Los jesuitas en la ciudad de La Asunción

Los jesuitas en la Asunción

En 1586, procedentes del Brasil, llegan a Salta seis jesuitas -los padres Nóbrega, Nunes, Saloni, Ortega y Filds, y el hermano Jácome-, llamados por el primer obispo de Tucumán, el dominico portugués Francisco de Vitoria, aquel que tanto revolvió en el III Concilio de Lima, como ya vimos (345-347). Ortega, Saloni y Filds se quedan en la Asunción, y los otros dos padres parten hacia los indios de Guayrá, donde en un año bautizaron unos 6.500 indios.

Los jesuitas desarrollaron en la Asunción una gran labor religiosa, donde abrieron un colegio en 1585, y edificaron una hermosa iglesia diez años más tarde; pero pronto, sin embargo, tuvieron graves dificultades con españoles y criollos. El Padre Romero, nuevo superior (1593), renuncia a un terreno porque sólo podría mantenerse con el «servicio personal» de los indios, que él no quiere tener para no dar mal ejemplo.

En 1604 una predicación durísima del padre Lorenzana amenaza con la cólera divina a los pobladores de la Asunción que no dejen libres a unos indios capturados en una razzia. Con éstas y otras cosas, el apoyo de la ciudad a los jesuitas disminuye notoriamente y surgen hostilidades y calumnias. No obstante estas dificultades, el padre general Aqua-viva erige en 1607 la provincia jesuítica del Paraguay con 8 Padres, que siete años después serán ya 113.

Por otra parte, Ramírez de Velasco, gobernador de Tucumán, escribe por estos años al Rey pidiéndole que acabe con los innumerables abusos a que da lugar la encomienda. Felipe III ordena en 1601 la supresión del servicio personal de los indios en todas sus posesiones, y mediante nuevas cédulas reales, de 1606 y 1609, sigue exigiendo el desarrollo del sistema reduccional en las misiones, que ya había sido probado con éxito por fray Luis de Bolaños y sus hermanos franciscanos. Finalmente, el visitador real de la región, don Francisco de Alfaro, sugiere al padre Torres, primer provincial de los jesuitas, que vincule directamente a la Corona las comunidades misionales que se van formando, como así se hizo.

En estas acciones combinadas de funcionarios reales y de religiosos misioneros comprobamos una vez más que la obra misional de España en las Indias nació de una acción conjunta, protagonizada por los misioneros y apoyada por las autoridades civiles de la Corona, atentos con frecuencia a las responsabilidades religiosas implicadas en el Patronato Real.

Recordemos al paso que, junto a Ascensión, hacia 1600 un cristiano guaraní, llamado José, viéndose perseguido por un grupo de indios mbyaes, se escondió detrás de un árbol, y prometió a Dios hacer con aquel tronco una imagen de la Virgen si salvaba la vida. Sus enemigos pasaron de largo, y el indio José talló la imagen preciosa que hoy se venera en el grandioso Santuario de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Exhibición de la bandera gay en España sería inconstitucional

“La sentencia Nº 564/2020 de la Sección Cuarta de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo establece que “no resulta compatible con el marco constitucional y legal vigente, y, en particular, con el deber de objetividad y neutralidad de las Administraciones Públicas, la utilización –incluso ocasional– de banderas no oficiales en el exterior de los edificios y espacios públicos, aun cuando las mismas no sustituyan, sino que concurran, con la bandera de España y las demás banderas legal o estatutariamente instituidas”…”

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Fray Luis de Bolaños, fundador de las Reducciones Misionales en el Paraguay

Fray Luis de Bolaños (1539-1629)

El historiador jesuita Antonio de Egaña afirma que «en el continente hispanosudamericano ha de considerarse como fundador del método reduccional al franciscano Luis de Bolaños (Historia 190). De él nos da cumplida referencia Raúl A. Molina en su estudio sobre La obra franciscana en el Paraguay y Río de la Plata (329-400; 485-522).

Sin ser aún sacerdote, llegó Bolaños en 1575 a las misiones del Paraguay con los padres Villalba, San Buenaventura, de la Torre, y Vivaldo, y con el hermano Andrés. Partiendo de Asunción, hacia el norte, lograron en 1580 fundar Los Altos, una misión que reunía unos 300 indios. A veces no fundaban, sino que cristianizaban un poblado indio ya existente. Con Los Altos, las primeras reducciones fueron San Francisco de Atirá, San Pedro de Ipané, San Blas de Itá, San Buenaventura de Yaguarón.

El padre Bolaños, ya sacerdote, en 1597, tras un tiempo de ministerios en Ascensión, vuelve a misionar en la zona del Paraná. Nace entonces la reducción de San José de Cazaapá, con más de 600 familias, la de San Francisco Yutí, con otros 600 indios, la de Santiago del Baradero. En fin, fueron catorce las reducciones que se formaron entre 1580 y 1615, y otros diez pueblos fueron cristianizados. Muchos de estos núcleos de población hoy subsisten (Molina 485-486).

«Esta red de fundaciones, las primeras -hace notar el padre Egaña-, acusan ya la mente de su creador: circundar la capital de reductos cristianos fácilmente evangelizables desde el centro y evitar simultáneamente el incluirlos en la ciudad española, donde perderían su autonomía. Ideas-base para todo el ulterior desenvolvimiento de la obra. Es, pues, mérito del benemérito franciscano haber establecido ya el máximo axioma que presidiría toda la obra, y fuente capital del éxito» (190).

El gran misionero fray Luis de Bolaños, nacido en 1539, a los 79 años, agotado y casi ciego, se retiró a Buenos Aires, en donde murió en 1629. A él y a sus colaboradores se debió la composición de un catecismo, una gramática y un diccionario en guaraní, lengua que hoy felizmente sigue viva, en buena parte gracias a ellos. La presencia misionera franciscana en el Paraguay siguió siendo importante en los años siguientes: en 1680 había 150 religiosos en 11 conventos, y en 1700, 153 en 19.

También los dominicos desempeñaron una importante labor misionera en esta zona, como puede verse en la obra de Alfonso Esponera Cerdán, Los dominicos y la evangelización del Uruguay (San Esteban, Salamanca 1992). Especialmente importante fue la reducción de Santo Domingo Soriano, que hacia 1661 iniciaron junto al río Uruguay, y que por esas fechas reunía quizá más población que Buenos Aires, ciudad que le quedaba cerca.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Cómo se consolidaron las Reducciones Misioneras en Suramérica

Nuevo impulso a las reducciones

Como ya sabemos, el impulso de civilización y evangelización llega a la zona del Río de la Plata más tarde que a otras regiones de América. Y así en la segunda mitad del siglo XVI, cuando en el conjunto de la América hispana las encomiendas van a menos, en el Río de la Plata van a más. A partir sobre todo de 1555, con el gobernador Martínez de Irala, se desarrolla en la zona el régimen de la encomienda, de modo que a principios del XVII casi todas las 1.200 familias españolas de pobladores son encomenderas.

Esta situación no era ciertamente la más favorable para la evangelización, pues aunque algunos encomenderos cumplían con su responsabilidad, moral y legal, de procurar el adoctrinamiento de los indios, otros descuidaban este deber.

Por otra parte, todavía a fines del XVI, tanto en Río de la Plata como en otras zonas periféricas entonces integradas en el virreinato del Perú, muchos indios vivían dispersos, haciendo prácticamente imposible entre ellos toda tarea de civilización y evangelización. En esas circunstancias el empeño por la reducción de los indios recibió un impulso decisivo tanto de don Francisco de Toledo, virrey del Perú desde 1569, como de Santo Toribio de Mogrovejo, que asumió el arzobispado de Lima en 1581.

Se lee en una Crónica Anónima de 1609: «Viendo el virrey don Francisco de Toledo la universal perdición de todo el reino por vivir los indios sin pueblos formados, de suerte que en el doctrinarlos se les faltaba nueve partes de las diez necesarias, puso grande eficacia en reducirlos todos a pueblos ordenados, de manera que de quince o veinte de aquellas parcialidades o pueblezuelos se hizo uno, lo cual, aunque tuvo grandes dificultades y repugnancia de los indios, con todo eso salió el virrey con ello, que fue la obra más heroica y de mayor servicio de Dios que se ha hecho en aquellos indios» (+MH 12,1955, 1111).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Líder provida en Estados Unidos denuncia sesgo abortista de redes sociales

“@Facebook usó abortistas para verificar los datos (fact-check) y eliminar a Live Action y el alcance de mi página. @Pinterest nos ha censurado por ‘efectos negativos en la seguridad pública’, @Twitter nos ha prohibido publicar avisos a menos que eliminemos de nuestro sitio todos los ultrasonidos (ecografías) y @Youtube ha sacado nuestros videos encubiertos”, escribió Rose el 28 de mayo en su cuenta de Twitter.

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Así empezaba una “reducción” misionera

Realización de las entradas

Una vez obtenidos los permisos de las autoridades civiles y las licencias eclesiásticas, los misioneros, después de encomendarse a Dios y a todos los santos -a veces en un prolongado retiro espiritual, como hicieron los dominicos antes de entrar en la tierra de guerra de Tuzulutlán (+Mendiguren 503)-, entraban entre los pueblos indios aún no integrados en el dominio de la Corona. Acostumbraban llevar consigo un buen cargamento de alfileres, cintas y abalorios, agujas y bolitas de cristal, cuchillos y hachas, cascabeles, espejos, anzuelos y otros objetos que para los indios pudieran ser tan útiles como fascinantes.

No solían llevar en cambio los misioneros mucha comida, pues, como decía uno de ellos, «a los cuatro días se la han comido los indios que la cargan, para aliviar la carga y por su natural voracidad» (+Borges 130). A veces los misioneros iban solos, pero siempre que podían lo hacían acompañados, o incluso precedidos, de indios ya conversos. Y una vez establecido el contacto con los indios paganos, se intentaba persuadirles de las ventajas materiales y espirituales que hallarían en vivir reunidos en un poblado bajo la guía de los misioneros.

Las reacciones de los indios eran muy variadas. En un primer momento solían acercarse llenos de curiosidad, pero pronto, aunque no hubiera escolta, sentían temor ante lo nuevo, y desaparecían. Si se esperaba con paciencia, era normal verles regresar al tiempo, ganados por la atracción de la curiosidad. Poco a poco se iban familiarizando con los visitantes, y se entablaba el diálogo, con todas las dificultades del caso. La música fue en no pocos casos un argumento decisivo, como en la Verapaz o entre los guaraníes. Y cualquier incidente podía espantarlos definitivamente o suscitar un ataque que hiciera correr la sangre…

Persuadir a los indios a congregarse en reducciones era asunto sumamente delicado y complejo. Y mantenerlos luego reunidos, como hace notar Alberto Armani, también era muy difícil:

«Las reducciones, lejos de ser idílicos paraísos terrestres poblados por el buen salvaje que soñara J. J. Rousseau, fueron verdaderos puestos de frontera, particularmente en sus primeros tiempos, donde todo podía ocurrir. La vida cotidiana registraba casos de canibalismo, asesinatos, riñas y embriaguez agresiva. Sólo con mucho tacto, paciencia y distintas estratagemas, pudieron los misioneros hacerse respetar. Con frecuencia, por motivos fútiles o por reprimendas de los religiosos, clanes enteros se rebelaban y retomaban el camino de la selva. La hostilidad de los hechiceros y ancianos atacados en sus antiguas tradiciones, podía poner en peligro la vida de los misioneros» (140-141), lo que dio lugar a muchos mártires.

Maxime Haubert describe en su obra muchas situaciones de éstas, unas veces cómicas, otras dramáticas. En general, los misioneros se veían obligados a tolerar mucho a los indios mayores, y concentraban sus esfuerzos, con gran éxito, en la educación de niños y jóvenes.

Para niños y jóvenes las reducciones sólo presentaban ventajas y atractivos, pero los mayores hallaban en ellas ventajas e inconvenientes.

«De entre las ventajas expuestas por los misioneros mismos tenemos abundantes testimonios de que en la reducción de las diversas tribus de guaraníes influyeron hechos como el de huir del hambre, la comprobación del progreso que en las reducciones hacían los hijos de los ya concentrados, los donativos de los reductores, la observación de cómo los ya reducidos disponían de aperos de labranza, y el miedo a las tribus vecinas, e incluso a los mamelucos o paulistas brasileños».

«Frente a estas ventajas se presentaban una serie de inconvenientes, como el cambio de terreno, la pérdida de la libertad gozada hasta entonces, el abandono de lugares que eran familiares, la perspectiva de tener que convivir con otras tribus que les resultaban extrañas, el sometimiento a una vida a la que no estaban acostumbrados, el temor a la sujeción política y tributaria, y el recelo de los caciques y hechiceros a perder sus privilegios, infundado en el caso de los primeros, pero plenamente justificado en el de los segundos» (Borges 134).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

¿Sabes por qué aquellas misiones de los jesuitas se llamaban “reducciones”?

La reducción de indios a pueblos

Los españoles comprendieron desde el principio en América que si los indios seguían dispersos en bosques, sabanas y montañas, no había modo de civilizarlos ni de evangelizarlos, y que la tarea de reducirlos a vida social comunitaria en poblados, doctrinas o reducciones, era la más urgente y primera. La Corona dictó numerosas ordenanzas a lo largo de todo el siglo XVI (+ Borges, Misión y civilización en América, 80-88), y puede decirse que «el proceso reduccionístico fue general en América, tanto desde el punto de vista geográfico como cronológico» (105). Aunque no faltaron quienes al principio tuvieron ciertos escrúpulos a la hora de reducir a los indios, alegando posibles dificultades eventuales, como podía ser el desarraigarlos de sus tierras antiguas, apenas hubo controversia en este tema, pues casi siempre se consideró que las ventajas eran mucho mayores que los inconvenientes (107-111).

Ya hicimos crónica de los pueblos-hospitales que Vasco de Quiroga comenzó a organizar en 1532 (201-211). Y en 1537 decía Francisco Marroquín, obispo de Guatemala, que los indios, «pues son hombres, justo es que vivan juntos y en compañía». Ese mismo año los dominicos, bajo la dirección del padre Las Casas, desarrollaron en la difícil provincia guatemalteca de Tuzulutlán un notable esfuerzo de reducción de indios en pueblos (+Mendiguren, Un ejemplo de penetración pacífica, La Verapaz).

A lo largo del siglo XVI y comienzos del XVII se aprecia un doble esfuerzo simultáneo: restringir más y más el sistema de encomiendas, hasta lograr su extinción, como ya vimos (48-51), y fomentar cada vez con mayor apremio el sistema de las reducciones de los indios en poblados especiales. Por ejemplo, «respecto de México, la reducción fue ordenada a las autoridades civiles por reales cédulas de 1538, 1549, 1550, 1560, 1595 y 1589, y a los obispos y misioneros por la Junta Eclesiástica de México de 1546 y por los tres Concilios provinciales de esa misma ciudad de 1555, 1565 y 1585».

En el Perú hallamos numerosas cédulas reales por esos mismos años, y los Concilios de Lima II y III (1567-1568, 1582-1583) ordenan igualmente la reducción (Borges 115-117). Como teóricos más notables del proceso reduccional podemos señalar al jesuita José de Acosta, de fines del XVI, o al jurista Juan de Solórzano Pereira, de mediados del XVII. Y ya en 1681 la Recopilación de leyes de los reinos de Indias, reiterando muchas ordenanzas anteriores, disponía escuetamente: «para que los indios aprovechen más en cristiandad y policía se debe ordenar que vivan juntos y concertadamente».

Entradas misioneras con escolta o sin ella

Casi siempre hubieron de ser los misioneros quienes hicieran entradas, a veces sumamente arriesgadas, para congregar a los indios todavía no sujetos al dominio de la Corona española. Como ya hemos visto a lo largo de nuestra crónica, a veces se pudo prescindir de la escolta armada; así Vasco de Quiroga entre los tarascos (204-205), los dominicos en La Verapaz, o franciscanos y jesuitas entre los guaraníes del Paraguay.

Otras veces los hechos obligaban a estimar necesaria la escolta, aunque fuera mínima, y así hubieron de entrar los jesuitas, después de no pocos mártires, en las regiones del este y norte de México (249ss) o los franciscanos en zonas de Talamanca, Texas o California (290ss). Ya decía en 1701 el gobernador de Cumaná, en Venezuela, que «un mosquetero entre los indios, sin disparar su arma (sino tal vez al aire) suele vencer mil dificultades y hacer más fruto que muchos misioneros» (+Borges 118-119).

Como es lógico, siempre que era posible, los misioneros procuraron evitar el acompañamiento de la escolta o reducir ésta al mínimo. «En numerosas ocasiones se prescindió de ella, y cuando estuvo presente solo perseguía el objetivo de defender al misionero ante posibles ataques de los nativos, y el misionero era el primer interesado en que los indios se avinieran voluntariamente a reducirse, porque de lo contrario resultaría imposible mantenerlos concentrados» (Borges 134).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

El Provincial de los Dominicos de Colombia habla sobre lo que significa ser educadores hoy

En la Liturgia de la Palabra, hemos escuchado la parábola del sembrador (Mateo 13,1-9), de la cual casi siempre se hacen dos interpretaciones o reflexiones, que giran en torno a dos aspectos: la tierra y la semilla.

– Semilla: la palabra de Dios que él va sembrando a través de sus predicadores en nuestras mentes y corazones y de la cual debemos dar fruto.

– La tierra: Somos nosotros el lugar que Dios se ha escogido para que esa palabra sea sembrada y según nuestra disposición esa semilla de la Palabra crecerá y dará fruto abundante o no.

Pero hoy quiero invitarlos a pensar no en la semilla ni tampoco en la tierra, sino en el sembrador. ¿Por qué? Porque como lo han afirmado algunos de nuestros pensadores dominicos, la figura que mejor refleja lo que es un maestro, es precisamente ésta, la de un sembrador o jardinero.

Eso son ustedes mis queridos maestros, unos sembradores. Con todo lo que esa palabra significa y con toda la humildad que esa palabra encierra.

La misión del maestro es así de sencilla: sembrar en sus discípulos la semilla del conocimiento, de la curiosidad, de la creatividad, de los valores, para que ellos, como lo hacen las plantas se desarrollen desde si, con sus potencialidades, sus capacidades, sus fortalezas, sus dones y den fruto para sí y para los demás.

Desde esta perspectiva del maestro como sembrador o jardinero, me gustaría compartir con ustedes algunas de las condiciones que creo hemos de tener nosotros. Lo voy a hacer aplicándoles hoy una FUERTE DOSIS DE VITAMINA C. ¿Por qué de vitamina C? porque todas las palabras de las cuales me voy a servir empiezan por la letra C, así que manos a la obra:

Un maestro, como un buen sembrador o jardinero que es, debe ser o tener:

1. Conocimiento: Un sembrador conoce bien su terreno, conoce bien las semillas, sabe de nutrientes, de abonos, sabe dónde sembrar.

Un buen maestro por su parte:

* Conoce a sus estudiantes, conoce su ritmo de aprendizaje, conoce sus motivaciones, sus inquietudes.

* Como un buen sembrador, el maestro sabe cuál es el mejor ambiente de aprendizaje y crecimiento de sus discípulos.

* Así mismo, un buen maestro, conoce su disciplina y sabe lo que enseña. Hoy más que nunca los estudiantes se dan cuenta cuándo los “cañamos”, cuándo les engañamos enseñándoles cosas que no son

* Un buen maestro conoce la realidad. Para enseñar cómo se debe vivir o desempeñarse en la vida, hay que conocer el mundo. Para generar conciencia de la problemática, hay que hacerlos mirar al mundo, porque nuestros discípulos no pueden vivir como en una burbuja, como en una cuarentena permanente. Les debemos generar sensibilidad por el dolor del otro, por el sufrimiento de los demás.

2. Confianza, creer: El sembrador cuando siembra tiene confianza en la semilla, sabe que la esparce y que va a desarrollarse.

Un buen maestro:

* Cree en sí mismo,

* Cree en sus estudiantes, confía en sus capacidades, en lo que pueden hacer y llegar a ser.

* Genera confianza en ellos.

* Confía también en Dios, en la fuerza del Espíritu Santo que nos da sabiduría y que abre las mentes y corazones de nuestros estudiantes.

3. Creatividad: El sembrador debe buscar siempre nuevas maneras de sembrar y cultivar. En tierras áridas debe devanarse los sesos para ver cómo saca lo mejor de la tierra y de las semillas.

Un buen maestro:

* Tiene la capacidad casi innata de innovar, de generar nuevos conocimientos, nuevas estrategias y métodos de aprendizaje

* Hoy más que nunca se nos está pidiendo creatividad para enseñar. Nuestros métodos han quedado obsoletos, hay que estar en continua creación y recreación.

* Rompe esquemas para que sus estudiantes sean los primeros constructores de su conocimiento, para que sean los primeros responsables de su formación, para que sean agentes activos y no pasivos de su educación.

* Tiene creatividad para generar nuevos escenarios y experiencias de enseñanza aprendizaje.

4. Cualificación permanente: Un sembrador siempre está al tanto de lo que puede ayudarle a mejorar su cosecha. No se queda con lo que aprendió de niño, es inquieto, explora y sobre todo aprende todos los días de la naturaleza.

Un buen maestro:

* Ha de tener siempre un corazón de discípulo: capacidad de aprender, de cualificarse todos los días. No se puede contentar con lo que recibió en la universidad.

* Aprende siempre nuevas maneras, metodologías y técnicas de enseñanza.

* Está actualizado sobre los avances de la materia que enseña, de los avances de la psicología del aprendizaje, de los progresos del mundo de la ciencia y la tecnología.

* Aprende a conocer mejor a sus estudiantes, sus inquietudes, sus dudas, sus problemas, sus temores, sus debilidades.

* Dice San Pablo “Quien no trabaje que no coma”. Nosotros podríamos decir: “quien no estudie que no enseñe”.

5. Comunicación: Un sembrador comunica a la semilla y a las plantas, no sólo agua, nutrientes, sino también una especie de energía que las hace crecer sanas y vigorosas. Un buen maestro:

* Sabe comunicar, sabe trasmitir no sólo sus conocimientos sino también su amor por el estudio, su deseo de conocer cada día más, su espíritu investigativo y de búsqueda de la verdad.

* Sabe comunicar con su vida los valores e ideales que lo mueven. Nuestros discípulos, lo hemos escuchado muchas veces, aprenden más que por las palabras, con el ejemplo.

* Sabe llegar a sus estudiantes, se adapta a sus capacidades, a su manera de aprender, se preocupa porque entiendan, porque asimilen, porque reciban el mensaje.

* Convence porque habla con seguridad, con entusiasmo, con alegría, con convicción.

6. Calma, constancia y paciencia: Si algo tiene un sembrador es paciencia. Sabe esperar, sabe que su siembra no es de un día para otro.

Un buen maestro:

* Sabe también esperar, tiene paciencia a sus estudiantes, va al ritmo del estudiante y no a su propio ritmo.

* Sabe entender a los que se demoran más en aprender, incluso a los que no quieren aprender.

* Tiene paciencia con el indisciplinado, con el crítico, con el que no está de acuerdo con él o con las normas, etc.

* No se desanima, es constante en su quehacer y con los que más dedicación requieren.

7. Cariño, cuidado y cercanía (especialmente hacia los más débiles): Dicen las abuelas y las mamás que si uno quiere que las plantas crezcan bonitas, hay que hablarles, decirles palabras agradables, acariciarlas, hacerles sentir amor.

* La tradición tomista nos habla de dos vías para formar: la via amoris y la via temoris. El camino del amor o el camino del temor. Desde una perspectiva evangélica y dominicana, debemos mover a nuestros discípulos no por temor sino por amor, no por miedo al castigo o a las represalias o incluso a una baja nota, sino por amor, por amor entrañable a un ideal, a un sueño. Es más importante hacerse amar que hacerse temer.

* Hoy más que nunca nos hemos dado cuenta de lo valioso que es el encuentro, el abrazo, la cercanía. La distancia nos hace apreciar el calor humano, la proximidad con el otro, el valor de los compañeros. Cuánta falta nos les hará a ustedes sus estudiantes, es por eso que un buen maestro sabe estar cerca de sus estudiantes, sabe brindarles cariño, amor, empatía, comprensión.

* Tiene especial predilección por los más débiles, por los que se sienten o son rechazados, por los que no tienen las mismas capacidades. El Papa Francisco al hablar a un grupo de profesores les decía que no podemos repetir en la escuela, el colegio o la universidad, los esquemas o estructuras de exclusión que mueven al mundo.

* Así que un buen maestro se preocupa por todos sus estudiantes, pero especialmente por los que más necesitan de su cariño, comprensión y ayuda.

* El amor que siente el maestro por sus discípulos es el amor que lo lleva a alegrarse de sus triunfos, de sus éxitos y a sufrir con sus derrotas y fracasos.

8. Comunión: El sembrador sabe que tiene que generar comunión con los demás campesinos. Ellos son generosos en compartir las experiencias, se ayudan ante las pestes, ante las dificultades y comparten sus experiencias exitosas. El sembrador no sólo está en comunión con sus compañeros, sobre todo está en comunión con Dios, se siente su más fiel colaborador en la obra de la creación.

Un buen maestro:

* Ha de estar en comunión con sus estudiantes, crear vínculos de amor y empatía.

* Tiene que estar en comunión también con sus compañeros, hacer equipo. No puede ser una isla.

* Tiene que estar en comunión con la institución, con sus jefes. Compartir sus valores, sus principios, su misión.

* Tiene que estar en comunión con Dios, del cual se siente su más humilde ministro.

Apreciados maestros, podría incrementar más la dosis de vitamina C, con otras tantas palabras como, por ejemplo, comprensión, carácter, criticidad, compasión, colaboración, cooperación, conciencia, etc., pero se las dejo a ustedes de TAREA para que mediten y reflexionen en ellas.

Antes de terminar quisiera agradecerles por su delicada y comprometida labor docente. En nombre de toda la comunidad dominicana de Colombia, Dios les pague por todo el bien que hacen a nuestro País y a nuestra amada Iglesia. Que Dios los bendiga.

Fr. Diego O. Serna S., OP

Las reducciones misionales del Paraguay

Una visión de conjunto: Primeros cien años de la evangelización de América

Cuando los jesuitas, a partir de 1610, inician las reducciones del Paraguay hacía unos cien años que se había iniciado la evangelización de las Indias. Convendrá, pues, que recordemos algunos datos sobre la situación de España y de la América hispana por aquellos años.

«Aunque es difícil precisar la población española -escribe Manuel Lucena Salmoral-, parece que ascendió a unos 8 millones de habitantes a comienzos del siglo XVI, que aumentaron hasta unos 9,5 a fines de la misma centuria, y descendieron a unos 8,5 al término de la siguiente. El descenso tiene raíces muy complejas, como la depresión económica, las pestes y epidemias, las guerras, la expulsión de los infieles (unos 150.000 judíos y unos 500.000 moriscos) y la emigración a Indias (unos 200.000 pobladores)». Más concretamente, en 1600 la población total de la península ibérica era de 11.347.000 habitantes, así distribuídos: Corona de Castilla, 8.304.000 (73’2 %); Corona de Aragón, 1.358.000 (12); Reino de Navarra, 185.000 (1’6); Reino de Portugal, 1.500.000 (13’2) (AV, Iberoamérica… 432-433).

Por lo que a la autoridad de la Corona se refiere, el Consejo de Indias, y más concretamente la Casa de Contratación ubicada en Sevilla, habían regido y regían todo el empeño misionero de España hacia las Indias. Con todo lo cual Sevilla, a mediados del XVI, con unos 150.000 habitantes -de los cuales, unos 6.000 eran esclavos, en su mayoría negros-, era una de las más importantes ciudades de Europa, ya que sólamente París, con unos 200.000, era mayor.

Según el Patronato Real, los Reyes españoles proveían a todos los misioneros de un equipo completo -vestidos, mantas, cáliz, ornamentos, etc.-, pagaban el costo de la navegación desde Sevilla, y les asignaban una pensión continua, de modo que no tuvieran necesidad de pedir nada a los indios que se fueran haciendo cristianos. Todas las parroquias y doctrinas que se iban estableciendo en las Indias tenían señalada una renta.

Pues bien, en 1623, cien años después, más o menos, de que se iniciara organizadamente la evangelización de la América hispana, ya estaban edificadas unas 70.000 iglesias, lo que indica que venían a construirse unas 700 por año. Cada año partían de España, como promedio, unos 130 o 150 misioneros, y había en las Indias, además del clero secular, unos 11.000 religiosos en 500 conventos.


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No podemos vivir de eucaristías virtuales, expresa Arzobispo

“…“Estamos en conversación con las autoridades nacionales para abrir los templos y en grupos reducidos, con las precauciones sanitarias tanto personal como ambiental, poder celebrar los sacramentos. Sin duda, será una gran oferta de sanación para muchísimos cristianos”, afirmó el Arzobispo, que animó a celebrar los sacramentos lo antes posible, cuando se termine la cuarentena por el coronavirus COVID-19…”

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Campanadas en las iglesias españolas para “anunciar la resurrección y la esperanza”

“Ante la próxima celebración de la resurrección de Cristo y su victoria sobre la muerte, la Conferencia Episcopal Española (CEE) propone repicar las campanas de todos los templos, este Domingo de Resurrección, a las 12 del mediodía, unidos al Papa Francisco en su bendición Urbi et orbi, que convoca con el lema: Jesucristo ha resucitado, anuncia y realiza la victoria de la vida sobre la muerte. Somos testigos de esta esperanza…”

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