Ecología de la Inteligencia (1)

[Actualización: Mira este link sobre una propuesta parecida a mi tema, dirigida en particular a Google, y escrita después de mi post.]

De los varios modos de desperdiciar que conoce nuestra sociedad uno, y no el menos importante, es el desperdicio de tiempo-talento, que tiene muchas formas. Hay amigos míos, laicos casados o solteros, que tienen una formación teológica y espiritual muy sólida pero no hay quien los emplee en la Iglesia. Me he preguntado muchas veces por qué sucede así, siendo que los partidos políticos o las grandes empresas suelen utilizar con gusto los servicios de los “Bancos de Ideas” (Think Tank‘s). Pero eso conduce a otra pregunta que no voy a abordar aquí: ¿Es que acaso ya todas las buenas ideas las conocen los responsables de las diócesis y comunidades? ¿Por qué esa labor de investigación, diálogo y escrutinio de planes tiene relativamente tan mala prensa adentro de la Iglesia, o en todo caso, da empleo a tan pocas personas? Detrás de esa pregunta yo veo experiencia desperdiciada, talento desaprovechado, amor a la Iglesia que no termina de encontrar su cauce.

Hay otros ejemplos, ya fuera del ámbito de la Iglesia, en que uno ve que la “ecología de la inteligencia” tampoco se practica mucho. Pensemos en el caso de los doctorados. Yo personalmente me siento feliz estudiando y escribiendo, pero si lo miro desde fuera: Cuatro o cinco años, ¿no son demasiado tiempo para doctorarse? Alguien podría acusarme de desidia, y no es el caso de entrar a defenderme. De hecho, el tiempo que uso en escribir esto es tiempo en que no estoy redactando mi tesis. Pero aún así: ¿no es demasiado tiempo? No fue siempre así. Los grandes maestros medievales empezaban su labor docente después de una preparación que era mucho más breve, estando siempre claro que sus posturas particulares y personales podían ser siempre (y eran siempre) abiertas a cuestionamiento. Aunque, repito, mi situación personal no es mala aquí en Dublín, ni tengo nada de qué quejarme de mis hermanos dominicos irlandeses, sé que tiene un costo el que un doctorado o un post-doctorado tomen tanto tiempo.

Pero lo más grave viene ahora. Especialmente si nos salimos del ámbito intra-académico, que cobija una proporción muy pequeña de la sociedad, se supone que uno aprende no principalmente para enseñar sino para hacer algo con eso que aprende. Es aquí donde yo veo los mayores desperdicios, no porque yo lo diga, sino porque lo dicen los miles y miles de profesionales que sienten dos cosas: que la mayor parte de lo que aprendieron no sirve mayor cosa para los problemas reales que deben afrontar, y que hay una montaña de cosas relevantes que nunca aprendieron y que tiene que improvisar o reinventar sobre la marcha.

Por supuesto: hay mucho aprendizaje teórico que le da una “mente” a la persona que se prepara para un ejercicio profesional. Uno no espera que un ingeniero aplique todos los días cálculo de derivadas, y sin embargo, haber aprendido a derivar, unido a muchas otras cosas, por supuesto, le formó una “mente” de ingeniero, es decir, le dio el tino, el juicio, el “olfato” que luego usará en multitud de problemas que no implican derivadas.

Además, sin una formación en los fundamentos de cada profesión está claro que se corren demasiados riesgos. Pensemos en el caso de los errores básicos que podría cometer un médico falto de fisiología o un psicólogo que hiciera un poco el papel de “aprendiz de brujo.”

Y todavía en el mismo sentido, sólo asegurando los principios es posible ganar “vocaciones” para la investigación básica, cuya tarea es precisamente examinar y asegurar la validez y los límites de esos mismos principios.

Estas últimas razones parecerían abogar en favor de sostener el esquema tradicional, el que conocemos: una larga formación precede al ejercicio profesional. Y sin embargo, mi postura es exactamente la opuesta: creo que podemos estar a las puertas de una revolución académica de proporciones colosales.

[Continúa…]