Obra clásica de San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia. Texto completo en este enlace. Videos de esta serie de lecturas haciendo clic aquí.
Plan de lectura, que cubre toda la obra:
Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
Obra clásica de San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia. Texto completo en este enlace. Videos de esta serie de lecturas haciendo clic aquí.
Plan de lectura, que cubre toda la obra:
Manifiéstale de nuevo que quieres eficazmente ser suyo: oh, Jesús, ayúdame, hazme tuyo de veras: que arda y me consuma, a fuerza de pequeñas cosas inadvertidas para todos.
El bautismo nos hace «fideles» -fieles, palabra que, como aquella otra, «sancti» -santos, empleaban los primeros seguidores de Jesús para designarse entre sí, y que aún hoy se usa: se habla de los “fieles” de la Iglesia. -¡Piénsalo!
Dios no se deja ganar en generosidad, y -¡tenlo por bien cierto!- concede la fidelidad a quien se le rinde.
a hasta de las más pequeñas cosas de sus criaturas?
En el Santo Sacrificio del altar, el sacerdote toma el Cuerpo de nuestro Dios y el Cáliz con su Sangre, y los levanta sobre todas las cosas de la tierra, diciendo: »Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso» -¡por mi Amor!, ¡con mi Amor!, ¡en mi Amor! Unete a ese gesto. Más: incorpora esa realidad a tu vida.
No me pierdas jamás el sentido de lo sobrenatural. Aunque veas con toda su crudeza tus propias miserias, tus malas inclinaciones -el barro de que estás hecho-, Dios cuenta contigo.
Se requiere un corazón limpio, celo por las cosas de Dios y amor a las almas, sin prejuicios, para poder juzgar con rectitud de intención. -¡Piénsalo!
Oí hablar a unos conocidos de sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena de la vida interior… -Esta es la causa de que sean tan pocas las almas que mantienen trato con Dios: ojalá nunca nos falte la antena de lo sobrenatural.
¿Minucias y nimiedades a las que nada debo, de las que nada espero, ocupan mi atención más que mi Dios? ¿Con quién estoy, cuando no estoy con Dios?
Hay corazones duros, pero nobles, que -al acercarse al calor del Corazón de Jesucristo- se derriten como el bronce en lágrimas de amor, de desagravio. ¡Se encienden! En cambio, los tibios tienen el corazón de barro, de carne miserable… y se resquebrajan. Son polvo. Dan pena. Di conmigo: ¡Jesús nuestro, lejos de nosotros la tibieza! ¡Tibios, no!
Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un “hilillo sutil”, que le impide volar a Dios.
“Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación…”: ¡es impresionante la experiencia de cómo puede abandonarse un quehacer divino, por un engaño pasajero!
El apóstol tibio, ése es el gran enemigo de las almas.
Prueba evidente de tibieza es la falta de “tozudez” sobrenatural, de fortaleza para perseverar en el trabajo, para no parar hasta poner la “última piedra”.
“San José me da una palabra que nace de su silencio interior, una palabra cargada de gracia, portadora de vida, que realmente me llega, que lo que yo buscaba él me lo dice, y que eso que él me dice desde fuera yo veo interiormente que sí, que realmente me toca (como lo que dice San Agustín en De Magistro, en plan platónico: “conocer es recordar”). Como es santo, me dice lo que está en mí no explícito, lo que mi alma busca sin saberlo. Dicen que San Juan de Ávila cuando predicaba tocaba a la gente de tal manera que algunos salían gritando. Les llegaba al interior,porque rezaba, porque ayunaba y porque era un hombre santo, y, por eso mismo, la palabra de verdad del Espíritu Santo le era conocida…”
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Necesitas vida interior y formación doctrinal. ¡Exígete! -Tú -caballero cristiano, mujer cristiana- has de ser sal de la tierra y luz del mundo, porque estás obligado a dar ejemplo con una santa desvergüenza. -Te ha de urgir la caridad de Cristo y, al sentirte y saberte otro Cristo desde el momento en que le has dicho que le sigues, no te separarás de tus iguales -tus parientes, tus amigos, tus colegas-, lo mismo que no se separa la sal del alimento que condimenta. Tu vida interior y tu formación comprenden la piedad y el criterio que ha de tener un hijo de Dios, para sazonarlo todo con su presencia activa. Pide al Señor que siempre seas ese buen condimento en la vida de los demás.
Contempla y vive la Pasión de Cristo, con El: pon -con frecuencia cotidiana- tus espaldas, cuando le azotan; ofrece tu cabeza a la corona de espinas. -En mi tierra dicen: “amor con amor se paga”.
El que ama no pierde un detalle. Lo he visto en tantas almas: esas pequeñeces son una cosa muy grande: ¡Amor!
Ama a Dios por los que no le aman: debes hacer carne de tu carne este espíritu de desagravio y de reparación.
Si en algún momento se hace más difícil la lucha interior, será la ocasión buena de mostrar que nuestro Amor es de verdad.
Siempre he entendido la oración del cristiano como una conversación amorosa con Jesús, que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que físicamente estamos alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida está hecha de coplas de amor humano a lo divino…, y amar podemos siempre.
Es tanto el Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra correspondencia que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes.
Los sarmientos, unidos a la vid, maduran y dan frutos. -¿Qué hemos de hacer tú y yo? Estar muy pegados, por medio del Pan y de la Palabra, a Jesucristo, que es nuestra vid…, diciéndole palabras de cariño a lo largo de todo el día. Los enamorados hacen así.
Ama mucho al Señor. Custodia en tu alma, y foméntala, esta urgencia de quererle. Ama a Dios, precisamente ahora, cuando quizá bastantes de los que le tienen en sus manos no le quieren, le maltratan y le descuidan. ¡Trátame muy bien al Señor, en la Santa Misa y durante la jornada entera!
Para acercarte a Dios, para volar hasta Dios, necesitas las alas recias y generosas de la Oración y de la Expiación.
Para evitar la rutina en las oraciones vocales, procura recitarlas con el mismo amor con que habla por primera vez el enamorado…, y como si fuera la última ocasión en que pudieras dirigirte al Señor.
Me parece muy oportuno que con frecuencia manifiestes al Señor un deseo ardiente, grande, de ser santo, aunque te veas lleno de miserias… -Hazlo, ¡precisamente por esto!
Si vuelves a abandonarte en las manos de Dios, recibirás, del Espíritu Santo, luces en el entendimiento y vigor en la voluntad.
Escucha de labios de Jesús aquella parábola que relata San Juan en su Evangelio: »Ego sum vitis, vos palmites» -Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. Ya tienes en la imaginación, en el entendimiento, la parábola entera. Y ves que un sarmiento separado de la cepa, de la vid, no sirve para nada, no se llenará de fruto, correrá la suerte de un palo seco, que pisarán los hombres o las bestias, o que se echará al fuego… -Tú eres el sarmiento: deduce todas las consecuencias.
Has llegado a una gran intimidad con este nuestro Dios, que tan cerca está de ti, tan dentro de tu alma…, pero, ¿procuras que aumente, que se haga más honda? ¿Evitas que se metan por medio pequeñeces que puedan enturbiar esa amistad? -¡Sé valiente! No te niegues a cortar todo lo que, aunque sea levemente, cause dolor a Quien tanto te ama.
La vida de Jesucristo, si le somos fieles, se repite en la de cada uno de nosotros de algún modo, tanto en su proceso interno -en la santificación- como en la conducta externa. -Agradécele su bondad.