Mexicano, sacerdote y mártir de la Eucaristía

“La valerosidad de los clérigos era compartida por numerosos católicos que no estaban dispuestos a que pisotearan la fe, y se alzaron contra los políticos. A estos «cristeros» perseguían los federales cuando dieron con Jesús. Convecinos, que no eran leales precisamente, les delataron en febrero de 1928 y fueron apresados y acusados de traición. Enfurecidos los militares destruyeron todo lo que encontraron a su paso por Valtierrilla…”

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Un testimonio del P. Emiliano Tardif sobre la sanación interior

Lo más hermoso que he encontrado en la Renovación Carismática es lo que se llama “la sanación interior”. Así como nuestro cuerpo es atacado por diferentes enfermedades, también interiormente podemos estar enfermos de complejos, miedos, rencores y todo tipo de inseguridades. Multitud de casos físicos son sólo síntomas de desajustes psicológicos que, al ser curados, desaparecen.

Si nuestros sentimientos fueron heridos, nos volvemos desconfiados. Si recordamos que alguien nos traicionó, sentimos rechazo contra todos. A veces hemos sido defraudados en el amor, y desde entonces nuestro corazón se cierra a toda manifestación de cariño.

Sin embargo, Jesús ha venido a curar los corazones destrozados y nos ofrece un corazón nuevo. Es maravilloso descubrir cómo el Evangelio está lleno de este tipo de sanaciones.

¡Cuántas veces queremos mejorar, pero no podemos!. Nos falta fuerza de voluntad y nuestro carácter no puede superar las adversidades. Otras veces creemos que son los otros lo que deben cambiar y se lo exigimos, sin resultados. Al contrario, parece que se acentúa más el problema. Todos estamos heridos y por eso no tenemos fuerzas para superar nuestras limitaciones.

Yo, personalmente, he vivido la gracia de la sanación interior. Durante toda mi vida había tenido problemas al menor contacto con la sangre. Cuando me tocaba atender a un moribundo que sangraba, era un gran sacrificio y, por más esfuerzo que hacía, no llegaba a controlarme.

Viendo una película de guerra donde había mucha sangre, comencé a sudar frío y creí que me iba a desmayar. Me sentía mal, y tuve que salirme.

Un día vino Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo a dar un retiro. Durante la Misa oró por la sanación de las heridas de la memoria, recorriendo las distintas etapas de la vida. Mientras oraba por la sanación de las heridas de la niñez, yo recordé que cuando tenía cinco años, un día me enfadé con mi hermano de seis años. Yo tenía un cortaplumas en la mano y se lo tiré. Le cayó en el brazo y comenzó a brotar mucha sangre. Me asusté mucho al ver su brazo teñido de rojo. Aunque me olvidé de aquel incidente, me quedó un problema cada vez que veía sangre. Mientras Mons. Uribe oraba, me vino a la mente este acontecimiento y le pedí al Señor que me sanara de este recuerdo.

Después he ido a los hospitales a ver enfermos con heridas de accidentes graves y ya no me produce esa reacción de hemofobia. Gracias a esta sanación interior estoy curado.

Cinco pasos para reconocer a un falso sacerdote

“El SIAME [Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México] recuerda que para no caer en sus redes, “lo primero que se debe tener en cuenta es que, como todos los estafadores, la mayoría de los falsos sacerdotes suelen ser simpáticos, convincentes, hábiles y aparentan ser buenas personas”…“No hay que olvidar que los sacerdotes católicos tienen prohibido casar, bautizar y en general, oficiar misas fuera de la parroquia o en un templo público reconocido, salvo cuando se trata de una Misa de cuerpo presente en la capilla de un velatorio público o de la Misa de una comunidad más grande en ocasiones significativas como la festividad de la Virgen de Guadalupe: en fábricas, vecindades o vecinos de toda una calle”…”

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¿Te puedo contar algo?

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Yo también tengo una familia. Y en mi familia, como tal vez en la tuya, también hay dolor, problemas, decepciones, así como momentos alegres, abrazos sinceros y rostros de esperanza.

Soy sacerdote pero no salí de debajo de una piedra ni me cosecharon de un árbol. Salí del amor de una pareja y vengo del vientre y de los cuidados de una mujer: mi madre. Tengo tíos, primos, hermanos, sobrinos, amigos y amigas. Mi vida no es demasiado distinta de la tuya. Como todo ser humano, sufro cuando veo sufrir a los seres que amo. Aunque a veces la gente lo vea a uno como una caja de soluciones, yo también conozco el sentimiento de impotencia ante un problema insoluble, ante un dolor muy grande, o ante una pregunta que te hunde en la perplejidad.

Sin embargo, no me quejo, en absoluto, de la vida que más amo y de la tarea más hermosa que creo que existe en esta tierra: ser sacerdote. Si mi boca debe abrirse es para agradecer, bendecir, glorificar a Dios, y también para dar un GRACIAS gigantesco a tantas personas que han hecho posible que yo sea lo que soy. Eso puedo decir de mis cualidades. De mis defectos en cambio sé que sólo hay un responsable: yo mismo. Y por eso, lo mismo que todos, muchas veces he tenido que pedir perdón, a Dios y a mis hermanos.

Te cuento que amo apasionadamente a la Iglesia. Creo que la amo más que a mi vida pero eso sólo se sabría si un día tuviera que morir por Ella. Comprendo perfectamente que eso se llama “martirio” y que no es simple virtud humana sino puro regalo que viene del Cielo y de Dios, nuestro Padre. Pero sí te garantizo que amo a la Iglesia. Sufro con lo que le sucede. Sufro cuando es calumniada, o cuando nosotros, sus hijos, no estamos a la altura de su celestial y preciosa vocación de ser sacramento de salvación para el mundo.

Esta carta es para ti, que a menudo lees estos mensajes o me has visto por televisión o escuchado por Internet o por la radio. Sólo quería decirte que soy un ser humano cargado de lágrimas, risas, gratitud y muchas ganas de responder, en algo, a tanto amor que he recibido.

Por favor, no me olvides en tus oraciones. De verdad: cada uno de nosotros, sacerdotes de Cristo Jesús, cada uno lo necesita. ¡Gracias!

Quince consejos de un sacerdote de la Edad Media

Perdí la cuenta del número de personas que consideran el adjetivo “medieval” como un insulto, una especie de arma arrojadiza que te disparan en medio de una conversación, con la secreta o patente esperanza de producirte desconcierto o vergüenza. “¡Ya no estamos en la Edad Media!” “¡Tu postura es medieval!”: este es el tipo de exclamación que debería producir en uno una súbita oleada de confusión y dolor, dejándolo a uno incapaz de continuar con el debate, más allá de unos balbuceos y un pronto entregar las armas.

Por supuesto, las cosas cambian cuando uno empieza a conocer en serio qué fue y qué sigue siendo la grandeza de la llamada “Edad Media,” que, como es sabido, ya desde ese nombre es vista como una especie de paréntesis lamentable entre la verdadera y gran cultura de la Antigüedad, y luego los esfuerzos y logros del llamado “Renacimiento.” Los que se vieron a sí mismos como “hombres del renacer” pretendieron sepultar en ignominia los siglos que les separaban del tiempo antiguo, que se les antojaba libre, creativo y sobre todo feliz, acaso por no estar sujeto a las ataduras de la moral católica–que por ahí van las cosas.

Sea de ello lo que fuere, un sacerdote como yo ha recibido tantas veces el “insulto,” bien entre comillas, de “medieval” que he terminado por asumirlo, aunque no por supuesto como un epíteto que me degrada sino como un apelativo que me hermana con gente de talento y de talante. Y como, por otra parte, voy acercándome a los 50 años de edad, bien está que me considere de la “edad media,” tanto con mayúsculas como con minúsculas.

Aquí van entonces, sin más preámbulos, quince consejos de este sacerdote medieval a sus hermanos sacerdotes. Si son de ayuda, bendito Dios; y si no, la brevedad del lenguaje tuitero hará que no se pierda mucho tiempo.

  1. Nada puede reemplazar nunca el valor de tu tiempo a solas con Jesucristo.
  2. No eres dueño de los sacramentos pero, si los celebras con viva fe y amor, serán tu principal alimento espiritual.
  3. Si la Cruz de Cristo no está con la debida frecuencia en tu predicación, ten la certeza de que te estás volviendo irrelevante.
  4. Serás instrumento de Cristo si tu voz llama con igual fuerza al arrepentimiento sincero y a la confianza total en la gracia divina.
  5. El sacerdote que no predica con su vida y palabra la conversión está predicando a gritos: “¡Yo sobro!”
  6. Incluso los que estén en desacuerdo contigo te agradecerán que seas claro en la doctrina; tienen derecho a saber a qué atenerse.
  7. Las conquistas pastorales que violentan la doctrina de la Iglesia terminan en desengaños amargos para todos.
  8. Busca en lo posible ser amigo de familias y no sólo de personas.
  9. Las preguntas más útiles para un pastor de almas son: ¿A quiénes no estoy tomando en cuenta? ¿De quiénes me estoy olvidando?
  10. Sé muy prudente en política: cada vez que apoyas abiertamente un partido estás declarando a la Iglesia enemiga de los demás partidos.
  11. Jamás hagas publicidad ni permitas que los medios conviertan una oración de liberación o un exorcismo en un espectáculo.
  12. Si olvidas al hambriento no estás evangelizando; si el hambriento queda satisfecho con solo pan tampoco estás evangelizando.
  13. La manera de evitar el infierno no es evitar mencionarlo.
  14. No mejores el Evangelio: si Cristo dijo que el camino era estrecho avanza por ahí y muéstralo así con amor a los demás.
  15. No vas a vencer siempre pero si puedes aprender a vencerte cada día un poco más, por amor a Jesucristo.

Un sacerdote escribe una carta a la Virgen María

“Tú eres toda amor, amor total a Dios y amor misericordiosísimo a los hombres, tus pobres hijos. Eres el lado misericordioso y tierno del amor de Dios a los hombres, como si tu fueses la especie sacramental a través de la cual Dios se revela y se da como ternura, amor y misericordia…”

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El clero diocesano en la evangelización de América

«El clero secular, escribe Pedro Borges, como grupo, en el caso de América nunca fue considerado propiamente misionero, debido a que fueron pocos y siempre aislados los sacerdotes diocesanos que viajaron al Nuevo Mundo para entregarse a la tarea misional. El viaje lo realizaron muchos, pero aun en el mejor de los casos, su fin no era tanto la evangelización propiamente dicha cuanto la cura pastoral de lo ya evangelizado por los religiosos. Por su parte, la Corona tampoco recurrió a él como a fuerza evangelizadora, salvo en contados casos, cuyo desenlace o no nos consta, o fue positivamente negativo» (AV, Evangelización 593).

Se dieron casos, sin duda, de curas misioneros, y el franciscano Mendieta los señala cuando escribe que «quiso Nuestro Señor Dios poner su espíritu en algunos sacerdotes de la clerecía, para que, renunciadas las honras y haberes del mundo, y profesando vida apostólica, se ocupasen en la conversión y ministerio de los indios, conformando y enseñándoles por obra lo que les predicasen de palabra» (Hª ecl. indiana cp.3). Pero no fueron muchos. Una elevación espiritual, doctrinal y pastoral del clero diocesano no se produjo en forma generalizada sino bastante después del concilio de Trento, y llegó, pues, tardíamente a las Indias en sus frutos misioneros y apostólicos.

En 1778, tratando el Consejo de Indias de «los eclesiásticos seculares» en un informe al rey, dice que «han manifestado siempre poco deseo de ocuparse en el ministerio de las misiones, lo que proviene sin duda de que no se verifique el que ellos se hallen ligados con los votos de pobreza y obediencia, que ejecutan los regulares, necesitando mayores auxilios, y no se ofrecen con tanta facilidad como los religiosos a desprenderse de sus comodidades e intereses particulares y a sacrificarse por sus hermanos» (AV, Evangelización 594).

En cambio entre los obispos de la América hispana, tanto entre los religiosos como los procedentes de la vida secular, laical o sacerdotal, hallamos grandes figuras misioneras, como lo veremos más adelante. Zumárraga, Garcés, Vasco de Quiroga, Loaysa, Mogrovejo, Palafox… son excelentes modelos de obispos misioneros.

El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Carta de Juan Pablo II sobre el sacerdocio reservado a los varones

“La ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica exclusivamente a los hombres. Esta tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias Orientales…”

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El Papa Francisco y el celibato sacerdotal – Comentario

Lo que sigue es mi comentario a esta entrada del blog de Luis Fernando Pérez Bustamante.


El Papa Francisco ha recordado que el celibato sacerdotal no es un dogma de fe pero que él lo aprecia mucho y que es un regalo para la Iglesia. Y ha añadido además que la discusión sobre el mismo no está encima de la mesa. Esos son los hechos.

Creo que los que ven como un hecho probable la abolición del celibato sacerdotal en la Iglesia Católica de Rito Latino suelen tomar la palabra “regalo” como una especie de “adorno” : algo que se puede quitar o poner, como un sombrero, a gusto del usuario de turno. Y el “usuario” sería aquí el Papa.

El sentido real, sumamente rico y hondo, de “regalo” proviene de su raíz: es “khárisma,” es “don,” es participación creada del Don increado, que es el Espíritu Santo mismo. El desprecio de un don no es una elección entre muchas: es ingratitud ante la bondad divina.

Nótese que cuando se describe al celibato sacerdotal como un “don” se está usando la misma palabra que se utiliza, por ejemplo, para el hecho de que exista la vida religiosa. Si un día asesinan a todos los religiosos y religiosas, ¿se acaba la Iglesia? No. Pero eso no significa que sea lo mismo una Iglesia con religiosos que sin ellos.

Si masivamente los religiosos apostatan, ¿se acaba la Iglesia? No, pero una traición de ese calibre causa un daño durísimo al Cuerpo de Cristo. Este es el contexto semántico en que hay que tratar del celibato: Si se suprime el celibato–cosa teóricamente posible–se empobrece notablemente la Iglesia porque se rechaza lo que Dios otorgó como un DON que la capacita para servir y revela mucho de su naturaleza y misión.

Si los célibes traicionan su celibato–cosa que no es teoría sino cruel realidad en muchos casos–se hiere el Cuerpo de Cristo. La solución no es empobrecer ese Cuerpo con el pretexto de no herirlo, sino sencillamente: sanarlo, o sea, apreciar el don, y vivirlo.

Buena ocasión para agradecer

Cuando este boletín y su correspondiente publicación salgan a luz, yo estaré haciendo un breve pero sustancioso retiro espiritual que pide desconexión total, incluyendo teléfono, correo electrónico y cualquier otro medio.

Cuando se abrió el camino para realizar este retiro mi primer impulso fue dar gracias a Dios; y el segundo fue pedir, como hago con frecuencia, el apoyo de la oración de ustedes.

Esto me lleva a reflexionar, una vez más, sobre cómo, en la Santa Iglesia, todos dependemos de todos, todos hemos de apoyar a todos, y todos finalmente recibimos los bienes verdaderos del único Bueno, nuestro Dios y Señor.

Va aquí mi inmensa gratitud por todos los que interceden por nosotros los sacerdotes, que bien conscientes somos de las responsabilidades recibidas y de la enorme distancia que nos separa del ideal diáfano que un día nos propuso la Iglesia.

De verdad, con el alma: GRACIAS.

El Martirio de María-Í Choé

El cristianismo entró sólo con grandes dificultades a Corea. A comienzos del siglo XIX no había todavía sacerdotes nativos. Muy pronto iba a ordenarse el primero, el padre Andrés Kim, que fue martirizado a sus 27 años de edad, a poco tiempo de volver a su país después de ordenarse en China. Con toda razón el padre Kim es recordado, amado y venerado en la península coreana, que recibió de aquella sangre un impulso prodigioso.

La historia del segundo sacerdote, el padre Tomás Choé, es edificante en grado sumo. Tanto su padre, Francisco, como su madre, María-í, eran católicos, y como tales fueron llevados a prisión. Las legendarias torturas de los orientales eran aplicadas de manera sistemática, con enorme sadismo sobre los cristianos, considerados enemigos del país. Francisco murió después de horrendas torturas. Su esposa, María-í, estaba también en la cárcel y cuidaba como podía del más pequeño de los hijos, de sólo dos años de edad.

Las autoridades coreanas ofrecían a los prisioneros la tentadora posibilidad de librarse de los sufrimientos: bastaba con renegar de a fe cristiana. Decir unas cuantas palabras de apostasía y blasfemia, dejar constancia en los archivos del gobierno, y quedar libre: todo muy sencillo.

María-í se sentía fortalecida por Dios para seguir el camino de su esposo, ya muerto. Pero no se sentía capaz de abandonar a la nada el niño de dos años. Entonces le ganó su corazón de madre. Le pidió perdón a Dios por lo que iba a hacer, y renegó de la fe cristiana. Las autoridades cumplieron su palabra, y, bien satisfechos de comprobar que el binomio tortura-promesas acobardaba a los cristianos recrudecieron los tormentos sobre la población cristiana cautiva.

La pobre mujer salió de la cárcel con su hijo, que en el fondo había sido el motivo de su apostasía. Según cuenta el proceso de canonización, apenas salía de la cárcel se sintió muy mal por lo que había hecho porque había negado a su Redentor, el amor de su alma, Cristo Jesús.

Estuvo mediatndo y orando qué hacer, y al final tomó la decisión que parecía peor: volvió a proclamar su fe cristiana. De inmediato la encarcelaron a ella, sin compasión alguna por su hijo pequeño. Esta madre hizo lo imposible por conservar la vida de su hijo pero al final tuvo que verlo morir de hambre en la prisión en la que a ella le esperaban los peores tormentos. En cierto sentido, su martirio fue doble, porque su corazón se moría de ver morir a su hijo sin poder hacer nada.

Entre burlas e insultos fue maltratada con sevicia, y al final murió por Cristo.

Francisco y María-í Choé, un matrimonio de mártires, fueron los papás del segundo sacerdote de Corea, el padre Tomás Choé. Fue este un hombre de increíble generosidad y una sabiduría enorme. Recorrió decenas de poblaciones llevando la Palabra de Dios y el consuelo del Señor allí donde había católicos. Durante semanas tenía que caminar 35 y 40 kilómetros diarios. Falleció de agotamiento hacia sus cuarenta años de edad. La gente de Corea lo llama “mártir del sudor” porque no se reservó nada para sí, con tal de llevar la gente hacia Jesucristo. Era el ejemplo que había recibido de sus padres.

¿Por qué se llama padres a los sacerdotes?

Padre, quisiera me aclare este tema: Porq a los sacerdote se les llama: “Padre”, desde cuando? Y con q soporte Bíblico. Me confunde la lectura de Mateo 23,1-12. Mil y mil gracias. Dios le siga bendiciendo. A.C.

* * *

No preguntes por qué se llama “padre” a los sacerdotes; pregunta por qué los niños siguen diciendo padre a sus papás.

O pregunta mejor si la intención de Cristo era tachar una palabra del diccionario, de modo que ya no se pudiera usar en un contexto de familia, o en tantos otros contextos.

Lo mismo que tú preguntas sobre “padre” se puede preguntar sobre la palabra “maestro.” En el mismo pasaje Cristo dice que no llamemos a nadie maestro. Si los niños en la escuela le dicen a quien les enseña matemáticas “Maestro…” ¿están desobedeciendo a Cristo?

El hecho de concentrar la discusión en el caso de los sacerdotes católicos ha sido una estrategia protestante para intentar decir que la Iglesia es desobediente a la Palabra de Dios. Pero los niños de los colegios protestantes ¿nunca usan la palabra maestro? ¿Esos niños no dicen la palabra padre a sus padres? Y sobre todo: ¿era que Cristo quería cancelar palabras del uso cotidiano?

Es evidente que la intención de Cristo no era prohibir el uso natural de una palabra sino más bien indicarnos en quién se realiza de modo pleno cada cosa: el Maestro por excelencia es él mismo, y eso no debemos olvidarlo. El padre por excelencia es el Padre de los Cielos, y eso no debemos olvidarlo.

Y sobre todo, Cristo está condenando el uso presuntuoso de esas palabras, a la manera de los fariseos y los escribas, que querían los honores de esas palabras sin dar lo que ellas significan.

Teniendo eso claro, y sabiendo que las palabras no han quedado tachadas del diccionario, entendemos por qué los cristianos empezaron a llamar “padres” a sus obispos y sacerdotes. La verdad es que el primero que usa esos términos es San Pablo. Por ejemplo, en la Carta a Filemón, dice Pablo que en la cárcel ha “engendrado” al esclavo Onésimo. Y en 1 Corintios 4 dice a la comunidad de corinto que aunque tengan mil maestros (no omite la palabra maestro) tienen un solo “padre,” y añade: “yo os engendré para Cristo.” O sea que Pablo se hace llamar padre.

Un par de siglos más tarde, los monjes del desierto se convierten en ejemplo y en grandes consejeros, que dan vida espiritual a muchos. la gente espontáneamente los llama “abá” — palabra que significa “papá espiritual.” De ahí viene la palabra “abad.”

Cuando se reúne el Concilio de Nicea, en el 325, es muy natural hablar de los padres conciliares, porque la autoridad de los obispos y su servicio, que prolonga el de apóstoles como Pablo, da para usar ese lenguaje. En todo eso no hay deseo de desobedecer sino de servir el Evangelio. Y así debe seguir siendo en nuestros días.

Conversión Pastoral, 04 de 12, Alegría

[Retiro espiritual para sacerdotes de la Diócesis de Yopal, en Colombia; Enero de 2014.]

Tema 4 de 12: Alegría

* La alegría es la expresión de la respuesta que brota ante el exceso de amor que Dios ha manifestado “pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 Pedro 1,3).

* Es un contrasentido anunciar con tristeza una buena noticia. La evangelización sólo es posible desde una experiencia inicial de gozo; un gozo tan grande, que reclama ser compartido.

* Por el contrario, cuando la fe cristiana se quiere reducir a sus “resultados,” es decir, al tipo de comportamiento que debe garantizar, entonces la alegría se extingue y sólo queda el deber frío, el imperativo categórico kantiano, que puede complacer a nuestra razón pero que tiene todas las carencias de la Ley de Moisés.

* La alegría, en cambio, la verdadera alegría cristiana, se parece mucho a un genuino enamorarse: la persona que se sienta plena, e incluso desbordada por el amor de su pareja, simplemente no considera la posibilidad de ser infiel. En este sentido, la perseverancia fiel va ligada a un ministerio vivido con alegría y gratitud.

Carta de un cura

Carta de un cura

Soy un simple sacerdote católico, uruguayo, que hace 20 años, vivo en Angola.

Me siento feliz, y orgulloso de mi vocación.

Me da un gran dolor, por el profundo mal que sacerdotes que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes.

No hay palabra que justifique tales actos.

Veo en muchos medios de información la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles, la vida de algún sacerdote pedófilo.

Así aparece uno, de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes…

¡Es curiosa, la poca noticia y desinterés, por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes, y los más desfavorecidos, en los cuatro ángulos del mundo!

Pienso, que a los medios de información, no les interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos, desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues, ni el gobierno se disponía a hacerlo, y las ONGs, no estaban autorizadas.

No ha sido noticia, que haya tenido que enterrar decenas de pequeños, fallecidos entre los desplazados de guerra, y a los que han retornado les hayamos salvado la vida, a miles de personas en Moxico, mediante el único puesto médico, en 90.000 km2, así, como con la distribución de alimentos y semillas.

Que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años, y escuelas a más de 110.000 niños…

No es de interés que, con otros sacerdotes, hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del gobierno y de la ONU.

No es noticia que un sacerdote de 75 años, el padre Roberto, por las noches, recorra las ciudad de Luanda,curando a los chicos de la calle, llevándolos a una Casa de Acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen a cientos de presos, que otros sacerdotes, como padre Stefano, tengan hogares transitorios, para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violados, y buscan un refugio.

Tampoco que Fray Maiato, con sus 80 años, pase, casa por casa, confortando los enfermos y desesperados.

No es noticia que más de 60.000, de los 400.000 sacerdotes, y religiosos, hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos, en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron de Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a seropositivos… o en parroquias y misiones, dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que a mi amigo, el padre Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la Guerra en Angola, lo hayan transportado de Kalulo a Dondo, y volviendo a su Misión, haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas, hayan muerto en un asalto, en la calle; que decenas de misioneros, en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario por una simple malaria, que otros, hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente.

En el cementerio de Kalulo, están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…

Ninguno pasa los 40 años.

No es noticia acompañar la vida de un sacerdote “normal”, en su día a día, en sus dificultades y alegrías, consumiendo sin ruido su vida, a favor de la comunidad, que sirve.

La verdad es que no procuramos ser noticia sino, simplemente, llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido, comenzó en la noche de Pascua.

Hace más ruido, un árbol que cae que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia ni de los sacerdotes.

El Sacerdote no es un héroe ni un neurótico.

Es un simple hombre que con su humanidad, busca seguir a Jesús y servir sus hermanos.

Pbro. Martín Lasarte (salesiano) – Angola domboscolwena@hotmail.com