¿Y qué quieren los que no quieren a Bush?

Hace unos años le preguntaban al conocido humorista Quino si era más fácil o más difícil hacer reír y pensar ahora o antes, especialmente haciendo contraste con la época de las dictaduras latinoamericanas. Y el hombre dijo algo como esto: “aquellos dictadores eran tan serios que resultaba atrayente y casi obvio burlarse de su postiza importancia; los que detentan el poder hoy a menudo son tan payasos, que cuesta hacerles decir algo ridículo que todavía no hayan dicho.

Creo que Quino pensaba en Bush. Ese viaje de miles de kilómetros para tomarse una foto con un pavo de plástico uno no sabe si es para reír o para llorar. Risa, por lo postizo de un mundo que ya no espera a que lo imite la televisión sino que, en revancha kafkiana, imita al televisor y adora su propia imagen. Llanto, de pensar que no importaban las vidas de aquellos soldados sino dar un empujón más a un proyecto absolutamente personal: seguir en el poder; seguir mandando.

De modo que uno puede preguntarse, casi con seriedad metafísica, si cabe hacer una caricatura del pavo plástico de Bush, dado que la escena misma ya es una caricatura. Uno termina dándole la razón a Quino.

Y como esa anécdota hay literalmente decenas, hasta el punto de parecer que Bush se ha propuesto acaparar la atención del mundo por uno de dos caminos: por sus controvertidas decisiones “serias” o por sus continuas equivocaciones “bufas”.

Otros personajes, sin embargo, no es que estén en actitud muy distinta. Trátese de Chirac o de Aznar, de Shröder o de Blair, el histrionismo tragicómico, la capacidad de contradecirse sin reato, la absoluta opción de no admitir ni los errores más evidentes, todo ello es algo que parece asignatura obligada de quien quiera hacer una carrera política “seria”.

Pienso que todos estamos de acuerdo en esa apreciación. Y en cierto sentido aprendemos a disfrutarlo; pero nuestro análisis no debe detenerse ahí.

Ya sabemos, volviendo a Bush, que mucha gente se burla de él; es un deporte barato, que goza de millones de seguidores. Por otro lado, mucha gente critica y detesta con ahínco visceral al presidente de los Estados Unidos.

Esta última es una actividad menos lúdica, que nos invita a hacernos esta pregunta: En realidad, ¿qué quieren los que no quieren a Bush? La respuesta no es obvia. Puede haber gente preocupada por el protocolo de Kioto y la protección del medio ambiente, o gente interesada en que el negocio del aborto por decapitación no se frene por la “terquedad” de un cristiano. Hay sin duda personas preocupadas por el enrarecimiento de las relaciones con el Islam y las eventuales consecuencias para la paz del mundo, pero tal vez hay también quienes quieren dar vía libre a gigantescos proyectos de matrimonio homosexual –cosa para la que el mismo “tonto” Bush es un estorbo–. Intelectuales muy serios ven con angustia que la espiral del terrorismo va envolviendo a más países y cobra insaciable más vidas inocentes, pero igualmente están los oportunistas que quieren que este republicano se baje de su silla por el único y cortoplacista objetivo de ganar poder político para la bancada demócrata.

Yo quiero llamar la atención sobre todo eso: tengamos en cuenta que el gobierno de Bush no es una maravilla pero su salida o declive tampoco es necesariamente un motivo de alegría. Muchos de los que fomentan odio contra Bush están en realidad oponiéndose a muchas cosas que él representa, así las represente mal, y entre esas cosas hay muchas que son muy importantes para las familias y la fe de millones de personas. Bajo la capa de la burla a Bush hay todo tipo de pelambres, y uno de ellos gruñe con odio a Cristo y a la Biblia.

Hay un grafiti que dice: “BUSH: No me ayudes tanto! – Dios.” Tiene su ironía pero también su dosis de verdad. Hay algo de respeto al Nombre de Dios y de conciencia de la verdad de Dios en hombres como George W. Bush. En sí mismo eso es bueno. ¿O preferimos la tiranía laicista de Chirac que va a prohibir todos los símbolos religiosos en las escuelas públicas? Sí, de acuerdo: Chirac es razonable y “respetable”; es un pro-hombre, razonable, respetable, que no se traba al hablar su propio idioma ni se toma fotografías con animales de plástico. Pero, de nuevo: ¿qué o quién inspira a este pro-hombre, criado a pechos del masón Giscard d’Estaing? Sin ser fatalistas ni fanáticos, ¿qué le pasaría al mundo si este promasón “adalid” de la racionalidad laicista tuviera aunque fuera una quinta parte del poder que tiene Bush?

Entonces no nos reiríamos de las equivocaciones del gran presidente, sino que entenderíamos, ya sin amabages, que la Iglesia en realidad está siendo perseguida.