135. Bienes Invisibles

135.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

135.2. Es escandaloso y motivo de dolor para todo el que ame a Dios ver con cuánta facilidad los hijos de los hombres encuentran acuerdo en lo que es bello y bueno, cuando se trata de los bienes de la creación, mientras que sus voces vacilan con cobardía cuando se habla de la redención. Coinciden fácilmente en que un día de sol es hermoso o un bebé tierno, pero divergen cuando se trata de enseñar a ese bebé quién es Aquel que más le ha amado, qué ha hecho por él y qué vida se sigue de tanta bondad y tan esplendorosa gracia.

135.3. Tú has de saber que una de las señales manifiestas del progreso de la santidad en el alma es la capacidad de acoger con gratitud los bienes visibles de la creación, y al mismo tiempo proclamar con serena firmeza la grandeza incomparable de la redención que os otorga Jesucristo. Una virtud mediocre no sabe sostener a la vez estas dos cosas, pues, o desprecia la creación o no pregona la superioridad de la redención.

135.4. ¿Por qué es difícil el acuerdo en los bienes invisibles? Porque son ellos los que gobiernan el curso de la vida. Mientras que la salud y la riqueza parecen deseables a todos o casi todos, porque luego cada uno hará con su cuerpo y con su dinero lo que le parezca, el bien sublime de la santidad no autoriza ese mismo género de autodeterminación, tan a menudo llamada “libertad.” Lo cierto es que la gente se cree libre en el marco de los bienes propios de la creación visible y se cree esclava en el ámbito de los bienes invisibles. Falta a esas mentes la luz para reconocer que es peor la esclavitud inconsciente del que ha renunciado a dar rumbo responsable a su existencia.

135.6. En efecto, estos tales llaman “libertad” a dejarse gobernar por los impulsos que en cada caso les muevan, sin darse cuenta que esos impulsos mismos son gobernados por otras personas y otros intereses. Pero como no ven, ni quieren ver, las manos de sus amos, ni oyen chirrido de cadenas ya con eso se consideran libres y cantan himnos a su indolencia y a los dorados destellos de sus jaulas.

135.7. Para salir de tal estado es preciso reconocer el propio espacio de responsabilidad, y reconocer que dentro de ese espacio hay inmensas y hermosas posibilidades, así como terribles amenazas y seguramente vergonzosas incoherencias y defectos. Por este camino el hombre entra en sí mismo y descubre que el motor de sus afectos no está solamente en lo exterior y sensible, pues el amor que lleva a renunciar con paz a un bien visible es necesariamente invisible.

135.8. Dando un paso más, llega a ver con claridad que si hay amores invisibles que gobiernen incluso sobre las seducciones de lo visible y sensible, entonces Aquel que es el sumamente invisible es también el supremo Gobernador de todos.

135.9. Y tal ha de ser el ideal de la comunidad de los creyentes: una firmísima unidad en aquello que nadie ha viso ni puede ver, pero que se ha hecho manifiesto en la gracia eficacísima de la Cruz de Jesucristo. ¡Bendito se Dios!

135.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.