15. ¡Habla, Señor!

15.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

15.2. La voz del Padre celestial, por la que fueron creadas todas las cosas, puede todavía oírse en las cosas creadas. Esta es la virtualidad del silencio: que te acerca a esa voz. Por eso está bien dicho en español: “guardar” silencio, como se guardan los tesoros, como se guarda la pureza, como se guarda el rebaño en tiempo de tormenta.

15.3. Toda la vida espiritual la puedes mirar como un encuentro con esa voz primordial, con esa intención primera, en la que está toda la fuerza que te hace ser y todo el amor que te sostiene en el ser. Esa es la voz que se deja oír en tu conciencia, la que resuena cuando estás atento a la Sagrada Escritura, la que te exhorta cuando tus Superiores te corrigen, la que, a través de ti también, se hace predicación y luz para tus hermanos.

15.4. «¡Habla, Señor!» (1 Sam 3,9): ¡qué hermosa es esta actitud que abre a la creatura desde su raíz para ser colmada por la savia del piadoso querer divino! Esta es la grandeza que tienen los profetas sobre los sacerdotes, en la Antigua Alianza: su profunda escucha de Dios los convirtió en palabras del mismo Dios. «Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?» (Amós 3,8).

15.5. Por eso debo recordarte que tu vida está solamente en esto: en que la Palabra de Dios te posea completamente. Pregúntate a menudo qué partes de tu vida no están llenas de la Palabra: ¿acaso tus afectos? ¿tal vez tu inteligencia? ¿quizá tus recuerdos? Y tus proyectos, ¿están colmados de Dios como si fueran hechos por Él mismo? Tu Comunidad, ¿está llena de la Palabra? ¿Y tus amigos? ¿Tienen tus argumentos su fuente y su fuerza en Ella? ¿Tus consejos han bebido en sus fuentes? ¿Es Ella la Maestra que enseña cuando tú enseñas? ¿Consuelas con el bálsamo que Ella te ofrece o prefieres exhibir tu cariño y confiar en tus fuerzas? ¿Con qué recursos levantas la esperanza de los decaídos: sólo con motivos humanos que hoy son y mañana caen, o con el vigor imbatible de la Palabra Viva? ¿Cómo atraes o cómo quieres atraer a las personas: con tus cualidades, que a ti o a otros pueden parecer brillantes, o con el Sol de la Palabra Divina? ¿Y en dónde descansas: en los predios de la Palabra? ¿Es Ella quien te apacienta y lleva a suaves praderas (Sal 23,2), o eres tú quien busca según el apetito o el capricho del momento?

15.6. Moisés dijo una vez: «¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta!» (Núm 11,29) ¿Qué quería decir con ello? ¿Acaso que todos pudieran esclarecer los misterios y arcanos divinos, como José en Egipto o Daniel ante Nabucodonosor? ¿Acaso que todos pudieran saber del futuro, como tantas veces concedió Dios a sus siervos, y como tú lees en las Escrituras? No. Moisés pedía para todos ese corazón que acoge y escucha la palabra de Dios. Un profeta es aquel en quien Dios tiene poder de modo tal que su palabra se cumple en él. Moisés pedía un pueblo de santos, dicho con los términos que te resultan más comunes hoy. Y tú mismo, amado de Dios y mío, tú has de ser un profeta, no por el brillo de tus palabras, porque el brillo pasa; no por el fuego de tus palabras, porque ése también se apaga; no por las señales o prodigios que sucedan por tus palabras, porque lo maravilloso pronto se olvida. Tú vas a ser el profeta en quien Dios tuvo poder para hablar: el profeta que dejó hablar a Dios a toda la extensión de su mundo y a toda la profundidad de su ser.

15.7. Llama a Dios que te está llamando: en algún lugar de la espesa jungla que es tu alma, en algún lugar del espeso bosque que es tu corazón, tú y Él habrán de encontrarse y vuestras voces se abrazarán con tal intimidad como no pueden alcanzar los cuerpos de los que se aman y desean. Has de saber que tu voz, cuando llama a Dios, no tiene su fuente última en ti. Dios cuando te creó puso en ti esa melodía, que no es sino la cadencia de su obra y el palpitar de su mismo corazón.

15.8. Tu oración, pues, siendo tan tuya, quizá lo más tuyo de todo tu ser, no es de tu propiedad ni está finalmente en tu poder. Nadie empieza a orar desde cero o desde sí mismo. Orar, ya en la primera invocación, es darle la palabra a Dios, que en esa voz que gime, agradece y alaba ya está de algún modo humillado, sujeto, flagelado, o si lo prefieres decir, crucificado.

15.9. Por eso, cuando a Cristo, ante los ojos asombrados de los Ángeles, le sucedieron todas estas cosas y fue humillado, sujeto, flagelado y crucificado, no estaba sucediendo el drama de un hombre, sino el drama del hombre; no era la historia de un humano, sino la Historia humana. Y sus plegarias no eran los ruegos de un mortal, sino el clamor de todos los mortales. Él, particularmente en la hora de la Cruz, es vuestro magnífico Embajador, el resonar de todas vuestras voces, y por eso mismo, el eco más profundo y más hermoso de la voz de Dios Creador. Así entiendes cómo Pablo llegó a comprender que por Cristo, el Redentor, habían sido también creadas todas las cosas (Col 1,16).

15.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.