Usando bien la televisión

Pienso que con la televisión, más que decisiones puntuales, hay que hacer toda una labor pedagógica: cuando dentro de una familia o comunidad se plantea el problema: “vamos a ver o no vamos a ver éste programa”, quizá es demasiado tarde, porque ya las personas tienen sus propias expectativas y de alguna manera ya tienen cierto apetito o curiosidad, o lo que sea, por ver ése programa.

Tenemos que enfrentar la situación de la presencia de la televisión de un modo un poco más amplio. En una familia, por ejemplo, es útil hablar del televisor como de otra puerta o ventana. El televisor no es un mueble, el televisor es una puerta y por esa puerta entran muchas cosas: este es el tipo de lenguaje que necesitamos. Hay que mirar las imágenes de la televisión no como simples distracciones sino como invitados que llegan a nuestra casa. Cuando hablamos así, pronto descubrimos que tener un televisor por ejemplo en la alcoba, en el lugar donde uno duerme, es algo bastante arriesgado, y el hecho de que sea muy común, no le quita nada de riesgo o de peligro. Tener un televisor en la alcoba significa que a las diez, once o a media noche, estoy dispuesto a que alguien me visite y a que alguien me dé su versión del mundo, o su versión de las noticias, o su perspectiva sobre la vida, o en cualquier caso sus propios valores. Cuando vemos las cosas así, es evidente que la televisión tiene una seriedad mayor de la que se piensa: parece un simple artefacto, un mueble más, pero en realidad es toda una puerta a través de la cual nos pueden llegar muchas cosas.

Lo otro que es bueno destacar es que la televisión interrumpe, cancela, disminuye o suprime el diálogo entre los miembros de una familia o comunidad, de un modo a veces chistoso, o de un modo a veces serio; esto conviene hacerlo saber y sentir a la gente. Es chistoso por ejemplo ver a un grupo de personas cuando están viendo la televisión, ver sus caras, ver como su atención: cómo sus ojos, cómo sus gestos quedan en absoluta dependencia de lo que salga ahí en la pantalla; es una cosa impresionante, es jocosa pero también nos instruye mucho. Lo mismo sucede cuando pensamos de un modo más serio en que, como ya se ha dicho, el círculo de la familia se ha convertido en un semicírculo alrededor del televisor. Esto no significa que haya que cancelar la televisión, tal vez esta sería una decisión drástica, extrema o innecesaria; no se trata tanto de eso. Es sólo que cuando uno entiende que la voz del televisor se impone sobre cualquier otra voz y que es la voz que hace callar al resto de las personas y que ese poder tan grande de alguna manera hay que aprender a manejarlo, entonces se va haciendo la labor pedagógica.

En el caso de una comunidad religiosa, yo creo que esta pedagogía hay que empezarla desde el comienzo mismo, o sea el postulantado o el noviciado, y en el caso de una familia, la gran decisión, yo me atrevo a decirlo y sé que es algo difícil, pero la gran decisión es sacar los televisores de las alcobas. Pienso que donde hay niños, donde hay jóvenes y también para nosotros los adultos, el mejor lugar para la televisión, lo mismo que el mejor lugar para el Internet es el lugar común, es el área común. Los lugares públicos y comunes dejan más en claro que el televisor es un visitante y al mismo tiempo crean una restricción natural y adecuada con respecto a los contenidos. Las familias que tomen estas decisiones o las parejas que las tomen se van a sentir un poco extrañas al principio, pues lamentablemente mucha gente se acostumbra a dormirse con la televisión, a utilizarla como un soporífero, pero por ejemplo, una pareja que saque a la televisión de la alcoba, pronto descubrirá que su diálogo y su vida emocional se enriquecen. Sería muy interesante escuchar testimonios sobre esto.

Que Dios nos bendiga y que sepamos utilizar estos nuevos medios de comunicación.

[Transcrito por Edna Moya.]