Los argumentos van de este orden:
A favor de Humanae Vitae:
Existe una ley natural, puesto que los seres creados no se han dado ley a sí mismos. Según esta ley, los fines procreativo y unitivo del matrimonio van juntos. La anticoncepción artificial supone un rompimiento voluntario con ese ordenamiento, y por ello es intrínsecamente inmoral, en cuanto a la naturaleza del acto conyugal mismo.
Además, la separación de lo procreativo y lo unitivo conduce–como lo estamos viendo–a la trivialización de la sexualidad, que queda reducida a un modo de entretenimiento y un objeto de comercio.
Además, la institución misma del matrimonio, que tiene como uno de sus constituyentes la intimidad conyugal, queda equiparada a cualquier forma de amistad con intercambio sexual que pueda darse entre adultos. En particular, el término matrimonio deja de significar unión estable entre hombre y mujer, y la puerta queda abierta no sólo a parejas del mismo sexo, sino en la práctica a cualquier forma de asociación entre adultos que logre reunir suficiente presión política sobre los cuerpos legislativos en los distintos países. Los grandes afectados por ese estado de cosas son, por supuesto, los niños.
Además, la mentalidad de anticoncepción a toda costa termina viendo en el niño a un enemigo, o en todo caso, como un obstáculo para una mentalidad que queda marcada por el disfrute a tope y a toda costa. No es raro que la anticoncepción frustrada, se le considere una fuente de “malestar mental” que automáticamente justifica el aborto.
Además, la idea misma de que el embarazo se puede controlar a base de anticoncepción artificial resulta contradicha por las estadísticas. Países con larga tradición de difusión de anticonceptivos y programas de supuesta “educación sexual” siguen teniendo tasas altísimas de aborto. De hecho, aborto y anticoncepción siguen creciendo más bien en paralelo.
En contra de la Humanae Vitae:
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