Doce Errores… (2 de 15)

Primer Error: Declararnos derrotados

Por supuesto, este es el primer error: entregar las armas. Cosa que tienta, para ser francos, porque no es fácil ver el éxodo masivo y cortés de católicos hacia las tiendas del agnosticismo, el ateísmo práctico o los cultos eclécticos y esotéricos de moda.

En algo más de un año que llevo en Irlanda puedo dar fe del decrecimiento de la asistencia a la Eucaristía, tanto entre semana como en los domingos. Lo religioso se vuelve un adorno que añade una pizca de solemnidad y de raíz tradicional a momentos aislados de la vida de la gente: bautismos, matrimonios y funerales. Es de buen gusto una referencia discreta a la religión en tales ocasiones. Pero si alguien pretende que la religión tenga peso específico en la cultura, la ciencia o sobre todo las leyes, pronto se enfrenta con una muralla de escepticismo y un alud de reproches e ironías.

Por otra parte, los ministros van a escasear cada vez más. En los últimos cuatro años han muerto cerca de veinticinco frailes dominicos. En el mismo periodo han entrado seis. La Arquidiócesis de Dublín tenía cuatro seminaristas de primer año hace unos cuantos meses; no sé si eso haya cambiado. Me sorprende que organizaciones tan robustas como la Legión de María, que tiene su Directorio Mundial aquí mismo, resulten pidiendo ayuda a sacerdotes extranjeros como es mi caso. Todo eso indica que hay espacio y razón sobrada para el desconcierto y el desaliento. No puedo imaginar completamente qué podrán sentir los padres que conocieron la tradicional Irlanda católica, aquella en la que el sacerdote podía preparar la misa contando las hostias de acuerdo con el número de parroquianos.

Pero una cosa es sentirse desalentado y otra declararse en derrota. La pregunta es cómo vencer el desaliento cuando ves que la casa se te va quedando sola, que tu mensaje no es atacado sino que es irrelevante, y cuando las fuerzas vivas de la sociedad prescinden de todo aquello a que has empeñado tu vida.

He aquí algunas claves que he encontrado y me han servido:

a. El cristianismo no tiene que ser una religión de mayorías. Cuando Pablo llegó a Corinto o cuando Pedro habló el día de Pentecostés no eran mayoría. Su mensaje fue calificado de ridículo, escandaloso, necio, subversivo y mil cosas más. Les valió cárcel, mofa, destierro, exclusión y también indiferencia. En cierto sentido, ser cristiano es estar dispuesto a ser minoría y lo anormal es lo contrario. ¡Preocúpese la Iglesia cuando sea mayoría!

b. Miremos el conjunto. Hoy la fe florece en muchas partes del mundo. ¿Tenía que estar siempre en primavera y creciendo en estas tierras? Sería de desear pero las cosas humanas no suelen ser así. De modo que: mira el conjunto, gózate de la sabiduría y providencia de Dios que, a través de las fronteras de las naciones, hace circular su gracia y mueve a unos pueblos a humillarse viendo lo que él hace que suceda en otros, como ya sucedió con los judíos y los griegos.

c. Piensa en el corazón; recuerda el mensaje del invierno. Ya Karl Rahner habló de la “invernada” de la Iglesia en Europa. El corazón que palpita necesita recoger la sangre que luego enviará por todas las venas. Si nos corresponde vivir un tiempo en que se está gestando una nueva y más hermosa síntesis de la fe, ¿nos quejaremos de ello? ¡Hay muchas cosas grandes y buenas que traerá el futuro, y entre ellas están frutos que ahora mismo se preparan en la humildad de una fe sin ostentación!