Hay un abismo cultural entre la manera anglosajona y la manera mediterránea de ver la vida. Detrás del Anglicanismo no hay sólo la historia de un hombre ambicioso y corrupto, Enrique VIII. El cisma iniciado por él jamás hubiera tenido fuerza sin la base social que le precedía y que de algún modo vino a legitimar los caprichos del monarca de las tantas esposas. No conviene, por ello, leer al Anglicanismo como un accidente en los afectos de un hombre: los desencuentros con Roma tienen raíces anteriores y más hondas. Mi opinión es que sin conocer la naturaleza de los hechos poco podemos hacer para avanzar en la unidad entre los cristianos. Y poco podremos también proponer para la evangelización del resto del mundo; porque es un hecho que algo falta en el modelo misionero que rindió frutos notables en Sur América pero que luego se ha quedado corto frente al Islam, Africa, en su mayoría, y el Lejano Oriente.