Virtudes Choique

Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas. Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra­ una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.

Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras). Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.

Y ahora viene la parte de los chicos. Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:

¡Miren, miren … ! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno! El padre y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que les dijera; entonces Apolinario leyó:

“Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno”. Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.

Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:

“Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna”.

Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría: ¡Mire mamita,… ! ¡Mire, Tata… ! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá.

Vean: “Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno”.

Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: “Su hijo es el mejor alumno”.

Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo: Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.

El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:

“Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario”.

Imagínese el revuelo que se armó. Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite. Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.

Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra. En seguida se armó la fiesta.

Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando. Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención. Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.

Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:

Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos…

El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó:

Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho.

Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios. El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa: Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.

Ahí no más se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar: ¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.

Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras. A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.

¡Párense… ! ¡Cuidado con lo que están por hacer … ! ¡Esto es una fiesta!

La gente bajó las manos y se quedó quieta. Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo: Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo. Entonces sucedió algo notable.

Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta. Por fin, dijo: Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme. Todos fueron tomando asiento. Entonces la señorita habló así: ‑ Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:

Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol…

Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja en Historia, es la más cariñosa de todas…

Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…

Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas… pero me callo si no es servicial.

Y aquél otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.

Y aquélla otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.

Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.

Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!

¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?

Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos. Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor. Porque con eso se construye mejor.

Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo: A comer … ! ¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis … !

Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

Vestida de Blanco

Una joven discutía acaloradamente con su padre y defendía sus derechos de asistir a una fiesta popular, un lugar donde se reunían personas de no muy buena reputación. El padre le daba razones contundentes, pero la joven se resistía a aceptarlas.

Inesperadamente, la discusión cambió de giro y el padre la invitó a bajar juntos al sótano donde había mucho polvo y se guardaba carbón, pero que lo hiciera con un vestido blanco. Ante la propuesta de su padre, la joven replicó que si podía bajar, pero no con el traje blanco, pues se le iba a ensuciar.

“Ves hija mía, dijo el padre con voz amorosa, nada impide que puedas bajar al sótano con un traje blanco, pero si hay mucho que impida que puedas subir con el mismo color.

De la misma manera, nada impide que asistas a ese sitio que deseas ir; pero ten por cierto que no regresarás la misma, algo de lo que es tuyo se perderá allí”.

Sábado en la Mañana

Entre más envejezco, más disfruto de las mañanas de Sábado… Precisamente de un sábado… Tal vez es la quieta soledad que viene con ser el primero en levantarse, ó quizá el increíble gozo de no tener que ir al trabajo… de todas maneras, las primeras horas de un sábado son en extremo deleitosas.

Hace unas cuantas semanas, me dirigía hacia mi equipo de radioaficionado en el sótano de mi casa, con una humeante taza de café en una mano y el periódico en la otra. Lo que comenzó como una típica mañana de sábado, se convirtió en una de esas lecciones que la vida parece darnos de vez en cuando…

Déjenme contarles:

Sintonicé mi equipo de radio a la porción telefónica de mi banda, para entrar en una red de intercambio de sábado en la mañana. Después de un rato, me topé con un compañero que sonaba un tanto mayor. Él le estaba diciendo, a quien estuviese conversando con él, algo acerca de “unas mil canicas”. Quedé intrigado y me detuve para escuchar lo que tenía que decir:

“Bueno Tommy, de veras que parece que estás ocupado con tu trabajo. Estoy seguro de que te pagan bien, pero es una lástima que tengas que estar fuera de casa y lejos de tu familia tanto tiempo. Es difícil imaginar que un hombre joven tenga que trabajar sesenta horas a la semana para sobrevivir.

Continuó: “Déjame decirte algo, Tommy, algo que me ha ayudado a mantener una buena perspectiva sobre mis propias prioridades”… Y entonces fué cuando comenzó a explicar su teoría sobre unas “mil canicas”… Me senté un día e hice algo de aritmética. La persona promedio vive unos setenta y cinco años. Yo sé, algunos viven más y otros menos, pero en promedio, la gente vive unos setenta y cinco años”. Entonces, multipliqué 75 años por 52 semanas por año, y obtuve 3,900, que es el número de sábados que la persona promedio habrá de tener en toda su vida. Mantente conmigo, Tommy, que voy a la parte importante”… Me tomó hasta que casi tenía cincuenta y cinco años pensar todo esto en detalle”, continuó, ” y para ése entonces, con mis 55 años, ya había vivido más de dos mil ochocientos sábados!!! Me puse a pensar que si llegaba a los setenta y cinco años, sólo me quedarían unos mil sábados mas que disfrutar”… Así que fui a una tienda de juguetes y compré cada canica que tenían. Tuve que visitar tres tiendas para obtener 1,000 canicas. Las llevé a casa y las puse en una fuente de cristal transparente, junto a mi equipo de radioaficionado. Cada sábado a partir de entonces, he tomado una canica y la he tirado”.. “Descubrí que al observar cómo disminuían las canicas, me enfocaba más sobre las cosas verdaderamente importantes en la vida. No hay nada como ver cómo se te agota tu tiempo en la tierra, para ajustar y adaptar tus prioridades en esta vida”. Ahora déjame decirte una última cosa antes que nos desconectemos y lleve a mi bella esposa a desayunar. Esta mañana, saqué la última canica de la fuente de cristal… y entonces, me di cuenta de que si vivo hasta el próximo sábado, entonces me habrá sido dado un poquito más de tiempo, de vida… y si hay algo que todos podemos usar es un poco más de tiempo”. Me gustó conversar contigo, Tommy, espero que puedas estar más tiempo con tu familia y espero volver a encontrarnos aquí en la banda. Hasta pronto, se despide “el hombre de 75 años”. Cambio y fuera, ¡buen día!”…

Uno pudiera haber oído un alfiler caer en la banda cuando este amigo se desconectó. Creo que nos dió a todos, bastante sobre lo qué pensar. Yo había planeado trabajar en la antena aquella mañana, y luego iba a reunirme con unos cuantos radioaficionados para preparar la nueva circular del club… En vez de aquello, subí las escaleras y desperté a mi esposa con un beso. “Vamos, querida, te quiero llevar a ti y los muchachos a desayunar fuera”. “¿Qué pasa?” Preguntó sorprendida, “Oh, nada; es que no hemos pasado un sábado juntos con los muchachos en mucho tiempo. Por cierto, ¿pudiésemos parar en la tienda de juguetes mientras estamos fuera? Necesito comprar “algunas canicas”…

Nos acostumbramos a vivir en nuestra casa y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor. Y porque no tiene vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera. Y porque no miramos para afuera luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas. Y porque no abrimos del todo las cortinas luego nos acostumbramos a encender más temprano la luz. Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud. Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomar café corriendo porque estamos atrasados. A comer un sandwich porque no da tiempo para comer a gusto. A salir del trabajo porque ya es la tarde, A cenar rápido y dormir con el estómago pesado sin haber vivido el día. Nos acostumbramos a esperar el día entero y oír en el teléfono: “hoy no puedo ir”. A sonreír para las personas sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando precisábamos tanto ser vistos. Si el trabajo está duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y peor aún, hacemos pesado nuestro trabajo, y a los demás, viviendo en las críticas destructivas y en la siembra de la discordia hablando negatividad y todavía sin argumento alguno. Y si el fin de semana no hay mucho que hacer vamos a dormir temprano y quedamos satisfechos porque siempre tenemos sueño atrasado. Nos acostumbramos a ahorrar vida. Que, de poco a poquito, igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdimos de vivir. De disfrutar cada Sábado con intensidad…

La Plata Fina

Hace algún tiempo, algunas señoras se reunieron en cierta ciudad para estudiar la Biblia. Mientras que leían el tercer capítulo de Malaquías, encontraron una expresión notable en el tercer versículo:

” …y Él se sentará como un refinador y purificador de la plata (Mal. 3:3).”

Una de las señoras propuso visitar un platero y reportarles a las demás lo que el dijera sobre el tema.

Ella fue por consiguiente, y sin decir el objeto de su diligencia pidió al platero que le dijera sobre el proceso de refinar la plata.

Después de que él describió completamente el proceso, ella le preguntó:

“Pero señor, ¿usted se sienta mientras que está en el proceso de la refinación?”.

– “Oh, si, señora,” contestó el platero;

-“Debo sentarme con mi ojo fijado constantemente en el horno, porque si el tiempo necesario para la refinación se excede el grado más leve, la plata será dañada.”

La señora inmediatamente vio la belleza, y también el consuelo de la expresión…

– “Él se sentará como un refinador y purificador de la plata.”

Dios ve necesario poner a sus hijos en un horno…su ojo está constantemente atento en el trabajo de la purificación, y su sabiduría y amor obran juntos de la mejor manera para nosotros.

Nuestras pruebas no vienen al azar, y él no nos dejará ser probados mas allá de lo que podemos sobrellevar.

Antes de que ella se fuera, la señora hizo la pregunta final:

– “¿Cuándo sabe que el proceso está completo?”

– “Pues, eso es muy sencillo, ” contestó el platero.

– “Cuando puedo ver mi propia imagen en la plata, se acaba el proceso de refinación.”

Pastel de Dios

A veces nos preguntamos: ¿Qué hice para padecer esto?, o ¿por qué tenia que hacerme esto Dios?

Una hija le cuenta a su madre como todo esta mal: está reprobando álgebra, su novio la dejó y su mejor amiga se está cambiando de ciudad.

Mientras tanto, su mamá esta preparando un pastel y le pregunta a la hija que si quiere comer algo, y la hija dice, “Claro mamá, me encanta tu pastel”.

Ten, tómate este aceite, le ofrece su madre. “Guácala” dice la hija.

¿Qué tal un par de huevos crudos? ¡Qué asco, Mamá!

¿Entonces quieres algo de harina? ¿O qué tal bicarbonato?

Mamá, todo eso es asqueroso!

A lo cual la madre responde: “Sí, todas esas cosas parecen malas por sí solas. Pero cuando las unes de la manera adecuada, hacen un pastel maravillosamente delicioso! Así trabaja Dios”.

Para Encontrar a Dios

Cuentan que un hombre muy rico y orgulloso quería saber que debía hacer para poder encontrar a Dios. Preguntó a un hombre muy sabio que vivía en las afueras del pueblo y éste le llevó a la montaña, y no le dejó beber agua en dos días. Luego le llevó a una naciente en el suelo donde nacía el río que abastecía a todo el pueblo.

El sabio le dijo:

– “Sabes que debes beber agua para sobrevivir ¿Cómo tomarías de esta agua en este momento?”

El hombre se arrodillo y bajando su cabeza bebió del agua que brotaba del suelo. El hombre sabio le dijo:

– “Es exactamente lo que debes hacer para encontrar a Dios. Dejar a un lado tu orgullo, reconocer tu necesidad de agua, o sea Dios, arrodillarte e incluso humillarte hasta llegar al suelo. Era la única forma de beber el agua que te salvaría, así mismo para salvar tu alma debes humillarte, reconocer que sin Dios no tienes salvación y humillarte…tu recompensa…

será poder beber del agua que salvará tu vida.”

Mi bambú amado…

Había una vez, un maravilloso jardín, situado en el centro de un campo. El dueño acostumbraba pasear por él al sol del mediodía.

Un esbelto bambú era el más bello y estimado de todos los árboles de su jardín. Este bambú crecía y se hacía cada vez más hermoso. El sabía que su Señor lo amaba y que él era su alegría.

Un día, su dueño pensativo, se aproximó a su amado bambú y, con sentimiento de profunda veneración el bambú inclinó su imponente cabeza. El Señor le dijo: -“Querido bambú, Yo necesito de ti.”

El bambú respondió: -“Señor, estoy dispuesto; haz de mí lo que quieras. ”

El bambú estaba feliz. Parecía haber llegado la gran hora de su vida: su dueño necesitaba de él y él iría a servirle.

Con su voz grave, el Señor le dijo: -“Bambú, sólo podré usarte podándote.”

-“¿Podar? ¿Podarme a mí, Señor?…¡Por favor, no hagas eso! Deja mi bella figura. Tú vez cómo todos me admiran.”

-“Mi amado bambú,” -la voz del Señor se volvió más grave todavía.- “No importa que te admiren o no te admiren… si yo no te podara, no podría usarte.”

En el jardín, todo quedó en silencio… el viento contuvo la respiración.

Finalmente el bello bambú se inclinó y susurró: -“Señor, si no me puedes usar sin podar, entonces haz conmigo lo que quieras.”

-“Mi querido bambú, también debo cortar tus hojas…”

El sol se escondió detrás de las nubes… unas mariposas volaron asustadas…

El bambú temblando y a media voz dijo: -“Señor, córtalas…”

Dijo el Señor nuevamente: -“Todavía no es suficiente, mi querido bambú, debo además cortarte por el medio y sacarte el corazón. Si no hago esto, no podré usarte.”

-“Por favor Señor” -dijo el bambú- “yo no podré vivir más… ¿Cómo podré vivir sin corazón?”

-“Debo sacarte el corazón, de lo contrario no podré usarte.”

Hubo un profundo silencio… algunos sollozos y lágrimas cayeron. Después el bambú se inclinó hasta el suelo y dijo: -“Señor, poda, corta, parte, divide, saca mi corazón… tómame por entero.”

El Señor deshojó, el Señor arrancó, el Señor partió, el Señor sacó el corazón.

Después llevó al bambú y lo puso en medio de un árido campo y cerca de una fuente donde brotaba agua fresca. Ahí el Señor acostó cuidadosamente en el suelo a su querido bambú; ató una de las extremidades de su tallo a la fuente y la otra la orientó hacia el campo.

La fuente cantó dando la bienvenida al bambú. Las aguas cristalinas se precipitaron alegres a través del cuerpo despedazado del bambú… corrieron sobre los campos resecos que tanto habían suplicado por ellas. Ahí se sembró trigo, maíz, soya y se cultivó una huerta. Los días pasaron y los

sembradíos brotaron, crecieron y todo se volvió verde… y vino el tiempo de cosecha.

Así, el tan maravilloso bambú de antes, en su despojo, en su aniquilamiento y en su humildad, se transformó en una gran bendición para toda aquella región.

Cuando él era grande y bello, crecía solamente para sí y se alegraba con su propia imagen y belleza.

En su despojo, en su aniquilamiento, en su entrega, él se volvió un canal del cual el Señor se sirvió para hacer fecundas sus tierras. Y muchos, muchos hombres y mujeres encontraron la vida y vivieron de este tallo de bambú podado, cortado, arrancado y partido.

Las Tres Pipas

Una historia que nos invita a pensar serenamente antes que actuar impulsivamente.

Una vez un miembro de la tribu se presento furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!

El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.

El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.

Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que si le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.

Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.

Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.

Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.

El hombre medio molesto pero ya mucho más sereno se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca.

Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: “Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho”.

El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: “Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tu mismo”.

Lo que la Profesora Quería

Lisa Hunter, esposa y madre que reside en el sudeste norteamericano, estaba limpiando su cocina cuando encontró un papel en el suelo. Era la tarea de ciencia de su de 12 años. Los estudiantes debían confirmar que comprendían que la tierra provenía de una explosión primigenia. Ashley, su hija, la había completado a pesar de que la respuesta “correcta” contradijera sus creencias religiosas.

Lisa no objetaba la teoría del Big Bang per se. Lo que la preocupaba era que estaba siendo enseñada desde una perspectiva naturalista, que presuponía que la creación había sucedido sin un creador.

Así que Lisa se sentó con Ashley, y amablemente le preguntó:

-¿Realmente crees lo que escribiste? ¿Que el universo proviene del Big Bang sin intervención divina?

Ashley prorrumpió en lágrimas y sollozando dijo que “no”.

– “Pero esa era la respuesta que la profesora quería. No sabía que hacer”, agregó.

Lisa planteó el tema durante una conferencia de padres y profesores, pero la profesora de Ashley estaba a la defensiva, argumentando que Lisa estaba cuestionando su criterio, y anunció que no tenía intención de variar el programa”.

Cuando Lisa comenzó a discutir interpretaciones alternativas a la teoría del big bang, la profesora le cortó la conversación arguyendo que “no tenía permitido enseñar religión”.

Lisa se reunió inmediatamente con la directora del colegio, llevando consigo artículos escritos en el libro “¿Cómo debemos vivir ahora?.

Este material le había enseñado a Lisa la forma de argumentar racionalmente, desde un punto de vista científico en contra de la filosofía naturalista. Como dijo Lisa: “ese material me dio el coraje y la convicción para hacerlo caritativamente”.

La respuesta de la directora fue asombrosa. Reconoció que los argumentos de Lisa eran Válidos, y le pidió que los ayudara en el comité de confección de programas de la escuela. También estuvo de acuerdo que la profesora de ciencias le debía una disculpa a los niños, animándolos a éstos a realizar preguntas y objeciones acerca de la teoría del Big Bang.

Por ejemplo, los niños serían invitados a pensar sobre el origen de la materia inicial del Big Bang. La teoría del Big bang simplemente asume la preexistencia de una bola de materia densamente compacta del tamaño de una pelota de básquet, pero ¿de dónde provenía esa materia? O, la profesora podría preguntar ¿qué poder o fuerza causó la dispersión de esta bola de materia supercompacta?

El descubrimiento del Big Bang sigue siendo una de las evidencias más dramáticas de la enseñanza bíblica que el universo tuvo un comienzo en un punto determinado del tiempo. Y destruye la teoría de Carl Sagan y otros que sostienen que el cosmos es eterno. Ahora que los científicos descubren un diseño inteligente (en oposición al caos) en el universo, comenzamos a ver las manos de quien creó aquel comienzo etraordinario. Gracias a los esfuerzos de Lisa, Estados Unidos tiene al menos una escuela pública en la que los programas de ciencia no presuponen la inexistencia de Dios. Y su experiencia nos enseña dos cosas muy importantes:

· Enfrentar la ciencia y la religión no conduce a nada. En lugar de cargar contra la clase enarbolando nuestras biblias, es necesario enfrentar a la mala ciencia con ciencia de mejor nivel. Cuando argumentamos con este método ganamos, ya que la verdad está de nuestro lado.

· La Historia de Lisa nos enseña que si somos voluntariosos en la autoformación y queremos involucrarnos, podremos ganar la batalla cultural, niño por niño, escuela por escuela y ciudad por ciudad.

La Lección del Amor

En una ocasión fui a colaborar en un proyecto de la universidad que consistía en ayudar a mejorar una comunidad pobre. Cuando llegamos al lugar íbamos con el firme propósito de dejar ahí algunas cosas y de ayudarles a mejorar su mentalidad.

Fue curioso como todos los niños nos seguían con gran entusiasmo y hasta nos confundían con sacerdotes o misioneros. “misionero, cárgame”, “misionero, regálame tu reloj”, “misionero, dame tu playera” y un sinfín de peticiones; había un niño, quien se llamaba Robertito, que tenia una especial fijación para un grupo de nosotros y nos seguía para todos lados, para el segundo día nos tenía ya hartos de tantas peticiones que nos hacía. En la tarde dejamos a la gente para poder comer y asearnos un poco, y les dijimos que los veríamos a las 5 de la tarde. Robertito no tardo en llegar a las 5, sino que estuvo ahí a las 4:45 de la tarde mientras que estabamos comiendo el postre y un amigo mío estaba comiendo unas papas, y comenzó Robertito “misionero, dame papas”, “ándale misionero, dame tus papas”… repetía una y otra vez, hasta que mi amigo ya molesto se las dió.

Inmediatamente, Robertito las tomó y no se daba la vuelta para empezar a comer cuando los demás niños ya lo habían rodeado para pedirle papas. Personalmente creí que Robertito iba a salir corriendo y no le iba a dar a nadie.

¡Que equivocado estaba¡, empezó a dar las papas a todos, y había tanto desorden que le dijimos, “Robertito, fórmalos para que les des”, inmediatamente volteó y con una voz muy segura les dijo que sino se formaban no les iba a dar, mi segundo error fue pensar que no iba a dar todas las papas; el pequeño Robertito entrego todas las papas a los demás niños.

Todos nosotros nos quedamos pensando, por un rato, en lo que había pasado, obviamente no podíamos sentir otra cosa que admiración por ese pequeño de 6 años. Nos acababa de dar la mayor lección de nuestra vida, él, que no esta acostumbrado a tener, cuando por fin llega a poseer también tiene el enorme corazón para entregarlo todo. Desde ese momento nosotros éramos los que le seguíamos, y hasta cierto punto lo compensamos y le dimos más porque sabíamos que no lo pedía para él.

Por otro lado me di cuenta que si bien en muchos lados carecemos de liderazgo hay gente muy humilde que puede mover masas, así como Robertito que pudo manejar a un grupo de niños y organizarlos para que les tocara.

Por ello una de las personas que jamás olvidaré es a Robertito, el menor que me dió la mayor lección.

El Padre no Desiste

Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero.

Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos.

Su padre siempre le advertía que sus amigos solo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían.

Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyan un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito:

“PARA QUE NUNCA DESPRECIES LAS PALABRAS DE TU PADRE”.

Más tarde, llamó a su hijo, lo llevó al establo y le dijo:

Hijo mío, yo ya estoy viejo y cuando me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío… Y yo sé cual será tu futuro.

Vas a dejar la estancia en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos.

Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas mas nada, tus amigos se apartarán de ti. Sólo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Es para tí! Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella.

El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero, para no contradecir al padre, prometió, pensando que eso jamás podría suceder.

El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, pero, así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.

Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:

– Ah, padre mío… Si yo hubiese escuchado tus consejos… Pero ahora es demasiado tarde.

Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo, y entonces pensó:

– Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero, al menos esta vez, haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada más…

Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó:

– Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad…

Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta… Era el fin.

Pero el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente y el joven cayó al piso.

Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, safiros y diamantes, muchos diamantes…

La horca estaba llena de piedras preciosas y una nota también cayó en medio de ellas.

En ella estaba escrito:

ESTA ES TU NUEVA OPORTUNIDAD. ¡TE AMO MUCHO! CON AMOR, TU VIEJO PADRE.

Consejos para la Vida

Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía prácticamente de limosnas. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:

“Querida, yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos; voy a buscar un empleo y a trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida mas cómoda y digna. No sé cuánto tiempo voy a estar lejos; sólo te pido una cosa: que me esperes, y mientras estemos separados, seas fiel a mí, pues yo te seré fiel a ti”.

Así, siendo joven aún, caminó muchos días, hasta que encontró a un cierto hacendado que estaba necesitando de alguien que se hiciera cargo de una finca. El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pidió hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado también. El pacto fue el siguiente:

“Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando encuentre que debo irme, me libera de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. El día que salga, usted me dará el dinero que yo haya ganado”.Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajó durante 20 años, prácticamente sin vacaciones y sin descanso.

Después de veinte años se acercó a su patrón y le dijo: “Patrón, yo quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa”. El patrón le respondió: Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, sólo que antes quiero hacerte una propuesta, ¿está bien?

“Te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero, y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta”. El pensó durante dos días, buscó al patrón y le dijo: “QUIERO LOS TRES CONSEJOS” El patrón le recordó: “Si te doy los consejos, no te doy el dinero”. Y el empleado respondió: “Quiero los consejos”. El patrón entonces le aconsejó:

1. NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. Caminos más cortos, pero desconocidos, te pueden costar la vida.

2. NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL, pues la curiosidad por el mal puede ser fatal.

3. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, porque puedes arrepentirte demasiado tarde.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así:

– “AQUÍ TIENES TRES PANES, dos para comer durante en viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa”.

El hombre entonces tomó su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su esposa, a la que tanto amaba. Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludó y le preguntó: “¿Para dónde vas?” El le respondió: – “Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera”.

La persona le dijo entonces: “Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegarás en pocos días”. El joven, muy contento, comenzó a caminar por el atajo; pero se acordó del primer consejo, y entonces volvió a seguir por el camino normal.

Días después supo que el atajo llevaba a una emboscada.

Después de otros días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera, donde poder hospedarse. Pagó la tarifa por día y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levantó asustado con un grito aterrador, como de una película de miedo. Se levantó de un salto y se dirigió hasta la puerta para averiguar qué había detrás de ese grito singular y sepulcral, que le hacía recordar historias de su infancia. Mas cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. Entonces regresó y se acostó a dormir.

Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si no había escuchado el grito, y él le contesto que sí lo había escuchado. El dueño de la posada le preguntó: “¿Y no sintió curiosidad?” El le contesto que no mucha. Y el dueño le respondió: “Ud. es de los pocos huéspedes que han salido vivos de aquí, pues mi único hijo a veces tiene crisis de locura, y su técnica son los gritos estridentes; cuando el huésped sale, lo mata y lo entierra en el lote aledaño”.

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, caminó un poco más, y vió entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola. Anduvo un poco más y vio que ella tenía sobre sus piernas a un hombre, al que le estaba acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiró profundo, apresuró sus pasos, pero… recordó el tercer consejo.

Entonces se paró y reflexionó, decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión. Al amanecer, ya con la cabeza fría, se dijo: – “NO VOY A MATAR A MI ESPOSA. Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta. Sólo que antes, quiero encarar a mi esposa y mostrarle que siempre fui fiel a ella!”. Se dirigió a la puerta de la casa y tocó.

La esposa le abre la puerta y lo reconoce, se cuelga de su cuello y lo abraza afectuosamente. El trató de quitársela, pero no lo consiguió. Entonces con lágrimas en los ojos le dijo: – “Yo te fui fiel y tú me traicionaste…” Ella espantada le responde: – “¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años”. El entonces le pregunto: – “¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?” Y ella le contesto: “AQUEL HOMBRE ES NUESTRO HIJO. Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Hoy nuestro niño tiene veinte años de edad”.

Entonces el marido entró, conoció, abrazó a su hijo y les contó toda su historia, mientras su esposa preparaba la gran cena. Se sentaron a comer el último pan juntos. Después de la oración de agradecimiento, con lágrimas de emoción, partió el pan, y al abrirlo, se encontró todo su dinero: el pago de sus veinte años de dedicación.

Muchas veces creemos que los atajos “queman etapas” y nos ayudan a llegar mas rápido, lo que no siempre es verdad…

Muchas veces somos curiosos, queremos saber de cosas que ni nos dan respeto y no nos traen nada de bueno…

Otras veces reaccionamos movidos por el impulso, en momentos de rabia, y después fatal y tardíamente nos arrepentimos…

Espero que tú, así como yo, no te olvides de estos consejos, y sobre todo: no te olvides también de confiar, con la debida medida, aunque tengas muchos motivos para desconfiar.

La Humildad Y La Cordura

Creo que una de las predicaciones que más han tocado mi vida la recibí en el Foyer de Charité de Zipaquirá. Yo no estaba haciendo retiro sino que pasaba por el lugar, un lugar que amo mucho, y era tiempo de la Misa, de modo que ese fue el recurso que usó mi Dios para permitirme escuchar algo que ahora les comparto.

En realidad se puede decir con muy pocas palabras: la soberbia es locura; la humildad es cordura.

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