Ejercicios sobre el perdón, 36

Qué es el perdón. Para que podamos caminar con seguridad en el camino del perdón, les invito a concretar en qué consiste el perdón y qué no es el perdón. En efecto en esta realidad encontramos mucha confusión y es bueno de entrada disipar equívocos. Clarificaremos lo que es el perdón para poder experimentar, vivir esa realidad maravillosa, columna vertebral de toda sanidad. Muy a menudo a la base de toda herida afectiva hay un problema de perdón.

En el principio el hombre tenía una comunión perfecta con Dios, que le permitía tener una vida afectiva organizada donde sus sentimientos y emociones eran gobernados por la paz, el amor, el gozo y todos los atributos divinos. Por el pecado se rompió esa comunión con Dios. El hombre cayó en una desorganización afectiva donde sus sentimientos y emociones pasaron a ser gobernados por el temor y la culpa, dando lugar a la amargura, al odio y a los resentimientos, raíces de todo desorden emocional, mental y de personalidad, productores de: neurosis, psicosis, esquizofrenias, epilepsias, etc. Se da lugar también, a las llamadas enfermedades psicosomáticas: asma, diabetes, hipertensión, gastritis, artritis y parálisis; estas, en su mayoría, tienen su origen en el alma, como consecuencia de los traumas emocionales o heridas del alma. Por ello es importante que el alma sea trabajada con el perdón de Dios para sanar sentimientos y/o emociones. Ningún médico, psicólogo, psiquiatra o medicina pueden quitar la culpa por el pecado.

Qué no es el perdón: Perdonar no es un sentimiento ni emoción, ni consiste en adoptar una actitud de superioridad o de soberbia. Si se perdona a alguien porque se le tiene lástima o se le considera tonto, se está confundiendo perdón con compasión. Es como cuando el patrón le dice a su trabajador: “no te preocupes, te perdono. De todos modos, ya sabía yo que no serías capaz de hacerlo bien”. Perdonar no es permanecer pasivos ante la injusticia, ni aceptar o justificar hechos atroces, deshonestos o injustos. Podemos perdonar a alguien y al mismo tiempo tomar medidas para que vaya a la cárcel o exigirle una indemnización. Podemos perdonar y terminar una relación, retirarnos de un trabajo o despedir a un trabajador deshonesto. El perdón no exige que te comuniques verbal y directamente con la persona a la que has perdonado. No es necesario que le digas: te perdono. Aunque esto pueda ser parte importante del proceso de perdonar, interesa formarnos del otro una actitud amorosa, amable, serena.

Un perdón rápido y superficial no sería un verdadero perdón. Falso perdón sería seguir de víctima cuando la salida está en tomar el control de la vida. Igualmente es falso perdón culparse o culpar, ya que la culpa enferma, paraliza y aprisiona. Falso perdón es decir “perdóname” sin sentirlo y sin un firme propósito de mejoramiento.

Que es el Perdón: El perdón es un acto de amor y una decisión de la voluntad. Pero, no lo logra el hombre con sus solas fuerzas. Es un regalo de Dios, y una ley espiritual: “Si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre les perdonará a ustedes; pero si no perdonan, tampoco el Padre les perdonará sus ofensas” (Mt 6,14-15; Ef.4,3 2). Es una relación que se establece entre el hombre y Dios, y entre el hombre y el hombre. Ante Dios reconocemos que hemos pecado –somos pecadores-. Y ante los hombres deponemos enojos y amarguras mutuas, dando satisfacciones por ofensas emitidas o recibidas. El perdón solo es posible por la naturaleza divina que hay en el hombre. Está condicionado por el arrepentimiento y la voluntad de agradar a Dios. Y no quiere decir aprobar o defender la conducta que te ha causado sufrimiento, ni tampoco dejar de tomar medidas para proteger tus derechos.

El perdón nos libera del pasado, nos hace olvidar sufrimientos, ofensas, y recibir sanidad de nuestras emociones y sentimientos. Así como de las enfermedades. Nuestras oraciones son oídas y recuperamos la comunión e intimidad con Dios. Necesito dar el primer paso y tomar la firme decisión de amar perdonando. Dice un proverbio que “el camino más largo empieza con el primer paso”. Y el primer paso en el largo y difícil camino del perdón consiste en decidir perdonar. No vale pena hablar de los sinsabores y miseria, por ejemplo, la venganza, pues son tan graves como para no dejarse tentar por ese “descenso al infierno”, aun cuando el instinto nos incite a “tomar la revancha”. Es este el punto de partida de cualquier perdón verdadero: decidirse por él.

El perdón es un regalo divino: Por nosotros mismos sólo podemos vengarnos, pero somos incapaces de perdonar; este es un regalo que el Señor otorga a quien se lo pide confiada y humildemente. Pero, además, es un regalo, que también nosotros otorgamos al ofensor. Le damos al ofensor ese regalo de misericordia, sin esperar nada a cambio. Es este el estilo con el cual Juan Pablo II perdón a Alí Agca, que intentó matarlo en la plaza san Pedro. Así como el Señor nos regala el perdón también nosotros decidimos otorgar el regalo de perdonar, pues el Señor nos da fuerzas para ello. Para la mayoría de las personas el perdón es una experiencia ardua y empinada. En efecto, nuestro orgullo herido busca la revancha, la venganza. Ciertas heridas se enquistan en nuestro ser, nos alejan del amor y nos hacen difícil otorgar el perdón

El perdón es un proceso: Normalmente el perdón no se da de una vez para siempre. Es un camino que tiene varias etapas, y sujeto a los muchos altibajos de nuestro mismo carácter, herido por las ofensas.

El perdón es una actitud: El perdón requiere una formación permanente hasta que, con la exigencia sobre nosotros mismos, adquiramos la costumbre de perdonar. La práctica permanente nos permite tomar el control de nuestros sentimientos y emociones, para que no sean ellos los que nos dominen y manejen a su ritmo. El Padre nos creó para ser señores de todo lo que hay en el cielo, en la tierra y en los océanos. Tenemos que ir creando en nosotros una nueva manera de vivir: amando, comprendiendo y construyendo un mundo más humano y fraterno. El perdón nos libera de ser víctimas, esclavos y nos convierte en hijos de Dios y hermanos de los demás, nos aleja del temor y nos sumerge en la confianza y en el amor. Sin rechazar a los hermanos nos enseña a rechazar el mal que nos infieren y nos convierte en sembradores de paz y reconciliación.

El perdón es sanador: Así como el rencor y el odio enferman y matan, el perdón nos trae vida y salud. Muchas investigaciones han demostrado los terribles efectos del rencor, del odio, del resentimiento en la salud integral de las personas. Como el odio, los rencores, el sentimiento pueden ayudar al surgimiento de un cáncer, de un infarto, de la misma manera el perdón es causa de sanación de las mismas enfermedades. El Dr. William Greene de la universidad de Nueva York realizó un estudio sobre gemelos y comprobó que la tención, el odio, los rencores y las penas enferman. Las personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de tristeza y pesimismo, tensión continua u hostilidad incesante, rencor y odio, están endoble riesgo de contraer asma, artritis, dolor de cabeza, úlceras y problemas gástricos. Dicen que el grado de riesgo es tan dañino como el del cigarrillo, el licor o el colesterol elevado. Se recomienda, por tanto, liberarse de las emociones venenosas y buscar remedios para sanar el alma, las relaciones: relajarse, orar, perdonar, hacer deporte, servir a los hermanos.

Una nueva visión de las relaciones humanas: El perdón no es un gesto rutinario, sino una flor oculta, bellísima, que florece en cada ocasión sobre una base de dolor y victoria sobre uno mismo. El perdón crea unas relaciones humanas nuevas con el culpable. Nos enseña a dejar de mirar al otro con “ojos de resentimiento” y a mirarlo con los “ojos mágicos”. Ver a la persona en un marco más amplio que el de la ofensa. Necesitamos seguir creyendo en la dignidad de aquel o aquella que nos ha herido, oprimido o traicionado. Sólo así se modificará nuestra imagen perversa del otro. Detrás del monstruo que nos ofendió descubriremos un ser frágil, débil como nosotros, capaz de cambiar y evolucionar.

Para realizar esto se requiere una cantidad de fuerzas espirituales que superen nuestras fuerzas humanas. Por eso, necesitamos estar atentos a la acción del Espíritu que sopla donde quiere y cuando quiere, a la espera relajada y llena de esperanza de su don. No somos el único agente del perdón. Es por esto que el perdón no conoce la suficiencia, se hace discreto, humilde, sencillo y silencioso. No depende ni de la emotividad, ni de la sensibilidad, sino que viene del fondo del ser, de lo más profundo del corazón, donde habita la Comunidad divina.