Entender el entendimiento (1 de 12)

1. ¿Y entonces qué es la inteligencia?

Hace poco la BBC presentó un especial sobre el famoso duelo de 1997 entre Gary Kasparov, probablemente el mejor ajedrecista de todos los tiempos, y Deep Blue, una gigantesca computadora diseñada por los ingenieros de IBM. El evento fue presentado a los medios como algo único, tal vez por un trasfondo que el programa destacó desde el principio: no conocíamos que algo fuera más inteligente que nosotros, los seres humanos. Ahora hay una máquina que es más aguda que una de las mejores mentes que conocemos.

Los hechos mismos en torno a ese duelo nos ayudan a ver la complejidad de lo implicado. No fue un simple “juego.” Kasparov ha sostenido siempre que algo extraño sucedió entre el primer y el segundo juego, del total de seis que tenían que disputar. Las dos teorías que le he oído son: (1) En algún momento, quizá durante los días del encuentro “amistoso” mismo, la máquina fue reprogramada específicamente para vencerlo a él, por ejemplo, tomando en su memoria cientos y cientos de partidas suyas y posibles desenlaces. (2) Hubo intervención humana en esa segunda partida. Kasparov lo pone en términos de “así no juega un computador.”

Por supuesto, esto segundo suena infantil a los ingenieros de IBM, que simplemente comentaron: “No ha habido otra máquina como Deep Blue. Hay cosas de los computadores que no conocemos.” Y alguno añadió: “Es difícil para Kasparov ver su ego maltratado, después de ser un jugador que ha vencido a prácticamente cualquier otro ser humano.”

Lo interesante es que el tema de la inteligencia se sale así de los cauces puramente “lógicos” y “racionales.” Los mismos ingenieros lamentaban que Kasparov se hubiera sentido destrozado emocionalmente para los juegos quinto y sexto, si no por otra razón, sólo porque eso significaba vencer a un adversario disminuido, y ello quita gloria.

Pero lo emocional no vino solamente de los sentimientos de Kasparov. Su habitación del hotel fue constantemente espiada con telescopios y teleobjetivos durante todo el tiempo del evento. Los niveles de presión psicológica fueron “intolerables” en opinión de algunos de los amigos y asesores de Kasparov. También los ingenieros tenían su propia presión. El proyecto, de varios millones de dólares en tiempo, equipos y recurso humano, tenía que demostrar su utilidad. Y la demostró: IBM probó que era capaz de hacer una máquina más inteligente que el cerebro humano, o por lo menos, eso fue lo que quedó en el ambiente. Por un tiempo, ello subió el precio de las acciones de la compañía y mejoró notablemente las ventas.

A fecha de hoy, no hay claridad sobre muchos puntos: ¿fue justo el evento? ¿hay razón en las quejas de Kasparov, particularmente en la posible intervención de mano humana en el segundo juego? Tengamos en cuenta que la computadora no estaba visible; ante las cámaras sólo había una pantalla y un largo cable que se perdía detrás de una puerta y un laberinto de corredores.

Más preguntas: ¿es el ajedrez un modelo suficientemente bueno de lo que significa pensar o ser inteligente? Supongamos una biblioteca (imposible de construir) que contuviera trillones y trillones de partidas de ajedrez. Y supongamos que encargamos a cualquier persona, incluso alguien que ni siquiera sabe ajedrez, a que, guiándose por esa biblioteca, juegue con Kasparov o con algún otro gigante. Esta persona ve lo que juega Kasparov y va a los anaqueles hasta que encuentra la jugada más recomendada, y entonces vuelve al tablero y mueve las piezas. Los transistores de Deep Blue podrían estar haciendo esencialmente lo mismo. Pero entonces surge la pregunta: ¿y no es el caso que lo mismo hace el cerebro nuestro?

Claro que si vamos a ser justos, hay que precisar algo. Deep Blue no usó el sistema de “fuerza bruta,” es decir el análisis de todas las jugadas posibles, porque el número de partidas posibles no cabe en ningún computador y se sabe que es mayor que el número de átomos del universo. Los ingenieros tuvieron que arreglárselas para hacer un estimado de lo que significa una buena “posición” (de las piezas en el tablero) y pusieron al computador a mirar hacia adelante. A un ritmo de 200 millones de posibles jugadas por segundo, Deep Blue iba a veces decenas de jugadas adelante. Después de mirar qué conducía a las mejores posiciones, realizaba la jugada respectiva.

Es una versión extraña pero no lejana de nuestra biblioteca de ajedrez. En principio, todo el procedimiento de Deep Blue puede pasarse al papel y llenar anaqueles y ser encargado a un bibliotecario que sepa jugar tejo, boliche y póker, y que no haya tocado un tablero en su vida. ¿Es eso pensar? ¿Piensa así el cerebro humano?

A esto segundo parece que se puede responder con un decisivo NO. Los seres humanos no pensamos así ni siquiera al tratar asuntos tan completamente lógicos y racionales como una partida de ajedrez. Es verdad que tenemos memoria y que hacemos análisis del tipo: “si yo muevo esto, él mueve eso, pero entones yo puedo mover esto otro…”, pero esas conjeturas no suceden de la manera exhaustiva, vertiginosa y “ciega” de Deep Blue o de otros computadores. Los genios hablan de “sentir” o “presentir” que una posición en el tablero es buena, incluso antes de poder explicar por qué. Esto es muy interesante y merece más espacio.