Hablemos de neutralidad

La memoria tiene poder. A menudo–quiero decir, sin que falte una sola semana en todo el año–la televisión británica transmite algo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Una y otra vez se repiten escenas que dejan expuestas todas las mentiras del nazismo.

Una película semejante, aunque en otra clave, se proyecta secretamente en el inconsciente colectivo europeo. Esa película repite un mensaje fundamental: “la religión produce guerra; es mejor no tener religión.” La cosa funciona más sutilmente que en el caso nazi, por supuesto. Yo diría que si uno no está atento no percibe nada, pero es posible que un día uno de pronto note que durante meses y meses TODO lo que sale bajo el título de religión va unido a adjetivos como “fundamentalista,” “extremismo,” “intolerancia,” y otros parecidos.

A esta edad mía he llegado a convencerme que es inútil pedir neutralidad a los medios de comunicación. Un ejemplo típico es lo que trae el editorial de EL TIEMPO, de Colombia, para el día 8 de Enero de 2006:

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El Regalo

Cierto hombre susurró: ¡Dios, háblame! y el árbol cantó. Pero el hombre no oía.

Luego, el hombre habló más fuerte, pidiendo: ¡Dios, háblame!, y un rayo cruzó el cielo. Pero el hombre no oía.

El hombre miró a su alrededor y dijo: ¡Dios, permite que te vea! Y una estrella se iluminó con gran resplandor.

Pero el hombre no la notó. Entonces el hombre gritó: ¡Dios, muéstrame un milagro! y en ese minuto nació un bebé. Pero el hombre no lo supo.

Luego el hombre pide a gritos, en desesperación: Tócame Dios y hazme saber que estás aquí! Dicho esto, Dios bajo y tocó al hombre, pero éste espantó a la mariposa que volaba a su alrededor y continuó caminando.

¡No te pierdas de una bendición sólo porque no viene envuelta del modo en que tú esperas!

¿Reemplazarías a Cristo?

El Silencio de Dios

Cuenta una antigua Leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien cuidaba una Ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción.

En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.

Un día, el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodillo ante la cruz y dijo:

“Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz”.

Y se quedo fijo con la mirada puesta en la Efigie, como esperando la respuesta.

El Señor abrió sus labios y hablo. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:

“Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición”.

¿Cuál, Señor? Pregunto con acento suplicante Haakon. ¿Es una condición difícil?

¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor! Respondió el viejo ermitaño.

Escucha: Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio.

Haakon contestó:¡Os, lo prometo, Señor! Y se efectuó el cambio.

Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz.

El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y Este por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Pero un día, llegó un rico.

Después de haber orado, dejo allí olvidada su cartera. Haakon lo vió y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico.

Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.

Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:

¡¡¡Dame la bolsa que me has robado!!!

El joven sorprendido, replico: ¡No he robado ninguna bolsa!

¡No mientas, devuélvemela enseguida!

¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa! Afirmó el muchacho.

El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: ¡Detente! El rico miró hacia arriba y vió que la imagen le hablaba.

Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita.

El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedo a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:

Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.

Señor, dijo Haakon, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz.

El Señor, siguió hablando: Tu no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer.

El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal.

Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida.

Tú no sabías nada. Yo si sé. Por eso callo. Y el señor nuevamente guardó silencio.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué razón se queda callado Dios?

Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír… Pero, Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio… Debemos aprender a escucharlo.

Su Divino silencio, son palabras destinadas a convencernos de que Él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor; ¡Confiad en Mi que sé bien lo que debo hacer!

Clase de Español en el Cielo

Un profesor universitario de español, muy reconocido, soñó que se encontraba con Dios y decidió preguntarle el motivo por el cual nunca había sido feliz en su vida, a pesar de su exitosa carrera y sus conocimientos.

Dios le dijo entonces: “Sé que eres profesor de una gran trayectoria en el idioma, dime cuáles son las tres primeras personas en la gramática”.

El profesor se sorprendió de aquella pregunta tan fácil, y respondió: “Pues eso es muy fácil para una persona con mis conocimientos del idioma, son : YO, TU y EL”.

Dios le miró y dijo : “Ves, ese es el problema. Aún con tus conocimientos lo has dicho al revés y esa es la causa de tu infelicidad. Siempre debes decir “EL” primero, refiriéndote a mí para que yo sea el primero en tu vida. “TU” para que el prójimo sea la segunda persona mas importante en tu vida. Y finalmente cuando me hayas buscado y hayas ayudado a tu prójimo, entonces estará el “YO”.

Por ende nunca te equivoques mas, si deseas ser feliz debes decir: “EL, TU y YO”

Por amor a Jesús Sacramentado

Unos meses antes de su muerte el Obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión nacional: “Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo. ¿Quién lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?”.

El Obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, u otro obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña china de once años de edad.

Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los comunistas penetraron en el templo y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al piso, esparciendo las hostias consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas hostias contenía el copón: treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vió todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró al templo. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, entró en el santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.

Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días por el resto de su vida. Si aquella pequeña pudo dar testimonio con su vida de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

La pequeña le enseñó al Obispo el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; como la fe puede sobreponerse a todo miedo y como el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma.

Lo que se esconde en la Hostia Sagrada es la gloria de Su amor. Todo lo creado es un reflejo de la realidad suprema que es Jesucristo. El sol en el cielo es tan solo un símbolo del hijo de Dios en el Santísimo Sacramento. Por eso es que muchas custodias imitan los rayos de sol. Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor.

El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (10)

Nuevas perspectivas

Sin embargo de lo dicho, sigue como especie de deuda pendiente el reto de la enseñanza moral de la Iglesia. Las grandezas y riquezas del Concilio seguirán de algún modo sepultadas mientras no se aclare la cuestión hermenéutica, es decir, cómo hemos de entender “lo humano”: con qué racionalidad y en qué términos de lenguaje. Esa cuestión es alimentada y alimenta a su vez al problema moral por excelencia, según Kant: ¿qué debo hacer?

La pregunta moral es completamente humana, por una parte; y es de absoluto interés para los cristianos, por la otra. Como vimos en el caso de Juan Pablo II, una teoría demasiado completa y razonada de la propuesta moral cristiana puede introducirnos en el mismo callejón sin salida de la frase aquella: “vamos a explicar a todos qué es la Iglesia…”

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (9)

Benedicto XVI: “A la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor”

Joseph Ratzinger conocía bastante bien el terreno mucho antes de ser elegido Sumo Pontífice. Por su despacho en la Congregación para la Doctrina de la Fe ha pasado toda la problemática que podamos aquí describir, y sin duda mucho más.

Con un ingrediente adicional: es privativo de esa misma Congregación tratar asuntos relativos a la vida de los sacerdotes, y ello implica una percepción no sólo de los conflictos que pueden suscitar las ideas sino también las heridas que pueden causar los antitestimonios; en suma, lo abstracto y lo concreto de la vida de la Iglesia.

Sobre esta base no es difícil cuánta importancia y tiempo ha dado y quiere dar este Papa a su encuentro y diálogo con sacerdotes y seminaristas. Al dirigirles la palabra, sin embargo, no se limita a lo que podríamos llamar la vida del clero. Sus confidencias parecen más la expresión del deseo de infundir en ellos un modo de entender y amar a la Iglesia.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (8)

¿Para quién la moral?

El método de Juan Pablo II rindió magníficos resultados pero tiene también su límite, como podemos apreciar al hacer esta pregunta: ¿para quiénes es la enseñanza moral de la Iglesia? Quedemos de acuerdo en que la Iglesia no puede ser correctamente entendida si no es en conexión próxima con el misterio de la redención, pero ¿qué decir de su propuesta moral? Lo que se responda a esta pregunta podría ayudar a esclarecer una de las paradojas del pontificado del Papa Wojtila, que vino a ser a la vez tan amado y tan desobedecido.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (7)

Juan Pablo II: “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo”

Karol Wojtila tenía muy claro desde el principio de su pontificado que la verdad sobre el hombre era de algún modo el nudo central de las cuestiones relativas tanto al ser como a la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo.

Su encíclica programática Redemptor Hominis (1979) tiene ya en su título el mensaje que sería central durante el largo y fecundo servicio del Papa polaco: desde el principio se habla de “el hombre,” pero un hombre que necesita, que aguarda y que puede abrirse al don que le trae su Redentor. Viene así a cerrase la puerta a un humanismo puramente intramundano, pues, como gustaba de repetir Juan Pablo II, citando una frase de Gaudium et Spes, n. 22, “Jesucristo revela el hombre al hombre mismo.”

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (6)

Pablo VI: “La Iglesia Existe para Evangelizar”

Cuando Pablo VI se dirigió a la Asamblea de las Naciones Unidas, en su alocución del 4 de Octubre de 1965, no quiso explicar la Iglesia. Predicó la paz, anunció la humildad, y sobre todo mencionó claramente a Jesucristo; como inspiración, es cierto (y son muchos los que pueden inspirarnos), pero más que eso, como fundamento.

Su manera de concluir no deja lugar a dudas:

En una palabra: el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo. Y esos indispensables principios de sabiduría superior no pueden descansar–así lo creemos firmemente, como sabéis–más que en la fe de Dios. ¿El Dios desconocido de que hablaba San Pablo a los atenienses en el Areópago?(Hch 17,23). ¿Desconocido de aquellos que, sin embargo, sin sospecharlo, le buscaban y le tenían cerca, como ocurre a tantos hombres en nuestro siglo? Para nosotros, en todo caso, y para todos aquellos que aceptan la inefable revelación que el Cristo nos ha hecho de sí mismo, es el Dios vivo, el Padre de todos los hombres.

¿Qué le autoriza a afirmar frente a todas las naciones que la civilización moderna ha de levantarse sobre principios espirituales? En realidad él no da una demostración de ese aserto. Lo deja expuesto y sencillamente acota: “así lo creemos firmemente.”

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (5)

Experta en Humanidad

El punto central es si la Iglesia puede considerarse “experta en humanidad,” como afirmó Pablo VI ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 4 de Octubre de 1965. Mientras que esa afirmación suena coherente y alentadora para el creyente, suele parecer injustificada y sospechosa para el que no cree.

El Concilio quiso emplear un único lenguaje para dirigirse a ambos, según lo ya dicho sobre los documentos dirigidos a los fieles “y a los hombres de buena voluntad.” La experiencia parece mostrar que esa voluntad no resultó tan “buena.” El mundo de hoy, por lo menos en Occidente, tiene muy serias dudas sobre qué tanto sabe de lo “verdaderamente humano” la Iglesia. No son de otro género los reparos que una y otra vez surgen en cuanto a su Magisterio.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (4)

Un experimento fallido

El Concilio Vaticano II quiso entablar un diálogo con el mundo sin un propósito expreso de conversión. El experimento salió mal. Hablarle al mundo sin convertir al mundo trae enemigos de fuera y quita amigos por dentro. Los de fuera terminaron acusando a la Iglesia de pretenciosa y dogmática, y de entrometerse en todo lo público. La única Iglesia que les gusta a los de fuera es la que no existe, o por lo menos, no existe más allá de las devociones privadas.

En cuanto a los de dentro, muchos de la línea progresista consideraron que entender a la Iglesia en términos “puramente” humanos era no sólo posible sino necesario, y que era la mejor manera de ejercer presión para lograr cambios muy deseados.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (3)

¿El criterio hermenéutico del Concilio?

La frase que abre Gaudium et Spes merece una cierta exégesis, sobre todo porque, aunque el Concilio dijo tantas cosas, hay algunas que de facto se han venido a convertir en criterios de interpretación de las demás, y creo que ese es el caso con este número primero de esta Constitución.

Se dice allí que hay una solidaridad entre lo que viven los hombres y lo que viven los discípulos de Cristo: “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.” Es una frase feliz. La pregunta sin embargo es: ¿feliz para quién?

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (2)

El propósito del Concilio

Pero, ¿qué era lo que quería el Concilio como tal? Incluso la memoria de los Papas de aquella época, Juan XXIII y Pablo VI, se ve emborronada por la controversia. Ya he escrito antes algo sobre el Papa Bueno y sobre aquella palabra clave que él puso de moda: “aggiornamento“; guardadas las proporciones, bastante de esos escritos puede aplicarse a su inmediato sucesor.

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El Concilio Vaticano II, cuarenta años después (1)

Desde el descontento hasta la gratitud

El 8 de diciembre de 1965 tuvo lugar la clausura del Concilio Vaticano II, sin duda el acontecimiento eclesial de mayor impacto en el siglo XX. Cuarenta años después la discusión sobre sus intenciones, logros y deficiencias es amplia y algunas veces agria. No es difícil encontrar posturas divergentes, que van desde el descontento hasta la gratitud. Hay quienes piensan que apenas se avanzó un poco, aunque en la dirección correcta, y hay quienes piensan que sólo un milagro puede salvar a la Iglesia de los desmanes de aquella época. Algunos hablan como si la Iglesia hubiera empezado a existir hace 40 años y otros creen que la Iglesia, la verdadera, existió sólo hasta el comienzo del Concilio.

La discusión no es menos intensa si se piensa en las realidades actuales. Para algunos, el Papa Juan Pablo II es el adalid y verdadero intérprete del Concilio; otros dirán que él consumó la “traición” a la tradición, y otros que traicionó el “espíritu” del Concilio. Especialmente esta última expresión es bastante socorrida por esta época aquí en Europa: para muchos el Papa Benedicto viene a ser el sepulturero de ese “espíritu,” pues las consignas esenciales de colegialidad, subsidiaredad, comunión y participación están siendo relegadas bajo montañas de leyes, rúbricas, disciplina y manuales.

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Jesús en tu Casa

Un día estaba un joven en su casa y alguien tocó la puerta.

Al abrir la puerta como sorpresa encontró al diablo quien lo agarró del pelo, lo pateó, lo golpeó y se luego se fue.

¿Y dijo el muchacho que debo hacer?

De pronto cuando el diablo se había marchado vio pasar a Jesús y pensó…

¡Si Él esta en mi casa el diablo no va a entrar!

!Entonces lo invitó a pasar y le mostró la casa y le dijo, puedes venir mañana cuando el diablo pase por aquí…

Y Jesús le dijo que sí.

Al día siguiente el diablo volvió a tocar la puerta y ya Jesús estaba dentro de la casa.

El muchacho muy tranquilo abrió la puerta y el diablo volvió a darle una golpiza.

Entonces el muchacho muy molesto le reclamó a Jesús que porqué no hizo nada por defenderlo y dijo: No hice nada porque no estoy en mi casa, sólo estoy de visita.

El muchacho pensó un poco y lo invitó a vivir en su casa, le mostró su cuarto y dijo:

Vas a seguir viviendo aquí, éste será tu cuarto y Jesús aceptó.

Como era ya costumbre al día siguiente tocaron nuevamente la puerta, y era otra vez el diablo, el joven muy confiado abrió la puerta pues ya Jesús vivía en su casa, y el diablo nuevamente le dió la golpiza.

El joven, molesto fue donde Jesús y dijo: Ya vives en mi casa, ¿qué más deseas para defenderme?

Y Jesús contestó: Yo sólo vivo en tu casa, en mi cuarto. Mientras no estés en mi cuarto no te puedo defender.

Entonces el joven reflexionó un poco y dijo:

De hoy en adelante ésta es tu casa, yo estaré aquí como un invitado si me lo permites.. Y así fue.

Al otro día tocan nuevamente la puerta, pero esta vez no fue el joven quien abrió la puerta pues ya no era él dueño de la casa, al abrir Jesús la puerta el diablo se disculpó pues pensó que se había equivocado de casa.

Queridos amigos, como consejo quiero decir que no es suficiente el decir dentro de nosotros que Jesús vive en nuestro corazón, tenemos que entregar de corazón nuestra vida para que Él pueda actuar por nosotros.