidamente cometen abuso sexual con niños han sido bien descritos. El perfil de los abusadores sexuales de niños nunca incluye adultos normales que se sienten atraídos eróticamente hacia los niños como resultado de la abstinencia (Fred Berlin, Compulsive Sexual Behaviors, in Addiction and Compulsion Behaviors [Boston: NCBC, 1998]; Patrick J. Carnes, Sexual Compulsion: Challenge for Church Leaders, in Addiction and Compulsion; Dale O’Leary, Homosexuality and Abuse).

Mito 3.

Si los sacerdotes se casaran, desparecerían la pedofilia y otras formas de conducta sexual desviada.

Algunas personas incluyendo algunos disidentes católicos que suelen expresar su disconformidad en público se están aprovechando de esta crisis para promover sus propios intereses. Como respuesta a los escándalos, algunos están exigiendo que el clero sea casado, como si el matrimonio hiciera que “ciertos” hombres dejasen de molestar sexualmente a los niños. Esta afirmación se desmiente con las estadísticas mencionadas antes sobre el hecho de que, comparados con los sacerdotes célibes, es igualmente común que los hombres casados abusen sexualmente de los niños. (Jenkins, Pedophilia and Priests).

Dado que ni el ser católico ni el ser célibe predispone a una persona a caer en la pedofilia, el clero casado no resolvería el problema (Doctors call for pedophilia research, The Hartford Currant, March 23). No hay más que mirar a las crisis en otras religiones, sectas o profesiones para ver este punto con claridad.

El hecho es que hombres heterosexuales sanos no suelen caer en la atracción erótica hacia los niños como resultado de su abstinencia.

Mito 4.

El celibato sacerdotal fue una invención medieval.

Mentira. En la Iglesia católica de Occidente, el celibato se practicó ya universalmente a partir del siglo IV, comenzando con la adopción que S. Agustín hizo de la disciplina monástica para todos sus sacerdotes. Además de las muchas razones prácticas para adoptar esta disciplina se suponía que era un buen medio para evitar el nepotismo. El estilo de vida célibe permitía a los sacerdotes ser más independientes y disponibles. Este ideal era también una oportunidad para que los sacerdotes dieran también testimonio del mismo estilo de vida que sus hermanos los monjes. La Iglesia no ha cambiado las normas del celibato, porque con el paso de los siglos se ha dado cuenta del valor práctico y espiritual que posee (Pablo VI, carta encíclica sobre El celibato sacerdotal, 1967). De hecho, incluso en la Iglesia católica del Este que admite también la posibilidad de tener sacerdotes casados, los obispos son elegidos solamente entre los sacerdotes no casados.

Cristo reveló el verdadero valor y significado del celibato. Los sacerdotes católicos, desde S. Pablo hasta el presente le han imitado en la total donación de si mismos a Dios y a los demás viviendo célibes. Aunque Cristo elevó el matrimonio al nivel de sacramento que revela el amor y vida de la Santísima Trinidad, él fue también testigo vivo de la vida futura. Los sacerdotes célibes son para nosotros testigos vivos de esta vida futura en la cual la unidad y el gozo del matrimonio entre un hombre y una mujer son sobrepasados por la perfecta y amorosa comunión con Dios. El celibato entendido y vivido adecuadamente libera a la persona para amar y servir como Cristo lo hizo.

En los últimos cuarenta años, el celibato ha sido un testimonio todavía más poderoso del sacrificio amoroso de hombres y mujeres que se ofrecen a si mismos para servir a sus comunidades.

Mito 5.

Mujeres sacerdotes ayudarían a solucionar el problema.

No hay en absoluto ninguna conexión lógica entre el comportamiento desviado de una pequeña minoría de sacerdotes varones y la inclusión en sus filas de las mujeres. Aunque es verdad que según muestran la mayoría de las estadísticas sobre abuso de niños es más común que los hombres abusen de ellos, el hecho es que también hay mujeres que molestan sexualmente a los niños. En 1994, el National Opinion Research Center demostró que la segunda forma más común de abuso sexual de niños era el de mujeres que abusaban de niños varones. Por cada tres varones abusadores sexuales de niños, hay una mujer abusadora. Las estadísticas sobre las mujeres que abusan sexualmente de otros son más difíciles de obtener porque el crimen es más oculto (entrevista con el Dr. Richard Cross, “Una cuestión de carácter”, National Opinion Research Center; cf. Carnes). Además, es más improbable que sus víctimas más frecuentes, los niños, reporten los abusos sexuales, especialmente cuando el abusador es una mujer (O’Leary, Child Sexual Abuse).

Hay razones por las cuales la Iglesia no puede ordenar sacerdotes a las mujeres (como Juan Pablo II ha explicado en numerosas ocasiones). Pero esto nos sacaría ahora del tema. El debate sobre la ordenación de las mujeres no está para nada relacionado con el problema de la pedofilia ni con otras formas de abuso sexual.

Mito 6.

La homosexualidad no está conectada con la pedofilia.

Esto es simplemente falso. Es tres veces más probable que los homosexuales sean pedófilos que los hombres heterosexuales. Aunque la pedofilia exclusiva (atracción hacia los preadolescentes) es un fenómeno extremo y raro, un tercio de los varones homosexuales sienten atracción por los adolescentes (Jenkins, Priests and Pedophilia). La seducción de adolescentes varones por parte de homosexuales es un fenómeno bien documentado. Esta forma de comportamiento desviado es el tipo más común de abuso obrado por sacerdotes, y está directamente relacionado con el comportamiento homosexual.

Como Michael Ross muestra en su libro, Goodbye!, Good Men (Adiós, hombres buenos!), hay una activa sub-cultura homosexual dentro de la Iglesia. Esto se debe a varios factores. La confusión que se ha dado en alguna ocasión en la Iglesia como resultado de la revolución sexual de los años 60, el tumulto posterior al Concilio Vaticano II, y una mayor aprobación de la homosexualidad por parte de la cultura. Todo esto hizo que se creara un ambiente en el cual homosexuales varones activos fueron alguna vez admitidos y tolerados en el sacerdocio. La Iglesia se ha apoyado también más en la psiquiatría para valorar la idoneidad de a los candidatos al sacerdocio y para tratar a los sacerdotes que tenían problemas. En 1973, The American Psychological Association (Asociación Psicológica Americana) dejó de considerar la homosexualidad como una orientación objetivamente desordenada y la suprimió de su Manual Diagnóstico y Estadístico (Nicolosi, J., Reparative Therapy of Male Homosexuality, 1991; Diamond, E,. Et al. Homosexuality and Hope, documento no publicado de la CMA). Lógicamente, el tratamiento de comportamientos sexuales desviados se vio afectado por este cambio de actitud.

Mientras la actitud de la Iglesia hacia quienes tienen problema de atracción homosexual se ha caracterizado por la compasión, también ha sido firme y constante en sostener el punto de vista de que la homosexualidad es objetivamente desordenada y que el matrimonio entre un hombre y una mujer es el único contexto propio para el ejercicio de la actividad sexual.

Mito 7.

La Jerarquía católica no ha hecho nada para solucionar la pedofilia.

Aunque todos estamos de acuerdo en que la jerarquía no ha hecho en algunos lugares todavía lo suficiente, esta afirmación es, sin embargo, falsa. Cuando el Código de Derecho Canónico fue revisado en 1983, se añadió un pasaje importante:

“El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical cuando el caso lo requiera”. (CIC, c. 1395, §2).

Pero ciertamente, no es lo único que la Iglesia ha hecho. Los obispos, comenzando con el Papa Pablo VI en 1967, publicaron una advertencia dirigida a los fieles sobre las consecuencias negativas de la revolución sexual. La encíclica papal Sacerdotalis coelibatus (sobre el celibato sacerdotal), trató el tema del celibato sacerdotal en medio de un ambiente cultural que exigía mayor “libertad” sexual. El Papa volvió a reafirmar el celibato al mismo tiempo que apelaba a los obispos para que asumieran responsabilidad por “los hermanos sacerdotes afligidos por dificultades que ponen en peligro el don divino que han recibido”. Aconsejaba a los obispos que buscaran ayuda para estos sacerdotes, o, en casos graves, que pidieran la dispensa para los sacerdotes que no podían ser ayudados. Además, les pidió que fuesen más prudentes al juzgar sobre la aptitud de los candidatos al sacerdocio.

En 1975, la Iglesia publicó otro documento llamado Declaración sobre ciertas cuestiones sobre la ética sexual (escrito por el cardenal Josef Raztinger) que trataba explícitamente, entre otros asuntos, el problema de la homosexualidad entre los sacerdotes. Tanto el documento de 1967 como el de 1975 tratan el tema de las desviaciones sexuales, incluso la pedofilia y la efebofilia, que son especialmente frecuentes entre los homosexuales.

En 1994, el Ad hoc Committee on Sexual Abuse (Comité sobre abuso sexual de la Conferencia Episcopal Americana) publicó unas orientaciones dirigidas a las 191 diócesis de Estados Unidos para ayudarles a crear unas líneas de acción para tratar el problema de abuso sexual de menores. Casi todas las diócesis redactaron sus propias directrices (USCCB document: Guideliness for dealing with Child sexual Abuse, 1993-1994). En estas fechas la pedofilia se reconocía ya como un desorden que no podía ser curado, y como un problema que se estaba agravando debido al aumento de la pornografía. Antes de 1994, los obispos siguieron la opinión de los psiquiatras expertos que creían que la pedofilia podía ser tratada con éxito. Los sacerdotes convictos de abuso sexual eran enviados a uno de los establecimientos especializados de los Estados Unidos. Los obispos frecuentemente se basaban en los juicios de los expertos para determinar si los sacerdotes estaban listos para volver al ministerio. Esto no mitiga la negligencia por parte de algunos miembros de la jerarquía, pero por lo menos ayuda a entender mejor la cuestión.

Como respuesta a los escándalos recientes, algunas diócesis están creando comisiones especiales para afrontar los casos de abuso de menores; también están creando grupos de defensa de las víctimas, y están reconociendo oficialmente que se debe atender inmediatamente cualquier legítima acusación.

Mito 8.

La enseñanza de la Iglesia sobre moralidad sexual es el verdadero problema, no la pedofilia.

La enseñanza de la Iglesia sobre la moralidad sexual se basa en la dignidad de la persona humana y en la bondad de la sexualidad humana. Esta enseñanza condena el abuso de los niños en todas sus formas, lo mismo que condena otros crímenes sexuales reprensibles como la violación, el incesto, la pornografía infantil y la prostitución infantil. En otras palabras, si estas enseñanzas se vivieran, no existiría el problema de la pedofilia.

La creencia de que esta enseñanza conduce a la pedofilia se basa en un concepción falsa o en una deliberada falsa interpretación de la moral sexual católica. La Iglesia reconoce que la actividad sexual sin el amor y compromiso que se da solamente en el matrimonio, disminuye la dignidad de la persona humana y a fin de cuentas es destructiva. En lo que se refiere al celibato, siglos de experiencia han probado que hombres y mujeres pueden abstenerse de la actividad sexual al mismo tiempo que se realizan plenamente viviendo una vida sana y llena de sentido.

Mito 9.

Los periodistas católicos han ignorado el problema de la pedofilia.

Como todo lector de CRISIS sabe, esta afirmación es claramente falsa. Nuestro artículo de portada de octubre de 2001 se titulaba así: The High Price of Priestly Pederasty, (El alto precio de la pederastia de los sacerdotes), una exposición del escándalo que saldría a la superficie en el resto de la prensa tres meses después. Puedes leer nuestro artículo haciendo click sobre el título.

Y nosotros no fuimos los únicos que hemos seguido el problema de pedofilia/pederastia. Charles Sennot, autor de Broken Covenant, Rod Dreher de la National Review, el cofundador de CRISIS, Ralph McIncerny, Maggie Gallagher, Dale O’Leary, The Catholic Medical Association, Michael Novak, Peggy Noona, Bill Donohue, Dr. Richard Cross, Philip Lawler, Alan Keyes, and Msgr. George Kelly han cubierto este tema ampliamente.

El hecho de que el resto de los medios de comunicación haya ignorado nuestro trabajo, no significa que no lo hayamos hecho.

Mito 10.

El requisito del celibato limita el número de candidatos al sacerdocio, con el resultado de que haya un número alto de sacerdotes sexualmente desequilibrados.

Primero de todo, no existe un “alto número de sacerdotes sexualmente desequilibrados”. De nuevo afirmamos que la gran mayoría de los sacerdotes son normales, sanos y fieles. Cada día demuestran que son dignos de la confianza de aquellos cuyo cuidado se les ha confiado.

En segundo lugar, quienes no se sienten llamados a una vida de celibato están ipso facto excluidos de poder ser sacerdotes católicos. De hecho, la mayoría de los hombres no está llamada a ser célibe. Sin embargo, algunos están llamados, y de entre ellos algunos están llamados por Dios al sacerdocio.

La vocación sacerdotal, como el matrimonio, requiere el mutuo y libre consentimiento de ambas partes. Por tanto, la Iglesia debe discernir si un candidato es verdaderamente digno y apto mental, física y espiritualmente para comprometerse a una vida de servicio sacerdotal. El deseo que un candidato tenga de ser sacerdote no constituye de por sí una vocación. Los directores espirituales y vocacionales conocen ahora mejor que nunca las deficiencias de carácter que hacen que un candidato, en otros campos cualificado, no sea apto para el sacerdocio.

(Copyright (c) 2001 by Crisis Magazine)
Padre Luis de Moya

Las Leyendas Urbanas en la Era Digital

Historias increíbles, truculentas y humorísticas llegan todos los días a los buzones electrónicos… poco a poco se convierten en “realidad”.

La historia cuenta que una adolescente salió una noche de su casa a un bar con uno de sus amigos más cercanos. Después de tomar unos tragos, regresaron al apartamento.

Al otro día, la mujer despertó en una tina con hielo y alrededor había rastros de sangre: le habían quitado un riñón. Al lado había una nota que decía: “Llame urgente a una ambulancia, porque se muere”.

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