Ejercicios sobre el perdón, 25

Necesidad del perdón en nuestra vida:

S. Domingo SavioEs tanta la importancia del perdón en nuestra vida, que no son necesarios muchos discursos para comprender la imperiosa necesidad que tenemos de él. Con sólo ver el panorama mundial nos damos cuenta de la necesidad del perdón. Nadie está libre de herir, de ofender, de recibir heridas, como resultado de frustraciones, decepciones, problemas, traiciones. Las dificultades ocasionadas por la vida en sociedad aparecen por doquier: conflictos entre los esposos, en las familias, entre las personas divorciadas, entre jefes y empleados en el trabajo, entre amigos, entre vecinos, entre razas, entre naciones. Y todos tienen necesidad de perdonar para restablecer la paz y continuar viviendo juntos en paz. En la celebración de unas bodas de oro preguntaron a la pareja cuál era el secreto de su longevidad conyugal. La esposa respondió: “después de una pelea, nunca nos hemos ido a dormir sin pedirnos mutuamente perdón”.

Intentemos imaginar cómo serían unas relaciones entre personas, en la familia, en nuestra vida personal sin perdón. Las consecuencias serían gravísimas. Estaríamos condenados a nunca poder librarnos de los daños sufridos, a vivir siempre resentidos, a permanecer aferrados al pasado y a estar buscando la venganza.

No es esta una campaña publicitaria para vender un producto. Es cuestión de ver la realidad. En efecto, al día son muchas las veces que necesitamos y que pedimos perdón. Cuando empujamos al vecino, cuando tememos molestar a alguien, cuando interrumpimos una discusión. Las primeras palabras que aprendemos en todas las lenguas son: “perdón”, “gracias”. Ellas constituyen los elementos básicos del comportamiento de las personas y de la vida social. Decir: “perdone”, además de ser un valor evangélico, es salir de uno mismo y demostrar respeto por la otra persona. En medio de tanta violencia, el perdón es una dimensión vital para la supervivencia de la humanidad.

Estilo de nuestra sociedad: La violencia y la esclavitud del sexo se han apoderado de nuestra sociedad. Hemos ido haciendo a un lado los modales de señorío y dominio de sí mismo, y nos hemos dejado tomar por maneras bruscas, grotescas y llenas de violencia. Dichas actitudes nos están indicando que la sociedad actual actúa en forma dura, violenta. Quienes se glorían de ser buenos y justos desprecian a los demás; actúan como los escribas y fariseos del tiempo de Jesús. Él mismo nos habla de dos personajes, fariseo y publicano, cuyos retratos abundan en nuestra sociedad, más numeroso el primero. Los dos fueron al templo a orar: el fariseo, cumplidor de la ley; y el publicano, un marginado, que se sabe pecador, injusto. El fariseo sólo se mira a sí mismo. Su oración es autosuficiente. No cree que debe algo a Dios. Desde su perfección legal condena y desprecia al otro. El marginado se reconoce pecador, y ora pidiendo a Dios misericordia. Uno se cree justo y lo expresa, el otro se cree pecador y lo expresa también. Uno es perdonado, el otro sale del templo peor de lo que entró. Vivimos en un mundo, algunas de cuyas características son el desamor, la dureza, la agresividad y la búsqueda de imagen. Hay que ser el primero, hay que mostrarlo y estar firme cueste lo que cueste, y pese a quien pese. Es la dinámica del poder, carcomida por el sentimiento de inseguridad, que lleva a comparar, juzgar y condenar a los demás, como un sistema sutil de autodefensa.

Pero el estilo de nuestra sociedad se ha ido endureciendo todavía más. Somos testigos hoy de una escalada terrorista a nivel mundial. Tenemos como trasfondo en el paisaje de nuestra vida los dramáticos acontecimientos de aquel fatídico y demencial ataque contra las torres gemelas en Nueva York. Ese día se produjo un duro despertar de la humanidad ante este cáncer que es el terrorismo. Desde entonces, el mundo entero ha tomado conciencia con nueva intensidad de la vulnerabilidad personal y social y ha comenzado a mirar el futuro con un sentimiento profundo de miedo, hasta ahora desconocido. Ante esos estados de ánimo, la Iglesia desea dar testimonio de su esperanza, fundada en la convicción de que el mal, la violencia, el terrorismo no tienen la última palabra en los avatares humanos. La historia de la salvación descrita en la Sagrada Escritura proyecta una gran luz sobre toda la historia del mundo, mostrando que está siempre acompañada por la solicitud diligente y misericordiosa de Dios, que conoce el modo de llegar a los corazones más endurecidos y sacar también buenos frutos en un terreno tan árido y estéril.

Somos testigos también de otros acontecimientos sangrientos, de indecibles sufrimientos de pueblos enteros y personas, causados por los totalitarismos nazi y comunista. Ellos nos interpelan íntimamente y animan nuestra oración. Muchas veces nos hemos detenido a pensar: ¿cuál es el camino que conduce al pleno restablecimiento del orden moral y social, violado tan bárbaramente? La convicción a la que llegamos, reflexionando y confrontándonos con la Revelación bíblica, es que se puede restablecer completamente el orden quebrantado, si conjugamos la justicia con el perdón. Los pilares de la paz verdadera con la justicia y el perdón.

Necesidad de perdonar y de ser perdonado: hacemos nuestra la verdad que estamos ofreciendo a los demás: es preciso recorrer el sendero penitencial, a partir de la necesidad de ser perdonados por Dios, que solidarice en la humildad a todos los hombres. Como se ha perdido el sentido del pecado resulta incomprensible, para nuestro mundo, que el perdón sea una necesidad existencial. Sin capacidad de perdón, y de pedir perdón, la sociedad se corrompe por dentro y corre peligro de disolución. Quien da sentido a la conversión y personifica el perdón es Jesucristo. ¡Su presentación resuelve tantas búsquedas inútiles, desalienta tantos intentos fallidos de pacificación social! La Iglesia, integrada por los bautizados que no han renegado de su pertenencia “cordial” a ella, ofrece al mundo lo que tiene: la presentación y celebración de Jesucristo, el Señor y Salvador, que nos regala la paz, pero no como la da el mundo. El perdón es siempre un acto de esperanza, un renacimiento, que abre al hombre un nuevo futuro. Solamente la fe puede seguir esperando que también el ofensor reconocerá un día aquella imagen de Dios que nadie puede eliminar del todo.

Un testimonio consolador: “llegué virgen al matrimonio -decía una señora-, muy enamorada de mi esposo, y cuando nació nuestra hija mi felicidad era completa. Sin embargo, mi pequeña comenzó a sufrir bien pronto distintas dolencias y erupciones en su piel. Los remedios no tenían efecto definitivo y vivíamos angustiados sin saber qué hacer. Un día mi suegra dijo: mi nuera es una bella persona, pero nunca conoció bien a mi hijo, muy mujeriego antes de casarse. Se realizó un examen de sida, y dio positivo, no solo en la niña, sino en mí y en mi esposo. Las palabras se borran si trato de revivir ese drama. Dios me ayudó a perdonar todo lo que he vivido, pero uno sigue inmune al dolor cuando recuerda. El herpes atacó a mi hija con tanta furia que le rompió la boca y la cara, y la morfina ya no le calmaba los terribles dolores. Murió y lo más cruel fue que un sacerdote se negó a hacerle la unción de los enfermos cuando supo que tenía sida. Fue un golpe terrible a mi fe en Dios.

Otro sacerdote de buen corazón me recibió y me ayudó a desprenderme de mi hija. Me dijo que recitara despacio el Padre nuestro y cuando dijera “hágase tu voluntad” se la entregara al Señor. Empecé 7 veces esa oración y siempre me frenaba al llegar a esa fórmula. El me puso la mano sobre el hombro, terminé la oración y sentí un alivio inmenso. Comprendí que al aceptar la voluntad del Padre, asumía la muerte de mi hija y todo mi dolor, y dejaba atrás el odio y la amargura. También perdoné a mi esposo. Fue un irresponsable, pero nunca con la intención de hacerme daño ni a mí ni a nuestra hija. Hoy Dios es todo para mí y comparto mi experiencia, que pueda ayudar a todos y les digo a los jóvenes que elijan muy bien su pareja y sean conscientes para que no sufran después ni hagan sufrir.

La primacía del Amor: También hoy, la muerte y resurrección de Cristo, que nos liberó con su perdón, está generando hombres y mujeres santos, capaces de renovar sus estructuras y con ellas las de la sociedad, hasta adecuarlas a los valores evangélicos. Sin contradecir el respeto a la legítima pluralidad, los testigos del Evangelio podrán, más aún, deberán emprender la delicada cirugía de separar el trigo de la cizaña. Un evangelio que no impregne la vida, y los modos ordinarios de actuar no es el Evangelio de Jesús. La sociedad actual ha perdido la capacidad de reconocerse necesitada de perdón.

Juan Pablo II nos señaló, también, que “por sí sola, la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor”. “Por eso, decía, he recordado varias veces a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad la necesidad del perdón para solucionar los problemas, tanto de los individuos como de los pueblos”. “¡No hay paz sin perdón! Lo repito también en esta circunstancia, teniendo concretamente ante los ojos la crisis que sigue arreciando en Palestina y en Medio Oriente”.

“El cristiano sabe que el amor es el motivo por el cual Dios entra en relación con el hombre”. “Por eso el amor, a través del perdón, es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos entre sí”. El perdón debe animar, pues, todos los ámbitos de la vida humana, extendiéndose igualmente al orden internacional”. “Sólo una humanidad en la que reine la ‘civilización del amor’ podrá gozar de una paz auténtica y duradera”, concluye el Papa.

Necesitamos abrir nuestro ser al amor, a la comprensión, al perdón y cerrarlo a la dureza, a la violencia, a la brusquedad. Quiero que mi medida sea la misma que usen conmigo: una medida de compasión, de bondad, de misericordia ilimitada. Quiero entender a los otros y perdonarlos incondicionalmente. Quiero echar en el agua del amor las brazas encendidas del odio y del resentimiento y abrir mi corazón en todo momento al perdón. Que el amor del Señor me colme, me su humildad me vuelva misericordioso y me ayude a perdonar siempre de corazón, haciendo aun lado las ofensas que leguen a mi vida.

Una respuesta a «Ejercicios sobre el perdón, 25»

  1. DOY TESTIMONIO, DE LO MARAVILLOSO QUE ES EL PERDON, SE SIENTE PAZ EN EL CORAZON, EN EL ALMA, Y COMPROBE QUE DESPUES DE QUE SE RECIBE UNA GRAN OFENSA, LO MEJOR PARA UNO MISMO ES PERDONAR A QUIEN OFENDE, CUANDO LE PEDI A DIOS QUE ME PERMITIERA PERDONAR, SENTI QUE EL ESPIRITU SANTO ME LLENO DE UNA GRAN TRANQUILIDAD.ADEMAS LAS PERSONAS QUE ME RODEAN, CONOCIENDO LA GRAN OFENSA QUE RECIBI (INFIDELIDAD DE PARTE DE MI ESPOSO, ESTABAMOS RECIEN CASADOS, ADEMAS OFENSAS VERBALES, CAMBIO DE COMPORTAMIENTO QUE PRODUCIA MIEDO), HAN VISTO EN MI MUCHA TRANQUILIDAD, ESO SOLO LO LOGRE CUANDO UN DIA QUE HABLE CON EL, Y GRACIAS A DIOS LE DIJE QUE LO PERDONABA, QUE SIGUIERA SU CAMINO,EL MATRIMONIO SE ACABO, PERO SIENTO PAZ EN MI VIDA.SIGO ORANDO A DIOS POR LOS DOS, Y QUE SI ALGUN DIA EL VUELVE, SEA POR LA VOLUNTAD DE DIOS Y POR QUE SU CORAZON Y COMPORTAMIENTO SEAN TRANSFORMADOS PARA FORMAR UN HOGAR BASADO EN JESUS. PERO SIEMPRE QUE SEA LA VOLUNTAD DE DIOS

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