Para algunos de nosotros esta Navidad tendrá un sabor distinto. Estoy pensando en las familias de mis hermanos en el Perú, afectados por el terremoto; estoy pensando en tantos amigos y conocidos en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, que enfrentan un panorama incierto y duro, para sí mismos y para su país; estoy recordando con amor a tantos en Venezuela que sufren al ver a su país polarizado y tan cerca de un punto de no retorno.
Vienen a mi mente también las condiciones de dura opresión de los cristianos en Irak y en la mayoría de los países de mayoría musulmana. Graves interrogantes se ciernen además sobre Birmania, que ha visto desfilar a cientos de miles de monjes budistas, algunos de ellos asesinados impunemente. El panorama de Rusia es estable pero bajo la hegemonía disfrazada del férreo poder de Putin. China obliga a los fieles al Papa a esconderse. Argelia arde, lo mismo que Paquistán; la paz es esquiva en Sudán, y Zimbawe se acerca a lo que parece un abismo. El presidente norteamericano George W. Bush ha rechazado diálogo directo con el presidente sirio, a la vez que la tensión en Irán no cede. Y los países que parecieran gozar de relativa estabilidad democrática encuentran morboso solaz en exterminar vidas inocentes a través del aborto. Sí: estoy pensando en los 100.000 asesinados este año en España, y los centenares de miles de Inglaterra, Canadá y Estados Unidos, comienzo de una lista que es muy larga…