LA GRACIA del Viernes 1 de Junio de 2018

MEMORIA DE SAN JUSTINO, MÁRTIR

Pidamos la intercesión de San Justino para que seamos mejores discípulos de Jesucristo, respondiendo a la persecución actual con mansedumbre, modestia y pureza de intención.

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El Papa Francisco y la lucha pro-vida

Una pregunta me agobia, fray Nelson, ¿de verdad el Papa Francisco es pro-vida? En más de una ocasión, uno esperaría verlo presente, alzando la voz, y su presencia es demasiado discreta o se echa de menos. ¿Qué puede decirnos al respecto? Gracias. –I.J.

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Por supuesto, no puedo hablar a nombre del Papa. Sin embargo, pienso que como cabeza visible de nuestra Iglesia, y persona por la que millones oramos todos los días, se merece que busquemos la interpretación más plausible y sin forzar los hechos, benévola.

Hay que observar que el Papa Francisco ha buscado, siempre que es posible, un camino de encuentro, diálogo y énfasis en puntos comunes, en contraste con una actitud de pura confrontación, que, según creo que es su opinión, lleva a menudo sólo a que se endurezcan en sus posturas aquellos a los que quisiéramos atraer hacia nuestras convicciones. Si esta apreciación mía es correcta, ello explicaría muchas de su “ausencias.”

Otro hecho que parece demostrado es que el Papa parece preferir un método que podríamos llamar de “negociación” es decir, que el interlocutor se sienta acogido y comprendido en sus reclamos y preferencias para que también esté dispuesto a escuchar las nuestras. Es un modo de obrar que entraña riesgos, como cualquier otro modo de obrar, pero que puede rendir frutos positivos. Lo que él considera es que a través de un discernimiento hay que buscar lo que puede ser mejor a largo plazo, sin obsesionarnos por los logros inmediatos, y sin mucho menos caer en triunfalismos infantiles.

Dicho todo eso, nadie puede dudar de la postura del Papa en cuanto a la dignidad de la vida humana. Sólo mencionaré una de muchas intervenciones suyas, esta vez, ante un grupo de médicos (noticia publica por Actuall el 28 de mayo de 2018):

“Que sea vuestro compromiso en los respectivos países y a nivel internacional, cuidar este aspecto, interviniendo en ambientes especializados, pero también en las discusiones que se refieren a las legislaciones sobre temas éticos sensibles, como por ejemplo la interrupción del embarazo, el final de la vida y la medicina genética“, ha subrayado el Pontífice.”

LA GRACIA del Lunes 14 de Mayo de 2018

FIESTA DE SAN MATÍAS, APÓSTOL

Amemos a nuestra Iglesia y tengamos la certeza de que ni siquiera las fallas humanas pueden impedir la grandeza y belleza del plan de Dios.

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Recordando a la Madre Angélica, su vida y su obra

“La Madre siempre ha personificado y personificará EWTN, el canal que Dios le pidió fundar”, dijo el presidente y consejero delegado de EWTN, Michael Warsaw. “Sus logros y legados en la evangelización alrededor del mundo son poco menos que milagrosos y pueden solamente ser atribuidos a la Divina Providencia y su fidelidad inquebrantable a Nuestro Señor”.

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Recuento de un tormentoso Concilio Arquidiocesano en tiempos de Mogrovejo

Tres ayudas para un Concilio

El magno Concilio de Trento se celebra en los años 1545-1563, dando un fortísimo impulso de renovación a la Iglesia. «Publicado en España en 1564 y recibido como ley del reino [1565], Felipe II concibió el generoso proyecto de secundarle inmediatamente con la celebración simultánea de Concilios provinciales en todas las metropolitanas de España y de sus reinos de Europa y de ultramar a lo largo del año 1565» (Rgz. Valencia I,193). En efecto, en 1565 se celebraron Concilios en Compostela, Toledo, Tarragona, Zaragoza, Granada, Valencia, Milán, Nápoles, Sicilia y México. Y en 1567, el Concilio II de Lima.

Continuando, pues, este mismo impulso de renovación eclesial, y en virtud del regio Patronato, en 1580 Felipe II encarga al recién elegido arzobispo de Lima con todo apremio, por real cédula, que reuna un Concilio provincial, y que exija asistencia a todos los obispos sufragáneos, «advirtiéndoles que en esto ninguna excusa es suficiente ni se les ha de admitir, pues es justo posponer el regalo y contentamiento particular al servicio de Dios, para cuya honra y gloria esto se procura». Sabía el rey las enormes dificultades que llevaba consigo la reunión de un Concilio al que habían de asistir obispos, a veces ancianos, desde miles de kilómetros de distancia. De ahí que su mandato, dado con la autoridad del Patronato Real, sea tan enérgico, reforzando así al arzobispo metropolitano en su llamada convocadora.

Por lo demás, la convocación del Concilio no era tarea fácil para Santo Toribio, recién llegado al sacerdocio, al episcopado y a América, y todavía joven entre tantos obispos maduros o ancianos. De todos modos, junto a la autoridad del rey, tuvo no pocas ayudas, de las que destacaremos aquí algunas.

Mucho ayudó siempre al santo arzobispo su primo segundo y cuñado Francisco de Quiñones, casado con Grimanesa. Como administrador general y limosnero, fue quizá una de las personas que mejor se entendieron con el Santo, y su mejor colaborador en todo el tiempo de su ministerio. Como perfecto caballero cristiano, fue el mejor cómplice de las desmesuradas limosnas del arzobispo, y fue para él también una gran ayuda en los muchos asuntos prácticos anejos a la celebración de aquel difícil Concilio. También fue hombre de confianza de los sucesivos Virreyes -exceptuando al de Cañete-, y ocupó cargos de mucha importancia: maese de campo, comandante de la flota del sur, corregidor de Lima, gobernador y capitán general de Chile en 1600, durante la segunda rebelión auraucana.

En segundo lugar, el virrey don Francisco de Toledo. Este hombre de gran valía, Caballero de Alcántara y observador en la Junta de 1568, en la que Felipe II reorganiza políticamente las Indias y la actuación del Patronato regio, llega al Perú cuando ya la autoridad de la Corona se había afirmado sobre levantamientos y banderías. Cuatro años de visita le dieron un cabal conocimiento del virreinato, y él fue sin duda quien dió al Perú y sur de América su organización política, social y económica. Pero también su gobierno tuvo gran influjo en lo religioso, pues promovió con gran celo la reducción de los indios a poblados, y por tanto la erección de doctrinas; e impulsó desde el Patronato real, de acuerdo con el arzobispo Loaysa, la celebración de asambleas eclesiásticas. El virrey Toledo hizo finalmente cuanto pudo para facilitar la celebración del Concilio III de Lima, y para ello esperó «con muchos apuntamientos» al nuevo arzobispo. Pero hubo de partir de Lima días antes de la llegada de Santo Toribio. El virrey don Martín Enríquez, designado para el Perú al mismo tiempo que Mogrovejo, mostró también un gran celo misional, y con su gobierno conciliador calmó los ánimos de aquellos que se habían sentido turbados por la impetuosidad de Toledo.

Por último, es preciso destacar a quien fue sin duda el brazo derecho de Santo Toribio en los altos asuntos de la gobernación pastoral de la Iglesia, el jesuíta padre José de Acosta (1540-1600), castellano de Medina del Campo, hombre polifacético, teólogo y canonista, naturalista y poeta, activo y en ocasiones -al decir del General jesuita Acquaviva- afectado de «humor de melancolía». Autor de la Historia natural y moral de las Indias, compuso también una obra admirable, De procuranda indorum salute, en la que, llevando a síntesis madura los estudios de autores precedentes, daba respuesta segura a muchas cuestiones teológicas, jurídicas y misionales. Escrito entre 1575 y 1576, este libro, como dice el padre Francisco Mateos, «fue considerado desde su aparición como un importante Manual de Misionología, el primero de los tiempos modernos» (BAE 73, XXXVII). En el padre Acosta encontró el santo arzobispo un colaborador inteligente, y un negociador hábil y amable. Falta le hizo, tanto en Lima como en Madrid y en Roma.

Paciencia de santo en un conciliábulo

A la convocatoria del arzobispo, enviada por duplicado o por triplicado, fueron llegando por fin a Lima los obispos, ocho en total. Dominicos el de Quito, Paraguay y Tucumán. Franciscanos los dos chilenos, de Santiago y La Imperial, y seculares el arzobispo y los obispos de Cuzco y Charcas. Con los obispos se reunieron, además del Virrey, unos cincuenta teólogos, juristas, consultores, secretarios, oficiales y los prelados de las Ordenes religiosas. El padre José de Acosta era el principal de aquel equipo amplio de hombres expertos y prudentes.

Los obispos que llegaron tuvieron como primera sorpresa saber que el arzobispo no estaba en Lima, andaba misionando, y llegó sólo quince días antes de la apertura. Aún tuvieron otra sorpresa en este su primer encuentro con el arzobispo Mogrovejo. En la catedral de Lima, con el mayor esplendor, se reunió todo lo más distinguido de la ciudad para la consagración del obispo del Paraguay, fray Alonso Guerra.

En las apreturas de la muchedumbre, una niña murió al parecer asfixiada. Ante los gritos angustiados de la madre, el arzobispo bajó del presbiterio, tomó a la niña en brazos, la llevó hacia el retablo, ante una imagen de la Virgen, y la elevó ante ella, quedándose a la espera de la misericordia de Dios. La niña volvió a la vida, y el Te Deum consiguiente resonó en la catedral como un clamor de agradecimiento, potenciado por el fragor del órgano (+Sánchez Prieto 180).

Aquel comienzo feliz era sólo el prólogo de la gran tormenta que se avecinaba sobre el Concilio apenas iniciado. Los obispos de Tucumán y de Charcas, que llegaron tarde, fueron la pesadilla en los inicios del Concilio. De ellos decía el arzobispo al rey: «De cuya ausencia entiendo yo fuera más servido Dios que de su presencia»… El obispo del Cuzco, por cuestiones de dinero, venía lastrado por un pleito muy grave, que el Concilio hubo de afrontar antes de entrar en materias propiamente conciliares. El obispo de Tucumán, también complicado en negocios y «granjerías», atizó en el Concilio el fuego de las primeras disputas. Y todo se complicó entonces de modo indecible y al margen de los temas propiamente conciliares, de tal forma que el señor arzobispo se quedó prácticamente solo, únicamente apoyado por el obispo franciscano de La Imperial. Otra desgracia: murió el virrey Enríquez en marzo de 1983.

Tan mal estaba la situación que Santo Toribio, en carta de abril al rey, le decía: «Recibieron tanto detrimento los negocios del concilio, que, a ser en mi mano, el día de su muerte lo disolviera». La situación se fue deteriorando más y más: hubo sustracción violenta del archivo del Concilio, destrucción de papeles y documentos comprometedores, alegaciones a la Audiencia Real, reunión aparte, en conciliábulo desafiante, de los obispos de Tucumán, Cuzco, Paraguay, Santiago y Charcas, excomunión de los prelados rebeldes… Un horror.

El santo arzobispo le escribe al rey: «Fueron los negocios adelante de tanta exorbitancia, que no bastaba paciencia humana que lo sufriese… Y así muchas veces le pedí a Nuestro Señor me diese la que bastase para poderlo sufrir, no dándoles ocasión para ello la menor del mundo… Porque un día me trataban de descomulgado, y otro me negaban la preeminencia… diciendo que no era cabeza del Concilio, y que allí dentro no tenía más que cualquiera de ellos… Otras veces que estaba en pecado mortal… Porque les iba a la mano en sus negocios y se los contradecía» (27-4-1584)… De la prudencia sobrenatural de Santo Toribio, de su humilde paciencia y caridad, quedan en esta ocasión testimonios verdaderamente impresionantes.

El secretario del Concilio, Bartolomé de Menacho: «Hubo muchas controversias y pesadumbres… Por la rectitud del señor arzobispo y freno que ponía en muchas cosas, se le desacataban con muchas libertades, de que jamás le vio este testigo descomponer ni oír palabra con que injuriase ni lastimase a ninguno… Ni después en casa, tratando sobre estas materias, le oyó ninguna palabra que pudiese notarse, cosa que le causaba a este testigo admiración… Mostró la gran paciencia y santidad que siempre tuvo con grandísimo ejemplo en sus obras y palabras, tan santas y tan ajustadas». El prior agustino: en el Concilio «dio muestras de mucha virtud y cristiandad, proponiendo cosas muy importantes y de mucha reformación para el estado eclesiástico, padeciendo de los obispos muchos agravios y demasías, todo con celo de que el Concilio se acabase y se definiesen». El comisario franciscano: «Es persona, por sus muchas virtudes, capaz de todo… Y al fin no pudo nada bastar para desquiciarle de la razón y justicia». Siete capitulares limenses escriben asombrados al rey, por propia iniciativa: el señor arzobispo Mogrovejo «es tal persona cual convenía para remediar la necesidad que esta santa Iglesia tenía», y es de creer que su elección «fue hecha por divina inspiración» (28-4-1584) (+Rgz. Valencia I,233).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

La nueva exhortación apostólica del Papa nos ayuda a apreciar a los santos que tenemos a nuestro lado

“Monseñor Aspiroz Costa indicó que “el título de la exhortación, “Alegrensé y regocíjense”, nos viene muy bien a todos. Este texto nos ayuda a poder apreciar a los santos que tenemos a nuestro lado. Se trata de no poner tanto la mirada en los santos que veneramos que, a veces, nos parecen tan lejanos. El llamado universal a la santidad significa que cada bautizado está llamado por Dios a ser santo”…”

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Mensaje del Papa Francisco para la Pascua

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!

Jesús ha resucitado de entre los muertos.

Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.

Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor.

Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.

Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.

Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.

Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.

Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades

directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.

Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.

Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria

Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo».

Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.

Queridos hermanos y hermanas:

También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).

¡Feliz Pascua a todos!

La falacia de equívoco que usó Stephen Hawking para negar a Dios como creador

¿Demostró Hawking, sí o no, que el universo podría venir de la nada, sin necesidad de un Creador?

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De ninguna manera. Hawking usó la palabra nada de una manera equívoca, o incluso tendenciosa. Lo que nosotros llamamos “nada” usualmente significa ausencia de materia. Pero puede darse ausencia de materia y condiciones suficientes en los campos cuánticos asociados con las diversas subpartículas, de modo que de esa “nada” material surgen partículas y antipartículas.

De hecho, esa es la base de uno de los descubrimientos más asombrosos de Hawking: la radiación de los Agujeros Negros, de los cuales, como es sabido, no puede escapar nada, ni siquiera la luz.

La demostración experimental de que esa radiación sí existe, y la confirmación de la creación espontánea de dúos de partícula-antipartícula significa, a ojos de los científicos, que de la nada material puede surgir la materia. Esa es la postura de Hawking y la mayor parte de los científicos parecen conformes con ella.

Por supuesto, hay dos errores básicos en esa manera de presentar las cosas.

(1) La “nada” de ellos significa nada en cuanto a toda particular material pero los campos cuánticos asociados siguen estando allí. Esos campos NO son materia, no podrían ser contados como materia y no tienen masa alguna pero existen y están ahí. Sobre esto hay una explicación interesante de Dante Urbina que puede verse aquí.

(2) Las LEYES que determinan completamente lo que puede o no suceder en cada uno de esos campos pre-existen a cualquier “creación espontánea” de partículas, de modo que la existencia de ess leyes requiere de una justificación racional pues de otro modo estaríamos afirmando que las cosas son así simplemente porque así son.

Es en estos dos flancos donde Hawking es gravemente incompleto y débil en cuanto pensador y divulgador de ciencia. Sus palabras sobre Dios resultan entonces seriamente irresponsables y capaces de guiar al error a muchos.

Cuando Santo Toribio fue elegido Arzobispo de Lima

El primer arzobispo de Lima, don Jerónimo de Loaysa, murió en 1575. Y por aquellos años, tanto el rey como el Consejo de Indias recibían continuas solicitudes de virreyes y gobernadores, para que mandaran a las Indias obispos jóvenes, abnegados y fuertes, pues tanto el empeño misionero como el gobierno eclesiástico de aquellas regiones, apenas organizadas, requerían hombres de mucho temple y energía.

En marzo de 1578, siendo don Diego de Zúñiga consejero en el Consejo de Indias, don Toribio de Mogrevejo es designado para arzobispo de Lima. En ocasión solemne, Felipe II afirma: «la elección que yo hice de su persona»… En aquel momento Mogrovejo es sólo clérigo de primera tonsura, y tiene 39 años. Se explica, pues, que necesitara tres meses para decidirse, en agosto, a aceptar el nombramiento. Recibe entonces en Granada las órdenes menores y el subdiaconado, y allí mismo, donde continúa dos años como Inquisidor, recibe el subdiaconado, el diaconado y el sacerdocio presbiteral.

Prepara en esos años su viaje a América, donde le van a acompañar veintidós personas, entre ellas su hermana Grimanesa, con su marido don Francisco de Quiñones. Se despide en Mayorga de su madre doña Ana, visita en Madrid el Consejo de Indias, es ordenado obispo en Sevilla, donde está la llave que abre las puertas de las Indias. Por fin, en setiembre de 1580, desde Sanlúcar de Barrameda, parte con los suyos en la flota que va al Perú.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

No solo elogiar sino imitar a los santos: Papa Francisco

“En la misa que celebró junto a la basílica por el centenario de la visibilización de los estigmas de San Pío de Pietrelcina y el cincuentenario de su muerte, Francisco invitó también a imitar a los santos, más que alabarlos: “San Pío combatió el mal durante toda su vida y lo combatió sabiamente, como el Señor: con la humildad, con la obediencia, con la cruz, ofreciendo el dolor por amor. Y todos le admiran, pero pocos hacen lo mismo. Muchos hablan bien, pero ¿cuántos imitan? Muchos están dispuestos a dar un like en la página de los grandes santos, pero ¿quién hace como ellos? Porque la vida cristiana no es un me gusta, es un me entrego. La vida perfuma cuando se ofrece como don, pero se hace insímpida cuando se vive para uno mismo”…”

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