59. A la Manera de Dios

59.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

59.2. Nada te puede hacer más semejante a Dios que amar como Dios ama. Y como el amor de Dios brilla particularmente en la compasión (cf. Sab 11,23), el camino más seguro para parecerte a Dios es llenarte de entrañas de misericordia. He aquí tu victoria sobre tus enemigos: llenarte de misericordia hacia ellos. Si permaneces amándolos, con ello les muestras que sus dardos no han vencido. Fue la estrategia admirable de Cristo en la Cruz.

59.3. En los colegios y universidades se estudian muchas cosas, pero no se estudia la entrañable misericordia de nuestro Dios. Por ello la gente adulta sabe muchas cosas pero suele desconocer la grandeza, el poder, la belleza y las principales formas de la misericordia. No entiendo cómo puede formarse un sacerdote sin formarle en la misericordia. ¿Qué va a decir cuando predique? ¿Quién podrá creerle cuando hable? ¿Qué hará cuando reciba como salario incomprensiones y como pago soledad y burlas?

59.4. Formarse quiere decir “adquirir la forma.” Formarse en Cristo es tomar para sí la forma de Cristo. Si su forma es la compasión y su alma misericordia, ¿qué es un cristiano formado, sino un experto en las ciencias de la conmiseración y la ternura? Los formadores de sacerdotes deberían atender con gran cuidado a esto: si el candidato sabe llorar. Un hombre que mira impávido el pecado del mundo ¿de veras hará algo por el Reino de Cristo? Una persona que pasa indiferente al lado del prójimo malherido (Lc 10,31-32), ¿tendrá algo interesante y sincero que decir sobre la salvación que Dios regaló piadosamente en su Divino Hijo? Si un sacerdote no sabe llorar sus pecados, ¿moverá a arrepentimiento a alguien? Si no le preocupan los intereses de Cristo, ¿de qué estará lleno, sino de sus intereses y conveniencias?

59.5. Te lo dije y te lo repito: si quieres ayudar en la formación de santos sacerdotes, y en la reforma de tu vida, cuida el llanto. No deberían ordenarse sacerdotes si no se les ha visto llorar con lágrimas de devoción por la compasión inefable de Dios Padre; con lágrimas de dolor por su propia indignidad, sus culpas y defectos; con lágrimas de intercesión por las faltas y durezas del mundo; con lágrimas de gozo por los pecadores que se arrepienten y vuelven al regazo del Señor; con lágrimas de súplica por la unión de todos los cristianos “para que el mundo crea” (Jn 17,21); con lágrimas de anhelo por la Patria celestial; con lágrimas de ternura por la belleza de los niños y las flores; con lágrimas de fraternidad indescriptible por los fieles difuntos.

59.6. Dime una cosa: ¿tú sí quieres formarte? ¿Estás dispuesto a perder la forma que tienes y ser revestido de Jesucristo? ¿Qué estás realmente dispuesto a hacer y a dejar de hacer, a padecer y a perder con tal de que Cristo sea la vida de tu vida? ¿Cuánto tiempo crees que tienes para ponerte en la tarea, urgente como ninguna, importante entre todas, de abrir puertas y ventanas, y entregarle todas las llaves de tu vida al Señor Jesús? Lo que hasta hoy le has negado a tu Salvador, ¿podrá ser salvado? Lo que le ocultas a tu Redentor, ¿cómo será redimido? Lo que alejas de su amor, ¿qué destino tendrá sino expulsión y condena?

59.7. Hermano, quiero infundir en ti la prisa del tiempo breve, del tiempo escaso. Cuando llegue tu partida, ¡qué dolor vendrá a tu alma, si no has atendido a mis palabras! Ese día, a esa hora, tendrás la revelación definitiva del precio de cada cosa. Vuélvete a tu corazón, regresa a tu alma, retorna a tu ermita, calla y ora. Aprende en el silencio la ciencia de la misericordia y los caminos de la compunción y el llanto.

59.8. Hazte experto en la sana desconfianza de tus fuerzas y diestro en el arte de referirlo todo a Dios y sólo a Él. A nadie consideres ni muy semejante ni muy diferente de ti: nadie se te parece tanto como para tener tu misma muerte, y nadie es tan dispar como para merecer distinto Redentor del que tú tienes.

59.9. No te fíes de las personas pero tampoco te aferres a la desconfianza. Si fallas en lo primero, caerás por iluso; si desobedeces en lo segundo, te roerá la amargura. La gente nunca es tan buena como tú quieres ni tan mala como tú temes. No son más grandes que tu capacidad de admirar, ni más pequeños que la mezquindad que te acecha. No son tan sabios como fingen cuando se les habla del mundo, ni tan ignorantes como aparentan cuando se les habla de Cristo. No están solos pero tampoco saben acompañarse. No están unidos pero detestan saberse dependientes unos de otros.

59.10. Hablan demasiado, temen demasiado, acumulan demasiado, prometen demasiado. Conocen muy poco, oran muy poco, esperan muy poco, aman demasiado poco. Mueren en el frío que han engendrado y suspiran por el calor que no se ofrecen. Luchan, aunque están cansados, y no saben sosegarse, porque no saben descansar de sí mismos, ni pueden deponer lo que realmente les fatiga: la codicia de un bien que sin embargo alejan, un bien que pretenden pero que no pronuncian, un bien que presienten y sin embargo esconden: Dios. Sólo en Dios se esclarece el enigma del hombre. Ve y dilo al mundo; cuéntaselo a todos. Así serás compasivo como Dios, hermoso como Dios, sabio como Dios… y también incomprendido y rechazado como Dios.

59.11. Tendrás la forma de Dios. ¿No es bello? Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

Una respuesta a «59. A la Manera de Dios»

  1. Hola:
    Bienvenida la Misericordia y más si logro adaptarla a lo cotidiano y a mis planes.
    Pienso en JesuCristo y sus Obras así como el legado adaptado tras cada generación, más allá del ‘Misterio de la cruz’.
    Entonces, si quieres ser Sacerdote (Hombre o Mujer), insiste en la búsqueda del Pastor, aquel que promueve y acompaña con el pensamiento; deambula y nutre con lenguaje limpio y sencillo. Así los laberintos del ‘alma’ recibirán aire fresco, sin necesidad de reproches.

Los comentarios están cerrados.