Ejercicios sobre el perdón, 29

Poder Sanador del Espíritu Santo:

PalomaLes invito a reflexionar sobre el poder maravilloso de Jesús y de su Espíritu para curar una cantidad de males que impiden que amemos con verdadera elegancia y desenvoltura. El poder del Espíritu Santo y la Palabra de Jesús sanan el corazón, la mente, nuestras relaciones y las enfermedades de nuestro cuerpo. Diremos primero unas palabras sobre el Poder sanador del Espíritu Santo para luego reflexionar sobre Jesús.

Oigamos al respecto el testimonio del tercer evangelista: “Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano, había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salí de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6,17-19).

Lucas nos habla, en este trozo del su Evangelio, de una fuerza de Jesús, que salía de Él y sanaba a todos. Esa fuerza no era un fluido magnético, una corriente hipnótica, un poder de sugestión u otra cosa semejante. Esa fuerza de Jesús se llama el Espíritu Santo. Ya nos lo había clarificado dos capítulos antes el evangelista, al afirmar que “Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu Santo, y su fama se extendió por toda la región” (Lc 4,14). En el discurso programático, el evangelista habla de que Jesús inició su misión con el poder del Espíritu Santo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista los ciegos, libertad a los oprimidos, y a proclamar un año de gracia y de perdón” (Lc 4, 18-19). El evangelista escribe en clave de Espíritu Santo, de sanación y de perdón. El programa de Jesús da comienzo sanando con el Poder del Espíritu Santo. También la vida de la Iglesia ha sido inaugurada e impulsada desde el principio por el Espíritu Santo y su Poder (Hech 1,8; 2,15ss.).

Sanación tridimensional: Jesús quiere sanar con la fuerza de su Espíritu a todo el hombre, en todas sus dimensiones y componentes. La medicina “holística” -del griego “holos” = entero-, no solo toma en cuenta el órgano enfermo, sino a la persona entera. No se contenta, por ejemplo con sanar una pierna, sino que toma en cuenta el resto del cuerpo. ¿Para qué serviría sanar una rodilla si nuestro espíritu, nuestro corazón o nuestra alma están enfermos? El Espíritu Santo sana a hombres y mujeres, a toda la persona en sus tres dimensiones esenciales: inteligencia, corazón y cuerpo. La inteligencia, que abarca la esfera del raciocinio; el corazón, que abarca la esfera de la afectividad y de la voluntad; el cuerpo, que abarca la esfera biológica. Para nuestra razón o inteligencia nos da luz, certidumbre, verdad; para nuestro corazón nos da amor, capacidad de perdón; para nuestro cuerpo nos da fuerza para que esté sano y fuerte.

Terapia pneumática:

Por analogía con el término “helioterapia”, que es un tratamiento de sol, vamos a realizar una terapia ”pneumática”. Se trata de un tratamiento de Espíritu Santo. Así como en una helioterapia nos exponemos al sol; durante la pneumaterapia exponemos a la acción sanadora del Espíritu Santo todo nuestro ser, en sus tres dimensiones: mente, corazón y cuerpo.

Sanación de la mente: Comenzamos con algunas enfermedades de nuestro espíritu, con la incredulidad, que tanto auge va teniendo en nuestros días. San Pablo dice de ellos: “incrédulos a quienes el dios de este mundo ha cegado el entendimiento para impedir que vean brillar el resplandor de la gloria de Cristo” (2Cor 4,4). La persona incrédula es orgullosa, cerrada, terca. Sólo considera este mundo y cree saberlo todo. La incredulidad es una atrofia mental, una atrofia del espíritu, una incapacidad para tener en cuenta el pensamiento que esté por encima del nuestro. No quiere reconocer el pensamiento que le rebasa, rehúsa dar el salto hacia arriba.

Otra enfermedad del espíritu es la idolatría. En ella el hombre no acepta a Dios y se hace sus propios dioses, rinde homenaje a la criatura en lugar de Dios. Es él quien dispone de Dios y no a la inversa. Se convierte en necio, pues se coloca a él en vez del Creador. Perdiendo el sentido de Dios, pierde el sentido de su vida, se desorienta y va a la deriva como un carro sin timón. Esta es la verdadera enfermedad de nuestro espíritu.

Son tantos los ídolos de la sociedad actual, nuestros ídolos. Para unos es su propio yo. Nadie más que mi yo. Para otros es el dinero. Nos traiciona, nos corrompe y nos dejamos corromper. Es un dios terrible, sin compasión y cuántos estragos está haciendo en nuestra Colombia. Para otros es el sexo, que se ha apoderado de todos los estamentos destruyendo la familia y las personas. Para otros es el futbol, dios a quien se sirve no solo los domingos y fiestas, sino durante toda la semana.

Un esoterismo furibundo se ha apodera del hombre de hoy, con una cantidad de supersticiones que le hace recurrir a brujos, magos, adivinos, ocultismo, espiritismo, constituyendo otra grave enfermedad del espíritu. Y para sanar de todo lo anterior hay dos maneras ordinarias, la naturaleza y la gracia. Pero cuando tomamos un tercer camino, la búsqueda de poderes ocultos escondiéndonos de Dios, abusando de sus nombre y de sus signos, entonces estamos en poder del mentiroso, del enemigo, de quien dijo que le pertenece todo poder en la tierra y lo entrega a quien le adora.

Sanación del corazón: También hoy estamos especialmente afectados de cardiopatías. Una enfermedad del corazón hoy es la abulia, del griego “a” sin y “boulé”, voluntad. Esta enfermedad es la ausencia de voluntad, de decisión y lo que de ella se deriva: cansancio, pereza, lasitud, encontrar todo demasiado pesado, demasiado difícil; es una permanente pereza espiritual que obstaculiza la santidad. Los matrimonios, el sacerdocio, la vida religiosa, están tocados por este virus y muchos padecen esta enfermedad, de tal manera que decisiones tan trascendentales se toman solo temporalmente, desistiendo de lo que un día desdieron vivir para siempre.

Otra enfermedad gravísima es el deseo de poder. El cristiano, el hombre común ya no se guía por el servicio sino por el deseo de poder. Aumentan los autoritarios, que en la familia o en el trabajo se imponen de manera tiránica. Es terrible esta enfermedad de la voluntad. La violencia, cólera en el hombre de hoy es terrible y ha destruido a los individuos y a la misma familia. La violencia doméstica va creciendo kilométricamente convirtiendo a las familias en verdaderos infiernos y constituyendo una terrible y asoladora enfermedad espiritual.

Sanación del cuerpo: Así como exponemos en las playas nuestros cuerpos para recibir el beneficio de los rayos solares, de la misma manea necesitamos exponer, también nuestro cuerpo al sol del Espíritu Santo para que él lo sane también de las enfermedades físicas: parálisis, enfermedades de los ojos, de los huesos, de los oídos y tantas otras. Tenemos que ser conscientes que las enfermedades no son un castigo de Dios. De muchas de ellas nosotros mismos somos responsables o tenemos nuestra parte de responsabilidad. Muchas de ellas son consecuencia del abuso, ya sea en el comer o en el beber, en la sexualidad o en las drogas.

Antes de curar al paralítico, Jesús le hizo una pregunta extraña: “¿Quieres curarte?” (Jn 5,6). El lo quiere, pero Jesús quiere escuchar que el mismo enfermo lo exprese. Jesús quiere saber si nosotros mismos realmente lo deseamos, y si estamos dispuestos a vivir aquello que nos cuesta. Jesús sana las enfermedades físicas mediante su palabra. Este es el testimonio de un enfermo, que fue sanado: “Yo era alcohólico en último grado. No podía estar dos horas sin beber. Había vuelto imposible la vida de mi esposa y de mis tres hijos. Un día me llevaron a un encuentro donde se leía la Biblia. Al escuchar la Palabra de Dios, me sentí como atravesado por una descarga eléctrica y me sentí sano. Luego, cada vez que tenía deseos de beber alcohol, corría a abrir la Biblia en ese versículo. El hecho de volver a leer esa Palabra me da fuerza inclusive ahora en que estoy totalmente sanado. Luego intentó decir cuál era esa palabra, pero su garganta se cerró de emoción. Se trataba de un versículo del Cantar de los Cantares, que dice: “Celebremos tus caricias más que el vino” (Ct 1,4). La Palabra de Dios, escuchada en ambiente de fe y oración tiene un inmenso poder sanador.

El Espíritu Santo no acaba con las sorpresas. Muchos han venido a acompañar a sus enfermos. ¡Simplemente se consideraban acompañantes y en la oración descubren que ellos son los verdaderos enfermos! Otros no son sanados. Cuando San Francisco de Asís murió tenía unas diez enfermedades graves, según estiman médicos actuales. El logró que oros se sanaran, pero él vivió con su propia enfermedad. En el África, una mujer cojeaba y había orado mucho por su sanación, pero no había sanado. Al final cambió su oración y le dijo al Señor: Está bien, acepto cojear toda mi vida, pero me vas a prometer que al llegar al Paraíso, allí me harás bailar, ¡porque yo nacía par bailar!

Dios tiene dos maneras de socorrer y mostrar su poder: quitando el mal o dando fuerza para soportarlo de una manera nueva y, hasta gozosa, uniéndonos a Cristo, completando así “lo que faltó a la pasión de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).