Entender el entendimiento (3 de 12)

3. Tendencias reduccionistas en el estudio de la inteligencia

Las visiones clásicas ven en la inteligencia una diferencia, o mejor, la diferencia esencial de nuestro ser humano, que por eso puede definirse propiamente como “animal racional.” Esto no significa que obremos siempre racionalmente, por supuesto, sino que estamos en la capacidad de estar ante el mundo de un modo que no es posible a ninguna otra especie viviente. De esta postura pueden seguirse luego comportamientos nobles o crueles, acciones heroicas o mezquinas, una santidad deslumbrante o una vida asquerosa y baja. Pero ni el santo ni el truhán podrían serlo sin esa capacidad raizal o facultad que consiste en mirar las cosas no sólo en cuanto me afectan sino en lo que son en sí mismas, en su “de suyo,” como diría Zubiri. Porque conozco el “de suyo” de la pólvora puedo hacer un arma asesina o un túnel que alivia la economía de miles de pobres.

Sin embargo, las visiones clásicas no son las únicas ni las prevalentes. Ya hemos dicho que la definición operacional de inteligencia es al que goza de mayor consumo en el lenguaje de nuestro tiempo. Nada extraño entonces que surjan teorías que explican la inteligencia sólo dentro de los límites de esa definición operacional.

En efecto, hay una diferencia entre decir qué es la inteligencia y explicarla. En el caso de Santo Tomás, por ejemplo, entender que la inteligencia forma conceptos, emite juicios y hace raciocinios es en cierto modo decir qué es. Por qué es así le brota de ser facultad de un alma espiritual. Es parte de nuestra naturaleza ser alma y cuerpo. El alma es la “forma” del cuerpo (no simplemente su “figura,” por supuesto) y es propio de la esa naturaleza nuestra el entender. Dicho de otro modo: una psicología clásica apoya causalmente toda teoría de la inteligencia sobre una teoría del ser humano, y en particular, sobre un estudio del alma.

Si uno toma un modo distinto de hablar de la inteligencia también buscará explicaciones distintas, por supuesto. Para quienes miran a la inteligencia como un asunto de “resolver problemas,” o sea, “hallar una solución,” la inteligencia debe poderse explicar en términos del cerebro y el cuerpo humano. En efecto, puesto que es claro que también los animales, las plantas y los computadores resuelven problemas y no vemos en ellos más que física, química y flujo de información sobre distintos soportes, nada indica, según este enfoque, que debamos esperar otra explicación más allá del cerebro y los sistemas neurológicos, bioquímicos y hormonales.

En la práctica esto ha llevado a dos líneas paralelas de investigación actual: neurobioquímica y estudio de sistemas de la información. Lo primero consiste típicamente en explorar la morfología y fisiología del cerebro y de los demás sistemas de procesamiento de información en el cuerpo; lo segundo es en esencia el esfuerzo de replicar (y superar) en otro sustrato, por ejemplo electrónico, ese mismo procesamiento, como un modo de tener directa y exactamente ante nosotros lo que significa pensar.

Mi tesis, y la de muchos, es que estos dos enfoques, el neurobiológico y el sistémico, son reduccionistas, es decir, no alcanzan a dar razón de lo que significa razonar.