Además de comunicar, pueden ser convertidos en bombas potentes.
Hinde Pomeraniec
Lo llamaban “el Ingeniero”, por su habilidad para construir bombas en miniatura, perfectas, letales, imperceptibles. En Israel lo buscaban por creerlo culpable de la muerte de entre 100 y 130 israelíes. En una mañana de enero de 1996, el palestino Yeyah Ayash quiso hacer un llamado desde Gaza y tomó el teléfono que alguien, gentilmente, le había prestado. Sus conocimientos no le alcanzaron para advertir que los servicios secretos israelíes le habían tendido una trampa explosiva y mortal. “El Ingeniero” voló en pedazos.
El mismo año, los rusos asestaron un golpe mortal al general checheno Dzhokhan Dudayev, quien había proclamado unilateralmente la independencia de Chechenia en 1991. Los rusos detectaron a través de un satélite el celular de Dudayev y fue así que dos misiles rusos destruyeron su cuartel.
Desde entonces, los teléfonos celulares fueron ganando escena en el mercado del terror. Hoy sirven para matar, para advertir y amenazar. Son elementos útiles para espiar y, desde hace muy poco y cada vez más, también para dejar registrada cualquier escena en fotos. En los últimos años, los teléfonos móviles se convirtieron en un arma exquisita del terrorismo, aunque siguen siendo también el vehículo más eficaz e instantáneo para comunicar a las personas, capaz de llevar alivio o dolor a las familias durante una tragedia.(Ver Los llamados…)
En Madrid, los celulares también fueron protagonistas. Según las autoridades españolas, un móvil fue encontrado en el tren en el que estallaron dos de las bombas en la estación de El Pozo, donde murieron 62 personas. Estaba dentro de una mochila, junto a explosivos con un detonador y una carga de metralla (clavos), para reforzar la explosión. El celular había sido usado como temporizador en el ataque.
No es la primera vez que los terroristas apelan a este recurso, dejando atrás viejos instrumentos como un receptor de infrarrojos similar a los de las puertas de los garajes. Ya en 2001, fuentes antiterroristas españolas confirmaron que ETA utilizó uno en el ataque a un cuartel en Guipúzcoa.
P
ara los especialistas, habilitar un celular como arma mortal es económico y sencillo y además permite activarla desde cualquier lugar. El celular actúa cuando recibe una llamada o se activa su alarma. El impulso eléctrico viaja por el cable hasta el detonador, que, al recibir la descarga eléctrica, activa el explosivo.
La era de la inseguridad global habilita negocios criminales formidables. Para quienes no disponen de la “habilidad” necesaria, hay sitios de Internet que venden por 150 dólares un celular con detonador o una bomba electrónica en un celular por un precio que varía entre US$ 50 y US$ 500. También es cierto que, en forma simultánea con el crecimiento de esta fórmula del terror, por 1.300 euros ya se consiguen inhibidores de telefonía móvil que por medio de ondas de radio de baja potencia, delimitan zonas sin cobertura. Estos aparatos no sólo les sirve a los cines, teatros y auditorios para que nadie perturbe las funciones: también evita que se activen bombas.
La inteligencia alrededor del uso terrorista o militar de los celulares va en aumento, en la misma proporción que crece la amenaza. Se sabe, por ejemplo, que el líder del operativo que terminó con la vida de “El Ingeniero” se convirtió en el CEO de la principal compañía israelí de telefonía móvil.
Pero los servicios también cometen errores, cuyos alcances se desconocen. Recientemente trascendió que al jefe del Mossad, los servicios secretos israelíes, le robaron el celular que dejó olvidado en su auto. Lo que el general Meir Dagan aún no sabe es si los ladrones ya encontraron la lista completa con los números de sus espías.