Vivir el Evangelio – Habla Jesucristo

Se acerca el cristiano para escuchar a Cristo, su Señor, y oye palabras que tienen sabor de eternidad y fuerza de vida. Con grande amor y majestad habla Jesucristo, y dice:

Nadie te amó tanto como yo. Te conocí y te amé antes de que existieras. En el vientre de tu madre tejí con amor tu organismo, y plasmé en ti la imagen mía, y así te hice semejante a Dios. No dejé de amarte cuando pecabas; no se enfrió mi amor cuando te alejabas de mí. Desde la Cruz vi tu rostro, y con mi muerte transformé la maldición que te agobiaba en una bendición sin límites. Tampoco ahora ceso de amarte. Soy tu fuerza y tu vida.

Me perteneces. Me pertenecen tus alegrías, porque yo soy tu verdadera alegría, y lejos de mí sólo se siente tristeza de muerte. Me pertenecen tus pensamientos, porque yo lleno tu pensa­miento y tu ser. ¿En qué puedes pensar que esté lejos de mi poder o de mi misericordia? Me pertenece tu sangre, que yo lavé y limpié con mi propia Sangre. ¿Cómo sería tu vida, si yo te quitara mi vida? Yo no quiero un poco de ti, porque yo no te di un poco de mí. Quiero todo de ti, pero lo quiero con amor.

Dime, ¿a quién sirves? ¿No has escu­chado que yo he recibido todo poder de mi Padre? ¿Conoces la diferencia entre servirme a mí, que tanto te amo, y servir a los poderes de este mundo, que tanto te odian? Yo llamo “amigos” y “hermanos” a quienes me sirven, y yo mismo soy su fuerza, su alegría y su recompensa. Esos poderes, en cambio, tratan a sus siervos como esclavos y enemigos; son insaciables, reclaman cada vez más tiempo, más dinero y más amor. Son ladrones que desearían destruirte, beberse tu sangre y darte por recompensa la muerte.

Sin embargo, no temas. Estoy más cerca de ti que cualquier amigo o enemi­go tuyo. Cuando duermes, son mis brazos quienes te sostienen en el ser; cuando despiertas, son mis ojos quienes ilumi­nan los tuyos.

Conozco toda la creación, del alto cielo a lo profundo del abismo. A cada uno le doy cuanto necesita. Hay quien requiere sólo agua y luz, y yo le doy agua y luz. Tú fuiste creado por mi Padre para participar y gozar del mismo Espíritu por el que soy Cristo. Naciste para ser en mí, y en mí ser como Dios. Yo quiero colmar tu deseo. No soy envi­dioso ni mezquino. Me gozo mirándote, cuando en ti descubro la bondad y el poder de mi Padre. Quiero darte lo que necesitas; quiero saciarte de lo que ya es tuyo, porque yo lo gané para ti en la noche de la Cruz y en el día de la Resurrección. Bien sabes que mi Resurrec­ción no conoce fin, y que yo tengo las llaves de la muerte. A ti quiero darte vida.

Todos son movidos por el poder de mi Dios, según el ser que de él han recibi­do. Mi Padre obra en las piedras como piedras que son. El es dureza y consis­tencia para ellas, y así las sostiene en el ser que les dio. Su poder, empero, es distinto luego en la delicadeza de las plantas, en la belleza de las flores, en la altura de los árboles, en la inteli­gencia de los ángeles o en cualquiera otra de sus obras. En el hombre, el poder de Dios, mi Padre, no sólo es vida natural, sino también vida de la gracia. Por eso yo no te obligo como si fueras una piedra, sino que te amo y te doy mi gracia, para que en ti halle su perfec­ción el deseo de mi Padre y resplandezca más y más su gloria.

Te amo con amor eterno: con el Amor que he recibido de mi Padre. Y mi amor es poderoso en ti, como en las demás criaturas. Si me amas, sentirás mi amor como calor de vida; si renuncias a amarme, sentirás mi amor como fuego de condenación y oprobio. Porque has de saber que el Amor que procede del Padre y de mí llena todo lo creado; para quienes creen y aman, ese Amor es Amor; pero para quienes no creen y sólo entienden de odio, tal Amor les parece odio y les produce fastidio, y por eso hablan mal del Espíritu Santo y del designio de mi Padre Dios.

No quiero que te suceda nada malo. Puesto que yo fui hasta ti y permanezco contigo en mi naturaleza humana, y ahora glorificado sigo siendo verdadero hom­bre, del mismo modo quiero que vengas a mí y permanezcas conmigo y seas Dios conmigo, en justicia y santidad. Ya que te he acogido como amigo y hermano, recíbeme tú también: dame amplio espacio en ti. Quiero vivir en ti; quiero imperar y ser Señor en ti, para gloria de mi Padre y para salvación tuya. Ya que mi amor se ha vuelto tiempo para esperarte, no tardes más; haz que tu amor y tu voluntad se hagan pronta y solícita respuesta. Llámame y estaré contigo. No te apartes de mí, que yo me quedaré a tu lado. Quiero formar un gran Rebaño; deseo congregar a la familia de los hijos de Dios, porque anhelo celebrar mis Bodas con la Iglesia Santa.

Con estas y muchas otras palabras sabe hablar Cristo a quien desea escucharle.