66. El Origen de la Paz

Pregunta66.1. Aunque hay igualdades fundamentales entre los seres humanos, ellas son de tal naturaleza que se abren a una diversidad inagotable. En efecto, vuestras facultades propias, como la inteligencia y la voluntad tienen una identidad básica, pero tienen también una apertura radical hacia el objeto que les es propio, a saber, la verdad para la inteligencia y el bien para la voluntad.

66.2. Eres semejante a tus hermanos los hombres en que también ellos, lo mismo que tú, estáis llamados al bien y a la verdad, pero como no estáis predestinados a un bien particular o a una verdad única, resulta así que de la unidad de naturaleza y de especie nace la diversidad de los individuos.

66.3. No es fácil para ti, ni para nadie, descubrir esta diferenciación que es como una traducción del infinito a la finitud creada y visible. ¿De cuántos modos se puede ser hombre? A poco que medites en la variedad de circunstancias externas y opciones internas, sentirás que te abruma un número descomunal de historias posibles, al punto que algunos de tus contemporáneos han llegado a dudar de las noción misma de “naturaleza humana,” sin duda debido a la increíble fascinación y el vértigo que se siente ante el abanico de posibilidades que Dios puso en vosotros al crearos racionales y libres.

66.4. Cada ser humano se convierte así en un camino y un misterio para los demás seres humanos, y viene a resultar que la vida de un ser humano es digna de ser conocida y amada con tal intensidad y profundidad que bien puede ocupar todo el tiempo que vive el ser humano. Esto lo saben mejor las mujeres que los hombres. Mujeres hubo que con el corazón literalmente abierto acompañaron la historia de sus esposos. No es fácil entender el secreto de estas vidas, aparentemente anuladas a sus propios caminos. Un feminismo primitivo negará que esa sea una existencia digna para una mujer que se precie de serlo.

66.5. Mas la verdad es distinta, créeme. En el proceder de aquellas mujeres hay una elocuencia que maravilla sin estruendo, y te digo que si el mundo no vuelve a encontrar el gozo y la paz en el regazo de las mujeres felices de ser, ante todo, mujeres, esposas y madres, el mundo jamás encontrará paz. La paz para vosotros la ha puesto Dios en primer lugar ahí donde nace la vida: en la suave calidez del vientre de la mujer.

66.6. Cuando el Señor Dios nos ordenó hacer oír nuestras voces en la noche del nacimiento en la tierra de su Divino Hijo —yo estuve allí—, repetimos varias veces: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace!» (Lc 2,14). ¿Quieres decirme cuál era la señal de esa gloria? Te recuerdo el texto: «Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El Ángel les dijo a los pastores: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.”» (Lc 2,10-12). ¡El Niño es la señal de la gloria! ¡El Niño recostado, el Niño amado, el Niño protegido, cobijado en la ternura devota de José y de María: ese Niño es la paz (cf. Miq 5,4; Ef 2,14)! Ninguna imagen visible puede traer tanta paz al corazón humano como ver al Hijo de Dios delicadamente abrazado por el piadoso amor de su Santísima Madre.

66.7. Así será también en la Humanidad. Sólo cuando el hombre mire de otra manera a la mujer, de modo que ella pueda mirarse de otro modo a sí misma, la mujer sentirá renacer en su vientre y en sus pechos su vocación más profunda al servicio de la vida y de la paz. Su cuerpo, preciosamente tejido por Dios mismo como cuna de los que son imagen y semejanza de su Unigénito, sentirá que una suave dulzura le invade y que aquellas palabras de Pedro, más que mandamiento, son un regalo, un afable presente del Espíritu Santo a su ser femenino.

66.8. Dice, en efecto, el Apóstol: «Igualmente, vosotras, mujeres, sed sumisas a vuestros maridos para que, si incluso algunos no creen en la Palabra, sean ganados no por las palabras sino por la conducta de sus mujeres, al considerar vuestra conducta casta y respetuosa. Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joya y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios. Así se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios, siendo sumisas a sus maridos; así obedeció Sara a Abraham, llamándole “señor.” De ella os hacéis hijas cuando obráis bien, sin tener ningún temor» (1 Pe 3,1-6).

66.9. Puedes creerme: este lenguaje, que parece imposible y abusivo a tantas mujeres de tu tiempo, no es difícil sino encantador y amable para la mujer que se siente amada, protegida, guiada, escuchada, atendida, enamorada. Si el hombre no sabe de estos sentimientos propios del corazón femenino, hará de la mujer su enemiga, o por lo menos, un ser mezquino, ávido de imperios y placeres. Es el hombre el que hace a la mujer, como ya lo sugirió el Libro Santo con aquella imagen de la costilla (Gén 2,22). Si el hombre sabe amarla, «como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5,25), ella encontrará que no tiene que defenderse del hombre, y pasará entonces a defenderlo con su cariño, con su cuidado y con esa percepción profunda que tienen los ojos de ella y no los del varón.

66.10. Dime, ¿no son bellos los planes de mi Dios? ¿No son hermosas sus ideas y proyectos? ¿No es preciosa la delicadeza de su amor presente en cada cosa? Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.