Perú cristiano de 1550
Daremos aquí sólamente unos pocos datos significativos. Cieza de León describe la situación de las diócesis y de los religiosos misioneros del virreinato del Perú en 1550, cuando él regresó a España, es decir, a unos quince años de la conquista del Perú y de la fundación de Lima.
Hay ya cuatro obispados constituidos: en Cuzco (con Huamanga, Arequipa y la Paz), en la Ciudad de los Reyes, sede del arzobispo Loaysa, en Quito (con San Miguel, Puerto Viejo y Guayaquil), y en Popayán (Crónica cp.120). Y en esas mismas fechas son ya muchas las comunidades de religiosos establecidas: en Cuzco (dominicos, en el mismo lugar de Coricancha, el templo principal del Sol, franciscanos y mercedarios), la Paz (franciscanos), Chuquito (dominicos), Plata (franciscanos), Huamanga (dominicos y mercedarios), Ciudad de los Reyes (franciscanos, dominicos y mercedarios), Chincha (dominicos), Arequipa (dominicos), León de Guanuco (dominicos), Chicama (dominicos), Trujillo (franciscanos y mercedarios), Quito (dominicos, mercedarios y franciscanos).
Y «algunas casas habrá más de las dichas, que se habrán fundado, y otras que se fundarán por los muchos religiosos que siempre vienen proveídos por su Majestad y por los de su Consejo real de Indios, a los cuales se les da socorro, con que puedan venir a entender en la conversión de estas gentes, de la hacienda del Rey, porque así lo manda su Majestad, y se ocupan en la doctrina de estos indios con grande estudio y diligencia» (cp.121).
Lima cristiana en 1600
El fraile jerónimo Diego de Ocaña, enviado desde su monasterio extremeño de Guadalupe, como visitador y limosnero de las cofradías de esta advocación de la Virgen, llegó a Lima en octubre de 1599, donde visitó al arzobispo don Toribio Alfonso Mogrovejo y presentó sus respetos al virrey don Luis de Velasco. Dos años estuvo en la Ciudad de los Reyes, que llevaba entonces sesenta y cinco años desde su fundación, y las informaciones que de ella nos dejó (A través de la América del Sur) merecen ser recordadas en extracto.
«En esta ciudad asiste de continuo el virrey, los oídores y Audiencia real, el arzobispo [por entonces casi siempre ausente en interminables visitas pastorales] con su cabildo, porque esta iglesia de Lima es la metrópoli; aquí está el tribunal de Inquisición y el juzgado de la Santa Cruzada. Hay universidad [la de San Marcos, creada en 1551, abierta a españoles, indios y mestizos], con muchos doctores que la ilustran mucho, con las mismas constituciones de Salamanca. Hay cátedras de todas ciencias [concretamente: Teología, Leyes, Cánones, Medicina, Gramática y Lenguas indígenas]; provéense por oposición; tiénenlas muy buenos supuestos. Florecen mucho los criollos de la tierra en letras, que tienen muy buenos ingenios. Y en particular los conventos, donde también se leen artes y teología y cada semana hay conclusiones [reuniones de estudio] en los conventos, que son muchos y muy buenos, con muy curiosas iglesias. En particular la de santo Domingo, hay doscientos frailes; en san Francisco hay más de doscientos; en san Agustín hay otra iglesia de tres naves muy buena y muchos frailes; en nuestra Señora de las Mercedes muy buen claustro y muchos frailes; en la Compañía de Jesús, mucha riqueza y curiosidad de reliquias, muchos religiosos y muy doctos que lucen mucho en las conclusiones. Conventos de monjas, la Encarnación, donde hay doscientas monjas de lindas voces, mucha música y muy diestras, y que en toda España no se celebran con más solemnidad las fiestas como en este convento»… Y siguen sus elogios sobre los conventos de la Concepción, de santa Clara, de las descalzas de san José y del convento de la Santísima Trinidad, «que son cinco» de mujeres.
Fuera de la ciudad hay casa de los frailes descalzos, «y hay en ella santísimos hombres; está de la otra parte del río, donde acude mucha gente a consolarse con la conversación de aquellos religiosos. Hay también otros lugares píos y de devoción, como es nuestra Señora de Copacabana, la Peña de Francia [muy citada por Guamán], nuestra Señora del Prado, Monserrate. Y nuestra Señora de Guadalupe, camino de la mar; es buena iglesia, está en sola esta casa de los lugares píos el Santísimo Sacramento y, así, es muy frecuentada de mucha gente».
«Hay en esta ciudad cuatro colegios muy principales que ilustran mucho a esta ciudad, como es el colegio Real, el de san Martín, el del Arzobispo, y el seminario de los padres de la Compañía; y sólo éste tiene 120 colegiales. De estos colegios se gradúan muchos en todas facultades, con que le universidad se va aumentando y la ciudad de Lima ilustrando mucho. Hay hospitales para españoles y para indios, muy buenos y bien proveídos, con muchas rentas, como es el hospital de san Andrés, que es de los españoles, y el de santa Ana, que es de los naturales, y el hospital de san Pedro, que es para curar clérigos pobres. Hay otro fuera de la ciudad, de la otra parte del río, que es el de san Lázaro, donse se curan llagas; y a todos éstos se acude con mucha limosna que para ellos se pide. Hay muchas cofradías en todos los conventos, y todas hacen sus fiestas y con mucha abundancia de cera que gastan; y las noches de las vísperas ponen en las iglesias luminarias y arrojan cohetes y hacen muchas invenciones de fuegos, con que en esta tierra nueva se celebran las fiestas» (cp.16).
Aquella Lima de 1600, cabeza de la América hispana del sur -que sólo hacia 1800 llega a tener unos 50.000 habitantes, como Santiago de Chile, o La Habana-, era un mundo abigarrado de blancos e indios, mestizos y negros, encomenderos y funcionarios, clérigos y frailes, descendientes de conquistadores, muchas veces venidos a menos -«verse nietos de conquistadores y sin tener qué gastar»-, todos luchando por mantenerse o subir, y todos celosos de mantener en casa y cabalgaduras, vestidos y criados, una buena imagen. Particularmente las mujeres, según nuestro buen monje jerónimo, ofrecían una buena presencia: «el mujeriego de Lima es muy bueno. Hay mujeres muy hermosas, de buenas teces de rostros y buenas manos y cabellos y buenos vestidos y aderezos; y se tocan y componen muy bien, particularmente las criollas, que son muy graciosas y desenfadadas» (cp.17).
No hay en Lima, por supuesto, un ejército de ocupación, como no lo había en ningún lugar de Hispanoamérica. «Hay en esta ciudad dos compañías de gentiles-hombres muy honrados. La compañía de arcabuces tiene cincuenta hombres; la compañía de lanzas tiene cien hombres. Las compañías son muy lucidas y de gente muy honrada y mal pagada. Estas dos compañías son para guarda del reino y de la ciudad», pero sobre todo sirven para dar categoría y esplendor a la Ciudad de los Reyes; en efecto, «ilustran mucho la ciudad porque tienen buenos morriones y grabados y muchos penachos; y salen de continuo muy galanes y bien aderezados con sus trompetas y estandartes que lucen mucho todas las veces que salen».
Fray Diego de Ocaña concluye en fin: «Es mucho de ver donde ahora sesenta años no se conocía el verdadero Dios y que estén las cosas de la fe católica tan adelante» (cp.18).
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.